viernes, 18 de julio de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 11

La casa de Killian había sido construida encima de una fuente de aguas termales. El sótano de la casa se reservó para una sala de baños con tres grandes tinas con diferente temperatura del agua. En la más caliente estaba Dayagon relajándose de los rigores del viaje y limpiándose la suciedad del camino. Oyó pasos al otro lado de la puerta y se sumergió en la tina apenas dejando los ojos por encima del agua.

Idrial entró en la sala de los baños y se dirigió hacia los ganchos de la pared. Comenzó a desabrocharse la chaquetilla cuando oyó el movimiento del agua. Se dio la vuelta y vio a Dayagon saliendo de la gran bañera con una toalla en el hombro, con la que se estaba secando el pelo, como única indumentaria. Rápidamente se dio la vuelta articulando una disculpa mientras se ruborizaba.

- Lo siento, no sabía que estabas aquí.
- No te preocupes. - Contesto Dayagon con una picara sonrisa en la cara. - Ya he terminado.

Dayagon se coloco la toalla en la cintura y fue hacia la puerta, cuando iba a abrir dijo.

- Por cierto, he oído que los unicornios solo dejan que se acerquen a ellos las mujeres vírgenes y tú no solo te acercas sino que lo montas.

Idrial se giro mirándolo con los ojos abiertos como platos, su boca se movía aunque ningún sonido salía de ella y la cara se le iba enrojeciendo aun más.

- Ah, ya veo. - dijo comenzando a reír.

Los ecos de su risa aun permanecían en la sala un tiempo después de que él se fuera dejando sola a una alterada Idrial.



Idrial, después de bañarse, se puso un amplio vestido blanco de tirantes junto a unas pequeñas sandalias de cuero que no eran más que una suela y unas tiras para ajustárselas a los pies. Salió de la casa por la puerta trasera que daba al jardín. Un camino de piedras lisas iba hasta una fuente con una estatua de una sirena con una vasija al hombro desde la que caía el agua. El sol de media tarde lo iluminaba todo con su luz rojiza.

El jardín estaba decorado con arbustos con flores de todos los colores. A un lado de la casa se levantaba una estructura de madera por la que trepaba una enredadera con unas grandes flores rojas, una Yedra colorada. Por el jardín había bancos de madera y hierro forjado. Los límites del jardín los marcaba un pequeño muro que llegaba a la misma altura que la cintura de una persona. Desde el muro se podía ver, a unos metros por debajo, un mar de tejas rojas que se extendía hasta el mar Gedra. La vista desde allí dejo maravillada a Idrial.

Dayagon y Mylnia se encontraban apoyados en el muro hablando. Cuando llego Idrial, Mylnia volvió a entrar a la casa.

- Lo siento, ¿he interrumpido algo?
- No, solo hablábamos. - dijo Dayagon restándole importancia con un gesto de la mano.

Dayagon se volvió y se apoyo en el muro con los codos. Dayagon vestía un pantalón marrón ajustado y sus botas. Idrial se coloco a su lado admirando el paisaje.

- La vista desde aquí es preciosa.
- ¿Te gusta el mar? - le pregunto Dayagon mirándola.
- Sí, me encanta mirarlo y perderme entre las olas. Me ayuda a reflexionar, me relaja. En Throviel me gustaba ir a los acantilados, pasaba horas allí mirando el océano. Me dormía con el susurro de las olas y con los sonidos que hacen cuando rompen en las rocas. Mi lugar preferido era la desembocadura del rio Glorthilel, una cascada tan alta que cuando el agua llega abajo no es más que una ligera neblina. ¿A ti te gusta el mar?
- La verdad es que no. Es algo tan grande, siempre en movimiento, siempre cambiando. No me gustan los cambios. - contesto separándose del muro y sentándose en un banco cercano rodeado de rosales.
- ¿Como el cambio que experimentaste en el ataque de los orcos? Vi tu cara, te asombraste.

Dayagon la miro sorprendido, ahora llegaba su turno de ruborizarse. Contesto a su pregunta con un hilo de voz, casi susurrando.

- Idrial, no sé lo que soy. Por lo que se, soy único en el mundo. Encima estos cambios, no sé como pare esa hacha.
- No deberías tener miedo de eso, es algo bueno. Generaste un campo de protección que te salvo el brazo. Deberías estar contento por ello. ¿Puedes volver a hacerlo?
- No, no sé ni como lo hice aquella vez.

Dayagon se levanto y se volvió a acercar al muro. Idrial cogió unas cuantas piedras como la palma de su mano y se alejo un poco de Dayagon.

- Hay magos que recurren a la magia por primera vez en caso de extrema necesidad. Mis maestros me dijeron que en esos casos es la mezcla de sentimientos y sensaciones los que activan la magia y a través de ellos pueden volver a hacerlo. Intenta pararlas.
- ¿Qué?

Dayagon se dio la vuelta y una de las piedras le paso silbando cerca de la oreja. Idrial lanzo su segunda piedra que fue a impactar contra su hombro. La tercera la atrapo Dayagon al vuelo. Idrial volvió a coger más piedras.

- Debes recordar aquel momento. ¿Qué sentiste aquella vez?
- Impotencia, miedo.

Dayagon atrapo otra piedra y esquivo la siguiente.

- No las esquives, tienes que volver a hacer lo que hiciste. - dijo mientras le lanzaba otra piedra mas.
- No sé lo que hice. - dijo atrapando la piedra.

Las piedras no llevaban mucha fuerza ni velocidad. Dayagon podía atraparlas o esquivarlas fácilmente. Las que le daban apenas le dolían.

- Esto no va a funcionar. - dijo sin molestarse en esquivar una nueva piedra que le impacto en el pecho.

Idrial volvió a lanzarle otra piedra, esta vez mucho más rápido y fuerte. La piedra solo era un borrón en el aire que dio con el hombro izquierdo de Dayagon provocando en este un gemido de dolor. La lanzo una segunda que Dayagon intento esquivar y le golpeo en la barriga. Ahora las piedras eran más rápidas que él, estuvo recibiendo golpes hasta que una le impacto en la rodilla haciendo que cayera al suelo.

- ¿Cómo te sientes ahora? - Silbido. Impacto. Dolor. - ¿Ya sientes impotencia porque no puedes pararlas? - Silbido. Impacto. Dolor. - Recuerda aquel momento. - Silbido. Impacto. Dolor. - Siente lo que sentiste en aquel instante.

Idrial alzo la última piedra que tenía en la mano y la lanzo apuntando a su frente. Dayagon puso la mano delante de su cara y la piedra reboto a unos centímetros de su mano. Dayagon se dejó caer hacia atrás, sentándose en el suelo y apoyando la espalda en el muro. Idrial se agacho a su lado invocando su poder.

- Ha sido como si solidificaras el aire frente a tu mano. Hará falta práctica para que lo llegues a dominar. - dijo mientras le curaba.
- Si la practica va a ser igual que esta, creo que prefiero dejarlo. - dijo componiendo una pequeña sonrisa que se trunco en una mueca de dolor.

Cuando Idrial termino de curarlo apareció Killian en la puerta de la casa. Les silbo e hizo un gesto con la cabeza para que entraran.

- Tenemos problemas, entrad y os lo explico.
- Ya vamos. - respondió Dayagon levantándose del suelo.



Killian estaba en su estudio. Una habitación pequeña con un gran ventanal en una de las paredes que daba al jardín. Una hoja del ventanal podía abrirse para salir a un balcón. Dos de las paredes estaban decoradas con grandes estanterías cargadas de libros. La ultima pared, donde estaba ubicada la puerta, tenía como única decoración dos espadas cruzadas detrás de un gran escudo redondo con el dibujo de una rosa en el centro.

Killian estaba desenrollando un mapa encima de la mesa que ocupaba el centro de la habitación cuando entraron Dayagon e Idrial. Sin levantar la mirada del mapa, Killian, comenzó a hablar.

- He hablado con el emperador, dos de las compañías volvieron intactas pero la última fue aniquilada, ningún superviviente. Estas escaramuzas son el preludio de algo mayor. Se avecina la guerra.
- Guerra contra los orcos. Al menos tendré trabajo. - dijo Dayagon con ironía.
- No solo contra ellos. - Levanto la vista mirando a Dayagon. - Al parecer están teniendo conversaciones con los mestizos. No sabemos su contenido pero estamos seguros de que no será nada bueno.
- Eso son noticias preocupantes. Si la emperatriz de Adalia se alía con los orcos tendrá una fuerza dentro de vuestro propio territorio. Tendrías que combatir en dos frentes.
- Es lo que queremos evitar. Sabemos que Mauthok, el actual rey de los orcos, va a reunirse con el Consejero de la Emperatriz. Lo único que sabemos de ese hombre es que se llama Eathane y que se divierte torturando a todo aquel que cae en sus manos. Tiene una mansión aquí. - dijo señalando un punto de la costa en la unión entre las cordilleras de Skelrend y Duradmaz. - Ahí tendrá lugar la reunión, el emperador quiere impedirla.
- La bahía encantada, así es como la conocen los marineros. Hay una playa en la bahía desde la que asciende un camino hasta la mansión que se alza al borde del acantilado. Según lo que he oído, una mansión hecha de una piedra tan negra como la noche. Una mansión custodiada por gárgolas que cobran vida para atormentar a los que se acerca. En la última ventana de la torre más alta siempre hay una luz roja encendida, como si fuera un faro avisando a la gente que se aleje de allí.
- Sí, esas son las historias. Nuestro problema es llegar allí. Tenemos dos rutas posibles. Entrar en Adalia y llegar por ahí, lo que es prácticamente un suicidio. No conocemos casi nada de Adalia. Los espías que han intentado ir han muerto o los han capturado. La otra ruta sería por mar. Pero es una locura, nos verían llegar desde muy lejos.
- Lo tenéis jodido. ¿Cuántos vais?
- Diez hombres. Sí, lo tenemos jodido, por eso quería hablar contigo. Tú podrías enseñarnos una tercera ruta. - Hizo una pequeña pausa mirando fijamente a Dayagon mientras este daba un paso atrás negando con la cabeza. - Por Skelrend.
- No. No, Killian, no. Killian, eres un gran amigo, te aprecio. De verdad. Pero no volveré a esos túneles.
- Al menos enséñanos donde están.
- ¿Crees que ir por los túneles de los Yokai os será mas fácil que ir por Adalia? Os perderíais en ese laberinto. Eso si no os dan caza antes. Ahí abajo no tendréis ni una posibilidad de sobrevivir.
- Contigo podríamos sobrevivir, es la mejor ruta que tenemos, Dayagon.
- ¡No!
- Te necesito en esto. Mira, se que lo pasaste mal... - no pudo terminar la frase antes de que Dayagon lo callara con un grito.
- ¡No sabes una mierda, Killian! - Dayagon estaba alterado, se dio la vuelta para marcharse y antes de salir dijo en un susurro. - No lo hare, Killian, y por tu bien espero que no encontréis la entrada a los túneles.

Killian e Idrial se quedaron solos en la habitación. Killian se sentó en una silla pasándose las manos por la cara. El cansancio de estos días empezaba a hacer mella en él. Idrial se sentó en el borde de la mesa y le dio unas palmadas en el hombro reconfortándole. Killian levanto la cabeza mirándola con una pequeña sonrisa para agradecerle el pequeño gesto.

- Tiene razón. No sé nada de lo que le paso allí abajo. Solo me conto que vivió con ellos un tiempo y luego huyo.
- A mi me conto lo mismo, pero estoy segura que no me conto toda su historia.
- He hablado con los espías. - dijo cambiando de tema. - No saben nada de tu demonio. Me dijeron que si averiguan algo mandarían a alguien por aquí. Yo me iré mañana, pero puedes quedarte aquí el tiempo que quieras.
- Que generoso con los desconocidos.
- No, no es una oferta que se la haga a cualquiera - dijo cogiéndole una mano mientras le mostraba una sonrisa que intentaba ser amistosa pero solo reflejó, aún más, su cansancio.
- Muchas gracias. Voy a hablar con Dayagon, Intentare convencerlo para que te ayude.



Ya era de noche y el jardín parecía diferente a la luz de la luna. Idrial encontró a Dayagon sentado en un banco mirando la luna.

- Pensaba que eran los lobos los que admiraban la luna, no las ratas.

Idrial se acerco a él con una sonrisa en la cara que se borro al ver el rostro de dolor de Dayagon. Se sentó a su lado y le cogió una de sus manos entre las suyas.

- ¿Que te sucedió allí abajo? Cuéntamelo. Hablar de ello te ayudara.

Aunque ya no pudiera ver la luna por las nubes, Dayagon seguía mirando donde momentos antes estaba. El jardín quedo en penumbras, entonces Dayagon comenzó a hablar.

Un día estaba en la casa de Nazumi en Ketchira, una ciudad de los Yokai. Estaba asomado a la ventana y vi una columna de esclavos. Recién capturados los llevaban para domesticar a Hisktav, una mazmorra, la mazmorra donde yo desperté. Entre ellos iba una mujer. Cuando la vi allí en medio con su melena dorada cayéndole a la espalda y con esos ojos verdes con los que me miro cuando paso por debajo de la casa.

A Dayagon se le humedecieron los ojos y unas pequeñas lágrimas empezaron a correrle por las mejillas. Unas pequeñas gotas de agua mojaron la cara de Idrial que miro hacia el cielo para ver caer las primeras gotas de lluvia.

- Me cole en Hisktav una vez tras otra Los prisioneros de esa mazmorra no están aislados, solo los mas problemáticos. Haciéndome pasar por prisionero empecé a visitarla. Al principio solo quería verla, luego empecé a hablar con ella. Me enamore de ella. Intente que mis idas a Hisktav pasaran desapercibidas pero Nazumi lo sabía, o intuía algo.

Cuando la nube que bloqueaba la luna se aparto, Idrial pudo ver bien la cara de Dayagon. Poco a poco los llantos de Dayagon fueron a mayor, las lágrimas le surcaban la cara y su cuerpo temblaba visiblemente por los sollozos. Poco a poco, la ligera llovizna que caía se iba convirtiendo en lluvia. Dayagon continúo su relato entre sollozos.

- Subleve la mazmorra de Hisktav, inicie la revolución. Sabía que los matarían a todos, que no tendrían oportunidad alguna. Pero eran la distracción que necesitaba para salir de allí con ella, con Shara. - Después de decir el nombre paro unos segundos, llorando mientras la lluvia arreciaba. - Le jure que la sacaría de ahí, pero no pude. Nos separamos en los túneles, la perdí allí. No puedo volver otra vez.

Idrial cogió a Dayagon y lo atrajo hacia sí. Acunándole la cabeza en su pecho le dijo.

- Dayagon, no puedes martirizarte por el pasado, no es algo que podamos cambiar. Debes superarlo, debes vencer a tus demonios. ¿Y qué mejor manera que volviendo? Killian te necesita, sin ti morirá en esa misión. ¿De verdad quieres perder a más gente?
- No, no quiero perder a nadie más.
- Entonces deberías ir con él. No te preocupes, yo iré con vosotros, estaré allí para cuidarte.
- Gracias Idrial, gracias. - dijo con un susurro mientras seguía llorando.
- Venga, ahora volvamos dentro antes de que nos mojemos más y nos resfriemos.


Dayagon e Idrial volvieron a la casa mientras la lluvia seguía empapándolo todo fuera. Esa noche, todos se acostaron temprano, al día siguiente tenían un largo viaje por delante.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Si os ha gustado el capítulo, recordar, dar like, suscribiros y comentar por aquí, por mi facebook Dayagon Elric o por twitter @dayagonworld, muchas gracias a todos.

jueves, 10 de julio de 2014

La leyenda de Dayagon - Ilustraciones

Unas cuantas imágenes de los dioses, los Laars y los demonios que se han nombrado en el décimo capitulo. Espero que os gusten y pronto subiré el capitulo once.

Sigurd

Kudrarg


Phermes

Vicanor

Hrímkon

Gongruk

Mithae

Raseldrel

Raseär

Dadrel

Asael

Thargbar

Kruulcas

Gothbael

La Desconocida

domingo, 6 de julio de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 10

La ciudad de Vicanor se alza a las orillas del mar Gedra. Al oeste de la ciudad, sobre la colina más alta, se encuentra el palacio del emperador Sathler. Sus paredes de mármol blanco reflejan la luz del sol creando la ilusión de que el propio palacio brilla.

Vicanor es tan grande que tardarías casi todo un día para recorrerla entera. La ciudad esta defendida por una gran muralla de piedra. Una segunda muralla se encuentra en el interior, un mudo testigo de las dimensiones de la antigua ciudad. Una tercera muralla cercaba el palacio.

Llegaron a la ciudad por la puerta del emperador, situada al noroeste de la ciudad. Descabalgaron e Idrial soltó a Ithil para que no entrara en la ciudad, fuera a donde fuera estaría mejor que entre aquellos muros. Cruzaron la puerta a pie y Killian hablo con su capitán, luego se reunió con ellos otra vez.

- Os hospedareis en mi casa. ¿Dayagon, aun te acuerdas de donde esta?
- Encontrare el camino. ¿Estás seguro? ¿Aun tienes en tu casa a Mylnia? No le caigo nada bien.
- Lo sé, pero te soportara. Yo tengo que hablar con el emperador y aprovechare que paso por allí para preguntar sobre el demonio, nos veremos más tarde.
- Hasta luego, Killian. - Alcanzo a decir Idrial mientras Killian se perdía entre la multitud.

De camino a la casa de Killian pasaron por la plaza de los templos. Los templos eran pequeños, de una sola planta. Las paredes revestidas de mármol con tejas rojas en el techo. Las entradas estaban decoradas de una manera diferente por la que se podía diferenciar fácilmente a que dios se veneraba en cada uno. Idrial se acerco hacia uno de los templos que tenía en su entrada columnas con tallas de enredaderas.

- Voy dentro un momento. ¿Me esperas?
- Claro, no tengo ninguna prisa por llegar a la casa de Killian. - Respondió Dayagon con una media sonrisa en el rostro.

Idrial no supo cómo interpretar esa sonrisa. Se dio la vuelta y entro en el templo. A los pocos minutos salió con una pequeña flor blanca prendida del pelo. Dayagon la miro con la pregunta pintada en la cara, por lo que ella dijo.

- Es un signo de mi oración y mi ofrenda. ¿No rezas a tus dioses?
- ¿A qué dios, crees que debería de rezar?
- A Sigurd. ¿A quién si no?
- Me crie con los Yokai, no conozco a vuestros dioses. - Dijo paseando la mirada por los cinco templos de la ciudad.
- Puedo contarte su historia si quieres. - Dijo Idrial mientras continuaban su camino.
- Por supuesto, siempre he querido saberla.
- Al principio existían dos dioses, Sigurd y Kudrarg. - Dijo levantando dos dedos como ilustrando su narración. - Sigurd era el creador, creó todo cuanto existe en el mundo. Kudrarg era el destructor, destruía todo aquello que Sigurd creaba. Sigurd, enfadado con Kudrarg por destruir su creación, se enfrento a él. Lucharon durante cinco días y cinco noches, pero su poder estaba tan igualado que ninguno salió victorioso del combate.

>> Entonces, Sigurd creó a los Laars, seis seres a los que les otorgo un gran poder y permiso para crear una raza cada uno que los venerarían como sus dioses si le ayudaban a detener a Kudrarg.

>> Los Laars crearon a las distintas razas inteligentes que pueblan el mundo a su imagen y semejanza. Phermes creó a los ángeles, Raseldrel creó a los elfos, Gongruk creó a los orcos, Hrímkon creó a los enanos, Vicanor creó a los humanos y Mithae, el ser más hermoso que alguna vez ha pisado este mundo, decidió no crear ninguna raza y vivir siempre al lado de Sigurd.

>> Kudrarg, al saber lo que hizo Sigurd, creo a sus propios sirvientes, dotándoles de un poder que rivalizaría con el poder de los hijos de Sigurd y le declaro la guerra.

>> Esta guerra se conoce como la Gran Guerra del Caos. Fue una guerra cruenta en la que el mundo lucho por su supervivencia contra las legiones de demonios de Kudrarg. La guerra duro años pero solo en la primera batalla lucharon los dioses. Sigurd, gracias a la ayuda de los Laars, logro vencer a Kudrarg. No consiguió matarlo, solo pudo encerrarlo en una prisión blanca, hecha con un material tan puro que Kudrarg no podía mirarlo sin sentir dolor.

>> Las consecuencias de aquella batalla fueron terroríficas, los enanos estuvieron al borde de la extinción, y las demás razas no se quedaron atrás. Los peor parados fueron los ángeles, se vieron envueltos en lo peor de la batalla, luchando contra los demonios. Tras la muerte de Phermes a manos de Thargbar, el hijo predilecto de Kudrarg, los ángeles atacaron con más fiereza a los demonios, matando a miles. Pero no fue suficiente, los ángeles se extinguieron, solo unos pocos lograron sobrevivir y rescatar el cuerpo de su dios, se lo llevaron lejos y nunca más se supo de ellos.

Idrial interrumpió su historia mientras pasaban por debajo de la segunda muralla. Una vez dejaron la muralla a su espalda, continuo su narración.

>> Vicanor también murió, matando a Kruulcas y Gothbael, dos de los señores de los demonios. Los humanos levantaron la ciudad de Vicanor donde murió en su honor. Hrímkon sobrevivió, pero la pérdida de casi la totalidad de su pueblo lo entristeció tanto que se encerró en sus salones subterráneos. Gongruk perdió un ojo y la locura se apodero de su mente. Mithae quedo horriblemente desfigurada, ya nada quedaba en ella de su antigua belleza. Después de la batalla se escondió bajo tierra para que nadie viera sus cicatrices. Raseldrel se enfrento a Kudrarg. - Idrial paro de hablar e hizo una inspiración profunda antes de continuar. - La destrozo, despedazo su alma y su mente en tres trozos, cada una de esas partes sobrevivieron independientemente y dieron forma a las tres diosas élficas. Raseär conservo el amor de Raseldrel por la naturaleza, Dadrel conservo su gran orgullo y todo su conocimiento de la magia, Asael solo conservo en su interior odio y oscuridad.

>> Así como su diosa, la antigua raza de los elfos se dividió, unos se establecieron en Idrilon junto a Raseär, otros se fueron a las grandes islas de Vellfersa junto a Dadrel, los que siguieron a Asael fueron al norte y formaron el imperio de Adalia.

>> Raseär enseño a sus elfos los secretos del bosque, así como la magia verde. Los elfos de las islas se alejaron de las demás razas, recluidos en sus islas hasta hace poco. Allí estudian la magia antigua. Asael encontró en el norte a Thargbar, el odio que sentía por Sigurd tras abandonarles cuando capturo a Kudrarg los unió. Los elfos que la siguieron se mezclaron con los barbaros de Thargbar, ya no quedan elfos de pura sangre en Adalia, todos son mestizos. - Dijo la última palabra como si la escupiera.

>> Aunque el destino de Kudrarg se decidió en esa batalla, la guerra no termino ahí. Se convirtió en una caza de los demonios que lograron sobrevivir. Se considera el final de la guerra cuando se mato al último de los demonios. Si mi visión es cierta, la guerra nunca termino.

- Vaya, curiosa historia. Los Yokai tienen una diosa, La Desconocida. Nombrarla es un gran pecado, por eso solo conocen su verdadero nombre los grandes sacerdotes. Pero según su historia, esa diosa una vez habito la superficie pero las razas de la superficie la acosaban, intentaban poseerla. Por este motivo decidió ir bajo tierra a buscar refugio. Por aquellos tiempos, los Yokai estaban en guerra con los enanos, querían hacerse con sus madrigueras y galerías. La Desconocida los salvo llevándolos por caminos olvidados hasta un lugar seguro donde fundaron Kiyieff
- Vaya, juraría que esa diosa es Mithae.
- Sí, yo también. Ya hemos llegado, esa es su casa.

La casa de Killian era un edificio grande. Tenía tres plantas y ocupaba casi la totalidad de la manzana. Contaba con un jardín y unos establos propios. La casa tenía un estilo arquitectónico único en la ciudad. Paredes de mampostería de ladrillos negros con pintas rojizas. Grandes vigas de madera que se podían apreciar a simple vista. Ventanas amplias con contraventanas de madera oscura y un tejado a cuatro aguas hecho de tejas rojas. Un chiquillo salió de los establos saludando a Dayagon con la mano.

- Señor Dayagon, el señor Killian no está hoy en casa.
- Lo sé, vengo de su parte, me dijo que lo esperara aquí
- En ese caso, si me permites. - Dijo el chico alargando la mano hacia las riendas de Rage.
- Por supuesto.

Dayagon le entrego las riendas al crio junto con una pequeña moneda. Se le ilumino la cara y con una cálida sonrisa se lo agradeció a Dayagon. Después se fue con Rage al establo. Idrial alternaba las miradas entre el crio, el establo, el jardín y la casa.

- ¿Es rico?
- Es noble. - Respondió como si con eso lo respondiera a todo.
- ¿Quién es Mylnia?
- La ama de llaves. Killian es uno de los solteros más cotizados, por si te interesa.
- Tonto. - Dijo dándole un pequeño puñetazo en el brazo mientras un pequeño rubor le ascendía a las mejillas.

Llegaron hasta la puerta y Dayagon llamo con una gran aldaba de hierro con la talla de una rosa. Al poco tiempo una mujer abrió la puerta. Mylnia era una mujer pequeña de caderas anchas y cintura estrecha. Su pelo negro caía en bucles hasta los hombros enmarcando su cara redonda. Vestía un sencillo vestido verde con un gran escote.

- Mylnia, siempre eres un placer para la vista. - La saludo Dayagon amagando una reverencia.
- No se puede decir lo mismo de ti, Dayagon. - Le contesto con una voz suave. - Mi señor no está en casa. - Se apoyo una mano en la cintura ladeando la cadera en un gesto seductor y a la vez bloqueando el paso.
- Lo sé, me dijo que lo esperara aquí. Te importa dejarnos pasar.
- Pues estoy tentada a decirte que no. - Dijo mientras se apartaba dejándoles pasar.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Si os ha gustado el capítulo, recordar, dar like, suscribiros y comentar por aquí, por mi facebook Dayagon Elric o por twitter @dayagonworld, muchas gracias a todos.