Dayagon se separó del
grupo. Mientras los demás se dirigían hacia la entrada de la mansión el puso
rumbo a la playa. El cielo estaba lleno de nubes, algo por lo que se alegro
Dayagon, así habría más oscuridad. Llegó hasta la base del acantilado sobre la
que se alzaba la mansión. Encontró un buen punto donde podría empezar la subida
y se transformó en yokai. Vestía con un chaleco sin mangas abierto y unos
pequeños pantalones, todo ello de color negro. Su pelaje, de un marrón oscuro,
estaba roto por una franja de pelo rojo que iba desde su cabeza, descendiendo
por su espalda, hasta el inicio de su cola.
Ayudado por las garras
comenzó a escalar con rapidez. En poco tiempo cubrió los ciento cincuenta
metros de acantilado. Una estrecha repisa separaba el borde del muro de la mansión.
Las piedras, que otrora habían sido lisas, estaban desgastadas por la erosión y
el paso del tiempo. Escalar los muros de la mansión le costó mucho más de lo
que le había costado el acantilado. Encontró una ventana abierta en el segundo
piso que daba a un pequeño dormitorio. Allí recuperó su forma humana y fue
hacia la única puerta que vio.
La puerta salía a un
pasillo largo con unas grandes cristaleras que daban al patio. Dayagon se asomó
por ellas ocultándose con el marco. El patio estaba ocupado con unas grandes
tiendas. Orcos y mestizos andaban por el patio. No será fácil pasar entre ellos para abrirles la puerta, pero primero tendré
que encontrar la manera de bajar. Pensó Dayagon.
Se dio la vuelta separándose
de la ventana y un puño impactó en la boca de su estomago dejándolo sin respiración.
Le pusieron una capucha en la cabeza y sintió unos grilletes en sus muñecas.
Idrial, Killian y los
soldados se ocultaron en el bosque cerca de la puerta de la mansión. Los
soldados que custodiaban la puerta eran mestizos. Sus caras aun conservaban
algo de los rasgos elficos que tuvieron alguna vez. Las orejas levemente
alargadas, la cara más redondeada, más parecidos a humanos que a elfos. Los
elfos los consideraban una deshonra para su raza y, aunque tenían un pasado común,
no los consideraban sus hermanos. Vestían con armaduras de acero atadas por
encima de ropas de un vivo color rojo. Al cinto portaban unas grandes
cimitarras de aspecto letal.
El tiempo pasaba
mientras estaban allí agazapados. Idrial empezaba a preocuparse por Dayagon.
- Lleva mucho rato hay
dentro. Deberíamos entrar. - susurró Idrial a Killian.
- No se ha oído ningún
ruido de alarma ni de lucha. Démosle un poco más tiempo y entramos.
Dos mestizos
arrastraron de las asilas a Dayagon por la casa hasta que llegaron a su destino
y lo tiraron violentamente al suelo.
- Señor, hemos
encontrado a este humano merodeando por los pasillos.
El mestizo lo levanto
de la cabeza dejándole de rodillas y le quito la capucha cegándolo por la
repentina luz. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz vio delante de si a un
elfo vestido con una túnica roja con una elegante decoración dorada y plateada.
Tenía el pelo blanco recogido detrás de las puntiagudas orejas por una pequeña
tiara. Sus profundos ojos de color avellana lo miraban fijamente.
- ¿Quién eres? Humano.
- dijo con una voz tan dulce que sorprendió a Dayagon.
- Nadie. - respondió
con voz desafiante mirándole a los ojos.
Eathane le dio un
puñetazo en la barriga. Tenía mucha fuerza para un hombre con una complexión
tan delgada. Dayagon se dobló hacia delante hasta que su frente tocó el suelo
sintiendo el agudo sabor de la saliva en la boca. Aguantando las nauseas volvió
a levantarse mirando la habitación en la que estaba.
El estudio de Eathane tenía
las paredes repletas de estanterías. Detrás de él había una pesada mesa de mármol
blanco, un gran contraste con el negro de las paredes y el suelo. Las ventanas ofrecían
una preciosa vista, unos débiles rayos de luz se escapaban entre las nubes
hacia la superficie del océano.
- No te lo repetiré
otra vez, humano. ¿Quién eres y que haces aquí?
- Ya veo que me he
equivocado contigo. Yo que pensaba que eras un mestizo, Eathane.
Eathane entrecerró los
ojos y las fosas nasales se ensancharon antes de golpear a Dayagon en la cara.
El dolor se extendió por su mejilla y le hizo ver pequeñas chispas de luz. Cuando
Dayagon se recuperó vio a un orco a su derecha. El orco sonreía dejando ver sus
grandes dientes amarillos. Llevaba la cabeza totalmente rapada y grandes piezas
de oro le decoraban las orejas y la nariz. Su chaleco marrón dejaba su torso
descubierto donde se podían apreciar los grandes músculos debajo de esa piel olivácea.
Dayagon volvió a girar la cabeza para mirar a Eathane mientras notaba una gota
de sangre deslizándose por su labio desde la nariz.
- Así que sabes quién
soy.
- Eathane, podrías
dejarlo para luego. Tenemos muchos asuntos que discutir. - dijo el orco con su
atronadora voz.
- Si, ya lo sé.
Enseguida volvemos a lo nuestro...
- Mauthok. - le interrumpió
Dayagon terminando la frase por él. Dayagon volvió a mirar al orco. - ¿Sabes? Deberías
de darme las gracias. Si no fuera por mí, no te sentarías en tu fétido trono,
orco.
Eathane le dio otro
puñetazo que le partió el labio. Dayagon escupió una mezcla de sangre y saliva
al suelo.
- ¿Tu mataste a Gorth´Kuz? - pregunto
Mauthok.
- Así
es.
-
Entonces es un espía de Norwens. Gorth´Kuz murió atacando un campamento del ejército
imperial.
- Por
supuesto que es un espía, ningún humano en su sano juicio vendría aquí. - dijo
Eathane mientras bebía de su copa de vino. - ¿Cuál es tu misión?
-
Mataros a los dos.
Eathane
estallo en carcajadas, apenas audibles por la atronadora risa de Mauthok.
- ¿Y cómo
piensas hacerlo si te hemos capturado?
A Dayagon se le dibujó
una gran sonrisa en el rostro antes de contestar.
- Aun no me habéis
atrapado.
Dicho esto y ante el
asombro de los presentes, Dayagon se transformó en yokai. El cambio de tamaño
de sus muñecas y manos hizo que los grilletes cayeran al suelo con un gran
estruendo metálico. Se levanto rápidamente materializando dos espadas cortas
con las que degolló a los dos mestizos que lo habían llevado allí.
Dayagon se giró justo
a tiempo para desviar una estocada de Eathane. El elfo le lanzó varios golpes
con su pequeño estoque. Dayagon los desvió todos y salto hacia atrás para
esquivar el pesado puño de Mauthok. Dayagon esquivaba al orco al tiempo que le hacía
pequeños cortes por todo su cuerpo. Aun desarmado, Mauthok era un peligroso
oponente. Uno de sus puños impacto a Dayagon en el hombro y lo mandó volando
por la habitación hasta que se estrelló contra una estantería destrozándola por
completo y provocando un alud de libros encima de él.
Dayagon se levantó de
un salto despejándose la cabeza. Mauthok desenvainó una cimitarra de uno de los
mestizos y se abalanzó sobre él. Dayagon lo esquivó dando un tajo hacia atrás
con su espada haciendo un profundo corte en la espalda del orco. Este, grito de
dolor y rabia y se giro dando un brutal golpe con la cimitarra que hubiera
arrancado la cabeza de Dayagon si no se hubiera agachado unos segundos antes.
Dayagon dio un paso adelante colándose por debajo de la cimitarra y clavó su espada
en la garganta del orco. Con un giro de muñeca destrabó el arma y dejo a
Mauthok ahogándose en su propia sangre.
Dayagon se transformó
nuevamente en humano y salió de la habitación mientras oía a lo lejos una
campana.
El ruido del ajetreo
en el patio de la mansión estaba silenciado por el estruendo de la campana. Los
mestizos que hacían guardia se miraron entre si y se dirigieron a la puerta
para ver que ocurría. Los soldados aprovecharon este momento para salir entre
los árboles y matarlos al tiempo que abrían la puerta.
- Lo habrán
descubierto. Matad a todos los que os encontréis.
Killian abrió la
puerta de par en par. El patio estaba ocupado por unas grandes tiendas a ambos
lados. Las dos tiendas formaban un pasillo hacia la puerta de entrada a la mansión
ubicada al final de una escalinata por la que se perdían tres mestizos y un par
de orcos. De una de las tiendas salieron dos orcos ajustándose la armadura. Al
verlos, se lanzaron sobre ellos lanzando gritos de guerra. Idrial abatió a uno
mientras corría y el otro murió a manos de un soldado.
- Vosotros tres
quedaos aquí, que no salga nadie. Los demás vamos adentro, que no quede nadie
con vida. - ordeno Killian a sus hombres.
La entrada de la mansión
daba a un recibidor con muchas puertas y al fondo una gran escalera. Se
dividieron para explorar, cuatro soldados se quedaron en la planta baja y
Killian, Idrial y los dos soldados restantes subirían a los pisos superiores.
Un caballo relinchó
fuera de la mansión. Killian se dio la vuelta imaginando lo peor y vio a
Eathane y cuatro mestizos arroyando en su huida a los soldados que había dejado
atrás.
- ¡Joder! Buscad a
Dayagon, nos largamos de aquí.
Cuando subían por la escalera oyeron un
golpeteo sordo en los escalones del tramo superior. Llegaron al descansillo y
vieron la cabeza cercenada de un mestizo cayendo por los escalones dejando un
reguero de sangre tras de sí.
La imagen que
contemplaron al subir era aun peor. Las paredes del pasillo estaban manchadas
por sangre. Tres cadáveres estaban tendidos en el suelo regando la alfombra de
sangre. Se dividieron por parejas, Idrial y Killian se fueron hacia el ala
izquierda de la mansión. No encontraron ni rastro de vida por las habitaciones
que pasaron pero en más de una sí que había rastro de la muerte, cadáveres en
diversos estados de desmembración.
Dayagon andaba por la mansión
buscando enemigos que matar, buscando a Eathane. Llevaba en la mano una espada
totalmente negra sin puño. La hoja estaba llena de acanaladuras formando unas
runas rojas por la sangre que había en ellas. Esa espada estaba tan afilada que
podía cortar una hoja por la mitad en el aire.
- Hacia tiempo que no veía
esa espada, la Bebedora de Sangre. - Dijo una voz profunda y grave desde lo más
hondo de su cabeza.
- Porque hacía tiempo
que no la utilizaba. - respondió Dayagon en voz alta aunque sabía que la voz no
volvería a hablarle.
Un mestizo salió
delante de él desenvainando su cimitarra. Dayagon apretó la mano que sostenía
la espada y la sangre broto entre sus dedos. La espiga estaba afilada y le
cortaba y se clavaba en su mano cada vez que la usaba. El mestizo se lanzó
sobre él y Dayagon, en un movimiento lento y fluido, le esquivó y le cortó la
mano a la altura de la muñeca. El mestizo gritó y Dayagon lo acalló cercenándole
la cabeza. Allí, delante del cadáver de ese mestizo, fue donde lo encontraron
Idrial y Killian.
- Dayagon, vamos,
Eathane se ha escapado. Tenemos que irnos antes de que vuelva con refuerzos.
Este momento de
despiste fue aprovechado por un mestizo que salió de una habitación y embistió
a Dayagon hundiendo el hombro en su estomago. Con el impulso que llevaban
chocaron contra una ventana que se rompió en mil pedazos. Dayagon y el mestizo
desaparecieron por el hueco de la ventana precipitándose al vacio mientras el
grito de Idrial se elevaba hacia el cielo.
- ¡Dayagon!
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