La casa de Killian había
sido construida encima de una fuente de aguas termales. El sótano de la casa se
reservó para una sala de baños con tres grandes tinas con diferente temperatura
del agua. En la más caliente estaba Dayagon relajándose de los rigores del
viaje y limpiándose la suciedad del camino. Oyó pasos al otro lado de la puerta
y se sumergió en la tina apenas dejando los ojos por encima del agua.
Idrial entró en la sala de
los baños y se dirigió hacia los ganchos de la pared. Comenzó a desabrocharse
la chaquetilla cuando oyó el movimiento del agua. Se dio la vuelta y vio a Dayagon
saliendo de la gran bañera con una toalla en el hombro, con la que se estaba
secando el pelo, como única indumentaria. Rápidamente se dio la vuelta articulando
una disculpa mientras se ruborizaba.
- Lo siento, no sabía que
estabas aquí.
- No te preocupes. -
Contesto Dayagon con una picara sonrisa en la cara. - Ya he terminado.
Dayagon se coloco la toalla
en la cintura y fue hacia la puerta, cuando iba a abrir dijo.
- Por cierto, he oído que
los unicornios solo dejan que se acerquen a ellos las mujeres vírgenes y tú no
solo te acercas sino que lo montas.
Idrial se giro mirándolo con
los ojos abiertos como platos, su boca se movía aunque ningún sonido salía de
ella y la cara se le iba enrojeciendo aun más.
- Ah, ya veo. - dijo
comenzando a reír.
Los ecos de su risa aun permanecían
en la sala un tiempo después de que él se fuera dejando sola a una alterada
Idrial.
Idrial, después de bañarse,
se puso un amplio vestido blanco de tirantes junto a unas pequeñas sandalias de
cuero que no eran más que una suela y unas tiras para ajustárselas a los pies. Salió
de la casa por la puerta trasera que daba al jardín. Un camino de piedras lisas
iba hasta una fuente con una estatua de una sirena con una vasija al hombro
desde la que caía el agua. El sol de media tarde lo iluminaba todo con su luz
rojiza.
El jardín estaba decorado
con arbustos con flores de todos los colores. A un lado de la casa se levantaba
una estructura de madera por la que trepaba una enredadera con unas grandes
flores rojas, una Yedra colorada. Por el jardín había bancos de madera y hierro
forjado. Los límites del jardín los marcaba un pequeño muro que llegaba a la
misma altura que la cintura de una persona. Desde el muro se podía ver, a unos
metros por debajo, un mar de tejas rojas que se extendía hasta el mar Gedra. La
vista desde allí dejo maravillada a Idrial.
Dayagon y Mylnia se
encontraban apoyados en el muro hablando. Cuando llego Idrial, Mylnia volvió a
entrar a la casa.
- Lo siento, ¿he
interrumpido algo?
- No, solo hablábamos. -
dijo Dayagon restándole importancia con un gesto de la mano.
Dayagon se volvió y se apoyo
en el muro con los codos. Dayagon vestía un pantalón marrón ajustado y sus
botas. Idrial se coloco a su lado admirando el paisaje.
- La vista desde aquí es
preciosa.
- ¿Te gusta el mar? - le
pregunto Dayagon mirándola.
- Sí, me encanta mirarlo y
perderme entre las olas. Me ayuda a reflexionar, me relaja. En Throviel me
gustaba ir a los acantilados, pasaba horas allí mirando el océano. Me dormía
con el susurro de las olas y con los sonidos que hacen cuando rompen en las
rocas. Mi lugar preferido era la desembocadura del rio Glorthilel, una cascada
tan alta que cuando el agua llega abajo no es más que una ligera neblina. ¿A ti
te gusta el mar?
- La verdad es que no. Es
algo tan grande, siempre en movimiento, siempre cambiando. No me gustan los
cambios. - contesto separándose del muro y sentándose en un banco cercano
rodeado de rosales.
- ¿Como el cambio que
experimentaste en el ataque de los orcos? Vi tu cara, te asombraste.
Dayagon la miro sorprendido,
ahora llegaba su turno de ruborizarse. Contesto a su pregunta con un hilo de
voz, casi susurrando.
- Idrial, no sé lo que soy.
Por lo que se, soy único en el mundo. Encima estos cambios, no sé como pare esa
hacha.
- No deberías tener miedo de
eso, es algo bueno. Generaste un campo de protección que te salvo el brazo. Deberías
estar contento por ello. ¿Puedes volver a hacerlo?
- No, no sé ni como lo hice
aquella vez.
Dayagon se levanto y se volvió
a acercar al muro. Idrial cogió unas cuantas piedras como la palma de su mano y
se alejo un poco de Dayagon.
- Hay magos que recurren a
la magia por primera vez en caso de extrema necesidad. Mis maestros me dijeron
que en esos casos es la mezcla de sentimientos y sensaciones los que activan la
magia y a través de ellos pueden volver a hacerlo. Intenta pararlas.
- ¿Qué?
Dayagon se dio la vuelta y
una de las piedras le paso silbando cerca de la oreja. Idrial lanzo su segunda
piedra que fue a impactar contra su hombro. La tercera la atrapo Dayagon al
vuelo. Idrial volvió a coger más piedras.
- Debes recordar aquel
momento. ¿Qué sentiste aquella vez?
- Impotencia, miedo.
Dayagon atrapo otra piedra y
esquivo la siguiente.
- No las esquives, tienes
que volver a hacer lo que hiciste. - dijo mientras le lanzaba otra piedra mas.
- No sé lo que hice. - dijo
atrapando la piedra.
Las piedras no llevaban
mucha fuerza ni velocidad. Dayagon podía atraparlas o esquivarlas fácilmente.
Las que le daban apenas le dolían.
- Esto no va a funcionar. -
dijo sin molestarse en esquivar una nueva piedra que le impacto en el pecho.
Idrial volvió a lanzarle
otra piedra, esta vez mucho más rápido y fuerte. La piedra solo era un borrón
en el aire que dio con el hombro izquierdo de Dayagon provocando en este un
gemido de dolor. La lanzo una segunda que Dayagon intento esquivar y le golpeo
en la barriga. Ahora las piedras eran más rápidas que él, estuvo recibiendo
golpes hasta que una le impacto en la rodilla haciendo que cayera al suelo.
- ¿Cómo te sientes ahora? -
Silbido. Impacto. Dolor. - ¿Ya sientes impotencia porque no puedes pararlas? -
Silbido. Impacto. Dolor. - Recuerda aquel momento. - Silbido. Impacto. Dolor. -
Siente lo que sentiste en aquel instante.
Idrial alzo la última piedra
que tenía en la mano y la lanzo apuntando a su frente. Dayagon puso la mano
delante de su cara y la piedra reboto a unos centímetros de su mano. Dayagon se
dejó caer hacia atrás, sentándose en el suelo y apoyando la espalda en el muro.
Idrial se agacho a su lado invocando su poder.
- Ha sido como si
solidificaras el aire frente a tu mano. Hará falta práctica para que lo llegues
a dominar. - dijo mientras le curaba.
- Si la practica va a ser
igual que esta, creo que prefiero dejarlo. - dijo componiendo una pequeña
sonrisa que se trunco en una mueca de dolor.
Cuando Idrial termino de
curarlo apareció Killian en la puerta de la casa. Les silbo e hizo un gesto con
la cabeza para que entraran.
- Tenemos problemas, entrad
y os lo explico.
- Ya vamos. - respondió
Dayagon levantándose del suelo.
Killian estaba en su
estudio. Una habitación pequeña con un gran ventanal en una de las paredes que
daba al jardín. Una hoja del ventanal podía abrirse para salir a un balcón. Dos
de las paredes estaban decoradas con grandes estanterías cargadas de libros. La
ultima pared, donde estaba ubicada la puerta, tenía como única decoración dos
espadas cruzadas detrás de un gran escudo redondo con el dibujo de una rosa en
el centro.
Killian estaba desenrollando
un mapa encima de la mesa que ocupaba el centro de la habitación cuando
entraron Dayagon e Idrial. Sin levantar la mirada del mapa, Killian, comenzó a
hablar.
- He hablado con el
emperador, dos de las compañías volvieron intactas pero la última fue
aniquilada, ningún superviviente. Estas escaramuzas son el preludio de algo
mayor. Se avecina la guerra.
- Guerra contra los orcos.
Al menos tendré trabajo. - dijo Dayagon con ironía.
- No solo contra ellos. -
Levanto la vista mirando a Dayagon. - Al parecer están teniendo conversaciones
con los mestizos. No sabemos su contenido pero estamos seguros de que no será
nada bueno.
- Eso son noticias
preocupantes. Si la emperatriz de Adalia se alía con los orcos tendrá una
fuerza dentro de vuestro propio territorio. Tendrías que combatir en dos
frentes.
- Es lo que queremos evitar.
Sabemos que Mauthok, el actual rey de los orcos, va a reunirse con el Consejero
de la Emperatriz. Lo único que sabemos de ese hombre es que se llama Eathane y
que se divierte torturando a todo aquel que cae en sus manos. Tiene una mansión
aquí. - dijo señalando un punto de la costa en la unión entre las cordilleras
de Skelrend y Duradmaz. - Ahí tendrá lugar la reunión, el emperador quiere
impedirla.
- La bahía encantada, así es
como la conocen los marineros. Hay una playa en la bahía desde la que asciende
un camino hasta la mansión que se alza al borde del acantilado. Según lo que he
oído, una mansión hecha de una piedra tan negra como la noche. Una mansión
custodiada por gárgolas que cobran vida para atormentar a los que se acerca. En
la última ventana de la torre más alta siempre hay una luz roja encendida, como
si fuera un faro avisando a la gente que se aleje de allí.
- Sí, esas son las historias.
Nuestro problema es llegar allí. Tenemos dos rutas posibles. Entrar en Adalia y
llegar por ahí, lo que es prácticamente un suicidio. No conocemos casi nada de
Adalia. Los espías que han intentado ir han muerto o los han capturado. La otra
ruta sería por mar. Pero es una locura, nos verían llegar desde muy lejos.
- Lo tenéis jodido. ¿Cuántos
vais?
- Diez hombres. Sí, lo
tenemos jodido, por eso quería hablar contigo. Tú podrías enseñarnos una
tercera ruta. - Hizo una pequeña pausa mirando fijamente a Dayagon mientras
este daba un paso atrás negando con la cabeza. - Por Skelrend.
- No. No, Killian, no.
Killian, eres un gran amigo, te aprecio. De verdad. Pero no volveré a esos túneles.
- Al menos enséñanos donde están.
- ¿Crees que ir por los túneles
de los Yokai os será mas fácil que ir por Adalia? Os perderíais en ese
laberinto. Eso si no os dan caza antes. Ahí abajo no tendréis ni una posibilidad
de sobrevivir.
- Contigo podríamos
sobrevivir, es la mejor ruta que tenemos, Dayagon.
- ¡No!
- Te necesito en esto. Mira,
se que lo pasaste mal... - no pudo terminar la frase antes de que Dayagon lo
callara con un grito.
- ¡No sabes una mierda, Killian!
- Dayagon estaba alterado, se dio la vuelta para marcharse y antes de salir
dijo en un susurro. - No lo hare, Killian, y por tu bien espero que no encontréis
la entrada a los túneles.
Killian e Idrial se quedaron
solos en la habitación. Killian se sentó en una silla pasándose las manos por
la cara. El cansancio de estos días empezaba a hacer mella en él. Idrial se sentó
en el borde de la mesa y le dio unas palmadas en el hombro reconfortándole.
Killian levanto la cabeza mirándola con una pequeña sonrisa para agradecerle el
pequeño gesto.
- Tiene razón. No sé nada de
lo que le paso allí abajo. Solo me conto que vivió con ellos un tiempo y luego
huyo.
- A mi me conto lo mismo,
pero estoy segura que no me conto toda su historia.
- He hablado con los espías.
- dijo cambiando de tema. - No saben nada de tu demonio. Me dijeron que si
averiguan algo mandarían a alguien por aquí. Yo me iré mañana, pero puedes
quedarte aquí el tiempo que quieras.
- Que generoso con los
desconocidos.
- No, no es una oferta que
se la haga a cualquiera - dijo cogiéndole una mano mientras le mostraba una
sonrisa que intentaba ser amistosa pero solo reflejó, aún más, su cansancio.
- Muchas gracias. Voy a
hablar con Dayagon, Intentare convencerlo para que te ayude.
Ya era de noche y el jardín parecía
diferente a la luz de la luna. Idrial encontró a Dayagon sentado en un banco
mirando la luna.
- Pensaba que eran los lobos
los que admiraban la luna, no las ratas.
Idrial se acerco a él con
una sonrisa en la cara que se borro al ver el rostro de dolor de Dayagon. Se sentó
a su lado y le cogió una de sus manos entre las suyas.
- ¿Que te sucedió allí
abajo? Cuéntamelo. Hablar de ello te ayudara.
Aunque ya no pudiera ver la
luna por las nubes, Dayagon seguía mirando donde momentos antes estaba. El jardín
quedo en penumbras, entonces Dayagon comenzó a hablar.
- Un día
estaba en la casa de Nazumi en Ketchira, una ciudad de los Yokai. Estaba asomado a la ventana y vi una columna de esclavos.
Recién capturados los llevaban para domesticar a Hisktav, una mazmorra, la
mazmorra donde yo desperté. Entre ellos iba una mujer. Cuando la vi allí en
medio con su melena dorada cayéndole a la espalda y con esos ojos verdes con
los que me miro cuando paso por debajo de la casa.
A Dayagon se le humedecieron
los ojos y unas pequeñas lágrimas empezaron a correrle por las mejillas. Unas
pequeñas gotas de agua mojaron la cara de Idrial que miro hacia el cielo para
ver caer las primeras gotas de lluvia.
- Me cole en Hisktav una vez
tras otra Los prisioneros de esa mazmorra no están aislados, solo los mas problemáticos.
Haciéndome pasar por prisionero empecé a visitarla. Al principio solo quería
verla, luego empecé a hablar con ella. Me enamore de ella. Intente que mis idas
a Hisktav pasaran desapercibidas pero Nazumi lo sabía, o intuía algo.
Cuando la nube que bloqueaba
la luna se aparto, Idrial pudo ver bien la cara de Dayagon. Poco a poco los
llantos de Dayagon fueron a mayor, las lágrimas le surcaban la cara y su cuerpo
temblaba visiblemente por los sollozos. Poco a poco, la ligera llovizna que caía
se iba convirtiendo en lluvia. Dayagon continúo su relato entre sollozos.
- Subleve la mazmorra de
Hisktav, inicie la revolución. Sabía que los matarían a todos, que no tendrían
oportunidad alguna. Pero eran la distracción que necesitaba para salir de allí
con ella, con Shara. - Después de decir el nombre paro unos segundos, llorando
mientras la lluvia arreciaba. - Le jure que la sacaría de ahí, pero no pude.
Nos separamos en los túneles, la perdí allí. No puedo volver otra vez.
Idrial cogió a Dayagon y lo
atrajo hacia sí. Acunándole la cabeza en su pecho le dijo.
- Dayagon, no puedes
martirizarte por el pasado, no es algo que podamos cambiar. Debes superarlo,
debes vencer a tus demonios. ¿Y qué mejor manera que volviendo? Killian te
necesita, sin ti morirá en esa misión. ¿De verdad quieres perder a más gente?
- No, no quiero perder a
nadie más.
- Entonces deberías ir con él.
No te preocupes, yo iré con vosotros, estaré allí para cuidarte.
- Gracias Idrial, gracias. -
dijo con un susurro mientras seguía llorando.
- Venga, ahora volvamos
dentro antes de que nos mojemos más y nos resfriemos.
Dayagon e Idrial volvieron a
la casa mientras la lluvia seguía empapándolo todo fuera. Esa noche, todos se
acostaron temprano, al día siguiente tenían un largo viaje por delante.
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