La
ciudad de Vicanor se alza a las orillas del mar Gedra. Al oeste de la ciudad,
sobre la colina más alta, se encuentra el palacio del emperador Sathler. Sus
paredes de mármol blanco reflejan la luz del sol creando la ilusión de que el
propio palacio brilla.
Vicanor
es tan grande que tardarías casi todo un día para recorrerla entera. La ciudad
esta defendida por una gran muralla de piedra. Una segunda muralla se encuentra
en el interior, un mudo testigo de las dimensiones de la antigua ciudad. Una
tercera muralla cercaba el palacio.
Llegaron
a la ciudad por la puerta del emperador, situada al noroeste de la ciudad.
Descabalgaron e Idrial soltó a Ithil para que no entrara en la ciudad, fuera a
donde fuera estaría mejor que entre aquellos muros. Cruzaron la puerta a pie y
Killian hablo con su capitán, luego se reunió con ellos otra vez.
-
Os hospedareis en mi casa. ¿Dayagon, aun te acuerdas de donde esta?
-
Encontrare el camino. ¿Estás seguro? ¿Aun tienes en tu casa a Mylnia? No le
caigo nada bien.
-
Lo sé, pero te soportara. Yo tengo que hablar con el emperador y aprovechare
que paso por allí para preguntar sobre el demonio, nos veremos más tarde.
-
Hasta luego, Killian. - Alcanzo a decir Idrial mientras Killian se perdía entre
la multitud.
De
camino a la casa de Killian pasaron por la plaza de los templos. Los templos
eran pequeños, de una sola planta. Las paredes revestidas de mármol con tejas
rojas en el techo. Las entradas estaban decoradas de una manera diferente por
la que se podía diferenciar fácilmente a que dios se veneraba en cada uno.
Idrial se acerco hacia uno de los templos que tenía en su entrada columnas con
tallas de enredaderas.
-
Voy dentro un momento. ¿Me esperas?
-
Claro, no tengo ninguna prisa por llegar a la casa de Killian. - Respondió
Dayagon con una media sonrisa en el rostro.
Idrial
no supo cómo interpretar esa sonrisa. Se dio la vuelta y entro en el templo. A
los pocos minutos salió con una pequeña flor blanca prendida del pelo. Dayagon
la miro con la pregunta pintada en la cara, por lo que ella dijo.
-
Es un signo de mi oración y mi ofrenda. ¿No rezas a tus dioses?
-
¿A qué dios, crees que debería de rezar?
-
A Sigurd. ¿A quién si no?
-
Me crie con los Yokai, no conozco a vuestros dioses. - Dijo paseando la mirada
por los cinco templos de la ciudad.
-
Puedo contarte su historia si quieres. - Dijo Idrial mientras continuaban su
camino.
-
Por supuesto, siempre he querido saberla.
-
Al principio existían dos dioses, Sigurd y Kudrarg. - Dijo levantando dos dedos
como ilustrando su narración. - Sigurd era el creador, creó todo cuanto existe
en el mundo. Kudrarg era el destructor, destruía todo aquello que Sigurd
creaba. Sigurd, enfadado con Kudrarg por destruir su creación, se enfrento a él.
Lucharon durante cinco días y cinco noches, pero su poder estaba tan igualado
que ninguno salió victorioso del combate.
>> Entonces,
Sigurd creó a los Laars, seis seres a los que les otorgo un gran poder y
permiso para crear una raza cada uno que los venerarían como sus dioses si le
ayudaban a detener a Kudrarg.
>> Los
Laars crearon a las distintas razas inteligentes que pueblan el mundo a su
imagen y semejanza. Phermes creó a los ángeles, Raseldrel creó a los elfos,
Gongruk creó a los orcos, Hrímkon creó a los enanos, Vicanor creó a los humanos
y Mithae, el ser más hermoso que alguna vez ha pisado este mundo, decidió no
crear ninguna raza y vivir siempre al lado de Sigurd.
>> Kudrarg,
al saber lo que hizo Sigurd, creo a sus propios sirvientes, dotándoles de un
poder que rivalizaría con el poder de los hijos de Sigurd y le declaro la
guerra.
>> Esta
guerra se conoce como la Gran Guerra del Caos. Fue una guerra cruenta en la que
el mundo lucho por su supervivencia contra las legiones de demonios de Kudrarg.
La guerra duro años pero solo en la primera batalla lucharon los dioses. Sigurd,
gracias a la ayuda de los Laars, logro vencer a Kudrarg. No consiguió matarlo, solo
pudo encerrarlo en una prisión blanca, hecha con un material tan puro que
Kudrarg no podía mirarlo sin sentir dolor.
>> Las
consecuencias de aquella batalla fueron terroríficas, los enanos estuvieron al
borde de la extinción, y las demás razas no se quedaron atrás. Los peor parados
fueron los ángeles, se vieron envueltos en lo peor de la batalla, luchando
contra los demonios. Tras la muerte de Phermes a manos de Thargbar, el hijo
predilecto de Kudrarg, los ángeles atacaron con más fiereza a los demonios,
matando a miles. Pero no fue suficiente, los ángeles se extinguieron, solo unos
pocos lograron sobrevivir y rescatar el cuerpo de su dios, se lo llevaron lejos
y nunca más se supo de ellos.
Idrial
interrumpió su historia mientras pasaban por debajo de la segunda muralla. Una
vez dejaron la muralla a su espalda, continuo su narración.
>> Vicanor
también murió, matando a Kruulcas y Gothbael, dos de los señores de los
demonios. Los humanos levantaron la ciudad de Vicanor donde murió en su honor.
Hrímkon sobrevivió, pero la pérdida de casi la totalidad de su pueblo lo entristeció
tanto que se encerró en sus salones subterráneos. Gongruk perdió un ojo y la
locura se apodero de su mente. Mithae quedo horriblemente desfigurada, ya nada
quedaba en ella de su antigua belleza. Después de la batalla se escondió bajo
tierra para que nadie viera sus cicatrices. Raseldrel se enfrento a Kudrarg. -
Idrial paro de hablar e hizo una inspiración profunda antes de continuar. - La
destrozo, despedazo su alma y su mente en tres trozos, cada una de esas partes
sobrevivieron independientemente y dieron forma a las tres diosas élficas. Raseär conservo el amor de Raseldrel por la naturaleza, Dadrel conservo su gran
orgullo y todo su conocimiento de la magia, Asael solo conservo en su interior
odio y oscuridad.
>> Así
como su diosa, la antigua raza de los elfos se dividió, unos se establecieron
en Idrilon junto a Raseär, otros se fueron a las grandes islas de Vellfersa
junto a Dadrel, los que siguieron a Asael fueron al norte y formaron el imperio
de Adalia.
>> Raseär enseño a sus elfos los secretos del bosque, así como la magia verde. Los elfos
de las islas se alejaron de las demás razas, recluidos en sus islas hasta hace
poco. Allí estudian la magia antigua. Asael encontró en el norte a Thargbar, el
odio que sentía por Sigurd tras abandonarles cuando capturo a Kudrarg los unió.
Los elfos que la siguieron se mezclaron con los barbaros de Thargbar, ya no
quedan elfos de pura sangre en Adalia, todos son mestizos. - Dijo la última
palabra como si la escupiera.
>> Aunque
el destino de Kudrarg se decidió en esa batalla, la guerra no termino ahí. Se convirtió
en una caza de los demonios que lograron sobrevivir. Se considera el final de
la guerra cuando se mato al último de los demonios. Si mi visión es cierta, la
guerra nunca termino.
-
Vaya, curiosa historia. Los Yokai tienen una diosa, La Desconocida. Nombrarla
es un gran pecado, por eso solo conocen su verdadero nombre los grandes
sacerdotes. Pero según su historia, esa diosa una vez habito la superficie pero
las razas de la superficie la acosaban, intentaban poseerla. Por este motivo decidió
ir bajo tierra a buscar refugio. Por aquellos tiempos, los Yokai estaban en
guerra con los enanos, querían hacerse con sus madrigueras y galerías. La
Desconocida los salvo llevándolos por caminos olvidados hasta un lugar seguro
donde fundaron Kiyieff
-
Vaya, juraría que esa diosa es Mithae.
-
Sí, yo también. Ya hemos llegado, esa es su casa.
La
casa de Killian era un edificio grande. Tenía tres plantas y ocupaba casi la
totalidad de la manzana. Contaba con un jardín y unos establos propios. La casa
tenía un estilo arquitectónico único en la ciudad. Paredes de mampostería de ladrillos negros con pintas rojizas.
Grandes vigas de madera que se podían apreciar a simple vista. Ventanas amplias
con contraventanas de madera oscura y un tejado a cuatro aguas hecho de tejas
rojas. Un chiquillo salió de los establos saludando a Dayagon con la mano.
-
Señor Dayagon, el señor Killian no está hoy en casa.
-
Lo sé, vengo de su parte, me dijo que lo esperara aquí
-
En ese caso, si me permites. - Dijo el chico alargando la mano hacia las
riendas de Rage.
-
Por supuesto.
Dayagon
le entrego las riendas al crio junto con una pequeña moneda. Se le ilumino la
cara y con una cálida sonrisa se lo agradeció a Dayagon. Después se fue con
Rage al establo. Idrial alternaba las miradas entre el crio, el establo, el jardín
y la casa.
-
¿Es rico?
-
Es noble. - Respondió como si con eso lo respondiera a todo.
-
¿Quién es Mylnia?
-
La ama de llaves. Killian es uno de los solteros más cotizados, por si te
interesa.
-
Tonto. - Dijo dándole un pequeño puñetazo en el brazo mientras un pequeño rubor
le ascendía a las mejillas.
Llegaron
hasta la puerta y Dayagon llamo con una gran aldaba de hierro con la talla de
una rosa. Al poco tiempo una mujer abrió la puerta. Mylnia era una mujer
pequeña de caderas anchas y cintura estrecha. Su pelo negro caía en bucles
hasta los hombros enmarcando su cara redonda. Vestía un sencillo vestido verde
con un gran escote.
-
Mylnia, siempre eres un placer para la vista. - La saludo Dayagon amagando una
reverencia.
-
No se puede decir lo mismo de ti, Dayagon. - Le contesto con una voz suave. -
Mi señor no está en casa. - Se apoyo una mano en la cintura ladeando la cadera en un gesto seductor y a la vez bloqueando el paso.
-
Lo sé, me dijo que lo esperara aquí. Te importa dejarnos pasar.
-
Pues estoy tentada a decirte que no. - Dijo mientras se apartaba dejándoles
pasar.
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