sábado, 14 de noviembre de 2015

7 mundos, 7 almas - capitulo 2




Un gran sol rojo brillaba en el cielo sobre las llanuras de Redanvi. Ritza estaba en una pequeña loma. En todas direcciones se extendía un mar de hierba que se ondulaba al paso del viento. Hacía mucho tiempo que Tereth creó este mundo para ella, pero se acordaba como si hubiera sido ayer.



Tereth y Ritza estaban sentados en una piedra que sobresalía del borde de un acantilado. Por debajo de ellos, a unas decenas de metros, había una llanura verde salpicada por el rojo de las amapolas. Enfrente, un gran sol rojo se ocultaba por el horizonte. Ritza apoyó la cabeza sobre el hombro de Tereth y posó una mano sobre su abultada barriga. Tereth pasó el brazo sobre ella y le colocó la mano sobre la suya entrelazando los dedos.

- Sigurd. - dijo Tereth mientras le apretaba la mano.
- Hmm. Me gusta.

Ritza levantó la cara hacia él para encontrarse con sus ojos mirándola. Recorrieron la escasa distancia que los separaba y unieron sus labios en un pequeño beso. Ritza volvió a apoyar la cabeza sobre su hombro suspirando de satisfacción.

- ¿Qué debería crear aquí? - preguntó Ritza.
- Algo que pueda correr a mi lado. -respondió el viento.
- Algo que me haga temblar a su paso. -respondió la tierra.

Ritza alzó un brazo y unas líneas de color blanco, que recordaban a árboles florecientes, comenzaron a dibujarse desde su hombro hasta la punta de sus dedos. De estas líneas, comenzó a desprenderse volutas de humo blanco que se concentraron por encima de ellos formando dos esferas de humo. El humo dejó de manar y las líneas empezaron a desaparecer.

Las dos esferas descendieron hacia la llanura girando una sobre otra, formando una estela en espiral tras de sí. Las esferas comenzaron a deformarse cuando llegaron al suelo. Poco a poco iban tomando la forma de una criatura alta, su cuerpo se elevaba del suelo sobre cuatro patas terminadas en pezuñas. Estaban cubiertos de un pelaje marrón a excepción del torso que se alzaba sobre las patas delanteras. La hembra tenía una melena hasta media espalda de unos tonos más claros de marrón. El macho tenía el pelo corto y negro.

Ritza bajó la mano hasta colocarla encima de la mano de Tereth sobre su barriga. Miraba con ojo crítico a las criaturas que acababa de crear.

- Son preciosas. ¿Cómo las vas a llamar? - le preguntó Tereth.
- Sabes que no soy buena para los nombres, cariño.
- Centauros.
- Humm. Me gusta.

Ritza cerró los ojos suspirando de satisfacción mientras las criaturas, ahora bautizadas como centauros, se alejaron galopando hacia el ocaso. El viento corría a su lado y la tierra temblaba a su paso.



A lo lejos, Ritza podía ver un bosque y en su linde, como una isla entre el mar de hierba, un grupo de tiendas de pieles. Comenzó a andar hacia allí. La hierba se ondulaba y apartaba a su paso. Las gotas de rocío se desprendían de las hojas para mojarle la túnica. Había un agradable aroma en el ambiente, una mezcla entre el olor de la tierra húmeda y el perfume de las amapolas.

En las inmediaciones del campamento había una gran extensión de tierra sin hierba, aplastada bajo las pezuñas de los centauros. Del grupo de tiendas salió una manada de críos galopando y gritando. Jugaban atacándose y defendiéndose con palos entre gritos y risas.

Dos chicos se alejaron del grupo intercambiando golpes. De entre la hierba saltó una leona sobre uno de los críos. El centauro se alzó sobre las patas traseras e intento cocear a la leona que había clavado las garras en su lomo y le mordía para cansarlo y que cayera al suelo.

Los centauros galoparon hacia las tiendas entre gritos de alarma. El que estaba con él golpeó repetidamente a la leona con el palo que llevaba en la mano. Por la lluvia de golpes, la leona soltó al centauro, se dio la vuelta y le enseñó los dientes de forma amenazadora al otro chico.

El centauro se echó hacia atrás, cruzando el palo sobre su pecho mientras el otro intentaba alejarse cojeando. La leona no iba a dejar escapar a su presa. Volvió a saltar sobre el centauro herido, pero una flecha la alcanzo en mitad del salto. La leona cayó al suelo y se escabulló entre la hierba cojeando con un asta de un palmo sobresaliendo del muslo.

Una centáuride, con un arco en la mano, se acercó galopando al centauro herido. Éste tenía las patas cubiertas de sangre. Trozos de piel le colgaban del muslo y tenía cortes profundos. Las moscas revoloteaban alrededor de las heridas, a pesar de los intentos de su cola por espantarlas. La centáuride le colocó una piel por encima para tapar la herida y, junto al cojeante centauro, volvieron al campamento.

Éste era un conjunto de tiendas formadas por pieles sobre un armazón de madera. En el centro había un pequeño claro con una gran hoguera. La centáuride llevó al pequeño hasta la tienda más grande, la del sacerdote, el líder y guía espiritual de la manada.

- Tiéndete aquí. - le indicó el sacerdote señalando sobre una cama de pieles que había preparado.

El sacerdote tenía un cuenco con un líquido negro y oleoso entre las manos. Se lo dio a beber al centauro que se quedo durmiendo casi al instante. Con manos diestras, comenzó a retirar trozos de piel y carne de la herida. Cuando estuvo satisfecho con su trabajo, limpió y cosió la herida.

- Voy a ponerle una cataplasma en la pata. Cuando despierte veremos cómo está. Ya solo queda esperar que no se le infecte la herida. - dijo el sacerdote mientras preparaba las hierbas y le colocaba la cataplasma. 

La centáuride se arrodilló a su lado, sosteniéndole la cabeza encima de sus patas y acariciándole el pelo. El chico gemía entre sueños.

Pronto llegaron al campamento cuatro centauros. Uno de ellos traía, sobre su lomo, el cadáver de un ciervo. Rápidamente lo destriparon, despellejaron y lo descuartizaron. Una gran porción del ciervo la pusieron al fuego con un espetón. El sacerdote salió a recibirles y se acercó a uno de los centauros, al padre del chico. Enseguida, los dos se perdieron dentro de la tienda. Los demás centauros se enteraron de lo ocurrido por las centáurides y los jóvenes.

Dentro de la tienda, el centauro se arrodilló al lado de su pareja y la abrazó por el hombro. El vínculo familiar de los centauros es extremadamente fuerte. Ahora que estaban juntos, la pareja no se separaría de su hijo hasta que sanara o muriera. Los miembros de esta pequeña manada eran comerciantes nómadas e iban de ciudad en ciudad ofreciendo sus mercancías y servicios, pero, mientras durara esta situación, no levantarían el campamento, se mantendrían al lado de los afligidos padres.



De debajo de la cataplasma salía un hedor desagradable. El sacerdote se la quitó y el olor se hizo más penetrante. La madre le secó las perlas de sudor de la frente. El chico tiritaba, los ojos se movían en todas direcciones sin pararse en nada y tenía espasmos en la pata. La herida estaba inflamada y supuraba un pus amarillo pajizo.

- El mordisco de un león es atroz. No puedo hacer más por él.

El sacerdote le dio a beber el líquido negro y el centauro volvió a caer inconsciente. El sudor de su frente se mezclaba con las lágrimas de su madre.

Ritza se acercó a la dolida pareja sin quitar la vista del muchacho. En sus ojos brillaba una chispa de excitación. Un ligero rubor le subió a las mejillas. Se lamió los labios, humedeciéndolos. Se arrodilló al lado del centauro, enfrente de la mujer. Posó su mano sobre el lomo del chico y los músculos temblaron con el contacto. Unas líneas negras comenzaron a reptar por sus brazos. Las líneas llegaron hasta la punta de sus dedos, dibujando, por el camino, formas de árboles marchitos.

Ritza se agachó hacia el chico y su pelo cayó sobre su cara como una cascada de oro. Los suaves labios de Ritza hicieron contacto con los de él. Podía notar el calor que desprendía. Inconscientemente, el centauro abrió la boca, mezclando su cálido aliento con el gélido de Ritza.

Un humo blanquecino salió del centauro y se perdió en la boca de Ritza. Conforme bajaba por su garganta, iba calentando su cuerpo, como cuando tomas una taza de chocolate caliente después de un día en la nieve. Cuando el humo terminó de fluir, el cuerpo inerte del centauro quedó tendido sobre las pieles. La dolida pareja lloraban abrazados.

Ritza se levantó, salió de la tienda y se quedó mirando como el sol se escondía por el horizonte. Estaba en medio del campamento, quieta, con su pelo revoloteando por el viento y en menos de lo que se tarda en parpadear, desapareció.



Al amanecer, los centauros ya tenían recogido el campamento, desmontado las tiendas y apagado los fuegos. Tirando de los carros que llevaban todas sus pertenencias, se pusieron en marcha. Normalmente, la manada iba hablando, charlando y riendo, incluso aparecían caramillos y flautas en las manos de los centauros y la música les acompañaba en el camino. Esta vez, las gargantas estaban secas y las flautas mudas. El sonido de los cascos en la tierra seca y los carros traqueteando detrás de ellos era lo único que los acompañaba.



La ciudad de Siga se alzaba sobre un mar de hierba. Las construcciones de los centauros estaban hechas de arcilla prensada. Un muro rodeaba la ciudad para mantener alejados a los depredadores. En su interior, la ciudad tenía calles anchas y edificios altos de una sola planta.

La manada montó el campamento a las afueras de la ciudad. En otro momento, y con otra situación, montarían tenderetes para vender sus productos, pero eso podía esperar hasta el día siguiente.
Esa noche, todos se reunieron fuera del campamento. Los padres del centauro muerto habían hecho una pira en la que habían colocado al muchacho. El sacerdote se colocó al lado de la pira y aguardo unos segundos, mirando a su manada, antes de hablar.

- La muerte galopa a nuestro lado. Hoy nos reunimos ante este triste recordatorio. Pero éste no es el momento de estar tristes, pues Meelhrim se encuentra ahora galopando por las estepas de Haltysah. Allí se ha encontrado con sus ancestros, y allí lo volveremos a ver cuando sea nuestro momento.

Los padres se acercaron con una antorcha en la mano, y sin decir una sola palabra, prendieron la pira. Primero el sacerdote, y luego la manada entera, se acercaron y estrecharon a los padres en un fuerte abrazo, consolándoles y haciéndoles saber que no estaban solos. Otros centauros habían salido de la ciudad y estaban a una cierta distancia. El rito del paso a la otra vida es muy íntimo para una manada, todos los centauros lo saben y lo respetan. Solo cuando la manada termine, y dejen a los padres con la pira, pueden acercarse para presentar sus respetos. El fuego ardió durante toda la noche, como un pequeño faro en medio de la oscuridad.


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viernes, 9 de octubre de 2015

La leyenda de Dayagon - Capítulo 22



El cuentacuentos se encontraba a lomos de una yegua blanca en lo alto de un cerro. A su lado estaba Naann, el chico que había conocido en la taberna. Desde donde se encontraban podían ver el pequeño pueblo de Thycan. Allí vivían granjeros que se ocupaban de la tierra y el ganado. Como todo buen pueblo tenían un calabozo, una taberna que hacía las veces de burdel, una tienda y un cadalso. En este último se encontraban reunidos los habitantes. 

Una ejecución era algo que nadie se perdía, ni siquiera los más pequeños, los cuales estaban subidos a hombros de sus padres. El condenado a muerte era un elfo. Le habían rapado el pelo y apenas se mantenía en pie solo. El alcalde del pueblo estaba dando un discurso, pero no podían distinguir las palabras desde tan lejos. El cuentacuentos decidió que no quería seguir viendo el espectáculo y espoleó a la yegua alejándose de Thycan.

- ¿De verdad las islas y Dreleärdin eran así? - Le preguntó Naann cuando se habían alejado.
- Si, pero de eso hace ya muchísimo tiempo. - le respondió sin poder ocultar la tristeza en sus ojos.


La isla Fela era la más pequeña de las cinco. Una sola ciudad la ocupaba entera. Aunque había sido nombrada como Dwyrev, todo el mundo la conocía como la ciudad del conocimiento. Aquí estaba ubicada la mayor universidad conocida por las razas de Calenda.

La ciudad fue fundada por un grupo de magos que se retiraron a la soledad de la isla de Fela para realizar sus experimentos e investigaciones. Cada cierto tiempo se reunían para poner en conjunto sus avances y descubrimientos. Con el paso del tiempo y la incorporación de más magos y aprendices se creó la escuela arcana. El éxito que obtuvo atrajo a grandes maestros en otros campos, como historiadores, investigadores, artesanos, médicos, artistas, etc… Se fueron fundando diferentes escuelas que, más tarde, terminarían uniéndose para formar la universidad.

El trasbordador dejó a Dayagon, Idrial y Nythien en uno de los seis puertos que tenía Dwyrev. Con forma de media luna, el puerto estaba encajado en un acantilado. La salida eran unas empinadas escaleras zigzagueantes. Una vez arriba, se encontraron con una calzada de piedra que llevaba hasta un imponente edificio rodeado por un jardin salpicado de robles y hayas.

- Esa es la facultad de medicina. Vamos por aquí, atajaremos por la de artesanía. - les dijo Nythien mientras se internaba por el jardín.

A la sombra de los arboles había mesas de piedra, casi todas ocupadas por gente. La universidad no era discriminatoria con ninguna raza. Si pasabas el examen de ingreso y podías costearte la matricula, ésta te recibía con los brazos abiertos. Demostración de esto era que, entre los grupos con los que se cruzaron, había humanos, enanos y elfos.

Dejaron atrás la facultad de medicina y llegaron a un edificio rectangular, aun más grande que el anterior.

- Esos son los dormitorios. Hay edificios como este repartidos por toda la universidad. - les informó Nythen conforme se acercaban.

Se adentraron en el edificio por una puerta doble. El edificio era cuadrado con un patio interior. El patio tenía unas galerías a su alrededor, formadas por columnas y arcos, y una galería que lo cruzaba a lo ancho. A ambos lados de ésta había fuentes de piedra talladas con formas de peces. Cruzaron el edificio y volvieron a salir a los grandes jardines de la universidad.

- Ahora estamos en la facultad de artesanía. - les dijo cuando llegaron a un gran cumulo de edificios.

Algunos estaban aislados y otros conectados por galerías. Pasaron al lado de unos con grandes chimeneas de las que salía humo y el característico sonido del martillo moldeando el metal. A las afueras de otro había grandes bloques de mármol y un enano se esforzaba en explicar a sus alumnos las herramientas desplegadas encima de una mesa. Pasaron cerca de sastres, ebanisteros, orfebres, joyeros y muchos más.

- ¿Estudiaste aquí? - le preguntó Idrial tras ver a Nythien saludando a algunos profesores.
- Si. En la facultad de magia, especializada en piromancia.
- Nuestra magia - dijo Idrial refiriéndose a la magia utilizada por los elfos en Idrilon. - no nos permite el control del fuego, jugar con él es peligroso.
- Y difícil, pero como decía mi profesor: "La magia no existe para jugar con ella ni para hacer estúpidas demostraciones." - dijo Nythien levantando bien alto un dedo y cambiando su voz para imitarlo. Instantes después estalló en carcajadas a las que se unieron Dayagon e Idrial por la cómica imitación.

Cuando salieron del cumulo de construcciones que conformaban la facultad de artesanía, llegaron a los pies de un edificio. Todas las estructuras que habían visto hasta ahora seguían los patrones de construcción élficos, pero los muros que tenían delante bien podían haber sido murallas de una fortaleza. A través de las ventanas podía apreciarse que su grosor tampoco tenía nada que envidiarle a una muralla. La puerta se encontraba abierta y encima de ésta había un letrero: "El único limite es la imaginación."

Los pasillos estaban iluminados por lámparas químicas que emitían una luz verde. Se utilizaba este tipo de iluminación, en vez del fuego, para evitar accidentes con los productos volátiles que se utilizaban en la alquimia. El pasillo era estrecho, serpenteaba y se bifurcaba en el interior del edificio.

- De aquí han salido grandes inventores. - les dijo Nythien en voz baja. - Esta facultad la fundó Vinciardo cuando solo se estudiaba la magia en esta isla. Está ubicada aquí, entre las facultades de artesanía y magia, ya que ambas son necesarias entre estos muros.
- Hace tiempo conocí a un hombre que había estudiado aquí. Tenía la casa llena de artefactos extraños. - comentó Dayagon.

La conversación fue interrumpida por un gran estallido y un temblor que sacudió todo el edificio. El ruido había venido de más adelante. Corrieron por el pasillo y, al girar en una esquina, vieron trozos de madera, piedras y polvo esparcidos por el suelo. Lo que antes era una puerta y parte del muro que la rodeaba, ahora era un agujero en la pared del que salía un humo blanquecino.

La situación en la habitación era aun peor que en el pasillo. El polvo y el humo en el ambiente dificultaban la visión. El mobiliario se había quedado reducido a trozos de madera, de hojas y tapas de libros en diferentes estados de combustión repartidos por el suelo. Las ventanas eran meros huecos en la pared. El cristal y la madera habían estallado hacia afuera, extendiéndose por el jardín unos cuantos metros. En una esquina se hallaba un cadáver ennegrecido al que le faltaba un brazo y parte del torso.

De debajo de los restos de lo que había sido un escritorio salió un lastimoso quejido. Dayagon se quitó la chaqueta que llevaba y, con unos pocos golpes, apagó el fuego del montón de madera.

- Aquí hay alguien.

Entre los restos se encontraba un enano al que se le había quemado la barba negra casi en su totalidad. Tenía pequeñas heridas en su cara y brazos y una gran astilla de madera clavada en el hombro. Al sentirse liberado del peso, se llevo la mano al hombro con grandes quejidos de dolor.

- Shh. Para. Venimos a ayudarte. - intentó calmarlo Idrial mientras se arrodillaba a su lado. - Toma esto. Muerde.

Le puso una tira de cuero entre los dientes a la que el enano mordió con todas sus fuerzas.

- Dayagon, necesito que le arranques la estaca. Nythien, ayúdame a sujetarlo para que no se mueva demasiado.

Idrial se hechó sobre su otro hombro y pecho y Nythien hizo lo mismo sobre las piernas. Dayagon agarró con las dos manos el trozo de madera e, impulsándose con el pie en la pared, se la arrancó, de un solo tirón, acompañada de sangre y gritos. Rápidamente, Idrial acercó la mano a la herida y su palma se fue iluminando, poco a poco, con una luz blanca. La herida se cerró, quedando como único testigo la sangre a su alrededor.

- Le dije que estaba utilizando demasiado azufre, Hrimkon sabe que se lo dije. Gracias. -dijo intentando levantarse.
- Quieto. Tienes, al menos, dos costillas rotas.

Idrial hizo fuerza sobre su hombro para que no se levantara. El enano se apoyó en la pared, aun con cara de dolor. Nythien salió por el hueco de una de las ventanas y alzó el brazo hacia el cielo. De su mano se elevó una bengala de color rojo. Enseguida llegaron corriendo por el jardín dos elfos con trajes totalmente blancos.

- ¿Qué ha sucedido? - preguntó el que llegó primero.
- Un accidente. Hay un muerto y un herido.

Los elfos entraron en la habitación por las ventanas. Idrial y Dayagon se apartaron para dejarles sitio. Al ver la situación, uno se dirigió al herido y el otro desenvolvió una tela, que traía envuelta en una parihuela, y tapó el cadáver. Se volvió hacia ellos y, haciendo una pequeña inclinación, les dijo:

-Muchas gracias por la ayuda. Ya nos encargamos nosotros.

Idrial estaba reticente a marcharse de allí y dejar al herido, pero, ante la insistencia de Nythien de que el enano estaba en buenas manos, desistió y salieron al pasillo. Recorrieron los últimos tramos hasta que salieron al exterior.

Dejaron a la izquierda la facultad de magia. Era el edificio más antiguo y grande de la isla. Tenía seis plantas en la parte más alta y la más baja llegaba hasta la tercera planta. Más de una decena de torres se alzaban por encima de los tejados, más anchas o más estrechas, más altas o más bajas, pero todas diferentes.

Enseguida tuvieron delante la facultad de arte. Estaba compuesta, como la de artesanía, por muchos edificios bajos, pocos habían que llegaran a las dos plantas, repartidos por una gran extensión que se conectaban entre sí por galerías. En esta facultad se estudiaba música, canto, poesía, prosa, historia, teatro y muchas otras disciplinas artisticas. Nythien los había traído aquí porque era en esta facultad donde se ubicaba la mayor biblioteca del mundo.

- Vamos por aquí. - dijo Nythien al tiempo que se encaminaba por una galería. - Hablaremos con un profesor de historia. A ver si él puede darte algo de información sobre los demonios.

Nythien  llegó hasta una puerta de la que salía, algo amortiguado, el sonido de una potente voz que hablaba sobre la sucesión de los emperadores humanos. Nythien se llevó un dedo a los labios, indicándoles que guardaran silencio, y abrió la puerta. El sonido de la retumbante voz se hizo más claro. La clase estaba amueblada con mesas y sillas y desde una tarima los profesores daban las lecciones.

En esta clase había más mesas que alumnos y algunos hasta parecían dormir. Sobre la tarima había un orco con una toga de varios tonos de marron. Si les había visto entrar no tubo reacción ninguna. Seguía hablando con su atronadora voz.

- ¡Gilthal! - gritó despertando al elfo que instantes antes cabeceaba amenazando con quedarse durmiendo sobre las hojas que tenía delante.
- ¿Si?
- ¿De que murió el emperador Terson y quien le sucedió?
- Ehhh - dijo para ganar algo de tiempo. - Envenenado y le sucedió su hijo Cynlen.
- Bien y mal. Cynlen fue su nieto, le sucedió Thythor II. ¿Alguien sabe quien lo enveneno? - Tras unos segundos de espera, en los que los ojos de los alumnos evitaban a los del orco, dijo: - Ni vosotros ni nadie. Nunca se encontró un culpable. Para mañana hacer un árbol genealógico de los emperadores de Norwens.

El orco se bajo de la tarima y se encamino hacia el trió al final de la clase entre los refunfuños y quejas de los alumnos por la tarea que les había encomendado.

- Nythien, hacía tiempo que no te veía. ¿Has vuelto a la universidad?
- No, que Raseär me libre. - respondió entre risas a las que el orco se unió. - Estoy acompañándoles.

Nythien les presentó rápidamente. El orco se llamaba Gagrom. Era un poco más alto que Dayagon. Las arrugas y su pelo canoso revelaban que hacía mucho que había pasado por la adultez.

- Están buscando información sobre demonios.
- Humm, no existe mucha información sobre ellos. ¿Por qué os interesa? Los demonios se extinguieron tras las guerras del caos.
- He tenido visiones sobre uno en un campo de batalla y… - paró unos segundos, decidiendo que palabras utilizar. - Y matando a gente que conozco.
- No sé mucho acerca de visiones, pero si algo sobre videntes y oráculos. Al menos lo suficiente como para saber que es de necios ignorar cosas así. Venid por aquí.

Gagrom andaba a paso rápido y al poco llegaron al edificio más grande de la facultad. Tras sus puertas dobles había una estancia con un gran mostrador donde los bibliotecarios ayudaban a los alumnos a encontrar los volúmenes que necesitaban. Gagrom les condujo hasta una habitación del segundo piso. Montones de cuadros decoraban las paredes.

Pasaron al lado de cuadros que representaban a los dioses, antes y después de la guerra del caos. Se detuvieron delante de un cuadro en el que se veía a un joven sin camiseta apoyado en un árbol mirando hacia su derecha. Su pelo negro le llegaba hasta la cadera y entre éste salía un cuerno negro como la obsidiana que se curvaba hacia arriba. A su alrededor, las sombras se arremolinaban formando unas alas y una cola de dragón.

- Estos cuadros están hechos por los primogénitos. Por aquellos que sobrevivieron a las guerras del caos. Casi todos son de manos élficas. - dijo abarcando con la mano toda la habitación para terminar por señalar el cuadro. - Este de aquí es Kudrarg. El hermano del gran creador, Sigurd.

Gagrom avanzó a los siguientes cuadros.

- Y estos tres de aquí son los primero demonios. Gothbael, Kruulcas y Thargbar. Los cuadros son representaciones exactas de cómo fueron. Así lo han confirmado veedoras y soñadoras. El demonio que has visto. ¿Es alguno de estos?
- No, es diferente.

Gagrom estuvo unos minutos callado, pensando. Dayagon se paseó por la habitación viendo cuadros. Había imágenes de la batalla donde se veían a los dioses luchando. En uno se podía ver como unos ángeles sacaban el cuerpo sin vida de Phermes. En otro habían pintado la lucha entre Raseldrel y Kudrarg con sus terribles consecuencias. Más allá estaba la muerte de Vicanor tras acabar con Gothbael y Kruulcas. A su lado, estaba el cuadro de su entierro. Uno tras otro se acumulaban los cuadros que describían aquella terrible batalla.

- Puede ser que el demonio de tu visión sea un demonio menor que sobrevivió y se ha ocultado durante siglos, o algo mucho peor.
- ¿Cómo qué? - preguntaron Idrial y Nythien al mismo tiempo.
- Como el resurgir de Kudrarg.


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