domingo, 7 de septiembre de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 15

Dayagon estaba tumbado en la arena de la playa. Las olas llegaban hasta su pecho antes de retirarse de vuelta al mar. Abrió los ojos mirando al cielo cubierto de nubes por las que se colaba algún tímido rayo de sol. Dayagon tenía un sabor metálico y salado en la boca. Se incorporo un poco tosiendo y escupiendo una mezcla de sangre, agua del mar y saliva. Le dolía todo el cuerpo, sentía como si no le quedara un hueso sano en su cuerpo.

Una mujer andaba por la playa, sus pasos no hacían ningún ruido. Andaba al borde del agua, sus pies desnudos se enterraban en la arena a cada paso y las olas borraban las pequeñas huellas que dejaba tras de sí. La mujer andaba con paso tranquilo, sin preocuparse por que el bajo de la túnica negra se mojara con las olas. Un par de mechones rubios caían en ondas desde la capucha hasta su pecho. La capucha negra le quedaba por encima de sus ojos verdes como esmeraldas. La mujer andaba hacia Dayagon y se detuvo cuando llego al cuerpo del mestizo que había cerca de él.

- ¿Sarah?

La mujer se agachó al lado del mestizo inconsciente mirándolo y a Dayagon le pareció ver un reflejo en sus ojos y un pequeño rubor en las mejillas que duró un instante antes de dar paso de nuevo a su blanca piel. Cuando se dispuso a hablar, lo hizo con una voz aguda y fría que parecía venir de todas partes a la vez.

- A lo largo del tiempo y en muchos mundos, me han llamado de muchas formas. Parca, Shinigami, Moira, Valquiria, Muerte, entre tantos otros. Pero tú, como todos ellos, te has equivocado. Me llamo Ritza.

Ritza
Ritza bajó la cabeza hacia el mestizo hasta que sus labios hicieron contacto con los de él. El beso se prolongó durante unos segundos y cuando se separó de él, volutas de humo blanco salían de la boca del mestizo hasta perderse dentro de la boca de ella. Cuando todo el humo desapareció en la boca de ella, se mordió el labio inferior con los ojos cerrados mientras un escalofrió sacudía su cuerpo.

- ¿Voy a morir aquí o ya estoy muerto? - dijo Dayagon aparentando una calma que no sentía.
- No, no estás muerto. Solo he venido a por él y no puedo matarte, el idiota de mi hijo Kudrarg me quito esa posibilidad.

Ritza se levantó, pasó por encima del mestizo, ahora muerto, y se acercó a Dayagon sentándose a su lado.

- ¿Kudrarg es tu hijo?
- ¿No sabes nada de nuestra familia? - le pregunto mientras le apartaba un mechón de pelo de su cara.

El contacto con aquellos dedos le había arrebatado el calor de su cuerpo. Intento tragar saliva y se encontró con la garganta seca. Negó con la cabeza cuando las palabras le fallaron. No podía apartar la mirada de aquellos profundos ojos verdes.

Tereth

- Hace ya muchísimo tiempo, yo estaba con Tereth en el gran vacío del universo. Tereth lo ilumino para mí creando las estrellas. Creo mundos preciosos y yo los dote de vida para él. Más tarde tuve a su hijo, Sigurd. Un gran muchacho que desde muy temprana edad mostro signos de un gran poder que igualaría al de su padre y al mío. Pasado un tiempo tuve a Kudrarg, su segundo hijo. Lamento no poder decirte como era, ya que yo morí en el parto. - Ritza se detuvo durante unos segundos con la mirada perdida entre los ojos de Dayagon, como si recordara aquellos tiempos remotos.

>> Durante muchísimo tiempo, Tereth estuvo sumido en una gran depresión por mi muerte y dejó de lado a sus hijos para encontrar una manera de revivirme. Sigurd tuvó que criar solo a Kudrarg. Tereth lo culpaba por mi muerte, ni lo miraba. Esto alimento el odio de Kudrarg hacia su padre.

>> Tereth, al final, encontró la forma de devolverme a la vida pero fracasó, lo que trajo de entre los muertos no era la Ritza que el amaba, sino a mí. ¿Sabes? hay cosas con las que no se deben jugar, cosas que son imposibles incluso para los dioses. Yo volví con todos mis recuerdos, pero tenía un hambre insaciable. Comencé a devorar mundos, consumiendo las razas que yo misma había creado. Cuando comprendió lo que había hecho decidió matarme pero en eso también fracaso. Después de luchar durante mucho tiempo, solo consiguió sellarme en el vacio a cambio de su propia vida.

>> Sigurd lloro su muerte y decidió continuar con su obra creando mundos por el universo. Pero no fue así con Kudrarg, tal era su odio que quería matarlo personalmente. Al haberle arrebatado esa posibilidad decidió destruir todo lo que había creado. Así comenzó la pelea entre los dos hermanos.

>> Kudrarg fue quien me libero. Creía que lo ayudaría contra su hermano y en su gran empresa. Pero el muy idiota no sabía lo que hacía. La trampa que creó Tereth para encerrarme era demasiado compleja para él. Al salir de allí, se activo el último hechizo de Tereth y ahora no puedo matar a quien yo quiera, sino a los que están a punto de morir. Kudrarg debería haber destruido ese hechizo antes de liberarme.

Ritza seguía mirándole fijamente, mirando a través de sus ojos hasta su propia alma. A Dayagon le intimidaba este contacto visual pero no era capaz de apartar la mirada de ella. Después de un rato de silencio en el que no hizo otra cosa que mirarlo volvió a hablar.

- Me gustas Dayagon. Me has dado muchos regalos en el pasado. - su voz tomo un cariz diferente cuando dijo la palabra "regalos", se volvió un poco más cálida. - Se que me darás mas en el futuro. Por eso, quiero darte yo a ti un regalo.

Ritza posó sus dedos en las sienes de Dayagon al tiempo que cerraba los ojos concentrándose en lo que se disponía a hacer. Dayagon comenzó a sentir una ligera presión en su cabeza que fue aumentando hasta convertirse en un gran dolor. Sentía como si le fuera a estallar la cabeza. Dayagon apretó los dientes con tanta fuerza que podría haberse partido alguno. Cuando el dolor era ya casi insoportable, Ritza aparto los dedos y el dolor desapareció. Cuando Ritza abrió los ojos, Dayagon pudo ver por un instante un brillo en ellos.

- Me gustan tus labios Dayagon. - dijo al tiempo que pasaba el pulgar acariciándoselos. - ¿Sabes qué? Deberías probar los míos, todo el universo debería probarlos.

Dayagon apenas oyó las últimas palabras de Ritza. El mundo comenzaba a oscurecerse para él mientras se desmayaba.



Idrial fue la primera en llegar a la playa. Cuando avistó los dos cuerpos tirados en la orilla del mar corrió hacia ellos clavándose en la arena. Llegó hasta Dayagon y se agachó a su lado, le buscó el pulso y respiró aliviada al ver que seguía con vida.

- ¿Como esta? - preguntó Killian al llegar a su lado.
- Vivo, aunque no durara mucho. - Idrial palpaba el cuerpo de Dayagon para averiguar las lesiones que sufría. - Tiene muchos huesos rotos y demasiadas hemorragias.
- ¿Puedes salvarlo?
- No tengo suficiente energía, en el mejor de los casos me desmayaría. Voy a cortar las hemorragias que es lo que pone en peligro su vida ahora mismo, lo demás podre curárselo cuando me recupere.

Idrial se concentró en su poder y puso las manos encima del pecho de Dayagon. Las palmas de las manos se iluminaron con una brillante luz blanca que se extendía por el cuerpo de Dayagon. Idrial tiritaba y le sangraba la nariz cuando terminó el hechizo. Dayagon seguía inconsciente, aunque la respiración se le había ralentizado recuperando un ritmo normal, el único signo de mejoría que podían apreciar.

Killian ayudo a Idrial a levantarse abrazándola por la cintura y pasando el brazo de ella por encima de sus hombros. Dos soldados cogieron a Dayagon. Cuando salieron de la playa y llegaron al bosque improvisaron una parihuela con un par de ramas largas y la tela de las tiendas.

- Vamos a las cuevas. - dijo Killian cuando Dayagon estaba en la parihuela.
- Si Dayagon no despierta no podremos cruzar los túneles de regreso a Norwens. - dijo alarmado un soldado.
- Esperaremos en las cuevas a que despierte. No podemos quedarnos en el bosque, los mestizos nos buscaran por aquí. Vamos.

Killian empezó a andar hacia la entrada a las cuevas de los yokai con Idrial aun apoyada en él. Solo habían sobrevivido cinco soldados, de los cuales uno de ellos estaba herido en la pierna. Los cuatro soldados cargaron con los dos heridos y siguieron a Killian.



Dayagon corría por túneles angostos con la cabeza agachada para no golpearse con las estalactitas. Oyó un golpe detrás de él seguido de un gemido de dolor. Se giró y allí estaba Sarah en el suelo, le ayudó a levantarse y vio un roto a la altura de la rodilla en su sucio vestido gris por el que se podía ver su sangre.

- Vamos, vamos. No podemos detenernos, no ahora. Un poco más, la salida está cerca.

Dayagon y Sarah siguieron corriendo hasta que llegaron a una cueva en la que el suelo se elevaba abruptamente hasta un agujero en la pared por el que entraba la luz. Escalaron hasta llegar a la salida. Dayagon llegó primero, se dio la vuelta para ayudar a Sarah y le tendió la mano. Sus dedos apenas se rozaron cuando Sarah resbalo en el pedregoso suelo y cayó hacia abajo donde la oscuridad la envolvió.




Dayagon se despertó entre sudores y jadeando. Delante de él, en un túnel que salía de la caverna en la que estaban, vio la cara de un yokai que conocía bien. Solo la vio durante unos segundos hasta que Nazumi retrocedió entre las sombras donde aun pudo dislumbrar el brillo de sus ojos.

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