domingo, 24 de agosto de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 14

Dayagon se separó del grupo. Mientras los demás se dirigían hacia la entrada de la mansión el puso rumbo a la playa. El cielo estaba lleno de nubes, algo por lo que se alegro Dayagon, así habría más oscuridad. Llegó hasta la base del acantilado sobre la que se alzaba la mansión. Encontró un buen punto donde podría empezar la subida y se transformó en yokai. Vestía con un chaleco sin mangas abierto y unos pequeños pantalones, todo ello de color negro. Su pelaje, de un marrón oscuro, estaba roto por una franja de pelo rojo que iba desde su cabeza, descendiendo por su espalda, hasta el inicio de su cola.

Ayudado por las garras comenzó a escalar con rapidez. En poco tiempo cubrió los ciento cincuenta metros de acantilado. Una estrecha repisa separaba el borde del muro de la mansión. Las piedras, que otrora habían sido lisas, estaban desgastadas por la erosión y el paso del tiempo. Escalar los muros de la mansión le costó mucho más de lo que le había costado el acantilado. Encontró una ventana abierta en el segundo piso que daba a un pequeño dormitorio. Allí recuperó su forma humana y fue hacia la única puerta que vio.

La puerta salía a un pasillo largo con unas grandes cristaleras que daban al patio. Dayagon se asomó por ellas ocultándose con el marco. El patio estaba ocupado con unas grandes tiendas. Orcos y mestizos andaban por el patio. No será fácil pasar entre ellos para abrirles la puerta, pero primero tendré que encontrar la manera de bajar. Pensó Dayagon.

Se dio la vuelta separándose de la ventana y un puño impactó en la boca de su estomago dejándolo sin respiración. Le pusieron una capucha en la cabeza y sintió unos grilletes en sus muñecas.



Idrial, Killian y los soldados se ocultaron en el bosque cerca de la puerta de la mansión. Los soldados que custodiaban la puerta eran mestizos. Sus caras aun conservaban algo de los rasgos elficos que tuvieron alguna vez. Las orejas levemente alargadas, la cara más redondeada, más parecidos a humanos que a elfos. Los elfos los consideraban una deshonra para su raza y, aunque tenían un pasado común, no los consideraban sus hermanos. Vestían con armaduras de acero atadas por encima de ropas de un vivo color rojo. Al cinto portaban unas grandes cimitarras de aspecto letal.

El tiempo pasaba mientras estaban allí agazapados. Idrial empezaba a preocuparse por Dayagon.

- Lleva mucho rato hay dentro. Deberíamos entrar. - susurró Idrial a Killian.
- No se ha oído ningún ruido de alarma ni de lucha. Démosle un poco más tiempo y entramos.



Dos mestizos arrastraron de las asilas a Dayagon por la casa hasta que llegaron a su destino y lo tiraron violentamente al suelo.

- Señor, hemos encontrado a este humano merodeando por los pasillos.

El mestizo lo levanto de la cabeza dejándole de rodillas y le quito la capucha cegándolo por la repentina luz. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz vio delante de si a un elfo vestido con una túnica roja con una elegante decoración dorada y plateada. Tenía el pelo blanco recogido detrás de las puntiagudas orejas por una pequeña tiara. Sus profundos ojos de color avellana lo miraban fijamente.

- ¿Quién eres? Humano. - dijo con una voz tan dulce que sorprendió a Dayagon.
- Nadie. - respondió con voz desafiante mirándole a los ojos.

Eathane le dio un puñetazo en la barriga. Tenía mucha fuerza para un hombre con una complexión tan delgada. Dayagon se dobló hacia delante hasta que su frente tocó el suelo sintiendo el agudo sabor de la saliva en la boca. Aguantando las nauseas volvió a levantarse mirando la habitación en la que estaba.

El estudio de Eathane tenía las paredes repletas de estanterías. Detrás de él había una pesada mesa de mármol blanco, un gran contraste con el negro de las paredes y el suelo. Las ventanas ofrecían una preciosa vista, unos débiles rayos de luz se escapaban entre las nubes hacia la superficie del océano.

- No te lo repetiré otra vez, humano. ¿Quién eres y que haces aquí?
- Ya veo que me he equivocado contigo. Yo que pensaba que eras un mestizo, Eathane.

Eathane entrecerró los ojos y las fosas nasales se ensancharon antes de golpear a Dayagon en la cara. El dolor se extendió por su mejilla y le hizo ver pequeñas chispas de luz. Cuando Dayagon se recuperó vio a un orco a su derecha. El orco sonreía dejando ver sus grandes dientes amarillos. Llevaba la cabeza totalmente rapada y grandes piezas de oro le decoraban las orejas y la nariz. Su chaleco marrón dejaba su torso descubierto donde se podían apreciar los grandes músculos debajo de esa piel olivácea. Dayagon volvió a girar la cabeza para mirar a Eathane mientras notaba una gota de sangre deslizándose por su labio desde la nariz.

- Así que sabes quién soy.
- Eathane, podrías dejarlo para luego. Tenemos muchos asuntos que discutir. - dijo el orco con su atronadora voz.
- Si, ya lo sé. Enseguida volvemos a lo nuestro...
- Mauthok. - le interrumpió Dayagon terminando la frase por él. Dayagon volvió a mirar al orco. - ¿Sabes? Deberías de darme las gracias. Si no fuera por mí, no te sentarías en tu fétido trono, orco.

Eathane le dio otro puñetazo que le partió el labio. Dayagon escupió una mezcla de sangre y saliva al suelo.

- ¿Tu mataste a Gorth´Kuz? - pregunto Mauthok.
- Así es.
- Entonces es un espía de Norwens. Gorth´Kuz murió atacando un campamento del ejército imperial.
- Por supuesto que es un espía, ningún humano en su sano juicio vendría aquí. - dijo Eathane mientras bebía de su copa de vino. - ¿Cuál es tu misión?
- Mataros a los dos.

Eathane estallo en carcajadas, apenas audibles por la atronadora risa de Mauthok.

- ¿Y cómo piensas hacerlo si te hemos capturado?

A Dayagon se le dibujó una gran sonrisa en el rostro antes de contestar.

- Aun no me habéis atrapado.

Dicho esto y ante el asombro de los presentes, Dayagon se transformó en yokai. El cambio de tamaño de sus muñecas y manos hizo que los grilletes cayeran al suelo con un gran estruendo metálico. Se levanto rápidamente materializando dos espadas cortas con las que degolló a los dos mestizos que lo habían llevado allí.

Dayagon se giró justo a tiempo para desviar una estocada de Eathane. El elfo le lanzó varios golpes con su pequeño estoque. Dayagon los desvió todos y salto hacia atrás para esquivar el pesado puño de Mauthok. Dayagon esquivaba al orco al tiempo que le hacía pequeños cortes por todo su cuerpo. Aun desarmado, Mauthok era un peligroso oponente. Uno de sus puños impacto a Dayagon en el hombro y lo mandó volando por la habitación hasta que se estrelló contra una estantería destrozándola por completo y provocando un alud de libros encima de él.

Dayagon se levantó de un salto despejándose la cabeza. Mauthok desenvainó una cimitarra de uno de los mestizos y se abalanzó sobre él. Dayagon lo esquivó dando un tajo hacia atrás con su espada haciendo un profundo corte en la espalda del orco. Este, grito de dolor y rabia y se giro dando un brutal golpe con la cimitarra que hubiera arrancado la cabeza de Dayagon si no se hubiera agachado unos segundos antes. Dayagon dio un paso adelante colándose por debajo de la cimitarra y clavó su espada en la garganta del orco. Con un giro de muñeca destrabó el arma y dejo a Mauthok ahogándose en su propia sangre.

Dayagon se transformó nuevamente en humano y salió de la habitación mientras oía a lo lejos una campana.



El ruido del ajetreo en el patio de la mansión estaba silenciado por el estruendo de la campana. Los mestizos que hacían guardia se miraron entre si y se dirigieron a la puerta para ver que ocurría. Los soldados aprovecharon este momento para salir entre los árboles y matarlos al tiempo que abrían la puerta.

- Lo habrán descubierto. Matad a todos los que os encontréis.

Killian abrió la puerta de par en par. El patio estaba ocupado por unas grandes tiendas a ambos lados. Las dos tiendas formaban un pasillo hacia la puerta de entrada a la mansión ubicada al final de una escalinata por la que se perdían tres mestizos y un par de orcos. De una de las tiendas salieron dos orcos ajustándose la armadura. Al verlos, se lanzaron sobre ellos lanzando gritos de guerra. Idrial abatió a uno mientras corría y el otro murió a manos de un soldado.

- Vosotros tres quedaos aquí, que no salga nadie. Los demás vamos adentro, que no quede nadie con vida. - ordeno Killian a sus hombres.

La entrada de la mansión daba a un recibidor con muchas puertas y al fondo una gran escalera. Se dividieron para explorar, cuatro soldados se quedaron en la planta baja y Killian, Idrial y los dos soldados restantes subirían a los pisos superiores.

Un caballo relinchó fuera de la mansión. Killian se dio la vuelta imaginando lo peor y vio a Eathane y cuatro mestizos arroyando en su huida a los soldados que había dejado atrás.

- ¡Joder! Buscad a Dayagon, nos largamos de aquí.

 Cuando subían por la escalera oyeron un golpeteo sordo en los escalones del tramo superior. Llegaron al descansillo y vieron la cabeza cercenada de un mestizo cayendo por los escalones dejando un reguero de sangre tras de sí.

La imagen que contemplaron al subir era aun peor. Las paredes del pasillo estaban manchadas por sangre. Tres cadáveres estaban tendidos en el suelo regando la alfombra de sangre. Se dividieron por parejas, Idrial y Killian se fueron hacia el ala izquierda de la mansión. No encontraron ni rastro de vida por las habitaciones que pasaron pero en más de una sí que había rastro de la muerte, cadáveres en diversos estados de desmembración.



Dayagon andaba por la mansión buscando enemigos que matar, buscando a Eathane. Llevaba en la mano una espada totalmente negra sin puño. La hoja estaba llena de acanaladuras formando unas runas rojas por la sangre que había en ellas. Esa espada estaba tan afilada que podía cortar una hoja por la mitad en el aire.

- Hacia tiempo que no veía esa espada, la Bebedora de Sangre. - Dijo una voz profunda y grave desde lo más hondo de su cabeza.
- Porque hacía tiempo que no la utilizaba. - respondió Dayagon en voz alta aunque sabía que la voz no volvería a hablarle.

Un mestizo salió delante de él desenvainando su cimitarra. Dayagon apretó la mano que sostenía la espada y la sangre broto entre sus dedos. La espiga estaba afilada y le cortaba y se clavaba en su mano cada vez que la usaba. El mestizo se lanzó sobre él y Dayagon, en un movimiento lento y fluido, le esquivó y le cortó la mano a la altura de la muñeca. El mestizo gritó y Dayagon lo acalló cercenándole la cabeza. Allí, delante del cadáver de ese mestizo, fue donde lo encontraron Idrial y Killian.

- Dayagon, vamos, Eathane se ha escapado. Tenemos que irnos antes de que vuelva con refuerzos.

Este momento de despiste fue aprovechado por un mestizo que salió de una habitación y embistió a Dayagon hundiendo el hombro en su estomago. Con el impulso que llevaban chocaron contra una ventana que se rompió en mil pedazos. Dayagon y el mestizo desaparecieron por el hueco de la ventana precipitándose al vacio mientras el grito de Idrial se elevaba hacia el cielo.


- ¡Dayagon!

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sábado, 16 de agosto de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 13

Killian se abalanzó hacia delante agarrando la mano de Idrial. Killian perdió el equilibrio y un soldado lo sujeto por el jubón salvándolo de precipitarse al abismo. Idrial estaba suspendida en el aire aferrándose con las dos manos a la mano de Killian y buscando desesperadamente un apoyo para los pies.

Killian la subió a pulso haciéndose hacia atrás hasta que la espalda dio con la pared de roca. Rodeó a Idrial con el brazo que tenia libre atrayéndola hacia él. Idrial temblaba visiblemente al borde de las lágrimas.

- Ya esta, ya está. - susurraba Killian intentando calmarla.

Idrial se abrazo a Killian con la cara hundida en su pecho hasta que se calmó un poco. Se separó de él con las manos en su pecho mientras él aun la abrazaba. Se quedaron unos segundos mirándose a los ojos.

- ¿Estás bien? - le preguntó Killian.
- Ahora sí, gracias. - le respondió con un susurro.
- Vamos, tenemos que salir de aquí. - les apremió Dayagon. - El ruido atraerá a los yokais.

Dayagon no se equivocaba en su suposición. Al poco tiempo de irse se encontraron con una patrulla. Se escondieron y los yokais pasaron de largo en dirección a la cueva de la cascada. Con la siguiente patrulla no tuvieron tanta suerte. Se encontraron con tres yokais en una galería estrecha. Dayagon los contuvo mientras iban retrocediendo hasta la caverna que habían dejado atrás donde pudieron acabar con ellos.

Llegaron a una caverna amplia, con un techo muy alto. Dayagon se dirigió hacia un túnel escuchando mientras los demás entraban en la caverna. Un yokai cayó del techo colgándose de la espalda de un soldado. Antes de que el soldado pudiera quitárselo de encima, el yokai le mordió en el cuello clavando las grandes paletas y arrancándole un gran trozo de carne. Otro soldado se lo quitó de encima y lo tiró al suelo, rasgándole el chaleco sucio que llevaba. El yokai se levantó de un salto desenvainando un par de dagas anchas. El soldado herido cayó al suelo y se desangró antes de que Idrial pudiera acercarse a curarlo.

Los soldados intentaron abatir al yokai pero este era demasiado rápido y no conseguían darle. El yokai, acorralado entre los soldados, empezó a gritar pidiendo ayuda con su chillona voz. Dayagon le lanzo un cuchillo que se clavo en su garganta silenciándolo. Recorrían las galerías lo más rápido que podían. El eco de los túneles traía hasta ellos el sonido de los yokais persiguiéndoles, los chillidos agudos que emitían cuando hablaban entre si y el golpe de las garras con el suelo de roca.

- Nuestra única oportunidad es salir de las cuevas. La salida no está muy lejos pero tendremos que correr. - dijo Dayagon a Killian.
- Tú nos guías Dayagon, vamos.

La estrechez de los túneles no les permitía ir muy deprisa. Los ruidos de la persecución se podían oír cada vez más cerca. Un par de veces se desviaron para evitar algún grupo de yokais y por fortuna no se enfrentaron a ninguno. Cuando llegaron a una bifurcación de los túneles, Dayagon paró y encendió una antorcha.

- Seguid por ese túnel. - dijo al tiempo que señalaba el de la derecha. - No paréis hasta que estéis fuera. Voy a despistarlos para conseguir algo de tiempo. A los yokais les gusta la oscuridad, con suerte saldrá el sol para cuando se den cuenta y no nos perseguirán fuera.

Dayagon se internó por el de la izquierda con la antorcha en alto. Cruzó galerías y cavernas hasta que llegó a una caverna estrecha con un agujero en el centro. Se detuvo a escuchar los ruidos que hacían los yokais persiguiéndole. Los había dejado atrás pero estaba seguro de que estaban persiguiéndole a él. Se sentó en el suelo apoyado en la pared de roca y cerró los ojos.

Una mano le levanto la cara sujetándole de la barbilla. Dayagon abrió los ojos y se encontró con dos grandes ojos verdes mirándole. Unos suaves labios descendieron hasta los suyos uniéndose en un profundo beso. La mano de Dayagon subió acariciando su espalda hasta su nuca donde se enredó con la larga cabellera dorada de ella. Aquel cálido beso duró unos segundos, se separaron mirándose a los ojos. Dayagon permanecía con la mano en su nuca como si no quisiera separarse de ella nunca. Shara le pasó la mano por la mejilla en una suave caricia.

- Te he echado de menos. - dijo con una voz tan suave como la seda.
- Yo a ti también.

Aun permanecían las palabras en el aire cuando volvieron a besarse. Un beso apasionado y largo como si no quisieran que terminase. Los ruidos de los yokais se oían cada vez más y más cerca. Shara se separó de él poniéndole una mano en su pecho.

- Debes de irte, ya están muy cerca.
- No, quiero quedarme aquí...
- Aquí no queda nada para ti. - le interrumpió Shara
- Me quedas tú.
- Sabes que no. - dijo con una lágrima asomando en sus ojos.

Dayagon apoyó la cabeza en la pared y cerró los ojos aguantando las lágrimas.

- Deberías hacerle caso. Si mueres, yo también y no tengo ganas de morir aquí. - dijo una voz grave resonando en la cueva.

Dayagon abrió los ojos y se encontró con la cueva vacía. Se levantó, se acercó al agujero y tiró la antorcha en el. La oscuridad se tragó la luz de la antorcha en la caída y ni siquiera se oyó el sonido cuando llegó al fondo. Dayagon tragó saliva y se escabulló de la caverna con sigilo hacia la salida de la montaña.



Salieron de la montaña por una estrecha grieta que daba a un bosque de pinos en la ladera de la montaña. Las pequeñas luces verdes que llevaban no alumbraban mucho en un espacio tan abierto. Tiraron las luces y empezaron a descender la montaña por el bosque iluminado por la luz de la luna.

Llegaron hasta el borde de un pequeño acantilado desde el que se divisaba la bahía. Las olas rompían en las rocas al borde del acantilado ocultándolas bajo la blanca espuma. Los acantilados descendían hasta una playa de arena blanca de la que ascendía un camino entre los pinos hasta la mansión que estaba en lo alto del acantilado al otro lado de la bahía. La mansión tenía un patio rodeado por un muro con una gran puerta custodiada por soldados.

- Descansaremos aquí, nada de fuego.

Los soldados se apresuraron a montar unas tiendas al amparo de los arboles. Dayagon los encontró allí y se acercó a Killian que estaba al borde del acantilado.

- Esa es la mansión ¿no? ¿Ahora qué?
- Esperaremos a que vengan los orcos y atacaremos. Haremos que parezca una emboscada de los orcos para que no se alíen con ellos.
- ¿Y si han venido ya?
- Entonces tendremos un problema. ¿Qué propones?
- Mañana, al alba, el acantilado estará a oscuras. Puedo escalarlo sin que me vean, entrar y abriros esa puerta. Si están ya aquí los matamos a todos y si no, podremos preparar una emboscada para cuando lleguen los orcos.
- No es mala idea. Descansaremos lo que queda de noche y mañana nos pondremos en marcha.

Les explicaron el plan a los soldados mientras tomaban una cena fría y se acostaron a descansar haciendo turnos de guardias



Idrial estaba intranquila y no podía dormir. En mitad de la noche, salió de su tienda y se dirigió al acantilado. Se sentó en el borde mirando el mar. Eso siempre la calmaba. Llevaba allí un rato cuando oyó unos pasos detrás suyo. Se giró y vio a Killian que se acercaba a ella.

- No es tu turno. ¿No podías dormir? - le pregunto mientras se sentaba a su lado.
- No, no podía.

Se hizo un pequeño silencio entre ellos. Killian levanto la vista al cielo y vio la luna llena apareciendo entre unas nubes.

- Te dije que saldríamos. - dijo para romper el silencio.

Idrial seguía en silencio con la mirada perdida en el mar. Temblaba ligeramente y Killian le pasó un brazo sobre sus hombros atrayéndola hacia él. Idrial apoyó la cabeza en su hombro entrelazando la mano con la suya.

- Gracias. - dijo entre susurros mirándole a los ojos.

Killian se acercó y sus labios se posaron sobre los de ella. Idrial correspondió al beso durante un segundo antes de apartarse de él.

- Debería acostarme y descansar un poco.

Idrial se levantó y se fue hacia su tienda. Killian se quedó allí, mirando la luna un rato más.

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viernes, 1 de agosto de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 12

El Raubtier surcaba las aguas del océano Vellfersa. Era un barco de 30 metros de eslora y dos cubiertas por encima de la línea de flotación. Contaba con tres mástiles y una dotación de ocho balistas en cada costado, cuatro por cubierta.

El capitán Drake estaba apoyado en la borda. Llevaba un sombrero de tres picos calado hasta sus ojos oscuros. Su pelo caía debajo del sombrero hasta sus hombros. Una pequeña barba negra bien recortada adornaba su cara y ocultaba parte de sus facciones. Tenía una gabardina de color rojo oscuro por encima de una pequeña camisa blanca. Unas botas de cuero que se perdían por el bajo de su gabardina. Un pantalón marrón claro metido por las botas y ajustado por un ancho cinturón de cuero del que colgaban cuatro estiletes y dos sables anchos. En el castillo de popa solo estaba él y su timonel. El resto de la tripulación estaba ocupada, en cubierta y en la arboladura, colocando las velas.

Drake miraba la mansión que vigilaba la bahía desde la altura de los acantilados. Él no era supersticioso, como la mayoría de marineros que surcaban esas aguas, pero ese sitio le intimidaba, aquella mansión instigaba el miedo en los corazones de quienes la miraran.

La mansión era una obra maestra de sillería. Las piedras, negras como la noche, encajaban entre sí de tal manera que ni la hoja de una navaja podía colarse entre ellas. La mansión estaba coronada por torres circulares con techos cónicos de tejas. En la ventana más alta de la torre más alta podía verse una luz roja que titilaba. Siempre estaba encendida, de noche y de día.

- ¡Velas en el horizonte! - grito el vigía desde la cofa del palo mayor.

Drake escupió a las revueltas aguas y oteó con el catalejo hasta que diviso el barco. Era un barco de guerra con bandera de Adalia. La tripulación esperaba las órdenes de su capitán en silencio.

- ¡Desplegar todo el velamen! ¡A todo trapo!

El oficial de cubierta coreó la orden a pleno pulmón mientras la tripulación se afanaba con las velas. Drake miro por última vez la mansión y, cuando iba a bajar a su camarote, dijo:

- Timonel, rumbo a la cala. Volvamos a casa.



Dos días después de abandonar Vicanor llegaron a Dathor, la fortaleza gemela que defendía la frontera con Adalia en el paso Grundwar. El paso era un desfiladero entre dos montañas. Al inicio del mismo se encontraban dos castillos inmensos construidos en las paredes de roca a ambos lados del paso. Una muralla curva los conectaba entre sí cerrando totalmente el desfiladero. En el centro de la muralla había una gran puerta de madera reforzada con acero.

En Dathor, dejaron las monturas y descansaron durante toda la noche antes de partir, al alba, a pie hacia el este. Durante el viaje, Dayagon e Idrial, siguieron practicando con su nuevo poder. Aunque en Vicanor logró crear un campo de protección y sabían que era posible, no consiguió volver a hacerlo en ningún otro momento. Killian vestía una armadura de cuero marrón al igual que los soldados que los acompañaban. No portaban ningún símbolo militar en la armadura que los vinculara a Norwens. Así vestidos, más parecían una banda de mercenarios que soldados del emperador.

Al día siguiente de salir de Dathor llegaron a la entrada de las cuevas. Era un agujero pequeño en la montaña por el que un humano tendría que pasar encogido. La entrada estaba simulada por zarzas y habrían pasado de largo de no ser porque Dayagon la conocía bien e iba buscándola. Dayagon se detuvo y miro a sus acompañantes.

- Muy bien, antes de que entremos tengo que comentaros unas cosas. Evitaremos las rutas de los Yokai pero eso no quiere decir que estaremos totalmente a salvo. Pasaremos bastante cerca de la ciudad de Ketchira. Puede que nos encontremos con alguna patrulla. Si queréis salir vivos de ahí, hacer lo que ordene.

La angosta entrada daba lugar a una cueva pequeña en la que podían caminar erguidos. El ambiente estaba cargado con el olor a polvo y moho. Las antorchas no ayudaban a mejorarlo y creaban extrañas sombras en las paredes de piedra. Las estalactitas hacían que tuvieran que agachar la cabeza de vez en cuando. Dayagon iba delante eligiendo el camino con paso firme.

Pasaron por galerías de piedra estrechas por las que dos hombres no podrían pasar hombro con hombro, otras se ensanchaban un poco y en algunas tenían que pasar de lado rozando las paredes. Las galerías se dividían a lo largo del camino y en un par de ocasiones les pareció pasar por la misma otra vez. Estos túneles desembocaban en pequeñas estancias de las que partían más y más galerías formando un oscuro laberinto.

Llegaron a una amplia caverna natural, con un techo no muy alto pero suficiente para no molestarles las estalactitas. Dayagon se paró en el centro y levantó la antorcha por encima de su cabeza para iluminar toda la estancia. Cuando todos hubieron entrado dijo:

- Descansad aquí un momento, ahora vuelvo.

Dayagon desapareció por uno de los túneles y enseguida se perdió de vista la luz de su antorcha. Los soldados encendieron una pequeña hoguera y se sentaron a esperar. Killian se sentó al lado de Idrial, que tenía la mirada perdida con un atisbo de miedo en ella.

- ¿Estás bien? - le pregunto Killian tocándola en la rodilla para sacarla del pequeño trance.
- Sí, más o menos. - respondió pasándose una mano por la cara y el pelo. - Nunca me han gustado las cuevas, el espacio angosto, esta oscuridad permanente. En el bosque nunca hay tanta oscuridad, las estrellas y la luna lo iluminan. Pero aquí, levantas la vista y ves oscuridad, sientes el peso de la montaña encima de ti. Ni siquiera sé donde estamos o qué hora es.
- Tranquilízate. - dijo Killian mostrándole una cálida sonrisa. - Saldremos de aquí, volverás a ver la luna, las estrellas y los arboles.

Killian no estaba del todo convencido de ello pero no dejo que sus dudas se reflejaran en su cara. Empezaba a preguntarse si Dayagon conocía de verdad el camino, donde estaba y porque se había ido dejándoles allí. Concentrado en esas preguntas no se dio cuenta de una luz verde que iluminaba la galería por la que Dayagon se había ido.

Una luz verde lima reptaba por las paredes de la galería hacia la caverna. El primer soldado que la vio se levanto de un salto mientras desenvainaba la espada alertando a los demás. Se dispersaron, formando un semicírculo, en parejas para defenderse. Idrial se colocó detrás de ellos con una flecha en la cuerda del arco. Todos estaban en silencio, en la caverna solo se oía la respiración de los soldados y el sonido de unas pisadas que se acercaban. Dayagon apareció en la entrada del túnel con un cuenco en la mano de la que surgía esa fantasmagórica luz.

- Joder Dayagon, que susto nos has dado. Ya podrías haber avisado que eras tú. - dijo Killian mientras envainaba la espada. Los soldados guardaron las armas y volvieron a la hoguera. Killian señalo el cuenco- ¿Qué es eso?
- Una mezcla de minerales triturados que utilizan los yokais para iluminar. Esta luz no nos deslumbrara tanto como el fuego ni nos delatara si nos encontramos algún yokai.

Siguieron descansando un rato mientras Dayagon mezclaba los minerales en un par de cuencos para hacer más luces. Cuando termino siguieron adentrándose en la montaña por aquellos pasadizos angostos fabricados por la erosión del agua que hacia miles de años había dejado de correr por allí. Las galerías iban descendiendo, profundizando cada vez más en la montaña. Poco a poco, los túneles se ensanchaban y se podían apreciar marcas de herramientas en las paredes.

- Nos estamos acercando a Ketchira. Las galerías son más anchas cerca de la ciudad. Los yokais llevan años agrandándolas.

Entraron a una caverna y Dayagon tapo rápidamente el cuenco ordenando a los soldados a hacer lo mismo con los otros. La caverna se quedó a oscuras y pudieron ver una pequeña luz verde en una de las galerías que se iba acercando. Dayagon destapó un poco su cuenco y los guió hasta un grupo de grandes estalagmitas para esconderse.

Entraron en la caverna dos pequeñas criaturas andando sobre sus cortas piernas. Sus cuerpos estaban recubiertos de un pelaje hirsuto de color marrón. Los únicos lugares que no cubría ese pelo eran las manos, los pies y una larga cola. Tenían una cabeza alargada terminada en un morro con grandes bigotes y lleno de pequeños dientes y unas grandes paletas superiores. Una pequeña naricilla rosa se crispaba al final del morro olisqueando el aire. Tenían unos ojos pequeños y oscuros con un atisbo de inteligencia en su interior. Unas orejas grandes y alargadas se movían detrás de los ojos, colocadas muy atrás en su cráneo.

Los dos yokais estaban vestidos con unos chalecos sin mangas oscuros, muy desgastados y sucios como para averiguar cuál había sido su color. Unos pantalones cortos ceñidos con un cinturón de cuero, del que colgaban unas espadas cortas, completaban su vestuario.

 Dayagon señaló con la mirada al arco de Idrial. Esta preparo la flecha en completo silencio. Un soldado la imito levantando un arco corto. Las flechas atravesaron a los yokais matándolos antes de que pudieran gritar. Escondieron los cadáveres donde se habían escondido ellos y siguieron su camino.

Las galerías que tomaron eran más amplias que las anteriores, ahora podían ir andando en parejas. Las galerías empezaron a ascender notablemente haciendo más duro el camino. Llegaron a una caverna muy amplia, la más grande de las que habían visto. Las pequeñas luces que llevaban no alcanzaban a alumbrar el techo de la cueva. La galería por la que habían entrado daba a una estrecha repisa que ascendía por la pared izquierda de la cueva hasta otra galería. En la pared contraria se encontraba una gran cascada que formaba una pequeña niebla. Idrial se asomó por el borde de la repisa al vacio oscuro en el que se perdía la cascada y no pudo ver donde terminaba.

- ¿De dónde sale tanta agua?
- De la cumbre de la montaña. La nieve y el hielo se descongela y se filtran formando ríos subterráneos. Allí abajo - dijo señalando al abismo que tenían a los pies.- se encuentra un lago del que nace un rio que pasa por Ketchira y llega hasta el océano.


Subieron por la repisa en fila con Dayagon a la cabeza y Killian e Idrial cerrando la marcha. Cuando Killian llego hasta el túnel oyó un ruido detrás de sí y se giró justo a tiempo para ver como se desprendía parte de la repisa de la pared cayendo al vacio y como se hundía la tierra debajo de los pies de Idrial.

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