sábado, 23 de febrero de 2013

La leyenda de Dayagon - Capitulo 2

Las calles del pueblo de Onsbergh estaban mojadas aunque hacia días que no llovía. El hombre, que iba a lomos de un caballo negro con una pequeña mancha blanca en la testa, no quería ni pensar en el motivo de que las calles estuvieran mojadas. Se envolvió mejor en la capa, se bajó un poco más la capucha y apresuró al caballo clavándole los talones en los flancos. La gente con la que se cruzaba estaba en sus quehaceres y la poca que lo miraba apartaba la vista de sus ojos. El hombre sabía bien lo que la gente pensaba de sus ojos. Estaba ya harto del norte, allí solo había frío y campesinos supersticiosos.

Al salir del pueblo, el caballo empezó a trotar sintiéndose libre al no tener obstáculos en el camino. 

Muy a su pesar, el hombre sacó las manos de debajo de la capa para sujetar mejor las riendas. Ya habían perdido el pueblo de vista cuando el hombre miró al cielo y vio que apenas quedaría una hora de sol.

- Ya es tarde Rage, vamos a parar aquí.

Se acercaron al pequeño riachuelo que corría paralelamente al camino. El hombre se bajó del caballo y le quitó los arreos, la silla y las alforjas, lo dejó todo al pie de un gran roble. 

Mientras encendía una hoguera el caballo se dispuso a beber agua. El hombre se acercó al caballo y se entretuvo un rato cepillándolo. Cuando terminó, le colocó una cabezada de cuadra y ató el ramal a una rama baja del roble, le dejó el ramal largo para que comiera pero no se alejara demasiado.

La noche cayó deprisa. El hombre se acercó a las alforjas, sacó algo de las raciones que tenía y se sentó junto al fuego. Mientras comía miraba el alegre crepitar de la hoguera y los recuerdos vinieron a su cabeza.



La granja estaba formada por tres edificaciones, un establo, un pequeño granero y una sencilla casa de una sola planta. El granero hacía tiempo que había sido consumido por las llamas, la casa también estaba empezando a arder y en el establo piafaban los caballos medio locos por el fuego que los rodeaba. En el patio de la granja se podían ver dos figuras. Una mujer estaba sentada en el suelo abrazando el cadáver de un joven, las lágrimas corrían por su rostro y su llanto apenas dejaba oír nada de lo que sucedía a su alrededor. De pie, a su lado, había un guerrero con una espada levantada por encima de su cabeza, el pelo rojo ondeaba tras él con el viento y el fuego se reflejaba en sus ojos rojos.

La mujer levantó la cabeza, lo miró y le dijo:

- ¡¿Por qué nos haces esto!?

Como única respuesta el hombre bajó la espada y la sangre salpicó el suelo.

Una voz profunda y grave lo sacó de sus ensoñaciones:

- Tienes mucha sangre en las manos.

El hombre miró a su alrededor pero no encontró a nadie, ni siquiera pudo identificar la procedencia de la voz, parecía que había salido junto a su oído tanto como desde el otro lado del riachuelo.
Más allá del círculo de luz de la hoguera se oyó un ruido. El hombre se puso en tensión mientras miraba la oscuridad intentando adivinar que había hecho ese ruido. En la oscuridad brillaron dos ojos que le escrutaban. El hombre se relajó, solo era un zorro. Tiró el pequeño trozo que le quedaba de carne seca lejos de sí pero todavía dentro de la luz de las llamas. El zorro se acercó con paso lento, sin dejar de mirarle. Con un rápido movimiento cogió la carne y huyó entre las sombras.



El hombre se despertó con los primeras luces del alba, lo que la noche anterior fue una hoguera ahora solo eran un montón de brasas incandescentes. Avivó la hoguera y se levantó. Estaba entumecido de haber dormido en el suelo, se estiró, bostezó y se dirigió al riachuelo a mear. Cuando terminó, vio en el riachuelo unos peces, sonrió y volvió donde estaban sus cosas. Sacó de las alforjas una madera con hilo enrollado y al final de éste, un pequeño anzuelo. Fue al río para pescar el desayuno. En poco tiempo ya estaba otra vez sentado junto al fuego cocinando un pez clavado en una rama.

Estaba preparándose para continuar el viaje cuando oyó el ruido de un caballo. Cogió a Rage por las riendas y fue andando hasta el camino. Vio a un hombre venir a caballo. El hombre llevaba una casaca de cuero marrón  unas botas altas negras al igual que el pantalón. El pelo corto era negro como el carbón y una barba del mismo color poblaba ligeramente la cara. En la cadera llevaba colgando una espada corta de acero. Cuando el hombre llegó a su altura frenó el caballo.

- Thadir ¿qué haces aquí, tan al norte?
- Estoy escoltando a unos mercaderes, nos atacaron hace dos días y hoy me ha tocado ir de explorador. - dijo con la media sonrisa que nunca abandonaba su rostro.
- ¿Quién os atacó?
- Unos bandoleros, nada del otro mundo. - dijo haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto. - Y tú, ¿Adónde vas? Si vas hacia el norte podrías acompañarnos, siempre viene bien una espada más.
- No, ya me he cansado del norte. Vine aquí hace unas semanas, ahora quiero ir al sur a gastar el dinero que me he ganado. - terminó de ajustar la cincha de la silla y se subió al caballo. - ¿Alguna noticia del sur?
- Se oyen muchas cosas, ya no se sabe lo que es verdad y lo que no. Hay rumores de guerra con los orcos y los druidas dicen que se va a acabar el mundo, como siempre.
- Nada nuevo entonces, voy a seguir mi camino. Que te vaya bien Thadir. - el hombre espoleó el caballo.
- Sí, hay una cosa. - dijo Thadir, que dio la vuelta al caballo y lo alcanzó. - Ayer por la tarde nos cruzamos con una elfa, montaba un unicornio, pensaba que ya se habían extinguido.
- Sí, lo sé, lo oí en el pueblo, unos campesinos estaban hablando de ella.
- Bueno, que te vaya bien voy a seguir explorando. - dijo mientras se reía y daba la vuelta otra vez.

Al poco tiempo se cruzó con la caravana de mercaderes. Tres carros cubiertos con lona que ocupaban casi todo el camino. Unos mercenarios flanqueaban la caravana con las manos peligrosamente cerca de las empuñaduras. Se apartó del camino de la caravana para dejarlos pasar antes de continuar con el suyo propio.



La lluvia caía sobre el campo de batalla, repicando en las corazas de los caballeros muertos. Los cuervos sobrevolaban los cadáveres. En medio de todo se alzaba una figura. Aunque tenía forma humana no se le podía considerar humano, vestía una armadura de acero roja y dorada, del casco salían dos cuernos ligeramente curvados hacia atrás. Los cuernos no eran una decoración del casco, los cuernos eran del propio demonio. Miró al cielo, abrió los brazos como intentando abarcarlo, desplegó unas alas negras como si fuera un murciélago y comenzó a reírse con una voz gutural. Una voz que lo único que producía era miedo.

Idrial se despertó sofocada, estaba empapada de sudor y con la respiración agitada.

-Otra vez el mismo sueño, pensó Idrial.

Se levantó, se acercó al riachuelo y se mojó la cara y la nunca para terminar de despertarse. Comió algo y se puso otra vez en camino a lomos de Ithil.

Estaba cayendo la noche, Idrial estaba buscando un lugar en el que parar a descansar cuando oyó el ruido de cascos, se dio la vuelta mirando el camino por el que había venido y vio un caballo con un trote rápido  En su lomo cabalgaba un humano vestido con una camisa blanca, sobre ella, un jubón de cuero y unos pantalones de cuero negro a juego con unas botas altas que llegaban hasta la rodilla donde fácilmente podría esconder un estilete dentro. Los guantes negros llegaban casi un palmo por encima de la muñeca y tenían unas puntas metálicas en los nudillos. La capa que tenía sobre los hombros era negra, un tanto raída por las inclemencias del tiempo. Aunque no llevaba ningún arma a la vista, Idrial supo que era un guerrero. El hombre era de complexión delgada, ciertamente atlética y de músculos marcados pero poco prominentes. Su pelo era rojo intenso y ondeaba al viento detrás de él. Cuando el hombre se acercó, frenó su caballo y pudo contemplarlo mejor, tenía una cara alargada sin una sombra de barba, una nariz fina y unos labios pequeños. Los ojos del hombre eran grandes, ovalados y de un color rojo oscuro. Al principio esos ojos asustaron a Idrial, nunca había visto a nadie con unos ojos como los suyos, pero se tranquilizó al mirarlos mejor, esos ojos solo transmitían seguridad y confianza, no había ningún atisbo de maldad en ellos.

- Hola señorita. - dijo el desconocido con una voz suave. - Parece que vamos en la misma dirección y estos lares son peligrosos para una dama solitaria. ¿Le importa que la acompañe?
-¿Qué le hace pensar que vamos en la misma dirección o que necesito compañía?
- Vamos en la misma dirección porque su caba... - Se quedo mirando unos segundos al unicornio como si no se terminara de creer lo que veía  - Su unicornio tiene la testa hacia aquella dirección y no al contrario. Que necesite compañía es una ligera suposición, los caminos son más seguros de transitar en grupo.
- Se nos echa la noche encima, pase si quiere la noche conmigo pero mañana nos separaremos.

Idrial bajó del unicornio con una gracia felina. Se acercó a unos alisos y dejo allí sus cosas. Se agachó como si mirara algo en la bolsa y comprobó que aun tenía el estilete en la caña de la bota. Se giró y vio al hombre que se ocupaba de su caballo y un fuego ya encendido. Idrial no sabía su nombre, tampoco le había dicho el suyo, confiaba en su sueño ligero y su rapidez con el estilete, si ese humano intentaba algo solo sería un cadáver más. Saco un poco de comida y se sentó junto al fuego. Comió en silencio, no quería darle pie al hombre para que se metiera en sus asuntos. El hombre se limitó a comer mirando el fuego, estaba como ido como si no estuviera presente en ese momento.

Idrial se levantó, se acercó donde estaba acostado el unicornio y se acostó en el hueco entre sus patas en posición fetal. En poco tiempo estaba ya dormida.


Se despertó con el olor de la comida, abrió los ojos y vio la claridad del día. Hoy no había tenido la pesadilla. Miro alrededor y vio al humano junto al fuego cocinando algo que por como olía supuso que era un conejo. Se levantó y fue hacia sus alforjas a coger especias. Idrial se asombró, aunque iba descalzo no hacia ningún ruido al caminar. Se acercó a la hoguera sin dejar de mirar al hombre.

-Buenos días, enseguida estará el desayuno. Espero no haberla despertado con los preparativos.

Entonces Idrial se dio cuenta de la piel y las vísceras del conejo que había cerca. Cada vez estaba más intranquila, el hombre había ido a cazar un conejo, lo había desollado y puesto al fuego sin que ella se despertara. No paraba de pensar en quien sería. Entonces, se dio cuenta.

- ¿Qué eres? - dijo Idrial entornando los ojos y acercando la mano a la bota. - Te pareces a un humano pero no lo eres. ¿Qué eres?

El hombre la miró a los ojos y sonrió enseñando una hilera de pequeños dientes blancos.

- Casi nadie se ha dado cuenta en tan poco tiempo.
- ¿Qué eres? - preguntó por tercera vez sujetando el estilete dentro de la bota.

- No soy nada que tenga nombre en este mundo, pero tú, puedes llamarme Dayagon.

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1 comentario:

  1. Sólo voy a hacer una observación. En esta frase:

    "La noche cayo deprisa, se acerco a las alforjas, saco algo de las raciones que tenia y se sentó junto al fuego."

    parece que es la noche la que se acerca a las alforjas, saca las raciones y se sienta junto al fuego. :p

    Por lo demás, que sigan saliendo capítulos! :p

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