El
cuentacuentos se abrió paso entre los juerguistas que abarrotaban la taberna
hasta la mesa ubicada al lado de la chimenea. La camarera cruzó la sala,
aguantando los pellizcos y las groserías de los borrachos con una sonrisa, para
llevarle una jarra de cerveza fría que había llenado cuando lo vio entrar.
Todo el ruido
que había en la taberna se acalló en segundos cuando se abrió la puerta y entró
el alcalde de la ciudad acompañado por el sheriff. El alcalde se dirigió hacia
la mesa del cuentacuentos mientras el sheriff se apoyaba en la barra mirando
disimuladamente la mesa. La música se reanudó, las conversaciones siguieron y
el ruido general de la taberna se instauró de nuevo en el ambiente.
- Buenas
noches, tome asiento por favor. - le dijo el cuentacuentos al alcalde que
estaba sentado al otro lado de la mesa, otorgándole un permiso que él ya se había
tomado libremente.
- He
escuchado tu historia ahí fuera. - dijo el alcalde pasando por alto su
comentario y encendiendo un puro barato. Cuando estuvo contento con su producción
de humo continuo hablando. - Los de tu gremio sois buenos para los pueblos, entretenéis
a la gente y si están contentos dan menos problemas. Pero tú, has venido a mi
pueblo, contando fantasías haciéndolas pasar por lecciones de historia.
- La leyenda
de Dayagon no es una mera fantasía, es lo que aconteció en la segunda guerra
del caos.
- Sandeces,
esa historia no es más que una fantasía religiosa usada por fanáticos para
controlar a sus fieles. No creo que sea una historia que debas contar en mi
pueblo.
El
cuentacuentos observó la sala antes de responder. La música sonaba más floja,
las conversaciones y el murmullo de la gente se había reducido y muchos ojos
miraban disimuladamente hacia él. Había demasiadas pistolas en la taberna y sabía
que un enfrentamiento con el alcalde no le depararía nada bueno.
- Creo que
tienes razón, la gente de este pueblo no está a la altura de esta historia.
- Puede que
en Charanty o en Eiss la aprecien. Me parece que mañana será un buen día para
un viaje. ¿No crees?
- A mí también
me lo parece.
- Entonces. -
dijo dando por finalizada su conversación. - Te deseo un feliz viaje.
El alcalde se
levantó y salió de la taberna. Las conversaciones retomaron su volumen habitual
y el cuentacuentos se perdió entre sus pensamientos y no se dio cuenta de que
la silla que había dejado vacía, y con un apestoso olor a puro, el alcalde había
sido ocupada de nuevo por un joven que lo miraba fijamente. El chico carraspeó
para atraer su atención y lo sacó de sus ensoñaciones. El cuentacuentos reparó
en el por primera vez y tomó un largo trago de cerveza antes de hablar.
- ¿Qué
quieres?
- Esa
historia que cuenta ¿Es real?
- Chico, por
si no te has dado cuenta, acaban de echarme del pueblo por ella.
- Por eso
estoy aquí, quiero saber cómo acaba.
- Mañana me
voy del pueblo. Si quiere saber cómo termina, ven conmigo.
El
cuentacuentos apuró la jarra de cerveza, se levantó y se abrió paso entre los
juerguistas que abarrotaban la taberna hasta la escalera que conducía a su habitación.
Killian se
acercó a Idrial cuando ella terminó de curar a los soldados heridos.
- Idrial.
¿Podemos hablar un momento?
- Estoy
cansada Killian. Si no te importa, voy a acostarme. - dijo pasando a su lado.
- Espera. -
dijo Killian agarrándola del brazo para retenerla. - Tenemos que hablar, llevas
evitándome desde...
- ¡Déjame en paz! - le cortó Idrial levantando
un poco la voz.
Idrial se soltó
de la mano de Killian y se fue hacia sus mantas a acostarse. Killian se acercó
hacia la hoguera y se sentó mirando el baile de las llamas. Desde allí vio a
Dayagon levantarse bruscamente con la respiración agitada, empapado en sudor y
con la mirada perdida. Killian silbó a Dayagon.
- Dayagon,
bienvenido al mundo de los vivos.
Dayagon apartó
las mantas que lo tapaban y se levantó para acercarse al fuego.
- Tengo la
boca seca.
- No me
extraña con el tiempo que has dormido. - dijo Killian mientras le pasaba un
odre con agua.
- ¿Cuánto
tiempo ha sido? - pregunto después de beber un largo trago.
- Casi dos días
y habrían sido más de no ser por Idrial, casi muere curándote.
- Entonces tendré
que darle las gracias.
- Está
descansando y tú deberías hacer lo mismo.
- Ya he
descansado mucho, llevamos demasiado tiempo aquí. Voy a hacer un par de
linternas. - dijo mientras le devolvía el odre.
- Bardan, ve
con él.
Dayagon cogió
una antorcha y salió de la caverna por uno de los túneles acompañado por el
soldado.
Dayagon
andaba por los túneles con el soldado detrás. Llevaba la antorcha detrás suyo
para que no le deslumbrara.
- ¿Vamos muy
lejos?
- Aun no lo sé,
estoy intentando orientarme.
- ¿Estás
perdido? - pregunto, alarmado, el soldado.
- No, no del
todo.
- Ah, no del
todo. Ya estoy más tranquilo.
- No te
preocupes, se volver a la cueva donde están los demás. Lo que no se es el punto
exacto donde estamos en este laberinto.
- ¿Cómo te vas
a orientar aquí? A mí, todo me parece igual.
- Porque todo
es igual. Los yokai conocen estas galerías y se guían por puntos de referencia.
Aquella cueva con la cascada por la que pasamos, por ejemplo.
- ¿Y qué
andas buscando ahora?
- Esto.
Dayagon y el
soldado entraron en una cueva con un agujero en el centro. Dayagon lanzó la
antorcha por el agujero hasta que el brillo de su luz fue tragado por la
oscuridad.
- Ese pozo
lleva a cavernas tan profundas que ni los yokai se atreven a explorar. Vamos,
estamos cerca. - dijo mientras se giraba hacia el soldado.
Del pecho de
Bardan brotó una hoja de acero y la sangre empezó a empapar rápidamente su jubón
de cuero. Bardan tenía el rostro congelado en un rictus de sorpresa. Una daga apareció
por encima de su hombro y dibujo una línea sangrienta a su paso por el cuello
del soldado. Este, cayó a los pies de Dayagon y la antorcha que sostenía rodó
por el suelo hasta caer por el agujero. Antes de que la luz desapareciera en
las entrañas de la tierra, Dayagon alcanzó a ver a Nazumi. Dayagon se transformo
en yokai y materializó un par de dagas.
- Nazumi. -
dijo a la oscuridad escupiendo el nombre entre sus dientes. - Te vi cuando me desperté.
Pensé que eras una alucinación. Me parecía raro que no nos hubieras matado.
- Quería
hablar contigo.
El eco de su voz aguda y chillona hacía
imposible localizar su origen. Dayagon retrocedió hasta tener la pared a la
espalda. Estaba en tensión, intentaba localizar a Nazumi con todos sus
sentidos.
- Quería
saber por qué te fuiste. Por eso no os he matado. Aun. - dijo dando un especial
énfasis a la última palabra.
- Ya sabes
porque me fui.
- Así que me
abandonaste por una puta.
- ¡Cállate
Nazumi! No te consiento que hables así de ella.
- Me has
decepcionado, Dayagon. Eras como un hijo para mí. Yo te saque de tu celda, te
eduque, te enseñe todo lo que sabes, te di una vida.
- Aquello no
era vida, yo era tan prisionero como ella.
- Fuiste un
necio. Podrías habérmelo contado y la habría comprado para que vivierais
juntos.
- No dices más
que mentiras. ¡Tú me la arrebataste!
- Tuve que
hacerlo. ¿Sabes en los problemas que me metiste con tu huida? ¡Casi me ejecutan
por dejarte ir!
Dayagon sintió
un leve cambio en el aire e, instintivamente, levantó la daga justo a tiempo
para desviar el golpe de Nazumi.
- Te inunda
el miedo, Dayagon. Puedo olerlo en ti. Tú también podrías si el humo de las
antorchas no te hubiera dormido el olfato.
El siguiente
golpe de Nazumi no pudo esquivarlo y le hizo un corte superficial en el hombro.
Dayagon lanzó un par de tajos en respuesta pero sus dagas solo encontraron el
aire.
- Cometí un
error cuando te deje escapar. Pero ahora que has vuelto, puedo enmendarlo.
Dayagon cerró
los ojos calmándose y expandiendo sus sentidos. Sentía el movimiento del aire
en su pelo, olía la sangre de Bardan y el ligero olor corporal de Nazumi. Pudo oír
el silbido que produjo la daga de Nazumi cortando el aire.
Dayagon hizo
desaparecer sus dagas, levantó una mano y la hoja de Nazumi rebotó a poca
distancia de su palma mientras lanzaba un gancho con la otra mano que impactó
en el cuerpo de Nazumi. Intercambiaron varios golpes con el mismo resultado
hasta que Dayagon le propinó a Nazumi un golpe en la sien, por encima del ojo
izquierdo, que lo tumbo en el suelo conmocionado. Dayagon se echó encima de él,
lo desarmó y le puso su daga en el cuello.
- Voy a hacerte
el mismo favor que me hiciste por la amistad que mantuvimos. Te voy a dejar ir,
pero si nuestros caminos vuelven a cruzarse, te matare. - dijo aplicando cada
vez más presión con la daga en el cuello conforme iba hablando.
Dayagon le
golpeó en la cabeza y lo dejó inconsciente. De los bolsillos de Nazumi sacó un
par de botellitas que vació en un cuenco pequeño como la palma de su mano. El
cuenco comenzó a brillar con una tenue luz verde que fue ganando intensidad. A
sus pies se encontraba el cuerpo inconsciente de Nazumi. Estaba vestido con
ropas marrones y negras y sin armadura, confiaba más en el sigilo y la rapidez
que en un combate directo. Dayagon le dedicó un último vistazo a su mentor y salió
de la caverna.
Nazumi. |
Dayagon llegó
a la cueva donde estaban Killian, Idrial y los soldados con un par de linternas
yokai. En la cueva estaban recogiendo las cosas para partir cuando volviera
Dayagon. Cuando este entró solo, Killian le preguntó:
- ¿Donde está
Bardan?
- Muerto, un
yokai nos emboscó. - respondió Dayagon mientras le entregaba las linternas a
los soldados.
- Lastima,
era un buen soldado. ¿Y el yokai?
- No nos
molestara más. - Dayagon comenzó a recoger sus pertenencias. - Debemos irnos
cuanto antes.
Idrial se
acerco a Dayagon y se percató de la sangre de su hombro.
- ¿Estás
bien?
- Si, solo me
duele un poco el hombro.
- Déjame que
le eche un vistazo.
Idrial se
concentró y uso la magia para cerrar el pequeño corte del que no quedó ni una
cicatriz.
- Gracias.
Por todo.
- No hay de qué.
Killian se
acercó a ellos e Idrial encontró otra cosa que hacer al otro lado de la cueva.
Killian suspiró mirando cómo se marchaba.
- ¿Cuánto
tardaremos en salir de aquí?
- Dos días.
Tomaremos una ruta más larga pero más segura. No creo que nos encontremos con
problemas.
- Bien,
entonces partiremos ya.
Killian dio
las órdenes a los soldados y el pequeño grupo salió de la cueva por una galería
internándose en las oscuras galerías del laberinto que los yokai llamaban hogar.
A los dos días
de la partida, llegaron a una cueva en la que el suelo se elevaba abruptamente
hasta un agujero en la pared por el que entraba la luz del sol. Dayagon se
quedó inmóvil mirando la cueva con los ojos vidriosos mientras los demás
escalaban hacia la salida.
- Dayagon,
¿pasa algo? - le preguntó Idrial.
- Aquí fue
donde la perdí. - contesto Dayagon mientras una lagrima rodaba por su mejilla.
- Lo siento
mucho.
Idrial apoyó
la mano en su hombro para calmarlo y durante un instante, percibió los
sentimientos de Dayagon. Fue algo tan sumamente doloroso, que la obligó a
retirar la mano instantáneamente. Idrial bajó la mano lentamente sintiéndose
impotente por no poder curar a Dayagon del dolor que estaba sintiendo en ese
momento.
- Vamos, los demás
han salido ya. - le apremió Idrial para sacarlo de allí.
Dayagon e
Idrial salieron de la cueva a la ladera de una montaña y a sus pies se extendía
una gran llanura verde. Más allá de la llanura podía verse el bosque Cahurn del
que se alzaba el monte Lunn. El sol estaba ya recorriendo su camino hacia el
ocaso, por lo que le quedaban unas pocas horas de luz.
- Seguid al
sol, hacia el oeste esta Dathor. No hay mucho camino, deberíais de llegar antes
del anochecer.
- ¿Tu no
vienes? - le preguntó Killian.
- Aun no, he
de hacer una cosa. Os alcanzare más tarde.
- No es
seguro quedarse aquí solo, y menos si te alcanza la noche.
- Me quedare
con él, Killian. - dijo Idrial, preocupada por Dayagon.
- Muy bien,
como queráis. Vámonos.
Killian y los
soldados partieron hacia Dathor mientras Dayagon e Idrial se encaminaron hacia
una pequeña loma. En lo alto de la loma se encontraba una piedra blanca.
Dayagon se detuvo fuera del círculo de pequeñas flores blancas que rodeaban la
piedra y unas lágrimas empezaron a correrle por la cara. El lado de la piedra
que estaban mirando era totalmente liso y pulido y en el centro estaba tallado
un nombre, Sarah.
-Se que quizás
no debería de meterme, pero hablar de ello te puede ayudar, ¿Qué paso?
- Nazumi la degolló
y la dejó desangrándose a mis pies sin que yo pudiera hacer nada.
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