miércoles, 23 de marzo de 2016

Dol´Mara, la ciudad de los excesos. - Capítulo 4



La mansión de Donharg era un amplio terreno rodeado por gruesos muros de piedra. Desde la entrada se accedía a un pequeño patio delante de la casa principal. El resto de terreno detrás de la casa estaba dividido en barracones para los guardias y los esclavos que allí se entrenaban y vendían. Entre estos edificios había un pequeño cadalso para los castigos públicos con el fin de que los demás esclavos aprendieran. 

La casa principal estaba decorada opulentamente. El terciopelo tapizaba sillones y divanes. Cortinas de seda colgaban en las ventanas y balcones. Numerosos esclavos atendían los deseos y las ordenes de Donharg. Este, se encontraba borracho, como era habitual, recostado en un diván. Dos mujeres, ataviadas con dos pañuelos de seda que enseñaban más de lo que ocultaban, bailaban en el centro de la sala al compas de la música de un violín. Un chico pasó a su lado para servirle más vino. Donharg posó su mano en su pierna y la subió hasta tocarle el culo. El chico tuvo un pequeño sobresalto y se le cayó la jarra de vino al suelo.

- ¡Mira lo que has hecho! -Rugió Donharg al tiempo que se levantaba.

El violín acalló su canto y el sonido de una bofetada ocupó su lugar en la sala. El chico cayó al suelo con la mejilla completamente roja. Shariva iba a dar un paso adelante para ayudar al chico cuando una mano en su hombro se lo impidió. Miro hacia atrás, a Drilana. Esta negó con la cabeza, diciéndole que no se inmiscuyera.

- ¡Guardias! Dadle diez latigazos, que aprenda que el vino de su señor no se derrama.
- No. No, por favor. Ha sido un accidente.

Dos guardias se lo llevaron arrastrando mientras aun suplicaba clemencia. Donharg se acercó a una ventana que daba al patio trasero. Enseguida llegaron desde el exterior los sonidos del restallar del látigo seguido por el grito de un hombre. Donharg la miró y un escalofrió recorrió su columna. Extendió su brazo hacia ella con una copa en la mano.

- Sírveme más vino.

Shariva se acercó con rapidez y le llenó la copa. Sin querer, miró hacia afuera y vio al chico con las manos atadas a un poste y uno de los guardias con un látigo detrás. El guardia, con gran maestría, le cruzó la espalda con el látigo provocando un nuevo grito del chico y que quedara colgando de sus ligaduras. Apartó la vista, mirando hacia el suelo, como había aprendido que le correspondía a un buen esclavo. La mano de Donharg le obligó a alzar la cabeza para encontrarse con sus fríos ojos. Su mano descendió por su cuello hasta colarse por el vestido hacia sus senos. Dos de sus dedos se apoderaron del pequeño pezón de Shariva, apretando hasta causar un leve dolor.

- ¿Por qué tardáis tanto en aprender vuestro lugar, esclavos? Yo, no siento placer en castigaros. - dijo al tiempo que apretaba un poquito más con sus dedos. - Pero vosotros, solamente entendéis el lenguaje de la violencia.

Donharg liberó su pezón y se volvió hacia la ventana para ver el último latigazo del pobre chico. Shariva volvió a mirar hacia afuera al tiempo que dos esclavos lo descolgaban del poste y se lo llevaban hacia un barracón.



Los barracones en los que vivían los esclavos estaban ocupados por literas dejando un pequeño espacio en el centro para un fuego en el que cocinaban la poca comida que les daban Donharg y los guardias. Shariva estaba sentada en su catre con Drilana sentada enfrente. Drilana era una semielfa de 28 años que le había enseñado cómo funcionaban las cosas allí el día que llegó.

- No te metas nunca en medio y menos con Donharg. Podrías haber acabado tu en el poste, o peor. ¿Te acuerdas de Losha?

Losha era una semielfa que al tercer día de llegar Shariva le había devuelto un bofetón a Donharg. Se la habían llevado unos soldados a sus barracones. Cuando la trajeron de vuelta, Losha colgaba inconsciente entre los brazos de dos soldados. Su cuerpo estaba sucio, lleno de cortes, magulladuras y golpes, incluso tenía heridas de mordiscos en diversas partes de su cuerpo. Sus ropas estaban hechas jirones, colgando a pedazos de su maltrecho cuerpo. Los soldados la tiraron al suelo y se fueron sin más. Unas mujeres la limpiaron, y la acostaron cerca del fuego. Losha nunca llego a recuperar la consciencia. Al día siguiente murió por sus heridas.

- Si, me acuerdo. - respondió Shariva bajando la mirada.
 - Recuerda, pasa desapercibida, no te metas en líos y reza para que alguien te compre y que sea mejor amo que Donharg.



Al día siguiente llegó una elfa para comprar una esclava. Los guardias las sacaron a todas haciendo que se alinearan en el patio. Shariva se colocó al lado de Drilana, a la que solo le llegaba hasta el hombro. La elfa apareció por la puerta de la mansión acompañada por Donharg. 

- Aquí tengo a mis mejores esclavas. Elige la que gustes, Ranriel.

Ranriel llevaba su pelo rubio casi blanco en una coleta alta que dejaba a la vista sus puntiagudas orejas demostrando la pureza de su sangre. Llevaba un vestido blanco con detalles verdes sin mangas. La falda se le arremolinaba entre sus piernas al andar. Pasó delante de todas las mujeres evaluándolas, mirándolas de arriba abajo. En la segunda vuelta se paraba delante de algunas, les giraba la cara para verlas de perfil, les hacia girarse, ponerse el pelo aquí o allá y enseguida continuaba su camino.

Cuando llegó delante de Shariva se detuvo mirándola desde lo alto. Shariva miraba a sus pies, contenidos por unas pequeñas sandalias con un pequeño tacón. Ranriel le levantó la cabeza con un dedo. Shariva se encontró de frente con unos profundos ojos verdes. Ranriel le movió la cabeza hacia los lados, pero el contacto entre sus ojos nunca se rompió.

- ¿Puedo? - preguntó Ranriel.

Aunque seguía mirándola a ella, Shariva sabía que la pregunta iba dirigida a Donharg.

- Por supuesto, mi señora. A usted no puedo negarle nada. - respondió Donharg deshaciéndose en halagos y con una ligera reverencia.

Ranriel se agachó y sus labios se posaron sobre los de Shariva. Abrió ligeramente la boca y su lengua lamió sus labios. Shariva sintió el tacto y la humedad de la lengua sobre sus labios y cerró los ojos. Separó los labios, permitiendo que la lengua de Ranriel entrara en su boca a la búsqueda de su propia lengua. Mientras las lenguas danzaban dentro de su boca, Shariva no dejaba de repetirse en su mente unas palabras: "Ella puede sacarme de aquí".

Cuando Ranriel se separo de ella, Shariva abrió los ojos para encontrarse de nuevo con esos pozos verdes. Enseguida bajó la mirada de nuevo al suelo, como correspondía a un buen esclavo.

- ¿Cuánto por la potrilla? - preguntó Ranriel a Donharg mientras andaba hacia él, ignorando al resto de mujeres que quedaban en la fila.
- Mejor discutamos eso dentro con un buen vino. - dijo haciéndose a un lado y señalando hacia la casa invitándola a entrar.

Cuando desaparecieron por la puerta, los guardias deshicieron la fila y las esclavas volvieron al barracón. Drilana le apretó en el hombro a Shariva mientras entraban.

- Bien hecho, seguro que te compra y sales de aquí.
- ¿Y tú? ¿Qué pasara contigo? - preguntó Shariva, que acababa de darse cuenta de que si la compraban se alejaría de Drilana, la mujer que la había cuidado allí y a la que quería como si fuera su madre.
- No te preocupes por mí. Me irá bien. Rezare por ti y por que hayas caído en buenas manos. - le respondió acariciándole la cabeza y alborotándole el pelo.

Las negociaciones entre Ranriel y Donharg fueron bien y en menos de una hora, Shariva estaba cruzando la puerta de entrada a la mansión. Fuera, en la calle, le esperaba un carruaje negro que la llevaría hasta su nuevo hogar.



La mansión de Ranriel le recordó a la de Donharg. La mansión estaba distribuida en un único edificio de dos plantas con infinidad de habitaciones y unos jardines a su alrededor con un pequeño estanque y un cenador de madera.

Cuando llegaron, Ranriel llamó a un esclavo para que le enseñara a Shariva la casa. Cuando Shariva vio al esclavo se quedo petrificada. Delante de ella estaba su hermano. Shariva corrió a su encuentro y se fundieron en un abrazo. Este reencuentro fue interrumpido por el carraspeo de Ranriel. Ragil se separó de ella y con una reverencia se dirigió a Ranriel.

- Lo siento, mi señora. Es mi hermana y hacía mucho tiempo que no nos veíamos.
- Enséñale donde dormís y vuestras tareas. - Dijo mientras sus ojos iban de uno a otro apreciando el parecido entre ellos.
- Si, mi señora.

Ragil cogió a Shariva de la muñeca y la condujo hasta la casa. Le enseñó las habitaciones de los esclavos, una sala detrás de la cocina con diez camas individuales repartidas por toda ella. Enseguida le explicó cómo funcionaban las cosas en la mansión. Ranriel vivía en esa mansión sola, rodeada por sus esclavos y sus guardaespaldas. Le gustaba organizar fiestas en la que demostraba su status a sus invitados. Shariva conoció al resto de esclavos de la casa. Con ella eran diez, cinco chicos y cinco chicas, y el que más edad tenía llegaba a los 19.

Los esclavos de Ranriel limpiaban la casa todos los días, salían al mercado a comprar alimentos y bebida, cocinaban y cumplían las órdenes que impartía Ranriel. Cuando Ranriel salía a comprar, ya fuera ropa, joyas o cualquier objeto que le llamara la atención, siempre le acompañaban dos esclavos y algunos de sus guardaespaldas. Por las noches, Ranriel llamaba a un esclavo para que durmiera con ella, no le importaba que fuera chico o chica y nunca repetía dos noches seguidas con el mismo esclavo. A los tres días de llegar, Ranriel eligió a Shariva para que pasara la noche con ella. Shariva estaba nerviosa cuando entró a su habitación.

- Desnúdate. - le dijo Ranriel cuando Shariva cerró la puerta mirándola a través del espejo de la cómoda.

Shariva desató los nudos que sujetaban el vestido en sus hombros y este cayó hasta el suelo. Se acercó hacia Ranriel y cogió el cepillo que esta le tendía. Ranriel estaba sentada en un taburete delante de la cómoda. Estaba desnuda y la blancura de su piel resaltaba en el tapizado color vino del taburete. Shariva comenzó a cepillar el pelo, que ahora caía suelto sobre sus hombros hasta la mitad de la espalda.

- Entonces, el otro esclavo es tu hermano. ¿No, potrilla?
- Si, mi señora.
- ¿Alguna vez has estado con una mujer?
- No, mi señora. - respondió mientras unas rojeces iban apoderándose de sus mejillas.
- Bien, así puedo enseñarte desde cero.

Ranriel le quitó el cepillo y guió su mano hacia sus senos. Shariva podía ver su pecho a través del espejo. Sus tetas, coronadas por dos pequeños pezones rosados, se erguían desafiando a la gravedad y se movían al compas de su respiración. Ranriel guió su mano, enseñándole donde y como quería que la tocara. Shariva podía ver su piel erizándose. En la mano sintió como se endurecían los pezones al tocarlos. Sin decir nada, Ranriel se levantó y la besó. Después, la llevó a la cama donde comenzó de verdad su aprendizaje. Tras unos meses en la mansión, Shariva aprendió los gustos de su ama y, aunque al principio lo negaba, aquellas noches empezaron a gustarle. El sexo que había conocido antes de Ranriel había sido violento y doloroso, para nada parecido a lo que sentía con ella.



Una noche, Ranriel organizó una fiesta. Los esclavos se afanaron en la cocina para preparar la cena que servirían a los invitados. Estos eran elfos de la alta sociedad, así como Ranriel. Dos de las esclavas se ataviaron con sus mejores galas, apenas una ropa interior de seda roja y unos pañuelos que iban desde su cintura a las muñecas, y bailaron en el centro de la sala para entretener a los invitados y la anfitriona. Shariva servía copas de vino. Conforme fue pasando la noche aumentaban los toqueteos por parte de los invitados, cada vez más borrachos y eufóricos por el efecto del Gil´Dal que tomaban. Cuando la fiesta estaba en su apogeo, Ranriel se levantó pidiendo silencio y retirando a las bailarinas.

- Ragil, Shariva. Venid aquí. - ordenó con una voz autoritaria en la que se podía percibir los efectos del alcohol y el Gil´Dal.
 - Es hora que el espectáculo principal comience. Estos dos esclavos de aquí son hermanos. - Ranril hizo una seña con la mano y un esclavo se acercó con dos copas de vino que les dio a los dos. - Bebed.

Ragil no lo pensó demasiado y apuro la copa de un solo trago. Shariva no había probado el alcohol nunca. Acercó la copa a sus labios y dio un pequeño sorbo y un gusto amargo le inundo la boca. Cerró los ojos y, tal y como hizo su hermano, se lo bebió sin pensar. El liquido le quemó la garganta hasta el estomago y, una vez allí, el calor se extendió calentando todo su cuerpo. El Gil´Dal que le habían echado al vino comenzó a hacer su efecto. Ranriel le desató los nudos de su vestido y este cayó al suelo dejándola desnuda delante de toda la gente. Un ligero rubor subió a sus mejillas. El frio ambiente calmaba el calor de su cuerpo.

- Ahora, estos dos hermanos, follaran para nosotros.

Ranriel se sentó en su diván dejándoles solos en el centro de la sala. Ragil, siempre tan rápido para cumplir las órdenes de su ama, estaba congelado en el sitio. Las últimas palabras de Ranriel resonaban en la mente de Shariva que tardo un poco en entender lo que sucedía a su alrededor. Una ligera lágrima afloró en sus ojos. Su hermano posó su mano en su mejilla y secó la lágrima con el pulgar. Acercó sus labios a su oído y le susurró:

- Lo siento.

"Es mi hermano, pero si desobedecemos nos castigaran, o algo peor." Pensaba Shariva mientras su hermano descendió la mano hasta su cuello y le daba pequeños besos hasta llegar a sus labios. Shariva cerró los ojos, imaginando que no era su hermano el que le tocaba y abrió los labios entregándose al sexo incestuoso.

Ragil posó su mano libre en su pubis y comenzó a estimularla con movimientos lentos. Shariva permanecía con los ojos cerrados, imaginándose que era otra persona. De sus labios entreabiertos se escapaban pequeños suspiros que, poco a poco, fueron transformándose en gemidos. Cuando sintió los dedos entrar dentro de ella abrió los ojos y se le cayó el mundo encima. Era su hermano quien la tocaba. Eran los dedos de su hermano mayor los que entraban en ella. Las emociones arrastraban a Shariva, la ciudad de Dol´Mara había corrompido todo lo blanco y puro que una vez existió en ella. No sabía si era el alcohol, el Gil´Dal o lo que estaba sintiendo, pero no quería que ese placer parara ni aunque los elfos los observaban ni aunque fuera su hermano el que se lo proporcionaba.

Shariva comenzó a desnudarle y enseguida tuvo su enhiesta virilidad en sus manos. Comenzó a acariciarla arriba y abajo. Shariva podía notar su calor, su dureza, como palpitaba. Ragil aceleró sus movimientos dentro de ella y buscó de nuevo sus labios. Las lenguas se encontraron en el aire y comenzaron una humedad danza.

Ragil tendió a Shariva sobre la alfombra, le separó las piernas y se situó entre ellas. Shariva se tensó al notar el calor y la dureza que presionaba su intimidad. Esperaba sentir el dolor que sintió en aquel callejón, pero cuando su hermano comenzó a entrar unas corrientes le recorrieron todo el cuerpo. Cuando lo tuvo completamente dentro de sí, una oleada de placer, inimaginable para ella antes, sacudió su cuerpo. Sus ojos se quedaron en blanco, su boca se cerró apretando los dientes. En su mente dejó de existir todo, en ese momento solo existían ella, su hermano y ese placer.

Ese momento fue interrumpido por uno de los elfos que empujo a Ragil y movió el menudo cuerpo de Shariva a su antojo. La colocó en el suelo, apoyada con las rodillas y las manos. Sus brazos le fallaron y su pecho cayó al suelo exponiendo su culo aun más.

- Mira esclavo, yo te enseñare como se hace.

El elfo se puso de rodillas detrás de ella al tiempo que se bajaba las calzas liberando a su pene del encierro al que lo tenía sometido. Ragil tardó un poco en reaccionar, pero enseguida se abalanzó sobre el elfo golpeándole con un cuenco en la sien. Este, desorientado por el golpe, se llevó la mano a la cabeza mojando sus dedos en la sangre que le manaba de la herida. Con una fría calma, el elfo sacó una daga y se la clavó en el pecho a Ragil. Shariva, con lágrimas en los ojos y sin fuerzas para reaccionar, solo pudo ver como el cuerpo de su hermano se desplomaba sobre una mesa. Mientras los guardaespaldas de Ranriel se llevaban el cuerpo inerte de su hermano, Ranriel se agachó a su lado y le dijo al oído.

- No hagas ninguna estupidez, potrilla. Aún no has terminado aquí.

Shariva cerró los ojos y, llorando, se preparó para lo que el resto de la noche trajera.

La leyenda de Dayagon - Capitulo 23



Como casi todas las construcciones enanas, el palacio del rey estaba tallado en la roca. Tenía multitud de niveles y en el más alto se encontraba una terraza desde la que se dominaba el puerto y la entrada al paso desde el lado del océano. La ingeniería enana había logrado que una plataforma de madera subiera y bajara por los distintos niveles a base de engranajes impulsados por bueyes.
Killian estaba sentado en una silla de hierro forjado en la terraza mirando al mar. A su lado estaba Margma y, entre ellos, había una mesa con dos jarras llenas de espumosa cerveza. El sol de media tarde les calentaba. El rey estiró las piernas con un gruñido de satisfacción y bebió un largo trago de la jarra.
- Estos tiempos de paz matan a uno ¿Eh?
- Eso podría cambiar pronto. - dijo Killian cogiendo su jarra.
- Las cosas siempre cambian. ¿Por eso estas aquí? No. No me lo digas. - silenció su frase antes siquiera de que saliera de su boca. - Déjame adivinarlo. Los orcos se han cansado de que les zurremos aquí, han emigrado al norte y ahora os están dando problemas a vosotros.
- Así empezaron las cosas. Se aliaron bajo una sola bandera y cuando matamos a su líder buscaron apoyo en los mestizos de Adalia.
- Vaya. Eso es algo más serio. ¿Se han aliado para declararos la guerra?
- Técnicamente, la guerra la declaramos nosotros. Yo y un grupo de soldados atacamos la mansión de Eathane cuando tenía lugar la reunión con los orcos. Las cosas salieron mal y se escapó.
- Con los orcos en Norwens os costara defender la frontera de un ataque de los mestizos. La fortaleza del paso de Grundwar se construyo para defenderse de un ataque por el norte, no por el sur. Eso sin contar con que los orcos podrían atacar cualquier pueblo, ciudad o incluso a los convoyes de aprovisionamiento.
- Por eso he venido a ti. Necesitamos refuerzos, provisiones y seguridad en el mar Gedra.
- Por supuesto que se os concederá. La alianza entre humanos y enanos sigue viva. No hacía falta ni que vinieras, con una simple nota garabateada en un trapo sucio habría bastado.
Dicho esto, el rey enano se carcajeo a mandíbula batiente. Las montañas y el desfiladero se hacían eco de su potente risa. Killian estaba seguro de que lo habrían oído hasta en el puerto y preocupado por si el ruido ocasionaba alguna avalancha.


Unos golpes en la puerta lo despertaron, pero fue el movimiento a su lado en la cama lo que hizo que Dayagon abriera los ojos. La luz entraba a raudales por las ventanas. Sus ojos se adaptaron a la luz rápidamente, permitiéndole ver a una elfa desnuda correteando por la habitación y recogiendo su ropa, que estaba desperdigada por todo el suelo. La elfa abrió la puerta y se fue corriendo con toda la ropa entre sus brazos.
- ¿Pero que…? – pregunto Idrial mientras entraba a la habitación, mirando como el blanco culo de la elfa desaparecía por el pasillo.
Idrial se dio la vuelta y se encontró a Dayagon de pie, desnudo y buscando sus pantalones por el suelo. Volvió a girarse, aun más rápido que antes, y se sonrojo más de lo que ya estaba.
- ¿Qué has hecho?
- Divertirme, llevamos aquí un par de días, estoy aburrido. – Dayagon pasó a su lado abotonándose la chaqueta. - Vamos, tengo hambre, lo que tenias que decirme me lo podrás decir desayunando.
La cocina del palacio estaba cerca de sus habitaciones. El olor del pan recién hecho los recibió. Se sentaron en una mesa en una esquina y una elfa sonrojada les dejo un cuenco con fruta, le sonrió tímidamente a Dayagon y se alejó a paso rápido.
- Y bien ¿Qué querías? – preguntó Dayagon mientras cogía una fresa.
- ¿Has hablado con Egaran?
- No, no desde que fuimos a Fela.
La elfa sonrojada volvió con una hoguera de pan recién hecho y una bandeja con cuencos de mantequilla y diversos tipos de mermelada.
 
- ¿Puedes traerme algo de tocino y queso? - le dijo Dayagon mostrándole su mejor sonrisa.
La elfa asintió ampliando su sonrisa y se fue a por lo que le había pedido.
- ¿Es muda?
- Anoche no lo era. - dijo mientras la miraba marcharse. - ¿Para qué lo buscas?
- Quiero salir de aquí. - dijo mientras cogía una ciruela del cuenco.
- Vaya… - dijo Dayagon con cara de asombro. - Pensaba que era el único que se aburría.
- No me aburro, pero la visita a la universidad me ha creado más preguntas que respuestas.
- ¿Y dónde vas a encontrar las respuestas que buscas?
- No lo sé, pero está claro que aquí no. Nuestro siguiente destino es Idrilon, me gustaría hablar con mis antiguos maestros, a lo mejor ellos pueden orientarme.
Después del desayuno, Dayagon e Idrial salieron a la ciudad, cansados de estar en palacio sin nada que hacer. Recorrieron las calles de la colorida ciudad de los elfos. Idrial miraba escaparates con vestidos y joyas. Dayagon andaba tras de ella, regalando sonrisas a las elfas con las que se cruzaba. Estas seguian su camino apenas sin mirarlo. Pararon a comer en una taberna una sopa con moluscos y otras cosas flotando en su interior. Continuaron recorriendo la ciudad hasta bien entrada la tarde. Pasaron por un gran jardin cruzado por dos canales y lleno de parterres de flores. Visitaron los templos e Idrial aprovecho para hacer una ofrenda. Egaran los encontró cenando en el jardín del palacio.

- Mañana nos vamos. - dijo mientras se sentaba con ellos.
- ¿Como han ido las cosas? - preguntó Dayagon.
- No entraran en guerra con Adalia. Seguirán comerciando con nosotros mientras las rutas de navegación sean seguras.

La mesa se quedo en silencio. Egaran se levanto y apuro la copa de vino que se había servido.

- Menuda perdida de tiempo. - dijo antes de irse.


El sol apenas despuntaba cuando Dayagon, Idrial y Egaran estaban en el pequeño puerto del jardín del palacio. Estaban acompañados por el chambelán. Una pequeña barca, manejada por un elfo, atracó en el puerto. El grupo subió a la barca y el barquero la alejó del embarcadero, con diestros movimientos, llevándola hasta el centro de la corriente. Idrial se sentó en el suelo de la barca, apoyando la espalda en la borda y la madera que hacía las veces de asiento. Se envolvió en su capa y su cabeza descendió hacia su pecho.
La ciudad comenzaba a cobrar vida con los primero rayos de sol. Los grises edificios cobraban color poco a poco. El canal se ensanchaba al pasar por el mercado. Su pequeño puerto estaba lleno de barcas, de las cuales, los pescadores descargaban cajas de pescado para venderlas esa mañana. El olor del pescado hizo que la nariz de Dayagon se crispara.
La barca siguió canal abajo hasta llegar al puerto de la ciudad. Ya desde lejos se oían las órdenes impartidas a gritos por el capitán Kechard. Cuando subieron a bordo por la estrecha pasarela, el capitán los saludo enérgicamente. Dayagon y Egaran le devolvieron el saludo e Idrial apenas gruño algo como respuesta antes de desaparecer bajo cubierta.
- ¿Qué le pasa?
- Nada, que no ha dormido. - le contesto Dayagon.
- ¿Falta algo o alguien? ¿Podemos salir ya? - pregunto Kechard a Egaran.
- Cuando estéis listos, capitán.
- ¡Pos ya habéis oído gandules! ¡Saquemos esta bañera de aquí!


El camarote de Kechard se encontraba bajo el castillo de popa. A un lado, pegada a una pared, había una pequeña cama. Estaba clavada al suelo, como todos los muebles del camarote. En la pared del fondo se encontraban tres grandes ventanas. Las paredes de madera las adornaban dos estanterías y un baúl. En el centro de la estancia había un escritorio de madera oscura ricamente ornamentado. Sentado a él se encontraba Kechard, escribiendo en su bitácora con una vieja pluma de águila.
- ¡Barco a la vista! - llegó un grito desde el exterior.
Kechard cerró el cuaderno y seco la pluma antes de salir al puente.
- ¡Por donde!
- ¡A babor!
Kechard se acercó a la borda y escudriñó el horizonte con el catalejo hasta que lo vio. El barco era como el suyo, tres mástiles y un tamaño parecido. Si no variaba el rumbo se cruzaría con su estela. Kechard comenzó a sentir un hormigueo en la boca del estomago. En esa dirección no había ningún puerto, ni tierra siquiera. Aun estaba demasiado lejos para distinguir una bandera, pero tenía la amarga sensación de que no sería una bandera amiga. Kechard se guardo el catalejo y se dirigió al segundo al mando.
- Vigílalo, si cambia de rumbo me avisas.
- Si capitán. - respondió mientras kechard bajaba las escaleras rumbo a su camarote.


El capitán Kechard se encontraba en el castillo de popa, observando por el catalejo el barco que les perseguía. El barco había cambiado el rumbo para ajustarse a su estela, además, iba más rápido que el Argos y, poco a poco, reducía la distancia entre ellos. A ese ritmo, a la mañana siguiente lo tendrían encima. Kechard miraba preocupado las balistas de cubierta y la bandera negra que ondeaba en el mástil.
- Es el raubtier. - dijo Ferthdon.
- Lo sé. - respondió Kechard sin quitarse el catalejo del ojo. - ¿Qué velocidad llevamos?
Dos marineros saltaron la borda y se situaron en una plancha de madera en el lateral del barco. Uno tenía un carrete con una soga con nudos enrollada con un extremo atado a una tabla y el otro un reloj de arena. El marinero tiró la tabla al mar mientras el otro le daba la vuelta al reloj. Cuando la arena dejó de caer, le toco la espalda al otro hombre que sujetó la soga, que se desenrollaba rápidamente, mirando el nudo por el que iba.

- Once nudos y medio.

Kechard volvió al lado del timón. Miraba la arboladura, las velas, los cabos, cualquier cosa que pudiera darle algo de velocidad. Maldijo entre dientes al no encontrar nada.

- ¡Niebla! - gritó el vigía.
- ¿Por dónde? - pregunto el capitán al instante siguiente.
- ¡A estribor!

Kechard se apresuró en sacar el catalejo y enseguida tuvo la niebla a la vista. Se volvió y miro hacia el raubtier que seguía acercándose.

- Vire a estribor, hacia la niebla.
- Perderemos el viento de popa, iremos más lentos.
- Lo sé, pero si seguimos así nos alcanzara igualmente.

El timonel giro el timón haciendo que todo el barco virara. Como había predicho el timonel, el Argos perdió impulso mientras los marineros ajustaban las velas para captar el máximo viento posible. El raubtier viró unos segundos después para ajustarse al nuevo rumbo del Argos. Kechard podía ver a los piratas en la arboladura con el catalejo. 

El argos entró en la niebla. Sus velas se deshincharon visiblemente. En la arboladura, los marineros andaban lentamente, asegurando bien los pies y las manos para no resbalarse mientras colocaban las velas para aprovechar el mínimo aire que corría dentro de la espesa niebla. Cuando Kechard dejó de ver la borrosa silueta del Raubtier se dirigió a su tripulación.

- Desde ahora silencio absoluto. Apagad todos los fuegos y asegurar bien los cabos y velas. Todos atentos al más mínimo ruido o señal del barco. - las ordenes recorrieron el barco susurradas de boca en boca. - Timonel, llévanos a estribor. Lentamente. 

El barco comenzó a virar. Con la niebla había caído un pesado silencio, solo roto por los quejidos de la madera y el agua lamiendo los laterales del barco, pero estos sonidos, atenuados por la niebla, apenas llegarían unas decenas de metros más allá. Kechard esperaba poder despistar a los piratas en la niebla y que al amanecer no hubiera rastro de ellos en el horizonte, aunque sabía que las probabilidades eran más bien escasas.


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