domingo, 5 de octubre de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 16

El cuentacuentos se abrió paso entre los juerguistas que abarrotaban la taberna hasta la mesa ubicada al lado de la chimenea. La camarera cruzó la sala, aguantando los pellizcos y las groserías de los borrachos con una sonrisa, para llevarle una jarra de cerveza fría que había llenado cuando lo vio entrar.

Todo el ruido que había en la taberna se acalló en segundos cuando se abrió la puerta y entró el alcalde de la ciudad acompañado por el sheriff. El alcalde se dirigió hacia la mesa del cuentacuentos mientras el sheriff se apoyaba en la barra mirando disimuladamente la mesa. La música se reanudó, las conversaciones siguieron y el ruido general de la taberna se instauró de nuevo en el ambiente.

- Buenas noches, tome asiento por favor. - le dijo el cuentacuentos al alcalde que estaba sentado al otro lado de la mesa, otorgándole un permiso que él ya se había tomado libremente.
- He escuchado tu historia ahí fuera. - dijo el alcalde pasando por alto su comentario y encendiendo un puro barato. Cuando estuvo contento con su producción de humo continuo hablando. - Los de tu gremio sois buenos para los pueblos, entretenéis a la gente y si están contentos dan menos problemas. Pero tú, has venido a mi pueblo, contando fantasías haciéndolas pasar por lecciones de historia.
- La leyenda de Dayagon no es una mera fantasía, es lo que aconteció en la segunda guerra del caos.
- Sandeces, esa historia no es más que una fantasía religiosa usada por fanáticos para controlar a sus fieles. No creo que sea una historia que debas contar en mi pueblo.

El cuentacuentos observó la sala antes de responder. La música sonaba más floja, las conversaciones y el murmullo de la gente se había reducido y muchos ojos miraban disimuladamente hacia él. Había demasiadas pistolas en la taberna y sabía que un enfrentamiento con el alcalde no le depararía nada bueno.

- Creo que tienes razón, la gente de este pueblo no está a la altura de esta historia.
- Puede que en Charanty o en Eiss la aprecien. Me parece que mañana será un buen día para un viaje. ¿No crees?
- A mí también me lo parece.
- Entonces. - dijo dando por finalizada su conversación. - Te deseo un feliz viaje.

El alcalde se levantó y salió de la taberna. Las conversaciones retomaron su volumen habitual y el cuentacuentos se perdió entre sus pensamientos y no se dio cuenta de que la silla que había dejado vacía, y con un apestoso olor a puro, el alcalde había sido ocupada de nuevo por un joven que lo miraba fijamente. El chico carraspeó para atraer su atención y lo sacó de sus ensoñaciones. El cuentacuentos reparó en el por primera vez y tomó un largo trago de cerveza antes de hablar.

- ¿Qué quieres?
- Esa historia que cuenta ¿Es real?
- Chico, por si no te has dado cuenta, acaban de echarme del pueblo por ella.
- Por eso estoy aquí, quiero saber cómo acaba.
- Mañana me voy del pueblo. Si quiere saber cómo termina, ven conmigo.

El cuentacuentos apuró la jarra de cerveza, se levantó y se abrió paso entre los juerguistas que abarrotaban la taberna hasta la escalera que conducía a su habitación.



Killian se acercó a Idrial cuando ella terminó de curar a los soldados heridos.

- Idrial. ¿Podemos hablar un momento?
- Estoy cansada Killian. Si no te importa, voy a acostarme. - dijo pasando a su lado.
- Espera. - dijo Killian agarrándola del brazo para retenerla. - Tenemos que hablar, llevas evitándome desde...
 - ¡Déjame en paz! - le cortó Idrial levantando un poco la voz.

Idrial se soltó de la mano de Killian y se fue hacia sus mantas a acostarse. Killian se acercó hacia la hoguera y se sentó mirando el baile de las llamas. Desde allí vio a Dayagon levantarse bruscamente con la respiración agitada, empapado en sudor y con la mirada perdida. Killian silbó a Dayagon.

- Dayagon, bienvenido al mundo de los vivos.

Dayagon apartó las mantas que lo tapaban y se levantó para acercarse al fuego.

- Tengo la boca seca.
- No me extraña con el tiempo que has dormido. - dijo Killian mientras le pasaba un odre con agua.
- ¿Cuánto tiempo ha sido? - pregunto después de beber un largo trago.
- Casi dos días y habrían sido más de no ser por Idrial, casi muere curándote.
- Entonces tendré que darle las gracias.
- Está descansando y tú deberías hacer lo mismo.
- Ya he descansado mucho, llevamos demasiado tiempo aquí. Voy a hacer un par de linternas. - dijo mientras le devolvía el odre.
- Bardan, ve con él.

Dayagon cogió una antorcha y salió de la caverna por uno de los túneles acompañado por el soldado.



Dayagon andaba por los túneles con el soldado detrás. Llevaba la antorcha detrás suyo para que no le deslumbrara.

- ¿Vamos muy lejos?
- Aun no lo sé, estoy intentando orientarme.
- ¿Estás perdido? - pregunto, alarmado, el soldado.
- No, no del todo.
- Ah, no del todo. Ya estoy más tranquilo.
- No te preocupes, se volver a la cueva donde están los demás. Lo que no se es el punto exacto donde estamos en este laberinto.
- ¿Cómo te vas a orientar aquí? A mí, todo me parece igual.
- Porque todo es igual. Los yokai conocen estas galerías y se guían por puntos de referencia. Aquella cueva con la cascada por la que pasamos, por ejemplo.
- ¿Y qué andas buscando ahora?
- Esto.

Dayagon y el soldado entraron en una cueva con un agujero en el centro. Dayagon lanzó la antorcha por el agujero hasta que el brillo de su luz fue tragado por la oscuridad.

- Ese pozo lleva a cavernas tan profundas que ni los yokai se atreven a explorar. Vamos, estamos cerca. - dijo mientras se giraba hacia el soldado.

Del pecho de Bardan brotó una hoja de acero y la sangre empezó a empapar rápidamente su jubón de cuero. Bardan tenía el rostro congelado en un rictus de sorpresa. Una daga apareció por encima de su hombro y dibujo una línea sangrienta a su paso por el cuello del soldado. Este, cayó a los pies de Dayagon y la antorcha que sostenía rodó por el suelo hasta caer por el agujero. Antes de que la luz desapareciera en las entrañas de la tierra, Dayagon alcanzó a ver a Nazumi. Dayagon se transformo en yokai y materializó un par de dagas.

- Nazumi. - dijo a la oscuridad escupiendo el nombre entre sus dientes. - Te vi cuando me desperté. Pensé que eras una alucinación. Me parecía raro que no nos hubieras matado.
- Quería hablar contigo.

 El eco de su voz aguda y chillona hacía imposible localizar su origen. Dayagon retrocedió hasta tener la pared a la espalda. Estaba en tensión, intentaba localizar a Nazumi con todos sus sentidos.

- Quería saber por qué te fuiste. Por eso no os he matado. Aun. - dijo dando un especial énfasis a la última palabra.
- Ya sabes porque me fui.
- Así que me abandonaste por una puta.
- ¡Cállate Nazumi! No te consiento que hables así de ella.
- Me has decepcionado, Dayagon. Eras como un hijo para mí. Yo te saque de tu celda, te eduque, te enseñe todo lo que sabes, te di una vida.
- Aquello no era vida, yo era tan prisionero como ella.
- Fuiste un necio. Podrías habérmelo contado y la habría comprado para que vivierais juntos.
- No dices más que mentiras. ¡Tú me la arrebataste!
- Tuve que hacerlo. ¿Sabes en los problemas que me metiste con tu huida? ¡Casi me ejecutan por dejarte ir!

Dayagon sintió un leve cambio en el aire e, instintivamente, levantó la daga justo a tiempo para desviar el golpe de Nazumi.

- Te inunda el miedo, Dayagon. Puedo olerlo en ti. Tú también podrías si el humo de las antorchas no te hubiera dormido el olfato.

El siguiente golpe de Nazumi no pudo esquivarlo y le hizo un corte superficial en el hombro. Dayagon lanzó un par de tajos en respuesta pero sus dagas solo encontraron el aire.

- Cometí un error cuando te deje escapar. Pero ahora que has vuelto, puedo enmendarlo.

Dayagon cerró los ojos calmándose y expandiendo sus sentidos. Sentía el movimiento del aire en su pelo, olía la sangre de Bardan y el ligero olor corporal de Nazumi. Pudo oír el silbido que produjo la daga de Nazumi cortando el aire.

Dayagon hizo desaparecer sus dagas, levantó una mano y la hoja de Nazumi rebotó a poca distancia de su palma mientras lanzaba un gancho con la otra mano que impactó en el cuerpo de Nazumi. Intercambiaron varios golpes con el mismo resultado hasta que Dayagon le propinó a Nazumi un golpe en la sien, por encima del ojo izquierdo, que lo tumbo en el suelo conmocionado. Dayagon se echó encima de él, lo desarmó y le puso su daga en el cuello.

- Voy a hacerte el mismo favor que me hiciste por la amistad que mantuvimos. Te voy a dejar ir, pero si nuestros caminos vuelven a cruzarse, te matare. - dijo aplicando cada vez más presión con la daga en el cuello conforme iba hablando.

Dayagon le golpeó en la cabeza y lo dejó inconsciente. De los bolsillos de Nazumi sacó un par de botellitas que vació en un cuenco pequeño como la palma de su mano. El cuenco comenzó a brillar con una tenue luz verde que fue ganando intensidad. A sus pies se encontraba el cuerpo inconsciente de Nazumi. Estaba vestido con ropas marrones y negras y sin armadura, confiaba más en el sigilo y la rapidez que en un combate directo. Dayagon le dedicó un último vistazo a su mentor y salió de la caverna.

Nazumi.


Dayagon llegó a la cueva donde estaban Killian, Idrial y los soldados con un par de linternas yokai. En la cueva estaban recogiendo las cosas para partir cuando volviera Dayagon. Cuando este entró solo, Killian le preguntó:

- ¿Donde está Bardan?
- Muerto, un yokai nos emboscó. - respondió Dayagon mientras le entregaba las linternas a los soldados.
- Lastima, era un buen soldado. ¿Y el yokai?
- No nos molestara más. - Dayagon comenzó a recoger sus pertenencias. - Debemos irnos cuanto antes.

Idrial se acerco a Dayagon y se percató de la sangre de su hombro.

- ¿Estás bien?
- Si, solo me duele un poco el hombro.
- Déjame que le eche un vistazo.

Idrial se concentró y uso la magia para cerrar el pequeño corte del que no quedó ni una cicatriz.

- Gracias. Por todo.
- No hay de qué.

Killian se acercó a ellos e Idrial encontró otra cosa que hacer al otro lado de la cueva. Killian suspiró mirando cómo se marchaba.

- ¿Cuánto tardaremos en salir de aquí?
- Dos días. Tomaremos una ruta más larga pero más segura. No creo que nos encontremos con problemas.
- Bien, entonces partiremos ya.

Killian dio las órdenes a los soldados y el pequeño grupo salió de la cueva por una galería internándose en las oscuras galerías del laberinto que los yokai llamaban hogar.



A los dos días de la partida, llegaron a una cueva en la que el suelo se elevaba abruptamente hasta un agujero en la pared por el que entraba la luz del sol. Dayagon se quedó inmóvil mirando la cueva con los ojos vidriosos mientras los demás escalaban hacia la salida.

- Dayagon, ¿pasa algo? - le preguntó Idrial.
- Aquí fue donde la perdí. - contesto Dayagon mientras una lagrima rodaba por su mejilla.
- Lo siento mucho.

Idrial apoyó la mano en su hombro para calmarlo y durante un instante, percibió los sentimientos de Dayagon. Fue algo tan sumamente doloroso, que la obligó a retirar la mano instantáneamente. Idrial bajó la mano lentamente sintiéndose impotente por no poder curar a Dayagon del dolor que estaba sintiendo en ese momento.

- Vamos, los demás han salido ya. - le apremió Idrial para sacarlo de allí.

Dayagon e Idrial salieron de la cueva a la ladera de una montaña y a sus pies se extendía una gran llanura verde. Más allá de la llanura podía verse el bosque Cahurn del que se alzaba el monte Lunn. El sol estaba ya recorriendo su camino hacia el ocaso, por lo que le quedaban unas pocas horas de luz.

- Seguid al sol, hacia el oeste esta Dathor. No hay mucho camino, deberíais de llegar antes del anochecer.
- ¿Tu no vienes? - le preguntó Killian.
- Aun no, he de hacer una cosa. Os alcanzare más tarde.
- No es seguro quedarse aquí solo, y menos si te alcanza la noche.
- Me quedare con él, Killian. - dijo Idrial, preocupada por Dayagon.
- Muy bien, como queráis. Vámonos.

Killian y los soldados partieron hacia Dathor mientras Dayagon e Idrial se encaminaron hacia una pequeña loma. En lo alto de la loma se encontraba una piedra blanca. Dayagon se detuvo fuera del círculo de pequeñas flores blancas que rodeaban la piedra y unas lágrimas empezaron a correrle por la cara. El lado de la piedra que estaban mirando era totalmente liso y pulido y en el centro estaba tallado un nombre, Sarah.

-Se que quizás no debería de meterme, pero hablar de ello te puede ayudar, ¿Qué paso?

- Nazumi la degolló y la dejó desangrándose a mis pies sin que yo pudiera hacer nada.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Si os ha gustado el capítulo, recordar, dar like, suscribiros y comentar por aquí, por mi facebook Dayagon Elric o por twitter @dayagonworld, muchas gracias a todos.