viernes, 27 de junio de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 9

Killian estallo en carcajadas hasta que un violento ataque de tos lo detuvo. Dayagon seguía apoyado en la espada cuando Idrial llego hasta ellos. Se acerco a Dayagon y le palpo el pecho por encima de su ropa

- Ay, eso duele ¿sabes? - dijo Dayagon apartándose un poco de Idrial.
- Calla quejica, tienes una costilla rota, al menos.

Idrial cerró los ojos, murmuro unas palabras y su mano se ilumino. Poco a poco, Dayagon dejo de sentir dolor. Killian se levanto del suelo y se acerco al cadáver caído del orco. Estaba observándolo cuando llego a la carrera un soldado. El soldado tenía un pequeño corte en la frente y su armadura estaba manchada de sangre. Se acerco a Killian e hizo un saludo militar.

- ¿Como está la situación? Capitán.
- Comandante, una veintena de orcos han escapado al bosque, los demás están muertos.
- Bien, ¿y nuestras pérdidas?
- Aun no estamos seguros pero calculo que una quinta parte de la compañía ha muerto y otras dos están heridas.
- Reparte a los hombres, que apaguen los fuegos, atiendan a los heridos y vigilen el bosque.
- Ya estamos en ello. Estamos trasladando a los heridos a los comedores, lejos de los fuegos.
- Ayudare con los heridos, ¿me enseñas el camino capitán?
- Por supuesto, es por aquí.
- Vamos Dayagon. - dijo Killian dándole un pequeño golpe en el pecho con el dorso de la mano. - Ayudemos con los fuegos.

El capitán acompaño a Idrial hacia los comedores. Habían retirado las mesas para hacer sitio a los heridos convirtiéndolos en hospitales de campaña. Los médicos estaban ocupados con los heridos e Idrial hacia todo lo que podía hasta que, extenuada después de utilizar tanta magia, se retiro a descansar a la tienda de Killian.

Unas horas después del ataque, el único fuego que quedaba era el de la pira que hicieron para quemar los cadáveres. Dayagon y Killian acababan de llegar a la tienda, aun manchados de hollín por los fuegos cuando llego Idrial.

Idrial entro con los hombros abatidos, casi arrastrando los pies. Los ojos eran apenas unas líneas horizontales denotando el cansancio que llevaba. Se acerco a un balde con agua en el que se estaban limpiando Dayagon y Killian y se lavo la sangre de las manos.

- ¿Puedo...? - dijo haciendo un vago gesto hacia la cama sin llegar a terminar la frase.
- Por supuesto, cuando este la cena te despertaremos.

Sin más palabras, se derrumbo en el catre y en pocos segundos ya estaba profundamente dormida. Dayagon y Killian se sentaron a la mesa y estuvieron reviviendo viejos recuerdos y poniéndose al día hablando en voz baja para no despertarla.



Unos soldados entraron a la tienda con tres platos con algo de pan blanco, queso y grandes costillas de cordero asadas. Dayagon despertó a Idrial moviéndola por el hombro. Volvieron a la mesa y comenzaron a cenar.

- ¿Como os conocisteis? - pregunto Idrial entre bocado y bocado.
- Hace ya tres años. Cuando hui de los Yokai lo único que sabía hacer era pelear, así que me hice mercenario para ganarme la vida. Al año o así me contrato un mal tipo, estaba buscando por la ley. Killian era por aquellos tiempos sargento de esta misma compañía.
- Los rápidos ascensos que conseguí en esos tres años no me consiguieron muchos amigos, te lo aseguro.
- Pues al sargento Killian le toco ir a prenderlo. ¿Cómo se llamaba el tío?
- Andrah creo recordar. - contesto Killian.
- Si, cierto. Andrah. - dijo el nombre casi en un susurro, recordando aquellos tiempos. - No pagaba mal.
- Era un criminal.
- Una cosa no quita la otra. Killian llego con unos guardias y una orden de arresto contra él. Yo iba a defenderlo por supuesto, ya tenía la espada en mi mano cuando suelta y me dice: "¿Cuanto quieres por entregárnoslo?" La verdad es que eso no me lo esperaba.
- Ya había oído hablar de ti, el mercenario del pelo rojo. Si los rumores eran ciertos, no tenía ganas de verte pelear. La verdad es que no se lo esperaba ni él. Aun me acuerdo de la cara que puso cuando empezamos a regatear.

Killian comenzó a reír acordándose de aquel momento y Dayagon no tardo en unirse a sus risas. Idrial miraba perpleja a los dos.

- ¿Vendiste al hombre con el que habías hecho un contrato? - pregunto Idrial.
- Si. ¿Por qué no hacerlo? Era un violador y un asesino. Me dijo que no tenía honor, que los mercenarios honrados no rompen sus contratos. ¿Qué honor puede tener alguien que mato a su mujer, que violo a su hija y cuando intento escapar de él la mato?
- Que tipos así descansen bajo tierra. - dijo Killian levantando la copa.

Dayagon e Idrial lo imitaron haciendo un brindis en silencio. Terminada la cena, Killian se levanto y fue hacia la entrada de la tienda. Dio una orden a los soldados que estaban fuera y entraron a llevarse los restos de la cena.

- Sera mejor que nos acostemos, mañana partimos. Deberíais de venir conmigo.
- ¿Adónde vas? - pregunto Dayagon.
- He de informar al emperador de este ataque de hoy. Mañana volveremos a Vicanor.
- Tenemos nuestros propios asuntos Killian.
- Si, buscar a ese demonio. El servicio de espionaje del emperador es muy bueno. Puede que allí consigáis alguna pista.
- Hay que reconocer que es mejor plan que dar vueltas por el mundo. - apunto Idrial con un deje de esperanza en la voz mientras se echaba cerca del brasero.

Dayagon se acostó al otro lado del brasero. Se arrebujo en la capa intentando guardar un poco mas de calor. Dayagon estaba meditabundo, con la mirada fija, mirando sin ver nada. Perdido en sus recuerdos sin prestar atención a la conversación que tenían Idrial y Killian.
            
Recordó a los Yokai. Recordó su entrenamiento, las palizas, los golpes. Recordó sus misiones, la sangre, el olor de la muerte. Recordó la ciudad de Ketchira, sus edificios esculpidos en la piedra, sus calles oscuras. Recordó la casa en la que vivía con Nazumi, sus habitaciones, su cautiverio. Recordó el momento que vio una fila de esclavos humanos, la suciedad en sus caras, las señales de abatimiento. Recordó aquella esclava en especial, su pelo rubio, sus preciosos ojos verdes, aquella mujer que lo inicio todo.

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