martes, 23 de diciembre de 2014

La leyenda de Dayagon- Capítulo 17

Eathane recorría los anchos pasillos del palacio de Dol´Mara. El ruido de sus pasos era absorbido por las mullidas alfombras rojas que cubrían el suelo. Los pasillos estaban flanqueados por grandes estatuas de mármol de poderosos guerreros. Los gruesos muros de piedra estaban decorados con bellos cuadros que representaban a antiguos familiares de la emperatriz y tapices con escenas de caza y de gloriosas batallas. Eathane llegó a una puerta de roble flanqueada por dos soldados que le cortaron el paso cruzando las lanzas.

- Necesito hablar con ella. Traigo noticias.
- Dejadlo pasar. - dijo una voz femenina desde el otro lado de la puerta.

Los soldados se apartaron de la puerta. La habitación estaba en penumbras, tenuemente iluminada por un pequeño fuego en la chimenea. La cama que presidia la habitación tenía un armazón de madera oscura del que colgaban unas cortinas de seda roja. Entre las cortinas pudo ver que las sabanas estaban revueltas y a una chica desnuda durmiendo entre ellas. La pared norte de la habitación estaba ocupada por unos grandes ventanales por los que se podía divisar la ciudad. La emperatriz estaba de pie mirando por una de las ventanas, como única vestimenta llevaba una bata roja semitransparente que dejaba entrever su esbelta figura desnuda. Su pelo rojo caía liso hasta su cadera y no llegaba a tapar sus picudas orejas, signo de la pureza de su sangre elfica. Eathane clavo una rodilla al suelo esperando, con la mirada baja, hasta que ella le hablara.

- Eathane. -dijo tras unos minutos. - Pensé que los orcos te retendrían más tiempo en tu mansión.
- Hubo algunas complicaciones, mi señora.
- Levanta y llámame por mi nombre, ya tengo suficiente de esa cortesía en la corte. - dijo mientras se acercaba a él.
- Targriel, mi mansión fue...
-Shh. -le acallo poniéndole un dedo en los labios. - Hoy no quiero escuchar tus excusas, esta noche necesito de tu experiencia. - dijo mientras le acariciaba la mejilla.



Dayagon materializó un lirio amarillo. Idrial se mantuvo en silencio observando a Dayagon como jugueteaba con la flor y finalmente la dejaba enfrente de la lapida. Dayagon bajó la loma a buen paso alejándose de allí e Idrial se apresuró a seguirlo.

- ¿Cómo estás? - le pregunto cuándo lo alcanzo.
- Bien, esto es una antigua herida que no cerrara nunca, pero he aprendido a combatir su dolor.
- Bonita flor la que has dejado.
- Me recuerda a ella, al color de su pelo.
- ¿Puedes crear cualquier cosa con ese poder tuyo?
- No, al poder cambiar de un cuerpo a otro, puedo hacer desaparecer cosas y volver a materializarlas luego. No sé a dónde van. Donde este el otro cuerpo, supongo.
- Entonces. ¿La flor...?
- La cogí antes de salir del jardín de Killian. Sabía que pasaríamos por aquí y quería traérsela.

Un relincho atrajo su atención y vieron a Ithil trotando hacia ellos y se detuvo a unos pasos de Idrial. Idrial se acercó a ella e Ithil retrocedió zarandeando la cabeza y resoplando.

- ¿Qué te pasa, Ithil?

Ithil respondió con un relincho mientras arañaba la tierra con la pezuña.

- Esta nerviosa. Creo que es por ti, le alteran los hombres. - dijo a Dayagon mientras le indicaba que se alejara con las manos.

Dayagon se retiró unos pasos. Idrial intentó volver a acercarse a ella con el mismo resultado.

- Oh venga, ¿pero qué te pasa? Soy yo, Idrial.

Idrial alargó la mano lentamente e Ithil se quedó muy quieta, como si estuviera paralizada. Sus ollares se abrían y cerraban mientras olía el aire. Idrial se acercó lentamente hasta que su mano se posó en su cuello. Ithil echó las orejas hacia atrás e Idrial pudo notar la tensión de sus músculos. Idrial se dio cuenta de lo que le pasaba.

- Cálmate, no fue para tanto. - le dijo mientras la acariciaba para calmarla. Idrial se acercó a su oreja y le susurró. - Solo fue un beso.

Dayagon esbozó una gran sonrisa al oír este comentario. Idrial se subió al lomo de Ithil que no dejo de mirarla con las orejas echadas hacia atrás. Tímidamente, Ithil comenzó a andar a paso lento.

- Vaya, parece que me he perdido algo. - dijo Dayagon alcanzándolas. Ithil lo miró de reojo. - A mi no me mires, que conmigo no ha sido. - se excusó levantando las manos.
- Cállate. - le dijo Idrial mientras se ruborizaba.

Dayagon e Idrial se alejaron de la tumba de Sarah a buen paso hacia la fortaleza de Dathor.



Idrial estaba apoyada en el muro bajo del jardín de Killian mirando al mar. Estaba preocupada porque las pesadillas con el demonio la atormentaban cada vez más. Llevaba ya una semana en Vicanor y no tenía ninguna pista nueva sobre él. Una rosa apareció, levitando, delante de sus ojos. A Idrial se le dibujó una gran sonrisa en la cara, cogió la flor y se la llevó a la nariz para aspirar su dulce aroma.

- Cada vez lo controlas mejor. - dijo Idrial mientras se giraba sabiendo que Dayagon estaba detrás.
- Sí, pero aun me cuesta mucho crear dos barreras a la vez.
- Mejoraras con la práctica.

Idrial lanzó la flor al aire y Dayagon la atrapó con una barrera, dejándola suspendida en el aire. Dayagon movió la barrera llevando así la flor hasta Idrial.

- ¿Has visto a Killian?- le pregunto Idrial mientras cogía la flor.
- No, desde que hemos vuelto parece que esta enclaustrado en palacio. Voy a dar una vuelta por la ciudad. ¿Vienes?
- No, gracias. Me quedare aquí.
- Como quieras.

Dayagon se fue del jardín dejándola sola con sus pensamientos. Al poco tiempo, Idrial entró en la casa y se dirigió a los baños. La puerta del baño estaba cerrada y podía oír una voz femenina que cantaba una bella canción al otro lado. La canción se vio interrumpida cuando Idrial llamo a la puerta.

- Pase. - dijo Mylnia desde dentro antes de volver a reanudar la canción.

La sala de los baños estaba llena del vapor que salía de las bañeras. Mylnia se encontraba sentada en el borde de una de ellas enjabonándose con una pequeña pastilla de jabón. Idrial se desnudó, dejó su ropa en uno de los ganchos que había en una pared y entró lentamente en la tina que se encontraba Mylnia. Se hundió hasta el cuello dejando tras de sí su pelo flotando en el agua. Idrial miraba a Mylnia, su cuerpo era tan diferente a los de las elfas que había visto. Su baja estatura. Su pelo negro, pegado a su cuerpo. Sus turgentes senos, levemente caídos. Su tripa, ligeramente abultada. Sus anchas caderas. Cuando la canción que cantaba llegó a su fin, Mylnia se levantó y se echó un balde de agua por encima para aclararse.

- Bonita canción.
- Gracias. Me la cantaba mi madre cuando era pequeña. - respondió mientras volvía a meterse en la tina.
- ¿Dejas entrar a cualquiera cuando estas bañándote?
- Estos baños tan grandes no fueron hechos para la privacidad y llevo toda una vida en esta casa trabajando para Killian. Ya estoy más que acostumbrada.
- ¿Trabajas para Killian? ¿No eres su esclava?
- No. Mi familia fue esclava de la suya. Yo crecí con él entre estos muros. Cuando murió su padre y el heredó, liberó a todos los esclavos y nos ofreció trabajar para él.

Idrial salió de la tina y comenzó a enjabonarse. Ahora era ella la que estaba bajo la mirada de Mylnia. Idrial era más alta que ella, con una figura más delgada, más estilizada. Sus senos eran más pequeños pero más erguidos. Sus largas y delgadas piernas terminaban en una cadera pequeña, muy pequeña en comparación con la de Mylnia. Su pelo marrón enmarcaba un rostro con facciones angulosas que poseían una belleza inhumana.

- ¿Que te sucedió con Dayagon? ¿Porque lo odias?
-No lo odio. La primera vez que entró a esta casa me enamore de él. Él se dio cuenta de ello y se aprovechó. A los tres días se fue y volvió a las dos semanas, volvió a desaparecer y regresaba al cabo de un tiempo para volver a irse al poco. Pero por mucho que yo siempre estuviera aquí esperándole, nunca estuve cerca de conseguir su corazón. - Mylnia hizo una pausa mientras jugueteaba con la mano en la superficie del agua.- Yo no podía competir con un recuerdo. Al final, nuestra relación se convirtió en lo que has visto. Es nuestra manera de demostrarnos nuestro afecto.
-Vaya, lo siento... - comenzó a decir Idrial.
- No deberías de sentirlo por mí, sino por él. Debajo de su fachada de mercenario se oculta una gran tristeza, un corazón roto por la pena. Sus recuerdos lo llevaran a la tumba. En fin, ya es tarde, debería ir preparando la cena.

Mylnia salió del baño dejando sola a Idrial que termino de bañarse y se fue a su habitación. Cogió uno de los libros que le habían dado sus maestros y se quedo leyendo al lado de la ventana hasta que empezó a faltarle la luz. Cuando iba a encender una vela, llamaron a la puerta y la voz de Mylnia vino del otro lado.

- Lady Idrial, Killian la invita a cenar en sus aposentos.
- Muy bien, ahora iré. Gracias, Mylnia.

Idrial fue a la habitación de Killian y se encontró con la puerta abierta. La habitación estaba iluminada por las velas de una lámpara de araña de hierro con elegantes formas. Una gran cama con cortinas de terciopelo presidia la habitación. Un mullido banco se encontraba a los pies de la cama sobre una gran alfombra. Unos grandes armarios ocupaban una de las paredes y en la otra se encontraban unas grandes ventanas a los lados de una puerta acristalada que daba a un balcón desde el que podía verse el jardín de la casa y gran parte de la ciudad de Vicanor así como del mar Gedra.

Killian estaba sentado en el balcón frente a una pequeña mesa de madera.  Al otro lado de esta se encontraba una silla vacía en la que se sentó Idrial. Mylnia llegó con una jarra de vino y dos copas que dejó sobre la mesa.

-Si no te importa, cenaremos aquí. Llevo dos semanas encerrado en palacio y no me apetece estar entre paredes. - dijo Killian mientras servía dos copas de vino.
- No te preocupes, no se está mal aquí fuera.

Mylnia llegó con una bandeja de bronce en la que llevaba un par de platos con carne y verduras. Dejó los platos delante de ellos y se retiró con una pequeña reverencia. Killian e Idrial comenzaron a comer en silencio. Ninguno de los dos encontraba las palabras. Después de aquel beso al borde del acantilado se habían distanciado mucho.

- No has conseguido información nueva sobre el demonio ¿No? - preguntó Killian rompiendo el tenso silencio.
- No, nada nuevo. Sigo con las mismas pesadillas, pero no saco nada en claro.
- Ahora que se avecina la guerra es posible que se cumpla tu sueño.
- No quiero que se cumpla.
- Ni nadie, pero la guerra es inminente. El emperador está reforzando Dathor, que es el único paso que tiene Adalia a Norwen; y la ciudad de Hagamar, el único punto por el que podrían desembarcar un ejército. - dijo moviendo los cubiertos por el aire como si señalara puntos en un mapa invisible.
- ¿Que vas a hacer ahora? ¿Vas al frente?
- De momento no. Me han destinado a una misión diplomática. Voy a ver a nuestros aliados para conseguir ayuda.
- ¿Vas a ir a las islas? Siempre he querido visitarlas. - dijo Idrial con un pequeño brillo en los ojos mientras detenía el tenedor a medio camino entre su boca y el plato.
- No, va a ir otra persona. Yo voy a Hrim-Thain y a Idrilon. Quería pedirte que vinieras conmigo. Me vendría bien tu ayuda con los elfos, nuestras relaciones con ellos no están en su mejor momento y necesitamos toda la ayuda que podamos reunir.
- Preferiría ir a las islas. No te seria de gran ayuda, la reina no me tiene en buena estima.
- Pero eres maga. ¿Los magos elfos no tienen un puesto en el consejo de la reina?
- Solo los grandes maestros están en el consejo. Yo solo soy una aprendiz.
- Podrías hablar con tus maestros, ponerlos de nuestra parte y no tendrías ni siquiera que ver a la reina.

 Killian dejó los cubiertos en el plato vacio y se sirvió otra copa de vino rellenando también la de Idrial.

- Eso puedo hacerlo, pero me gustaría ir a las islas, puede que consiga información del demonio allí.
- Puedes ir con Égaran. Saldremos en el mismo barco y me bajare en el estrecho, luego podremos reunirnos en Hagamar.
- ¿Cuando partís?
- Dentro de dos días, después del Solsticio de invierno.
- Cierto, mañana es el Solsticio. Sera el primer año que lo celebre fuera del bosque. - dijo mirando hacia el horizonte como si pudiera ver el bosque delante suya.
- Ven conmigo. Yo la celebrare en palacio.
- ¿Estás loco? No tengo ropa para ir a una fiesta en la corte. Además, ¿Que iba a hacer allí, rodeada de tantos humanos?
- Acompañarme. Venga, te lo pasaras bien y lo de la ropa se puede solucionar.

Cuando terminó de hablar llegó Mylnia con un vestido entre sus manos. El vestido era de terciopelo verde con un solo tirante, el izquierdo, y una falda que caía más por la pierna derecha. El corpiño y los bordes de la falda estaban bordados con hilos marrones y dorados en un diseño intrincado de líneas curvas. El conjunto lo completaba un chal de piel y unos guantes verdes.

-Es precioso.-dijo Idrial tocando la tela.- Te habrá tenido que costar mucho. No puedo aceptarlo.
- Insisto, pruébatelo y si te queda bien, ven conmigo a palacio.
-Vale, muchas gracias. - dijo tras un largo silencio en el que no dejó de mirar el vestido

Idrial se levanto, cogió el vestido de entre las manos de Mylnia y fue a su habitación.


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