domingo, 6 de julio de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 10

La ciudad de Vicanor se alza a las orillas del mar Gedra. Al oeste de la ciudad, sobre la colina más alta, se encuentra el palacio del emperador Sathler. Sus paredes de mármol blanco reflejan la luz del sol creando la ilusión de que el propio palacio brilla.

Vicanor es tan grande que tardarías casi todo un día para recorrerla entera. La ciudad esta defendida por una gran muralla de piedra. Una segunda muralla se encuentra en el interior, un mudo testigo de las dimensiones de la antigua ciudad. Una tercera muralla cercaba el palacio.

Llegaron a la ciudad por la puerta del emperador, situada al noroeste de la ciudad. Descabalgaron e Idrial soltó a Ithil para que no entrara en la ciudad, fuera a donde fuera estaría mejor que entre aquellos muros. Cruzaron la puerta a pie y Killian hablo con su capitán, luego se reunió con ellos otra vez.

- Os hospedareis en mi casa. ¿Dayagon, aun te acuerdas de donde esta?
- Encontrare el camino. ¿Estás seguro? ¿Aun tienes en tu casa a Mylnia? No le caigo nada bien.
- Lo sé, pero te soportara. Yo tengo que hablar con el emperador y aprovechare que paso por allí para preguntar sobre el demonio, nos veremos más tarde.
- Hasta luego, Killian. - Alcanzo a decir Idrial mientras Killian se perdía entre la multitud.

De camino a la casa de Killian pasaron por la plaza de los templos. Los templos eran pequeños, de una sola planta. Las paredes revestidas de mármol con tejas rojas en el techo. Las entradas estaban decoradas de una manera diferente por la que se podía diferenciar fácilmente a que dios se veneraba en cada uno. Idrial se acerco hacia uno de los templos que tenía en su entrada columnas con tallas de enredaderas.

- Voy dentro un momento. ¿Me esperas?
- Claro, no tengo ninguna prisa por llegar a la casa de Killian. - Respondió Dayagon con una media sonrisa en el rostro.

Idrial no supo cómo interpretar esa sonrisa. Se dio la vuelta y entro en el templo. A los pocos minutos salió con una pequeña flor blanca prendida del pelo. Dayagon la miro con la pregunta pintada en la cara, por lo que ella dijo.

- Es un signo de mi oración y mi ofrenda. ¿No rezas a tus dioses?
- ¿A qué dios, crees que debería de rezar?
- A Sigurd. ¿A quién si no?
- Me crie con los Yokai, no conozco a vuestros dioses. - Dijo paseando la mirada por los cinco templos de la ciudad.
- Puedo contarte su historia si quieres. - Dijo Idrial mientras continuaban su camino.
- Por supuesto, siempre he querido saberla.
- Al principio existían dos dioses, Sigurd y Kudrarg. - Dijo levantando dos dedos como ilustrando su narración. - Sigurd era el creador, creó todo cuanto existe en el mundo. Kudrarg era el destructor, destruía todo aquello que Sigurd creaba. Sigurd, enfadado con Kudrarg por destruir su creación, se enfrento a él. Lucharon durante cinco días y cinco noches, pero su poder estaba tan igualado que ninguno salió victorioso del combate.

>> Entonces, Sigurd creó a los Laars, seis seres a los que les otorgo un gran poder y permiso para crear una raza cada uno que los venerarían como sus dioses si le ayudaban a detener a Kudrarg.

>> Los Laars crearon a las distintas razas inteligentes que pueblan el mundo a su imagen y semejanza. Phermes creó a los ángeles, Raseldrel creó a los elfos, Gongruk creó a los orcos, Hrímkon creó a los enanos, Vicanor creó a los humanos y Mithae, el ser más hermoso que alguna vez ha pisado este mundo, decidió no crear ninguna raza y vivir siempre al lado de Sigurd.

>> Kudrarg, al saber lo que hizo Sigurd, creo a sus propios sirvientes, dotándoles de un poder que rivalizaría con el poder de los hijos de Sigurd y le declaro la guerra.

>> Esta guerra se conoce como la Gran Guerra del Caos. Fue una guerra cruenta en la que el mundo lucho por su supervivencia contra las legiones de demonios de Kudrarg. La guerra duro años pero solo en la primera batalla lucharon los dioses. Sigurd, gracias a la ayuda de los Laars, logro vencer a Kudrarg. No consiguió matarlo, solo pudo encerrarlo en una prisión blanca, hecha con un material tan puro que Kudrarg no podía mirarlo sin sentir dolor.

>> Las consecuencias de aquella batalla fueron terroríficas, los enanos estuvieron al borde de la extinción, y las demás razas no se quedaron atrás. Los peor parados fueron los ángeles, se vieron envueltos en lo peor de la batalla, luchando contra los demonios. Tras la muerte de Phermes a manos de Thargbar, el hijo predilecto de Kudrarg, los ángeles atacaron con más fiereza a los demonios, matando a miles. Pero no fue suficiente, los ángeles se extinguieron, solo unos pocos lograron sobrevivir y rescatar el cuerpo de su dios, se lo llevaron lejos y nunca más se supo de ellos.

Idrial interrumpió su historia mientras pasaban por debajo de la segunda muralla. Una vez dejaron la muralla a su espalda, continuo su narración.

>> Vicanor también murió, matando a Kruulcas y Gothbael, dos de los señores de los demonios. Los humanos levantaron la ciudad de Vicanor donde murió en su honor. Hrímkon sobrevivió, pero la pérdida de casi la totalidad de su pueblo lo entristeció tanto que se encerró en sus salones subterráneos. Gongruk perdió un ojo y la locura se apodero de su mente. Mithae quedo horriblemente desfigurada, ya nada quedaba en ella de su antigua belleza. Después de la batalla se escondió bajo tierra para que nadie viera sus cicatrices. Raseldrel se enfrento a Kudrarg. - Idrial paro de hablar e hizo una inspiración profunda antes de continuar. - La destrozo, despedazo su alma y su mente en tres trozos, cada una de esas partes sobrevivieron independientemente y dieron forma a las tres diosas élficas. Raseär conservo el amor de Raseldrel por la naturaleza, Dadrel conservo su gran orgullo y todo su conocimiento de la magia, Asael solo conservo en su interior odio y oscuridad.

>> Así como su diosa, la antigua raza de los elfos se dividió, unos se establecieron en Idrilon junto a Raseär, otros se fueron a las grandes islas de Vellfersa junto a Dadrel, los que siguieron a Asael fueron al norte y formaron el imperio de Adalia.

>> Raseär enseño a sus elfos los secretos del bosque, así como la magia verde. Los elfos de las islas se alejaron de las demás razas, recluidos en sus islas hasta hace poco. Allí estudian la magia antigua. Asael encontró en el norte a Thargbar, el odio que sentía por Sigurd tras abandonarles cuando capturo a Kudrarg los unió. Los elfos que la siguieron se mezclaron con los barbaros de Thargbar, ya no quedan elfos de pura sangre en Adalia, todos son mestizos. - Dijo la última palabra como si la escupiera.

>> Aunque el destino de Kudrarg se decidió en esa batalla, la guerra no termino ahí. Se convirtió en una caza de los demonios que lograron sobrevivir. Se considera el final de la guerra cuando se mato al último de los demonios. Si mi visión es cierta, la guerra nunca termino.

- Vaya, curiosa historia. Los Yokai tienen una diosa, La Desconocida. Nombrarla es un gran pecado, por eso solo conocen su verdadero nombre los grandes sacerdotes. Pero según su historia, esa diosa una vez habito la superficie pero las razas de la superficie la acosaban, intentaban poseerla. Por este motivo decidió ir bajo tierra a buscar refugio. Por aquellos tiempos, los Yokai estaban en guerra con los enanos, querían hacerse con sus madrigueras y galerías. La Desconocida los salvo llevándolos por caminos olvidados hasta un lugar seguro donde fundaron Kiyieff
- Vaya, juraría que esa diosa es Mithae.
- Sí, yo también. Ya hemos llegado, esa es su casa.

La casa de Killian era un edificio grande. Tenía tres plantas y ocupaba casi la totalidad de la manzana. Contaba con un jardín y unos establos propios. La casa tenía un estilo arquitectónico único en la ciudad. Paredes de mampostería de ladrillos negros con pintas rojizas. Grandes vigas de madera que se podían apreciar a simple vista. Ventanas amplias con contraventanas de madera oscura y un tejado a cuatro aguas hecho de tejas rojas. Un chiquillo salió de los establos saludando a Dayagon con la mano.

- Señor Dayagon, el señor Killian no está hoy en casa.
- Lo sé, vengo de su parte, me dijo que lo esperara aquí
- En ese caso, si me permites. - Dijo el chico alargando la mano hacia las riendas de Rage.
- Por supuesto.

Dayagon le entrego las riendas al crio junto con una pequeña moneda. Se le ilumino la cara y con una cálida sonrisa se lo agradeció a Dayagon. Después se fue con Rage al establo. Idrial alternaba las miradas entre el crio, el establo, el jardín y la casa.

- ¿Es rico?
- Es noble. - Respondió como si con eso lo respondiera a todo.
- ¿Quién es Mylnia?
- La ama de llaves. Killian es uno de los solteros más cotizados, por si te interesa.
- Tonto. - Dijo dándole un pequeño puñetazo en el brazo mientras un pequeño rubor le ascendía a las mejillas.

Llegaron hasta la puerta y Dayagon llamo con una gran aldaba de hierro con la talla de una rosa. Al poco tiempo una mujer abrió la puerta. Mylnia era una mujer pequeña de caderas anchas y cintura estrecha. Su pelo negro caía en bucles hasta los hombros enmarcando su cara redonda. Vestía un sencillo vestido verde con un gran escote.

- Mylnia, siempre eres un placer para la vista. - La saludo Dayagon amagando una reverencia.
- No se puede decir lo mismo de ti, Dayagon. - Le contesto con una voz suave. - Mi señor no está en casa. - Se apoyo una mano en la cintura ladeando la cadera en un gesto seductor y a la vez bloqueando el paso.
- Lo sé, me dijo que lo esperara aquí. Te importa dejarnos pasar.
- Pues estoy tentada a decirte que no. - Dijo mientras se apartaba dejándoles pasar.

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