martes, 23 de diciembre de 2014

La leyenda de Dayagon- Capítulo 17

Eathane recorría los anchos pasillos del palacio de Dol´Mara. El ruido de sus pasos era absorbido por las mullidas alfombras rojas que cubrían el suelo. Los pasillos estaban flanqueados por grandes estatuas de mármol de poderosos guerreros. Los gruesos muros de piedra estaban decorados con bellos cuadros que representaban a antiguos familiares de la emperatriz y tapices con escenas de caza y de gloriosas batallas. Eathane llegó a una puerta de roble flanqueada por dos soldados que le cortaron el paso cruzando las lanzas.

- Necesito hablar con ella. Traigo noticias.
- Dejadlo pasar. - dijo una voz femenina desde el otro lado de la puerta.

Los soldados se apartaron de la puerta. La habitación estaba en penumbras, tenuemente iluminada por un pequeño fuego en la chimenea. La cama que presidia la habitación tenía un armazón de madera oscura del que colgaban unas cortinas de seda roja. Entre las cortinas pudo ver que las sabanas estaban revueltas y a una chica desnuda durmiendo entre ellas. La pared norte de la habitación estaba ocupada por unos grandes ventanales por los que se podía divisar la ciudad. La emperatriz estaba de pie mirando por una de las ventanas, como única vestimenta llevaba una bata roja semitransparente que dejaba entrever su esbelta figura desnuda. Su pelo rojo caía liso hasta su cadera y no llegaba a tapar sus picudas orejas, signo de la pureza de su sangre elfica. Eathane clavo una rodilla al suelo esperando, con la mirada baja, hasta que ella le hablara.

- Eathane. -dijo tras unos minutos. - Pensé que los orcos te retendrían más tiempo en tu mansión.
- Hubo algunas complicaciones, mi señora.
- Levanta y llámame por mi nombre, ya tengo suficiente de esa cortesía en la corte. - dijo mientras se acercaba a él.
- Targriel, mi mansión fue...
-Shh. -le acallo poniéndole un dedo en los labios. - Hoy no quiero escuchar tus excusas, esta noche necesito de tu experiencia. - dijo mientras le acariciaba la mejilla.



Dayagon materializó un lirio amarillo. Idrial se mantuvo en silencio observando a Dayagon como jugueteaba con la flor y finalmente la dejaba enfrente de la lapida. Dayagon bajó la loma a buen paso alejándose de allí e Idrial se apresuró a seguirlo.

- ¿Cómo estás? - le pregunto cuándo lo alcanzo.
- Bien, esto es una antigua herida que no cerrara nunca, pero he aprendido a combatir su dolor.
- Bonita flor la que has dejado.
- Me recuerda a ella, al color de su pelo.
- ¿Puedes crear cualquier cosa con ese poder tuyo?
- No, al poder cambiar de un cuerpo a otro, puedo hacer desaparecer cosas y volver a materializarlas luego. No sé a dónde van. Donde este el otro cuerpo, supongo.
- Entonces. ¿La flor...?
- La cogí antes de salir del jardín de Killian. Sabía que pasaríamos por aquí y quería traérsela.

Un relincho atrajo su atención y vieron a Ithil trotando hacia ellos y se detuvo a unos pasos de Idrial. Idrial se acercó a ella e Ithil retrocedió zarandeando la cabeza y resoplando.

- ¿Qué te pasa, Ithil?

Ithil respondió con un relincho mientras arañaba la tierra con la pezuña.

- Esta nerviosa. Creo que es por ti, le alteran los hombres. - dijo a Dayagon mientras le indicaba que se alejara con las manos.

Dayagon se retiró unos pasos. Idrial intentó volver a acercarse a ella con el mismo resultado.

- Oh venga, ¿pero qué te pasa? Soy yo, Idrial.

Idrial alargó la mano lentamente e Ithil se quedó muy quieta, como si estuviera paralizada. Sus ollares se abrían y cerraban mientras olía el aire. Idrial se acercó lentamente hasta que su mano se posó en su cuello. Ithil echó las orejas hacia atrás e Idrial pudo notar la tensión de sus músculos. Idrial se dio cuenta de lo que le pasaba.

- Cálmate, no fue para tanto. - le dijo mientras la acariciaba para calmarla. Idrial se acercó a su oreja y le susurró. - Solo fue un beso.

Dayagon esbozó una gran sonrisa al oír este comentario. Idrial se subió al lomo de Ithil que no dejo de mirarla con las orejas echadas hacia atrás. Tímidamente, Ithil comenzó a andar a paso lento.

- Vaya, parece que me he perdido algo. - dijo Dayagon alcanzándolas. Ithil lo miró de reojo. - A mi no me mires, que conmigo no ha sido. - se excusó levantando las manos.
- Cállate. - le dijo Idrial mientras se ruborizaba.

Dayagon e Idrial se alejaron de la tumba de Sarah a buen paso hacia la fortaleza de Dathor.



Idrial estaba apoyada en el muro bajo del jardín de Killian mirando al mar. Estaba preocupada porque las pesadillas con el demonio la atormentaban cada vez más. Llevaba ya una semana en Vicanor y no tenía ninguna pista nueva sobre él. Una rosa apareció, levitando, delante de sus ojos. A Idrial se le dibujó una gran sonrisa en la cara, cogió la flor y se la llevó a la nariz para aspirar su dulce aroma.

- Cada vez lo controlas mejor. - dijo Idrial mientras se giraba sabiendo que Dayagon estaba detrás.
- Sí, pero aun me cuesta mucho crear dos barreras a la vez.
- Mejoraras con la práctica.

Idrial lanzó la flor al aire y Dayagon la atrapó con una barrera, dejándola suspendida en el aire. Dayagon movió la barrera llevando así la flor hasta Idrial.

- ¿Has visto a Killian?- le pregunto Idrial mientras cogía la flor.
- No, desde que hemos vuelto parece que esta enclaustrado en palacio. Voy a dar una vuelta por la ciudad. ¿Vienes?
- No, gracias. Me quedare aquí.
- Como quieras.

Dayagon se fue del jardín dejándola sola con sus pensamientos. Al poco tiempo, Idrial entró en la casa y se dirigió a los baños. La puerta del baño estaba cerrada y podía oír una voz femenina que cantaba una bella canción al otro lado. La canción se vio interrumpida cuando Idrial llamo a la puerta.

- Pase. - dijo Mylnia desde dentro antes de volver a reanudar la canción.

La sala de los baños estaba llena del vapor que salía de las bañeras. Mylnia se encontraba sentada en el borde de una de ellas enjabonándose con una pequeña pastilla de jabón. Idrial se desnudó, dejó su ropa en uno de los ganchos que había en una pared y entró lentamente en la tina que se encontraba Mylnia. Se hundió hasta el cuello dejando tras de sí su pelo flotando en el agua. Idrial miraba a Mylnia, su cuerpo era tan diferente a los de las elfas que había visto. Su baja estatura. Su pelo negro, pegado a su cuerpo. Sus turgentes senos, levemente caídos. Su tripa, ligeramente abultada. Sus anchas caderas. Cuando la canción que cantaba llegó a su fin, Mylnia se levantó y se echó un balde de agua por encima para aclararse.

- Bonita canción.
- Gracias. Me la cantaba mi madre cuando era pequeña. - respondió mientras volvía a meterse en la tina.
- ¿Dejas entrar a cualquiera cuando estas bañándote?
- Estos baños tan grandes no fueron hechos para la privacidad y llevo toda una vida en esta casa trabajando para Killian. Ya estoy más que acostumbrada.
- ¿Trabajas para Killian? ¿No eres su esclava?
- No. Mi familia fue esclava de la suya. Yo crecí con él entre estos muros. Cuando murió su padre y el heredó, liberó a todos los esclavos y nos ofreció trabajar para él.

Idrial salió de la tina y comenzó a enjabonarse. Ahora era ella la que estaba bajo la mirada de Mylnia. Idrial era más alta que ella, con una figura más delgada, más estilizada. Sus senos eran más pequeños pero más erguidos. Sus largas y delgadas piernas terminaban en una cadera pequeña, muy pequeña en comparación con la de Mylnia. Su pelo marrón enmarcaba un rostro con facciones angulosas que poseían una belleza inhumana.

- ¿Que te sucedió con Dayagon? ¿Porque lo odias?
-No lo odio. La primera vez que entró a esta casa me enamore de él. Él se dio cuenta de ello y se aprovechó. A los tres días se fue y volvió a las dos semanas, volvió a desaparecer y regresaba al cabo de un tiempo para volver a irse al poco. Pero por mucho que yo siempre estuviera aquí esperándole, nunca estuve cerca de conseguir su corazón. - Mylnia hizo una pausa mientras jugueteaba con la mano en la superficie del agua.- Yo no podía competir con un recuerdo. Al final, nuestra relación se convirtió en lo que has visto. Es nuestra manera de demostrarnos nuestro afecto.
-Vaya, lo siento... - comenzó a decir Idrial.
- No deberías de sentirlo por mí, sino por él. Debajo de su fachada de mercenario se oculta una gran tristeza, un corazón roto por la pena. Sus recuerdos lo llevaran a la tumba. En fin, ya es tarde, debería ir preparando la cena.

Mylnia salió del baño dejando sola a Idrial que termino de bañarse y se fue a su habitación. Cogió uno de los libros que le habían dado sus maestros y se quedo leyendo al lado de la ventana hasta que empezó a faltarle la luz. Cuando iba a encender una vela, llamaron a la puerta y la voz de Mylnia vino del otro lado.

- Lady Idrial, Killian la invita a cenar en sus aposentos.
- Muy bien, ahora iré. Gracias, Mylnia.

Idrial fue a la habitación de Killian y se encontró con la puerta abierta. La habitación estaba iluminada por las velas de una lámpara de araña de hierro con elegantes formas. Una gran cama con cortinas de terciopelo presidia la habitación. Un mullido banco se encontraba a los pies de la cama sobre una gran alfombra. Unos grandes armarios ocupaban una de las paredes y en la otra se encontraban unas grandes ventanas a los lados de una puerta acristalada que daba a un balcón desde el que podía verse el jardín de la casa y gran parte de la ciudad de Vicanor así como del mar Gedra.

Killian estaba sentado en el balcón frente a una pequeña mesa de madera.  Al otro lado de esta se encontraba una silla vacía en la que se sentó Idrial. Mylnia llegó con una jarra de vino y dos copas que dejó sobre la mesa.

-Si no te importa, cenaremos aquí. Llevo dos semanas encerrado en palacio y no me apetece estar entre paredes. - dijo Killian mientras servía dos copas de vino.
- No te preocupes, no se está mal aquí fuera.

Mylnia llegó con una bandeja de bronce en la que llevaba un par de platos con carne y verduras. Dejó los platos delante de ellos y se retiró con una pequeña reverencia. Killian e Idrial comenzaron a comer en silencio. Ninguno de los dos encontraba las palabras. Después de aquel beso al borde del acantilado se habían distanciado mucho.

- No has conseguido información nueva sobre el demonio ¿No? - preguntó Killian rompiendo el tenso silencio.
- No, nada nuevo. Sigo con las mismas pesadillas, pero no saco nada en claro.
- Ahora que se avecina la guerra es posible que se cumpla tu sueño.
- No quiero que se cumpla.
- Ni nadie, pero la guerra es inminente. El emperador está reforzando Dathor, que es el único paso que tiene Adalia a Norwen; y la ciudad de Hagamar, el único punto por el que podrían desembarcar un ejército. - dijo moviendo los cubiertos por el aire como si señalara puntos en un mapa invisible.
- ¿Que vas a hacer ahora? ¿Vas al frente?
- De momento no. Me han destinado a una misión diplomática. Voy a ver a nuestros aliados para conseguir ayuda.
- ¿Vas a ir a las islas? Siempre he querido visitarlas. - dijo Idrial con un pequeño brillo en los ojos mientras detenía el tenedor a medio camino entre su boca y el plato.
- No, va a ir otra persona. Yo voy a Hrim-Thain y a Idrilon. Quería pedirte que vinieras conmigo. Me vendría bien tu ayuda con los elfos, nuestras relaciones con ellos no están en su mejor momento y necesitamos toda la ayuda que podamos reunir.
- Preferiría ir a las islas. No te seria de gran ayuda, la reina no me tiene en buena estima.
- Pero eres maga. ¿Los magos elfos no tienen un puesto en el consejo de la reina?
- Solo los grandes maestros están en el consejo. Yo solo soy una aprendiz.
- Podrías hablar con tus maestros, ponerlos de nuestra parte y no tendrías ni siquiera que ver a la reina.

 Killian dejó los cubiertos en el plato vacio y se sirvió otra copa de vino rellenando también la de Idrial.

- Eso puedo hacerlo, pero me gustaría ir a las islas, puede que consiga información del demonio allí.
- Puedes ir con Égaran. Saldremos en el mismo barco y me bajare en el estrecho, luego podremos reunirnos en Hagamar.
- ¿Cuando partís?
- Dentro de dos días, después del Solsticio de invierno.
- Cierto, mañana es el Solsticio. Sera el primer año que lo celebre fuera del bosque. - dijo mirando hacia el horizonte como si pudiera ver el bosque delante suya.
- Ven conmigo. Yo la celebrare en palacio.
- ¿Estás loco? No tengo ropa para ir a una fiesta en la corte. Además, ¿Que iba a hacer allí, rodeada de tantos humanos?
- Acompañarme. Venga, te lo pasaras bien y lo de la ropa se puede solucionar.

Cuando terminó de hablar llegó Mylnia con un vestido entre sus manos. El vestido era de terciopelo verde con un solo tirante, el izquierdo, y una falda que caía más por la pierna derecha. El corpiño y los bordes de la falda estaban bordados con hilos marrones y dorados en un diseño intrincado de líneas curvas. El conjunto lo completaba un chal de piel y unos guantes verdes.

-Es precioso.-dijo Idrial tocando la tela.- Te habrá tenido que costar mucho. No puedo aceptarlo.
- Insisto, pruébatelo y si te queda bien, ven conmigo a palacio.
-Vale, muchas gracias. - dijo tras un largo silencio en el que no dejó de mirar el vestido

Idrial se levanto, cogió el vestido de entre las manos de Mylnia y fue a su habitación.


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domingo, 23 de noviembre de 2014

Buscando el amor.

Recomendación del autor: si podéis, leer el texto con esta música de fondo para mayor ambientación https://www.youtube.com/watch?v=vodd6C5ryUU


La habitación se encontraba en penumbras. Débiles rayos de luz entraban por las rendijas de la persiana iluminando la cama en la que yacía una joven debajo de las mantas. Sara estaba inquieta, todos los días se despertaba recostada en el pecho de su novio Juan mientras este le acariciaba su largo pelo rojizo, pero esta mañana se despertó sola en la cama.

Sara sacó un brazo de debajo de las mantas para encender la luz de la mesilla, pero, en el camino, su mano chocó con un objeto que cayó al suelo. Encendió la luz y pudo ver que el objeto era una pequeña cajita de madera. La tapa superior se había abierto con la caída. Por dentro, estaba forrada con terciopelo rojo sobre el que descansaba una pequeña nota.

"Estoy deseando verte. Aquí, el aire tiene un aroma especial. ¿Recuerdas el olor de las flores de cerezo?"

A Sara, inconscientemente, se le elevó la comisura de los labios formando una pequeña sonrisa. Esa nota solo podía referirse a un lugar, el parque de cerezos que presencio su primer beso y su primer te quiero.

Sara se vistió y, sin pararse a desayunar, salió a la calle, rumbo al parque. Cuando llego allí, el viento levantó una nube de pétalos que volaban por el aire en todas direcciones como si fueran copos de una nieve rosada. Entre esta improvisada niebla distinguió a un hombre que esperaba al lado de un cerezo de espaldas a ella. Se acerco con sigilo para asustarle y cuando estaba cerca, una muchacha apareció de la nada, lo saludó con un ligero beso en los labios y se fueron cogidos de la mano.

Sara, desilusionada, buscaba con la mirada sin hallar rastro de nadie en el parque hasta que reparó en una pequeña cajita de madera a los pies de un cerezo. Esta era idéntica a la que se encontró en su habitación. Al abrirla, descubrió dentro otra nota.

"Lo siento, quería estar ahí, pero me entro hambre. ¿Recuerdas el sabor del teriyaki?"

A Sara se le escapó otra sonrisa cuando terminó de leerla y se dio cuenta de que Juan estaba jugando con ella. La siguiente ubicación también era sencilla de adivinar. Ella solo había comido pollo teriyaki una vez en su vida, en el restaurante donde tuvieron su primera cita.

En el bar del restaurante habían unas pocas personas desayunando, pero Juan no se encontraba entre ellas. Se acerco a la puerta acristalada que separaba el salón del bar y se la encontró abierta. Los camareros estaban preparando las mesas y el metre se acerco rápidamente a ella.

- Señorita, aun no hemos abierto. - le dijo con una suave voz.
- Lo siento, estaba buscando a alguien.
- Ah, ya veo. Espere aquí un momento.

El metre se fue volviendo al poco tiempo con una cajita de madera entre sus manos. Esta era idéntica a la que se encontró en su habitación y en el parque. Al abrirla, descubrió dentro otra nota.

"Sabes que te quiero. Te he querido desde que mis ojos se posaron por primera vez sobre ti."

Sara le dio las gracias al metre y salió del restaurante. Andaba por la calle distraída mientras pensaba en la nota. Sin duda, esta hablaba de cuando se conocieron. No sabía adonde debía dirigirse hasta que de pronto se acordó. La primera vez que se vieron fue en el coche de ella cuando fue a recoger a un amigo, la persona que los presentó.

El coche se encontraba en el garaje de su casa. Cuando llegó, no se sorprendió al encontrar otra cajita en el asiento del conductor.

"Enhorabuena heroína, pero el príncipe que buscas no se encuentra aquí. Búscalo en la torre más alta."

Una gran sonrisa adornó su cara. Esto era tan propio de Juan. El nunca perdía la oportunidad de meterse con ella por su afición al videojuego de Mario. Arrancó el coche y se dirigió a la catedral, sin duda, la torre más alta de la ciudad.

La plaza de la catedral se encontraba repleta de gente. Algunos iban de aquí para allá mientras otros estaban tranquilamente sentados en la terraza de los bares. Por más que miraba, no veía a Juan por ningún sitio. Buscándolo, llegó a la puerta de la catedral, que se encontraba cerrada. A sus pies se encontraba otra pequeña cajita de madera. Cuando la abrió, esperando encontrar otra nota, se quedó helada pues en su interior se encontraba un pequeño anillo de plata con un diamante engarzado.

- ¿Quieres casarte conmigo? - oyó a su espalda.

Sara se giró mientras le corrían las lagrimas por la cara y se abalanzó sobre él, rodeándolo con sus brazos y repitiendo, una y otra vez, sí, sí, sí, sí.

Allí, a los pies de la catedral, la feliz pareja se fundió en un eterno beso.


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domingo, 9 de noviembre de 2014

El ultimo ser humano

Día 1:

Hoy me he despertado tarde y mi casa se encontraba en silencio. Es algo bastante extraño, mis hermanos siempre están discutiendo y mi madre gritándoles para que se callen. Sentía una extraña inquietud dentro de mí que no sabía a qué se debía hasta que me di cuenta de que no solo mi casa estaba en silencio, no oía ni a los vecinos ni los ruidos de los coches en la calle. Me he levantado y he comprobado que mi casa estaba vacía. Al asomarme por la ventana he descubierto que lo mismo sucedía en la calle.

Al ver esto, he decidido bajar a la calle. He recorrido un par de manzanas y no he encontrado a nadie. He de reconocer que me he asustado mucho. Me da miedo ser la única persona en el mundo. He comenzado a aprovisionarme de comida y agua. Aun hay luz en mi casa, pero no se cuanto durara.

Día 2:

A dos calles de mi casa he encontrado una furgoneta abierta con las llaves puestas. Esta cargándola con unas cajas de herramientas, he dejado un juego de herramientas y he bajado las demás. He ido al centro comercial y no he visto a nadie por las calles. Excepto por algún que otro accidente, las calles están bastante libres y se puede circular bien por ellas. Allí he cargado la furgoneta con lo que he encontrado que me pudiera resultar útil. He encontrado un generador de electricidad a diesel, asique podre seguir contando con electricidad en mi casa.

Día 3:

La ciudad se ha quedado sin luz. Los surtidores de las gasolineras no funcionan, tengo que hacerme con una bomba de mano para sacar el combustible de los depósitos. Al final he ido al hospital más cercano de mi casa y he conseguido el combustible de sus generadores de emergencia. Los generadores estaban activados, imagino que también lo estarán los de los otros hospitales, he de darme prisa y conseguir todo el diesel que pueda, a los hospitales ya no les hace falta...

Día 4:

Hoy he visitado los hospitales de la ciudad, no he podido traerme todo el combustible, pero al menos he parado los generadores, más adelante iré a por el resto. Sigo sin encontrar el menor rastro de humanos. Aun no puedo creer que esto haya pasado. ¿Donde está la humanidad?

Día 5:

Sigo explorando la ciudad, he encontrado un mustang gt aparcado. Me ha llevado más de media hora conseguir que arrancara, en las películas parece más sencillo. Esa pequeña victoria me ha levantado el ánimo.

Día 6:

Los animales domésticos se están volviendo salvajes. He visto dos perros peleándose por los restos de lo que juraría que era otro perro. A unas manzanas del zoo he oído un rugido. Temo que los animales se hayan escapado, necesito un arma para protegerme cuando salga por la ciudad.

Día 7:

He saqueado una armería. Nunca había disparado un arma. Es sencillo pero el retroceso me ha hecho daño en el hombro. Eso es algo que no enseñan los videojuegos, supongo. Echo de menos a la gente, las voces, los ruidos. El silencio inunda la ciudad. Una gran ciudad fantasma. No sé porque estoy escribiendo esto. Nunca lo leerá nadie pues no queda nadie en el mundo.

Día 11:

Escribir me ayuda, escribir me calma, escribir me consuela. La soledad me está pasando factura. Dejar de escribir solo ha hecho que empeore. He comenzado a hablar en voz alta para escuchar una voz humana. Paseo por las tiendas de ropa viendo los maniquíes, lo más parecido a un ser humano que he encontrado en la ciudad. He ido a las casas de mis amigos y amigas con la vana ilusión de encontrarlos y estaban vacías. He colgado las fotos de todos para no olvidarlos.

Día 12:

Hoy, en la ciudad, me ha parecido oír a alguien. He estado buscando pero no he encontrado ni he vuelto a escuchar a nadie.

Día 13:

He vuelto a oír voces. Hoy venían de una tienda pero solo he encontrado sangre en el suelo. Ni siquiera sé si la sangre es humana.

Día 14:

He seguido investigando la zona donde oí voces ayer. No he encontrado nada, ni siquiera la sangre de aquella tienda. Mi mente está jugando conmigo. Llevo muchos días sin dormir bien. Estoy muy cansado.

Día 15:

Creo que llevo quince días solo en la ciudad, o a lo mejor son más. Me ha parecido escuchar el sonido de un coche y la calle estaba completamente vacía. He oído un helicóptero y en el cielo no había ni nubes. Ya no sé que es real y que no.

Día 16, creo:

Tengo fiebre, creo que me he resfriado. He estado pensando. No sé qué ha sucedido en el mundo, ni siquiera sé si queda alguien vivo como yo. ¿Porque la humanidad ha desaparecido? ¿Porque yo sigo aquí? Mañana iré al hospital a por medicinas.



Al final del diario hay garabateadas unas frases.


"Si alguien encuentra este diario, supongo que habré muerto. Escribo esto porque no quiero que el tiempo borre mi recuerdo." 

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domingo, 5 de octubre de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 16

El cuentacuentos se abrió paso entre los juerguistas que abarrotaban la taberna hasta la mesa ubicada al lado de la chimenea. La camarera cruzó la sala, aguantando los pellizcos y las groserías de los borrachos con una sonrisa, para llevarle una jarra de cerveza fría que había llenado cuando lo vio entrar.

Todo el ruido que había en la taberna se acalló en segundos cuando se abrió la puerta y entró el alcalde de la ciudad acompañado por el sheriff. El alcalde se dirigió hacia la mesa del cuentacuentos mientras el sheriff se apoyaba en la barra mirando disimuladamente la mesa. La música se reanudó, las conversaciones siguieron y el ruido general de la taberna se instauró de nuevo en el ambiente.

- Buenas noches, tome asiento por favor. - le dijo el cuentacuentos al alcalde que estaba sentado al otro lado de la mesa, otorgándole un permiso que él ya se había tomado libremente.
- He escuchado tu historia ahí fuera. - dijo el alcalde pasando por alto su comentario y encendiendo un puro barato. Cuando estuvo contento con su producción de humo continuo hablando. - Los de tu gremio sois buenos para los pueblos, entretenéis a la gente y si están contentos dan menos problemas. Pero tú, has venido a mi pueblo, contando fantasías haciéndolas pasar por lecciones de historia.
- La leyenda de Dayagon no es una mera fantasía, es lo que aconteció en la segunda guerra del caos.
- Sandeces, esa historia no es más que una fantasía religiosa usada por fanáticos para controlar a sus fieles. No creo que sea una historia que debas contar en mi pueblo.

El cuentacuentos observó la sala antes de responder. La música sonaba más floja, las conversaciones y el murmullo de la gente se había reducido y muchos ojos miraban disimuladamente hacia él. Había demasiadas pistolas en la taberna y sabía que un enfrentamiento con el alcalde no le depararía nada bueno.

- Creo que tienes razón, la gente de este pueblo no está a la altura de esta historia.
- Puede que en Charanty o en Eiss la aprecien. Me parece que mañana será un buen día para un viaje. ¿No crees?
- A mí también me lo parece.
- Entonces. - dijo dando por finalizada su conversación. - Te deseo un feliz viaje.

El alcalde se levantó y salió de la taberna. Las conversaciones retomaron su volumen habitual y el cuentacuentos se perdió entre sus pensamientos y no se dio cuenta de que la silla que había dejado vacía, y con un apestoso olor a puro, el alcalde había sido ocupada de nuevo por un joven que lo miraba fijamente. El chico carraspeó para atraer su atención y lo sacó de sus ensoñaciones. El cuentacuentos reparó en el por primera vez y tomó un largo trago de cerveza antes de hablar.

- ¿Qué quieres?
- Esa historia que cuenta ¿Es real?
- Chico, por si no te has dado cuenta, acaban de echarme del pueblo por ella.
- Por eso estoy aquí, quiero saber cómo acaba.
- Mañana me voy del pueblo. Si quiere saber cómo termina, ven conmigo.

El cuentacuentos apuró la jarra de cerveza, se levantó y se abrió paso entre los juerguistas que abarrotaban la taberna hasta la escalera que conducía a su habitación.



Killian se acercó a Idrial cuando ella terminó de curar a los soldados heridos.

- Idrial. ¿Podemos hablar un momento?
- Estoy cansada Killian. Si no te importa, voy a acostarme. - dijo pasando a su lado.
- Espera. - dijo Killian agarrándola del brazo para retenerla. - Tenemos que hablar, llevas evitándome desde...
 - ¡Déjame en paz! - le cortó Idrial levantando un poco la voz.

Idrial se soltó de la mano de Killian y se fue hacia sus mantas a acostarse. Killian se acercó hacia la hoguera y se sentó mirando el baile de las llamas. Desde allí vio a Dayagon levantarse bruscamente con la respiración agitada, empapado en sudor y con la mirada perdida. Killian silbó a Dayagon.

- Dayagon, bienvenido al mundo de los vivos.

Dayagon apartó las mantas que lo tapaban y se levantó para acercarse al fuego.

- Tengo la boca seca.
- No me extraña con el tiempo que has dormido. - dijo Killian mientras le pasaba un odre con agua.
- ¿Cuánto tiempo ha sido? - pregunto después de beber un largo trago.
- Casi dos días y habrían sido más de no ser por Idrial, casi muere curándote.
- Entonces tendré que darle las gracias.
- Está descansando y tú deberías hacer lo mismo.
- Ya he descansado mucho, llevamos demasiado tiempo aquí. Voy a hacer un par de linternas. - dijo mientras le devolvía el odre.
- Bardan, ve con él.

Dayagon cogió una antorcha y salió de la caverna por uno de los túneles acompañado por el soldado.



Dayagon andaba por los túneles con el soldado detrás. Llevaba la antorcha detrás suyo para que no le deslumbrara.

- ¿Vamos muy lejos?
- Aun no lo sé, estoy intentando orientarme.
- ¿Estás perdido? - pregunto, alarmado, el soldado.
- No, no del todo.
- Ah, no del todo. Ya estoy más tranquilo.
- No te preocupes, se volver a la cueva donde están los demás. Lo que no se es el punto exacto donde estamos en este laberinto.
- ¿Cómo te vas a orientar aquí? A mí, todo me parece igual.
- Porque todo es igual. Los yokai conocen estas galerías y se guían por puntos de referencia. Aquella cueva con la cascada por la que pasamos, por ejemplo.
- ¿Y qué andas buscando ahora?
- Esto.

Dayagon y el soldado entraron en una cueva con un agujero en el centro. Dayagon lanzó la antorcha por el agujero hasta que el brillo de su luz fue tragado por la oscuridad.

- Ese pozo lleva a cavernas tan profundas que ni los yokai se atreven a explorar. Vamos, estamos cerca. - dijo mientras se giraba hacia el soldado.

Del pecho de Bardan brotó una hoja de acero y la sangre empezó a empapar rápidamente su jubón de cuero. Bardan tenía el rostro congelado en un rictus de sorpresa. Una daga apareció por encima de su hombro y dibujo una línea sangrienta a su paso por el cuello del soldado. Este, cayó a los pies de Dayagon y la antorcha que sostenía rodó por el suelo hasta caer por el agujero. Antes de que la luz desapareciera en las entrañas de la tierra, Dayagon alcanzó a ver a Nazumi. Dayagon se transformo en yokai y materializó un par de dagas.

- Nazumi. - dijo a la oscuridad escupiendo el nombre entre sus dientes. - Te vi cuando me desperté. Pensé que eras una alucinación. Me parecía raro que no nos hubieras matado.
- Quería hablar contigo.

 El eco de su voz aguda y chillona hacía imposible localizar su origen. Dayagon retrocedió hasta tener la pared a la espalda. Estaba en tensión, intentaba localizar a Nazumi con todos sus sentidos.

- Quería saber por qué te fuiste. Por eso no os he matado. Aun. - dijo dando un especial énfasis a la última palabra.
- Ya sabes porque me fui.
- Así que me abandonaste por una puta.
- ¡Cállate Nazumi! No te consiento que hables así de ella.
- Me has decepcionado, Dayagon. Eras como un hijo para mí. Yo te saque de tu celda, te eduque, te enseñe todo lo que sabes, te di una vida.
- Aquello no era vida, yo era tan prisionero como ella.
- Fuiste un necio. Podrías habérmelo contado y la habría comprado para que vivierais juntos.
- No dices más que mentiras. ¡Tú me la arrebataste!
- Tuve que hacerlo. ¿Sabes en los problemas que me metiste con tu huida? ¡Casi me ejecutan por dejarte ir!

Dayagon sintió un leve cambio en el aire e, instintivamente, levantó la daga justo a tiempo para desviar el golpe de Nazumi.

- Te inunda el miedo, Dayagon. Puedo olerlo en ti. Tú también podrías si el humo de las antorchas no te hubiera dormido el olfato.

El siguiente golpe de Nazumi no pudo esquivarlo y le hizo un corte superficial en el hombro. Dayagon lanzó un par de tajos en respuesta pero sus dagas solo encontraron el aire.

- Cometí un error cuando te deje escapar. Pero ahora que has vuelto, puedo enmendarlo.

Dayagon cerró los ojos calmándose y expandiendo sus sentidos. Sentía el movimiento del aire en su pelo, olía la sangre de Bardan y el ligero olor corporal de Nazumi. Pudo oír el silbido que produjo la daga de Nazumi cortando el aire.

Dayagon hizo desaparecer sus dagas, levantó una mano y la hoja de Nazumi rebotó a poca distancia de su palma mientras lanzaba un gancho con la otra mano que impactó en el cuerpo de Nazumi. Intercambiaron varios golpes con el mismo resultado hasta que Dayagon le propinó a Nazumi un golpe en la sien, por encima del ojo izquierdo, que lo tumbo en el suelo conmocionado. Dayagon se echó encima de él, lo desarmó y le puso su daga en el cuello.

- Voy a hacerte el mismo favor que me hiciste por la amistad que mantuvimos. Te voy a dejar ir, pero si nuestros caminos vuelven a cruzarse, te matare. - dijo aplicando cada vez más presión con la daga en el cuello conforme iba hablando.

Dayagon le golpeó en la cabeza y lo dejó inconsciente. De los bolsillos de Nazumi sacó un par de botellitas que vació en un cuenco pequeño como la palma de su mano. El cuenco comenzó a brillar con una tenue luz verde que fue ganando intensidad. A sus pies se encontraba el cuerpo inconsciente de Nazumi. Estaba vestido con ropas marrones y negras y sin armadura, confiaba más en el sigilo y la rapidez que en un combate directo. Dayagon le dedicó un último vistazo a su mentor y salió de la caverna.

Nazumi.


Dayagon llegó a la cueva donde estaban Killian, Idrial y los soldados con un par de linternas yokai. En la cueva estaban recogiendo las cosas para partir cuando volviera Dayagon. Cuando este entró solo, Killian le preguntó:

- ¿Donde está Bardan?
- Muerto, un yokai nos emboscó. - respondió Dayagon mientras le entregaba las linternas a los soldados.
- Lastima, era un buen soldado. ¿Y el yokai?
- No nos molestara más. - Dayagon comenzó a recoger sus pertenencias. - Debemos irnos cuanto antes.

Idrial se acerco a Dayagon y se percató de la sangre de su hombro.

- ¿Estás bien?
- Si, solo me duele un poco el hombro.
- Déjame que le eche un vistazo.

Idrial se concentró y uso la magia para cerrar el pequeño corte del que no quedó ni una cicatriz.

- Gracias. Por todo.
- No hay de qué.

Killian se acercó a ellos e Idrial encontró otra cosa que hacer al otro lado de la cueva. Killian suspiró mirando cómo se marchaba.

- ¿Cuánto tardaremos en salir de aquí?
- Dos días. Tomaremos una ruta más larga pero más segura. No creo que nos encontremos con problemas.
- Bien, entonces partiremos ya.

Killian dio las órdenes a los soldados y el pequeño grupo salió de la cueva por una galería internándose en las oscuras galerías del laberinto que los yokai llamaban hogar.



A los dos días de la partida, llegaron a una cueva en la que el suelo se elevaba abruptamente hasta un agujero en la pared por el que entraba la luz del sol. Dayagon se quedó inmóvil mirando la cueva con los ojos vidriosos mientras los demás escalaban hacia la salida.

- Dayagon, ¿pasa algo? - le preguntó Idrial.
- Aquí fue donde la perdí. - contesto Dayagon mientras una lagrima rodaba por su mejilla.
- Lo siento mucho.

Idrial apoyó la mano en su hombro para calmarlo y durante un instante, percibió los sentimientos de Dayagon. Fue algo tan sumamente doloroso, que la obligó a retirar la mano instantáneamente. Idrial bajó la mano lentamente sintiéndose impotente por no poder curar a Dayagon del dolor que estaba sintiendo en ese momento.

- Vamos, los demás han salido ya. - le apremió Idrial para sacarlo de allí.

Dayagon e Idrial salieron de la cueva a la ladera de una montaña y a sus pies se extendía una gran llanura verde. Más allá de la llanura podía verse el bosque Cahurn del que se alzaba el monte Lunn. El sol estaba ya recorriendo su camino hacia el ocaso, por lo que le quedaban unas pocas horas de luz.

- Seguid al sol, hacia el oeste esta Dathor. No hay mucho camino, deberíais de llegar antes del anochecer.
- ¿Tu no vienes? - le preguntó Killian.
- Aun no, he de hacer una cosa. Os alcanzare más tarde.
- No es seguro quedarse aquí solo, y menos si te alcanza la noche.
- Me quedare con él, Killian. - dijo Idrial, preocupada por Dayagon.
- Muy bien, como queráis. Vámonos.

Killian y los soldados partieron hacia Dathor mientras Dayagon e Idrial se encaminaron hacia una pequeña loma. En lo alto de la loma se encontraba una piedra blanca. Dayagon se detuvo fuera del círculo de pequeñas flores blancas que rodeaban la piedra y unas lágrimas empezaron a correrle por la cara. El lado de la piedra que estaban mirando era totalmente liso y pulido y en el centro estaba tallado un nombre, Sarah.

-Se que quizás no debería de meterme, pero hablar de ello te puede ayudar, ¿Qué paso?

- Nazumi la degolló y la dejó desangrándose a mis pies sin que yo pudiera hacer nada.

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domingo, 7 de septiembre de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 15

Dayagon estaba tumbado en la arena de la playa. Las olas llegaban hasta su pecho antes de retirarse de vuelta al mar. Abrió los ojos mirando al cielo cubierto de nubes por las que se colaba algún tímido rayo de sol. Dayagon tenía un sabor metálico y salado en la boca. Se incorporo un poco tosiendo y escupiendo una mezcla de sangre, agua del mar y saliva. Le dolía todo el cuerpo, sentía como si no le quedara un hueso sano en su cuerpo.

Una mujer andaba por la playa, sus pasos no hacían ningún ruido. Andaba al borde del agua, sus pies desnudos se enterraban en la arena a cada paso y las olas borraban las pequeñas huellas que dejaba tras de sí. La mujer andaba con paso tranquilo, sin preocuparse por que el bajo de la túnica negra se mojara con las olas. Un par de mechones rubios caían en ondas desde la capucha hasta su pecho. La capucha negra le quedaba por encima de sus ojos verdes como esmeraldas. La mujer andaba hacia Dayagon y se detuvo cuando llego al cuerpo del mestizo que había cerca de él.

- ¿Sarah?

La mujer se agachó al lado del mestizo inconsciente mirándolo y a Dayagon le pareció ver un reflejo en sus ojos y un pequeño rubor en las mejillas que duró un instante antes de dar paso de nuevo a su blanca piel. Cuando se dispuso a hablar, lo hizo con una voz aguda y fría que parecía venir de todas partes a la vez.

- A lo largo del tiempo y en muchos mundos, me han llamado de muchas formas. Parca, Shinigami, Moira, Valquiria, Muerte, entre tantos otros. Pero tú, como todos ellos, te has equivocado. Me llamo Ritza.

Ritza
Ritza bajó la cabeza hacia el mestizo hasta que sus labios hicieron contacto con los de él. El beso se prolongó durante unos segundos y cuando se separó de él, volutas de humo blanco salían de la boca del mestizo hasta perderse dentro de la boca de ella. Cuando todo el humo desapareció en la boca de ella, se mordió el labio inferior con los ojos cerrados mientras un escalofrió sacudía su cuerpo.

- ¿Voy a morir aquí o ya estoy muerto? - dijo Dayagon aparentando una calma que no sentía.
- No, no estás muerto. Solo he venido a por él y no puedo matarte, el idiota de mi hijo Kudrarg me quito esa posibilidad.

Ritza se levantó, pasó por encima del mestizo, ahora muerto, y se acercó a Dayagon sentándose a su lado.

- ¿Kudrarg es tu hijo?
- ¿No sabes nada de nuestra familia? - le pregunto mientras le apartaba un mechón de pelo de su cara.

El contacto con aquellos dedos le había arrebatado el calor de su cuerpo. Intento tragar saliva y se encontró con la garganta seca. Negó con la cabeza cuando las palabras le fallaron. No podía apartar la mirada de aquellos profundos ojos verdes.

Tereth

- Hace ya muchísimo tiempo, yo estaba con Tereth en el gran vacío del universo. Tereth lo ilumino para mí creando las estrellas. Creo mundos preciosos y yo los dote de vida para él. Más tarde tuve a su hijo, Sigurd. Un gran muchacho que desde muy temprana edad mostro signos de un gran poder que igualaría al de su padre y al mío. Pasado un tiempo tuve a Kudrarg, su segundo hijo. Lamento no poder decirte como era, ya que yo morí en el parto. - Ritza se detuvo durante unos segundos con la mirada perdida entre los ojos de Dayagon, como si recordara aquellos tiempos remotos.

>> Durante muchísimo tiempo, Tereth estuvo sumido en una gran depresión por mi muerte y dejó de lado a sus hijos para encontrar una manera de revivirme. Sigurd tuvó que criar solo a Kudrarg. Tereth lo culpaba por mi muerte, ni lo miraba. Esto alimento el odio de Kudrarg hacia su padre.

>> Tereth, al final, encontró la forma de devolverme a la vida pero fracasó, lo que trajo de entre los muertos no era la Ritza que el amaba, sino a mí. ¿Sabes? hay cosas con las que no se deben jugar, cosas que son imposibles incluso para los dioses. Yo volví con todos mis recuerdos, pero tenía un hambre insaciable. Comencé a devorar mundos, consumiendo las razas que yo misma había creado. Cuando comprendió lo que había hecho decidió matarme pero en eso también fracaso. Después de luchar durante mucho tiempo, solo consiguió sellarme en el vacio a cambio de su propia vida.

>> Sigurd lloro su muerte y decidió continuar con su obra creando mundos por el universo. Pero no fue así con Kudrarg, tal era su odio que quería matarlo personalmente. Al haberle arrebatado esa posibilidad decidió destruir todo lo que había creado. Así comenzó la pelea entre los dos hermanos.

>> Kudrarg fue quien me libero. Creía que lo ayudaría contra su hermano y en su gran empresa. Pero el muy idiota no sabía lo que hacía. La trampa que creó Tereth para encerrarme era demasiado compleja para él. Al salir de allí, se activo el último hechizo de Tereth y ahora no puedo matar a quien yo quiera, sino a los que están a punto de morir. Kudrarg debería haber destruido ese hechizo antes de liberarme.

Ritza seguía mirándole fijamente, mirando a través de sus ojos hasta su propia alma. A Dayagon le intimidaba este contacto visual pero no era capaz de apartar la mirada de ella. Después de un rato de silencio en el que no hizo otra cosa que mirarlo volvió a hablar.

- Me gustas Dayagon. Me has dado muchos regalos en el pasado. - su voz tomo un cariz diferente cuando dijo la palabra "regalos", se volvió un poco más cálida. - Se que me darás mas en el futuro. Por eso, quiero darte yo a ti un regalo.

Ritza posó sus dedos en las sienes de Dayagon al tiempo que cerraba los ojos concentrándose en lo que se disponía a hacer. Dayagon comenzó a sentir una ligera presión en su cabeza que fue aumentando hasta convertirse en un gran dolor. Sentía como si le fuera a estallar la cabeza. Dayagon apretó los dientes con tanta fuerza que podría haberse partido alguno. Cuando el dolor era ya casi insoportable, Ritza aparto los dedos y el dolor desapareció. Cuando Ritza abrió los ojos, Dayagon pudo ver por un instante un brillo en ellos.

- Me gustan tus labios Dayagon. - dijo al tiempo que pasaba el pulgar acariciándoselos. - ¿Sabes qué? Deberías probar los míos, todo el universo debería probarlos.

Dayagon apenas oyó las últimas palabras de Ritza. El mundo comenzaba a oscurecerse para él mientras se desmayaba.



Idrial fue la primera en llegar a la playa. Cuando avistó los dos cuerpos tirados en la orilla del mar corrió hacia ellos clavándose en la arena. Llegó hasta Dayagon y se agachó a su lado, le buscó el pulso y respiró aliviada al ver que seguía con vida.

- ¿Como esta? - preguntó Killian al llegar a su lado.
- Vivo, aunque no durara mucho. - Idrial palpaba el cuerpo de Dayagon para averiguar las lesiones que sufría. - Tiene muchos huesos rotos y demasiadas hemorragias.
- ¿Puedes salvarlo?
- No tengo suficiente energía, en el mejor de los casos me desmayaría. Voy a cortar las hemorragias que es lo que pone en peligro su vida ahora mismo, lo demás podre curárselo cuando me recupere.

Idrial se concentró en su poder y puso las manos encima del pecho de Dayagon. Las palmas de las manos se iluminaron con una brillante luz blanca que se extendía por el cuerpo de Dayagon. Idrial tiritaba y le sangraba la nariz cuando terminó el hechizo. Dayagon seguía inconsciente, aunque la respiración se le había ralentizado recuperando un ritmo normal, el único signo de mejoría que podían apreciar.

Killian ayudo a Idrial a levantarse abrazándola por la cintura y pasando el brazo de ella por encima de sus hombros. Dos soldados cogieron a Dayagon. Cuando salieron de la playa y llegaron al bosque improvisaron una parihuela con un par de ramas largas y la tela de las tiendas.

- Vamos a las cuevas. - dijo Killian cuando Dayagon estaba en la parihuela.
- Si Dayagon no despierta no podremos cruzar los túneles de regreso a Norwens. - dijo alarmado un soldado.
- Esperaremos en las cuevas a que despierte. No podemos quedarnos en el bosque, los mestizos nos buscaran por aquí. Vamos.

Killian empezó a andar hacia la entrada a las cuevas de los yokai con Idrial aun apoyada en él. Solo habían sobrevivido cinco soldados, de los cuales uno de ellos estaba herido en la pierna. Los cuatro soldados cargaron con los dos heridos y siguieron a Killian.



Dayagon corría por túneles angostos con la cabeza agachada para no golpearse con las estalactitas. Oyó un golpe detrás de él seguido de un gemido de dolor. Se giró y allí estaba Sarah en el suelo, le ayudó a levantarse y vio un roto a la altura de la rodilla en su sucio vestido gris por el que se podía ver su sangre.

- Vamos, vamos. No podemos detenernos, no ahora. Un poco más, la salida está cerca.

Dayagon y Sarah siguieron corriendo hasta que llegaron a una cueva en la que el suelo se elevaba abruptamente hasta un agujero en la pared por el que entraba la luz. Escalaron hasta llegar a la salida. Dayagon llegó primero, se dio la vuelta para ayudar a Sarah y le tendió la mano. Sus dedos apenas se rozaron cuando Sarah resbalo en el pedregoso suelo y cayó hacia abajo donde la oscuridad la envolvió.




Dayagon se despertó entre sudores y jadeando. Delante de él, en un túnel que salía de la caverna en la que estaban, vio la cara de un yokai que conocía bien. Solo la vio durante unos segundos hasta que Nazumi retrocedió entre las sombras donde aun pudo dislumbrar el brillo de sus ojos.

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