Dayagon estaba tumbado
en la arena de la playa. Las olas llegaban hasta su pecho antes de retirarse de
vuelta al mar. Abrió los ojos mirando al cielo cubierto de nubes por las que se
colaba algún tímido rayo de sol. Dayagon tenía un sabor metálico y salado en la
boca. Se incorporo un poco tosiendo y escupiendo una mezcla de sangre, agua del
mar y saliva. Le dolía todo el cuerpo, sentía como si no le quedara un hueso
sano en su cuerpo.
Una mujer andaba por
la playa, sus pasos no hacían ningún ruido. Andaba al borde del agua, sus pies
desnudos se enterraban en la arena a cada paso y las olas borraban las pequeñas
huellas que dejaba tras de sí. La mujer andaba con paso tranquilo, sin
preocuparse por que el bajo de la túnica negra se mojara con las olas. Un par
de mechones rubios caían en ondas desde la capucha hasta su pecho. La capucha
negra le quedaba por encima de sus ojos verdes como esmeraldas. La mujer andaba
hacia Dayagon y se detuvo cuando llego al cuerpo del mestizo que había cerca de
él.
- ¿Sarah?
La mujer se agachó al
lado del mestizo inconsciente mirándolo y a Dayagon le pareció ver un reflejo
en sus ojos y un pequeño rubor en las mejillas que duró un instante antes de
dar paso de nuevo a su blanca piel. Cuando se dispuso a hablar, lo hizo con una
voz aguda y fría que parecía venir de todas partes a la vez.
- A lo largo del
tiempo y en muchos mundos, me han llamado de muchas formas. Parca, Shinigami,
Moira, Valquiria, Muerte, entre tantos otros. Pero tú, como todos ellos, te has
equivocado. Me llamo Ritza.
Ritza |
Ritza bajó la cabeza
hacia el mestizo hasta que sus labios hicieron contacto con los de él. El beso
se prolongó durante unos segundos y cuando se separó de él, volutas de humo
blanco salían de la boca del mestizo hasta perderse dentro de la boca de ella.
Cuando todo el humo desapareció en la boca de ella, se mordió el labio inferior
con los ojos cerrados mientras un escalofrió sacudía su cuerpo.
- ¿Voy a morir aquí o
ya estoy muerto? - dijo Dayagon aparentando una calma que no sentía.
- No, no estás muerto.
Solo he venido a por él y no puedo matarte, el idiota de mi hijo Kudrarg me
quito esa posibilidad.
Ritza se levantó, pasó
por encima del mestizo, ahora muerto, y se acercó a Dayagon sentándose a su
lado.
- ¿Kudrarg es tu hijo?
- ¿No sabes nada de
nuestra familia? - le pregunto mientras le apartaba un mechón de pelo de su
cara.
El contacto con
aquellos dedos le había arrebatado el calor de su cuerpo. Intento tragar saliva
y se encontró con la garganta seca. Negó con la cabeza cuando las palabras le
fallaron. No podía apartar la mirada de aquellos profundos ojos verdes.
Tereth |
- Hace ya muchísimo
tiempo, yo estaba con Tereth en el gran vacío del universo. Tereth lo ilumino
para mí creando las estrellas. Creo mundos preciosos y yo los dote de vida para
él. Más tarde tuve a su hijo, Sigurd. Un gran muchacho que desde muy temprana
edad mostro signos de un gran poder que igualaría al de su padre y al mío.
Pasado un tiempo tuve a Kudrarg, su segundo hijo. Lamento no poder decirte como
era, ya que yo morí en el parto. - Ritza se detuvo durante unos segundos con la
mirada perdida entre los ojos de Dayagon, como si recordara aquellos tiempos
remotos.
>>
Durante muchísimo
tiempo, Tereth estuvo sumido en una gran depresión por mi muerte y dejó de lado
a sus hijos para encontrar una manera de revivirme. Sigurd tuvó que criar solo
a Kudrarg. Tereth lo culpaba por mi muerte, ni lo miraba. Esto alimento el odio
de Kudrarg hacia su padre.
>>
Tereth, al final, encontró la forma de devolverme a la vida pero fracasó, lo
que trajo de entre los muertos no era la Ritza que el amaba, sino a mí. ¿Sabes?
hay cosas con las que no se deben jugar, cosas que son imposibles incluso para
los dioses. Yo volví con todos mis recuerdos, pero tenía un hambre insaciable. Comencé
a devorar mundos, consumiendo las razas que yo misma había creado. Cuando comprendió
lo que había hecho decidió matarme pero en eso también fracaso. Después de
luchar durante mucho tiempo, solo consiguió sellarme en el vacio a cambio de su
propia vida.
>>
Sigurd lloro su muerte y decidió continuar con su obra creando mundos por el
universo. Pero no fue así con Kudrarg, tal era su odio que quería matarlo
personalmente. Al haberle arrebatado esa posibilidad decidió destruir todo lo
que había creado. Así comenzó la pelea entre los dos hermanos.
>>
Kudrarg fue quien me libero. Creía que lo ayudaría contra su hermano y en su gran
empresa. Pero el muy idiota no sabía lo que hacía. La trampa que creó Tereth
para encerrarme era demasiado compleja para él. Al salir de allí, se activo el último
hechizo de Tereth y ahora no puedo matar a quien yo quiera, sino a los que están
a punto de morir. Kudrarg debería haber destruido ese hechizo antes de
liberarme.
Ritza seguía mirándole
fijamente, mirando a través de sus ojos hasta su propia alma. A Dayagon le intimidaba
este contacto visual pero no era capaz de apartar la mirada de ella. Después de
un rato de silencio en el que no hizo otra cosa que mirarlo volvió a hablar.
- Me gustas Dayagon.
Me has dado muchos regalos en el pasado. - su voz tomo un cariz diferente
cuando dijo la palabra "regalos", se volvió un poco más cálida. - Se
que me darás mas en el futuro. Por eso, quiero darte yo a ti un regalo.
Ritza posó sus dedos
en las sienes de Dayagon al tiempo que cerraba los ojos concentrándose en lo
que se disponía a hacer. Dayagon comenzó a sentir una ligera presión en su
cabeza que fue aumentando hasta convertirse en un gran dolor. Sentía como si le
fuera a estallar la cabeza. Dayagon apretó los dientes con tanta fuerza que podría
haberse partido alguno. Cuando el dolor era ya casi insoportable, Ritza aparto
los dedos y el dolor desapareció. Cuando Ritza abrió los ojos, Dayagon pudo ver
por un instante un brillo en ellos.
- Me gustan tus labios
Dayagon. - dijo al tiempo que pasaba el pulgar acariciándoselos. - ¿Sabes qué? Deberías
probar los míos, todo el universo debería probarlos.
Dayagon apenas oyó las
últimas palabras de Ritza. El mundo comenzaba a oscurecerse para él mientras se
desmayaba.
Idrial fue la primera
en llegar a la playa. Cuando avistó los dos cuerpos tirados en la orilla del
mar corrió hacia ellos clavándose en la arena. Llegó hasta Dayagon y se agachó
a su lado, le buscó el pulso y respiró aliviada al ver que seguía con vida.
- ¿Como esta? -
preguntó Killian al llegar a su lado.
- Vivo, aunque no
durara mucho. - Idrial palpaba el cuerpo de Dayagon para averiguar las lesiones
que sufría. - Tiene muchos huesos rotos y demasiadas hemorragias.
- ¿Puedes salvarlo?
- No tengo suficiente energía,
en el mejor de los casos me desmayaría. Voy a cortar las hemorragias que es lo
que pone en peligro su vida ahora mismo, lo demás podre curárselo cuando me
recupere.
Idrial se concentró en
su poder y puso las manos encima del pecho de Dayagon. Las palmas de las manos
se iluminaron con una brillante luz blanca que se extendía por el cuerpo de
Dayagon. Idrial tiritaba y le sangraba la nariz cuando terminó el hechizo.
Dayagon seguía inconsciente, aunque la respiración se le había ralentizado
recuperando un ritmo normal, el único signo de mejoría que podían apreciar.
Killian ayudo a Idrial
a levantarse abrazándola por la cintura y pasando el brazo de ella por encima
de sus hombros. Dos soldados cogieron a Dayagon. Cuando salieron de la playa y
llegaron al bosque improvisaron una parihuela con un par de ramas largas y la
tela de las tiendas.
- Vamos a las cuevas.
- dijo Killian cuando Dayagon estaba en la parihuela.
- Si Dayagon no
despierta no podremos cruzar los túneles de regreso a Norwens. - dijo alarmado
un soldado.
- Esperaremos en las
cuevas a que despierte. No podemos quedarnos en el bosque, los mestizos nos
buscaran por aquí. Vamos.
Killian empezó a
andar hacia la entrada a las cuevas de los yokai con Idrial aun apoyada en él. Solo
habían sobrevivido cinco soldados, de los cuales uno de ellos estaba herido en
la pierna. Los cuatro soldados cargaron con los dos heridos y siguieron a
Killian.
Dayagon corría por túneles
angostos con la cabeza agachada para no golpearse con las estalactitas. Oyó un
golpe detrás de él seguido de un gemido de dolor. Se giró y allí estaba Sarah
en el suelo, le ayudó a levantarse y vio un roto a la altura de la rodilla en
su sucio vestido gris por el que se podía ver su sangre.
- Vamos, vamos. No
podemos detenernos, no ahora. Un poco más, la salida está cerca.
Dayagon y Sarah
siguieron corriendo hasta que llegaron a una cueva en la que el suelo se
elevaba abruptamente hasta un agujero en la pared por el que entraba la luz.
Escalaron hasta llegar a la salida. Dayagon llegó primero, se dio la vuelta
para ayudar a Sarah y le tendió la mano. Sus dedos apenas se rozaron cuando
Sarah resbalo en el pedregoso suelo y cayó hacia abajo donde la oscuridad la envolvió.
Dayagon se despertó
entre sudores y jadeando. Delante de él, en un túnel que salía de la caverna en
la que estaban, vio la cara de un yokai que conocía bien. Solo la vio durante
unos segundos hasta que Nazumi retrocedió entre las sombras donde aun pudo dislumbrar
el brillo de sus ojos.
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Si os ha gustado el capítulo, recordar, dar like, suscribiros y comentar por aquí, por mi facebook Dayagon Elric o por twitter @dayagonworld, muchas gracias a todos.
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