domingo, 27 de septiembre de 2015

Dol´Mara, la ciudad de los excesos. - Capítulo 3



En una habitación del piso superior de la taberna se encontraba una sorprendida Shariva. Se encontraba mirando su reflejo en un espejo. Leedis le había limpiado la cara con un paño húmedo y le había cepillado el pelo, que, ahora, le caía suelto y liso sobre los hombros. El vestido de seda le quedaba muy bien, como si lo hubieran hecho a su medida. Le llegaba por debajo de las rodillas y las mangas largas llegaban justo hasta su muñeca.

- Estas preciosa. - dijo Leedis sonriéndole a través del espejo.

A Shariva se le iluminó la cara con el cumplido y una tímida sonrisa floreció en ella.

- Vamos.

Shariva siguió a Leedis fuera de la habitación. La segunda planta de la taberna era un pasillo que la recorría de punta a punta con puertas a ambos lados y, al final, otra escalera que subía a una buhardilla. Bajaron al salón de la taberna y se dirigieron a la barra, tras la cual estaba la puerta de la cocina.

- Esto es lo que tienes que hacer. - le dijo Leedis mientras le colocaba un mechón de su pelo rubio tras la oreja. - Estate cerca de la barra. Yo u otra de las chicas te daremos platos o jarras y te diremos a que clientes se las llevas. De vuelta recoge los que veas vacíos. Y siempre con una gran sonrisa. ¿Vale?
- Sí. - dijo Shariva alegremente. Comparado con las tareas que tenía que hacer en la granja, esto le parecía sumamente fácil.

El salón era bastante grande. Estaba ocupado casi en su totalidad por mesas. Al final de éste, había una pequeña zona separada por una valla de madera a la que se accedía por unos escalones. En esta zona, el suelo era de tierra a diferencia del suelo de madera del resto de la taberna. Casi todas las mesas estaban ocupadas por hombres y alguna que otra mujer. Solo había un par vacías, las más alejadas del fuego. Al lado de la chimenea había un bardo tocando un laúd y llenando la habitación con su melodía.

Las otras mujeres que trabajaban allí llevaban un vestido cortado con el mismo patrón que el suyo, pero de color amarillo. Shariva recorría el salón. Llevaba jarras de cerveza llenas hasta el borde a las mesas y volvía con otras vacías. Platos que desprendían un aroma que le hacia la boca agua y regresaba con otros en los que solo quedaban los restos.

Conforme pasaba el tiempo, la taberna se llenaba cada vez más. Muchos clientes entraban, pocos salían y otros desaparecían por la escalera del segundo piso con alguna de las chicas de vestido amarillo. El bardo tuvo que alzar la voz para competir con el ruido que estaban formando la gente que se encontraba cerca de la zona de tierra. Cuando Shariva pasó cerca de ahí vio que el grupo de personas formaba un corro donde dos hombres, vestidos únicamente con pantalones, se estaban pegando. La gente los jaleaban alzando el puño y gritando cosas como: "¡Dale fuerte!" "¡Túmbalo!" Shariva retrocedió un paso, instintivamente, y chocó con alguien.

- No te asustes, Gatita. - dijo una voz masculina a su espalda. - Solo se van a pegar entre ellos.

Shariva sintió una mano que le tocaba el culo e, instantáneamente, saltó hacia delante atropellando a una de las chicas y acompañada de las carcajadas del hombre. La mujer, que por suerte no llevaba nada en las manos, se levantó deprisa y se acercó al hombre.

- Sabes que eso no está bien. - le dijo con una voz melosa. - ¿No prefieres divertirte conmigo en vez de con una con el vestidito rojo? ¿O no te habías dado cuenta del color?

La mujer se pegó a él pasando el dedo índice por su cuello hasta detener la mano encima de su pecho. El hombre se giró, cogió la jarra y se la bebió de un trago. Agarró a la chica de la muñeca y se dirigió hacia las escaleras.

- Vuelve a la barra. - le dijo la chica en voz baja al pasar a su lado.

La noche pasó sin más incidentes y poco a poco la taberna fue vaciándose. Entre todas las chicas limpiaron la taberna rápidamente. Sylras fue sacando de la cocina platos de pollo con una guarnición a base de setas y zanahorias, todo ello rehogado en una espesa salsa. Algunas comían en silencio, otras formaban pequeños grupos hablando entre sí.

Shariva comió en una esquina de la barra. Sola. Pensando. Con la vista perdida. Mirando a todas partes y a ninguna. Pensó en su familia y una lágrima afloró en sus ojos. Se la limpió con el dorso de la mano. "No debo llorar." Pensaba centrando su atención en la comida que tenía delante. "No debo llorar". Repetía en su interior, haciendo de esa frase un mantra.

Cuando terminaron de comer, llevaron los platos a la cocina y se fueron a dormir. Leedis la llevó hasta una pequeña habitación con una cama y una mesilla sobre la que había una lámpara. Shariva se desvistió y se tumbó en la cama. Estaba en posición fetal, repitiendo una y otra vez las tres palabras en su cabeza. Entonces lloró, amarga y silenciosamente, hasta quedarse dormida.



Shariva estaba en la habitación de Sylras. Estaba nerviosa. No sabía por qué la había llamado. La habitación se encontraba en la planta baja. Tenía una gran cama debajo de una ventana. Cómodas y armarios se repartían por el espacio que quedaba, así como un pequeño escritorio situado contra la pared. Encima de éste, se amontonaban papeles, tinteros y plumas sin orden ni concierto. Sylras estaba sentado en el borde de la cama y le indicó a Shariva que se acercara.

- Ayer trabajaste bien, pero no me interesa tener un vestido rojo en el salón. Si quieres seguir aquí, durmiendo bajo mi techo y comiendo de mi comida, deberás de vestir el amarillo.
- Yo… Yo… no comprendo. - balbuceó Shariva.
- Antes de darte un vestido amarillo, debo comprobar si vales para llevarlo. - continuó Sylras como si no la hubiera oído.
- No lo entiendo. ¿Qué es lo que quieres comprobar?
- Desnúdate.
- ¿Cómo? - preguntó con un tono de alarma en la voz y dando un paso atrás. - ¿Qué? ¿Por qué?
- Si vas a llevar un vestido amarillo debes demostrarme que puedes llevarlo, que sabes darle placer a un hombre. Así que, desnúdate.

Shariva dio otro paso atrás mientras seguía balbuceando. Miles de pensamientos se le cruzaban por su mente. No quería hacerlo. La simple idea de desnudarse antes ese hombre y hacer lo que le proponía le asqueaba. Pero si no lo hacia debería de volver a la calle. A pasar frío en las noches. De vuelta a escuchar los rugidos de su estomago.

Lentamente, bajó las manos hasta el borde del vestido. Aún más lento, comenzó a subirlo. Cada vez mostraba un poquito más de su blanca piel. Cerró los ojos, intentando retener unas lágrimas que le corrían ya por las mejillas.

- No llores. No quiero que mis chicas lloren cuando estén con un hombre.

Con los ojos cerrados podía hacerse la ilusión de que estaba sola, que Sylras no estaba delante mirándola. Pero oír su voz deshizo la ilusión y un escalofrió le recorrió la columna. El vestido ya se encontraba por sus caderas, mostrando su ropa interior de lana, cuando Shariva lo soltó y lo dejó caer. Salió corriendo de la habitación acompañada de sus lágrimas. En el salón, casi atropella a una de las chicas en su carrera hacia la puerta. Leedis, intento agarrarla del brazo cuando pasó junto a ella. Para esquivarla, tuvo que echarse a un lado, volcando una mesa. Abrió la puerta de un empujón y el estallido de luz la cegó momentáneamente. Aun viendo pequeñas manchas blancas, siguió su alocada carrera. No paró de correr hasta encontrarse de nuevo en el jardín.



Por la tarde, cuando el hambre volvió a visitarla, decidió salir del jardín. Se asomó por encima de la valla y no vio a nadie. No quería acercase de nuevo a la taberna, por lo que recorrió el callejón para salir por la otra entrada. Recorrió calles y plazas. Intentaba pasar desapercibida y, cuando podía, se escondía de la gente. Llegó hasta una zona con almacenes, muy parecida a la que había estado con su padre y con su hermano. Miraba atentamente los edificios, intentando acordarse de en cuál de ellos había vendido las cosas su padre. Si encontraba al mercader, quizá éste podría ayudarla y llevarla a su casa junto a su familia.

Por más que buscaba, no encontraba el almacén. Todos le parecían iguales. En la puerta de uno, había apiladas unas cajas con manzanas. El hambre pudo con su razón y cogió una, llevándosela a la boca. Del almacén salió un hombre mayor gritando: "¡Ladrona, ladrona!". Shariva echó a correr dejando tras de sí los gritos de ese hombre que intentaba alertar a la guardia.

Al cruzar una esquina se topó con un chico joven. El impacto provocó que él trastabillara hacia atrás y Shariva se cayó de culo. Detrás de él, había otro chico. Los dos eran jóvenes, no debían de pasar de los veinte años. Shariva se levantó rápidamente y comenzó a correr en la dirección contraria. Los muchachos, tras unos segundos, la persiguieron. Eran más grandes que ella, y en unas  pocas zancadas la alcanzaron cuando entraba a un callejón. Uno la agarró del hombro. Shariva se tropezó y cayó al suelo. Intentó alejarse de ellos arrastrándose hasta que su espalda chocó con una pared.

- Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? Una ladrona en nuestro territorio.
- Y nosotros no permitimos ladrones por aquí.
- Eso atrae a la guardia y los soldados nunca son una buena noticia.

El chico sacó un pequeño cuchillo y le puso la hoja plana en el cuello. Shariva se estremeció al notar el frío del hierro.

- ¿Sabes lo que hacemos con las ladronas por aquí? - decía mientras con la punta del cuchillo le apartaba un mechón de pelo de la cara.

Con la mano libre le cogió de la cara apretando en las mejillas. La levantó hacia él y le aplastó los labios con los suyos. Shariva intentó zafarse, pero el chico era más fuerte que ella. Le golpeó en el pecho hasta que el otro chico la sujetó de las muñecas elevándole los brazos por encima de la cabeza.

- ¡Dejarme, dejarme! - gritó cuando el chico se separó de ella.

Shariva forcejeaba intentando librarse del chico que le sujetaba los brazos. Pataleaba en todas direcciones. El chico que la había besado recibió una en el estómago que lo dobló por un instante.

- ¡Serás zorra!

El chico le abofeteó la cara. A Shariva le zumbaron los oídos por el golpe y se quedó quieta por unos instantes, segundos que aprovechó el chico para levantarla en peso, recostarla sobre la espalda y situarse entre sus piernas. A base de tirones, le elevó el vestido hasta mostrar los pequeños senos. Apretó una de las tetas con fuerza, pellizcándole el pezón y provocándole dolor. El otro pezón se lo introdujo en la boca haciendo unos asquerosos sonidos de succión. Shariva seguía intentando resistirse, pero con uno sujetándole y el otro entre sus piernas, apenas podía moverse.

De un simple tirón, el chico le arrancó la ropa interior.

- ¡No, no! ¡Dejarme! ¡Basta ya! - gritaba mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas.

Los gritos los acalló el chico que le sujetaba los brazos metiéndole algo caliente en la boca. Shariva intentó morderla, pero el chico fue más rápido que ella y le abofeteó nuevamente en la cara para, instantes después, ponerle el filo del cuchillo en el cuello.

- Como vuelvas a intentarlo te rajo el cuello, puta.

Shariva lloraba, apenas le quedaban fuerzas para pelear con ellos. El chico que se la había metido en la boca le sujeto la cabeza y se la movía hacia delante y atrás. Shariva sentía como ese pene le llenaba la boca. A veces, llegaba hasta su garganta provocándole arcadas. Todos sus músculos se tensaron al sentir la punta del pene del otro chico apoyada sobre su vagina. El chico la penetró de un solo golpe de cadera y un dolor agudo la atravesó. Sus gritos fueron ahogados por la carne que tenía en la boca.

- Creo que ésta era virgen. Joder, que estrecha que está. - le dijo a su amigo mientras comenzaba un bombeo rápido.
- Yo también quiero catarla, date prisa.

Tras unos minutos, que a Shariva le parecieron horas, el chico salió de su interior. Shariva quedó desmadejada en el suelo, como una muñeca de trapo que lo único que podía hacer era llorar. Los chicos la levantaron dejándola boca abajo en el suelo. Apenas sentía las piedras que se le clavaban en la piel. Los chicos cambiaron las posiciones. El que antes tenía entre sus piernas se sentó delante de su cara y, abriéndole la boca con las manos, le introdujo el pene, aún con rastros de sangre y flujos de ella. El otro chico se sentó sobre sus piernas extendidas. Le separó las nalgas con las manos y se la metió en su vagina. Esta vez a Shariva no le dolió tanto, ya fuera porque estaba dilatada por el otro chico o porque éste la tenía más pequeña.

Los chicos la usaban a placer, llenando el callejón con bufidos y gemidos. El estallido del chico que tenía en la boca la pilló de improviso. De pronto, el chico apretó su cabeza contra él y la boca comenzó a llenarse de un líquido caliente, salado y agrio. Cuando la soltó, Shariva lo escupió en el suelo entre toses y arcadas. El chico que tenia detrás comenzó a bombear más lento y Shariva sintió algo caliente en su interior.

Los chicos se fueron de allí corriendo. Shariva apenas sentía nada del mundo que la rodeaba. Ni los pasos que se acercaban por el callejón. Ni los brazos que la levantaron en peso. Ni el pecho del hombre sobre el que se acurrucó mientras la sacaba de allí.


martes, 8 de septiembre de 2015

La leyenda de Dayagon - Capítulo 21



Las islas Rannimwë y Galadhmel se levantaban del mar dos centenares de metros. El acantilado de piedra se elevaba en vertical. La cima estaba decorada por la vegetacion. Por el borde se descolgaban lianas y enredaderas. Las islas crecían hasta llegar a su máximo y entonces iban descendiendo hasta el nivel del mar creando playas, al norte en la isla Rannimwë y al sur en Galadhmel. Dos ríos descargaban sus aguas con una gran cascada en el estrecho que separaba la isla. El agua en suspensión creaba una espesa niebla. El barco avanzaba directo hacia el centro.

De la parte alta del acantilado, directamente desde la roca, allí donde apenas llegaban las lianas más largas, salió una figura planeando con unas grandes alas extendidas. Segundos después, una segunda figura le siguió. Al principio, no eran más que una mancha negra recortada contra el azul del cielo. Más tarde, empezaron a apreciar detalles. La criatura estaba recubierta de escamas marrón rojizas. Dos alas, parecidas a las de los murciélagos, los mantenían en el aire. Dos musculosas patas se alineaban con la parte inferior de su tronco y la larga cola que les ayudaba a estabilizarse. Desde el morro hasta la punta de la cola medirían casi siete metros. Cuando giraron, sobrevolando el barco, dejaron a la vista a dos elfos que iban en su lomo.

- ¿Dragones? - preguntó Dayagon al aire.
- No, son wyverns. No quedan dragones en el mundo. Estos son sus parientes. Muy inferiores a ellos. - dijo Egaran con un aire de suficiencia, como si disfrutara haciendo esa corrección. - Se les diferencia por la ausencia de las patas delanteras y su tamaño inferior. Además, los dragones son mucho más listos. Si hacemos caso a las historias, eran capaces de comunicarse por telepatía con las demás razas.

Estos seres inferiores dieron un par de vueltas más, como ordenando a los tripulantes del barco a que les admiraran, antes de descender para posarse sobre la borda del castillo de popa que los marineros habían cubierto con mantas, uno a cada lado, provocando que el barco basculara peligrosamente antes de estabilizarse. Haciendo gala de una gran fuerza en las patas, se agacharon hacia la cubierta sin llegar a tocarla y ambos elfos se apearon de un salto.

Uno de los elfos era una mujer. Ambos vestían con el uniforme de los jinetes de wyverns. Unos pantalones de cuero reforzados con placas de acero, unas botas que parecían una prolongación de los pantalones y una coraza para proteger el pecho. Los brazos los llevaban descubiertos, mostrando una piel tostada por el sol. Llevaban unos guantes con puntas de acero en los nudillos y que no le llegaban a cubrir los dedos. El conjunto lo completaba un ligero casco forjado con la forma de un wyvern. La cabeza les protegía la nariz y las alas caían sobre sus pómulos. En la parte superior del casco había un agujero por el que sacaban el pelo. Los elfos acostumbraban a tener el pelo largo y de esta manera no les molestaba tanto llevar el casco. El elfo tenía el pelo castaño y se lo dejaba suelto en una cola que le llegaba hasta media espalda. La elfa lo tenía rubio en una trenza hasta los hombros.

La elfa fue bajo cubierta mientras el hombre hablaba con Kechard. Dayagon, Idrial y Egaran subieron al castillo de popa, manteniendo una prudencial distancia con los wyverns.

- Muy bien Kechard, ¿Qué transportas? - preguntó el elfo mientras terminaba de echarle un ojo a unos papeles que tenía en la mano y se los devolvía al capitán.
- Personas y sus pertenencias. - respondió mientras guardaba los papeles.
- ¿Son estos sus pasajeros? - preguntó señalando al trío que acababa de subir.
- Así es, estos mesmos.
- ¿Quiénes sois y a qué habéis venido a las islas? - les pregunto con aire autoritario.
- Soy Egaran, embajador de Norwens. Nos envía el emperador Carthas para parlamentar con vuestro Rey. - le respondió dándole un papel con la firma y sello del emperador que corroboraban sus palabras.

El elfo le echó un rápido vistazo leyéndolo por encima. La elfa apareció en cubierta y con un ligero meneo de cabeza le hizo saber al elfo que no había encontrado nada.

- Muy bien, todo en orden. - dijo el elfo devolviéndole el papel. - Bienvenidos a las islas y que tengan una buena estancia.
- Me gustaría pedirle, si pudiera ser, que nos proporcione un guía. No conocemos Dreleärdin.
- Por supuesto, habrá alguien esperándoles en el puerto. - respondió tras unos segundos de silencio.

Dicho esto el elfo se dio la vuelta, dirigiéndose hacia uno de los wyverns. El wyvern descendió, apoyándose, esta vez, sobre la cubierta con las garras que tenía en medio de las alas. El elfo encajo unos ganchos de las botas en el estribo derecho de la pequeña silla de cuero que estaba sobre el lomo del animal y de un ágil salto se subió a ésta, encajando la otra bota. Se ató una cuerda de seguridad de la silla a su cinturón y con un poderoso aleteo, el wyvern se separó del barco que volvió a oscilar peligrosamente. La elfa lo siguió y ambos wyverns se elevaron en el aire rápidamente. Dayagon e Idrial los siguieron con la mirada hasta que se perdieron en el acantilado por donde habían aparecido.

Kechard gritaba órdenes a diestro y siniestro. Los marineros se afanaban en reorientar las velas para que captaran todo el aire que pudieran. El barco ganaba velocidad poco a poco e iba directo hacia el muro de niebla. Cuando se interno en él, las velas se vaciaron, colgando inertes de los mástiles. El barco perdió su empuje notablemente. Kechard confiaba que la propia inercia del barco les sacara de la niebla. Ésta era tan espesa que con el brazo estirado no veían su propia mano.

Apenas unos minutos después de entrar, la niebla empezaba a aclararse. Cuando salían de la niebla, aun entre la bruma, pudieron ver otra isla. Tenía una gran montaña en la parte norte y en su ladera hacia el sur se levantaba una ciudad. Al principio, solo veían torres coronadas por tejados cónicos y agujas doradas. Luego, pudieron ver la ciudad con sus casas multicolores.

Un rugido atrajo su atención. Un wyvern cayó en picado y se zambullo en el mar para salir enseguida girando sobre sí mismo, despidiendo agua hacia todos lados, y con un gran pez en la boca. Lo soltó volviéndolo a atrapar en el aire para poder tragárselo mejor. Alzando la mirada vieron tres wyverns más sobrevolándoles. Más lejos podían verse otros que estaban pescando.

Los elfos habían aprovechado la desembocadura de un rio para levantar su ciudad allí. El rio tenía un curso lento, por lo que los elfos habían canalizado su curso para crear grandes avenidas con una calzada de agua. La mayor parte de estas avenidas desembocaban en el puerto. El puerto era largo, construido con paredes de piedra amarilla de la que partían pasarelas de madera. Había mucha actividad cuando llegaron. Con ayuda de dos pequeños remolcadores, el Argos atracó.

Dayagon, Idrial y Egaran recogieron sus pertenencias y se dispusieron a desembarcar. Al otro lado de la pasarela de madera les esperaba una elfa. La elfa vestía un ligero vestido de seda con tonos que iban desde el rojo hasta el amarillo. Un par de telas colgaban desde los hombros hasta sujetarse a las muñecas por unas pulseras de jade y aguamarina dejando los brazos descubiertos. Dos grandes ojos de color avellana destacaban en su pequeña cara. Por debajo de estos, una nariz respingona y unos pequeños labios pintados de marrón. El pelo rubio lo llevaba recogido por dos mechones trenzados y unidos entre si detrás de su cabeza.

- Eres quien subió al barco junto al otro elfo. - dijo Dayagon, que la había reconocido antes, si quiera, de pisar la pasarela.
- Así es. - respondió la elfa con una ligera inclinación de cabeza. - Me llamo Nythien. Seré vuestra guía por la ciudad. Seguidme, por favor.

Nythien extendió un brazo hacia la ciudad. La tela que iba hasta su muñeca se extendió y parecía que la elfa tuviera un ala como los wyverns que montaba. El grupo estuvo rápidamente sobre el suelo de piedra del puerto y Nythien les guió hasta uno de los canales donde les esperaba una barca. Subieron y el barquero la alejó de la orilla con una larga pértiga que utilizó para impulsar la barca.

La arquitectura de la ciudad era diferente a todo lo que Dayagon e Idrial habían visto. Las casas eran altas, llenas de líneas curvas. Las paredes tenían una ligera pendiente que se hacía más pronunciada conforme llegaban a la base. Esta pendiente no acababa con la fachada, pues las aceras de piedra también estaban inclinadas hacia el canal. Las torres que habían visto eran iguales, más anchas en la base que en la cúspide. Para la decoración de las fachadas se habían utilizado multitud de colores. Dayagon tenía la firme creencia de que en la ciudad se habían usado todos los colores del mundo y más de un pigmento se habría inventado expresamente para ese fin.

Navegaban por el canal principal de Dreleärdin. Éste comenzaba en el palacio del rey y continuaba recto hasta el puerto. De el partían el resto de canales que se extendían por toda la ciudad. Se cruzaron con numerosas barcas. Algunas eran pequeñas, ocupadas por un par de pasajeros. Otras, más grandes, llevaban productos y mercancias. Algunas eran embarcaciones de recreo con un toldo de tela y divanes y asientos acolchados en su interior. Pasaron por debajo de puentes altos de piedra en los que el barquero, que iba de pie, no tenía que agacharse para evitar darse.

En la barca, Idrial miraba hacia todos lados con admiración, como una cría pequeña que veía por primera vez un paraje precioso. Desde que Glammriel le habló de esta ciudad, siempre había querido venir y, ahora que estaba aquí, se dio cuenta de que las descripciones de Glammriel se quedaban muy cortas.

- ¿Me recibirá el Rey cuando lleguemos? - le preguntó Egaran a Nythien mientras se alisaba el jubón.
- No lo sé, solo me han dicho que os escoltara hasta el palacio. Una vez allí, el chambelán os lo dirá.

Egaran siguió preguntándole cosas con esa voz monótona que tenia. Dayagon comprendió enseguida que no le importaba nada esa conversación y se entretuvo intentando pescar alguno de los peces que nadaban por el canal con las manos, ahora convertidas en zarpas.



El palacio estaba rodeado por una muralla. Sobre el canal, ésta formaba un arco de piedra con un rastrillo levantado. Al otro lado había un pequeño lago y, aunque no lo pareciera por donde se encontraba, éste era natural. Estaba alimentado por el rio que descendía de la montaña y los elfos lo habían aprovechado para incluirlo dentro de los jardines del palacio. A un lado había un pequeño puerto con dos embarcaciones de recreo lujosamente decoradas. El barquero les llevó hasta una plataforma de madera en la que se bajaron. Nythien le dio las gracias y unas monedas por el viaje. Maniobró la barca tan pronto como se habían bajado y enseguida se perdió bajo el arco de la muralla.

El palacio era muy alto. En su centro había una gran cúpula de la que partían dos alas laterales y una nave central. En los laterales del palacio tenía grandes pilares en espiral unidos a éste por arbotantes. Grandes cristaleras proporcionaban iluminación a su interior. En las escaleras de entrada al palacio les esperaba un elfo. Era viejo hasta para los cánones elficos, pero apenas aparentaba tener más de 40 años. Los saludó con una ligera reverencia.

- Soy Melraand, el chambelán del palacio. Nythie, gracias por acompañarles. Puedes retirarte.
- Sí, señor.

La elfa hizo una reverencia y se giro para irse. Después de las presentaciones, el grupo siguió al chambelán dentro del palacio. Entraron a un recibidor con el suelo de granito tan pulido que reflejaba como si fuera un espejo. Delante de ellos, una escalinata subía hacia la sala del trono desde la que llegaban ruidos de voces. Melraand les guió hacia una puerta lateral y, tras esta, por un pasillo hasta las habitaciones que iban a ocupar.

- El rey los recibirá más tarde, en privado. Mientras tanto pueden descansar aquí.

Las habitaciones tenían ventanas hacia el jardín. Estaban amuebladas con una cama y varios armarios y cómodas. Por una puerta lateral se daba a un baño con una amplia bañera.

- Pueden utilizar las prendas que les hemos dejado en los armarios. Dejen sus ropas en los cestos que tienen al lado de la puerta y nos encargaremos de lavárselas. Enseguida les traeremos agua caliente para el baño. Siéntanse libres de explorar cuanto les parezca, pero han de saber que las dos alas del palacio son privadas y si salen a la ciudad, las puertas de la muralla se cierran por la noche, asique procurad volver antes del anochecer. Si necesitan algo más no duden en avisarnos.

Dicho esto, el chambelán dio la vuelta y se perdió por el pasillo. Como había dicho, al poco aparecieron sirvientes con cubos de agua humeante y les llenaron las bañeras. Les comunicaron que el rey quería cenar con ellos en unas horas y al irse, se llevaron con ellos los cestos con su ropa. Tras un buen baño, Dayagon se acostó en la mullida cama, cerró los ojos y enseguida se quedo durmiendo.


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