martes, 8 de septiembre de 2015

La leyenda de Dayagon - Capítulo 21



Las islas Rannimwë y Galadhmel se levantaban del mar dos centenares de metros. El acantilado de piedra se elevaba en vertical. La cima estaba decorada por la vegetacion. Por el borde se descolgaban lianas y enredaderas. Las islas crecían hasta llegar a su máximo y entonces iban descendiendo hasta el nivel del mar creando playas, al norte en la isla Rannimwë y al sur en Galadhmel. Dos ríos descargaban sus aguas con una gran cascada en el estrecho que separaba la isla. El agua en suspensión creaba una espesa niebla. El barco avanzaba directo hacia el centro.

De la parte alta del acantilado, directamente desde la roca, allí donde apenas llegaban las lianas más largas, salió una figura planeando con unas grandes alas extendidas. Segundos después, una segunda figura le siguió. Al principio, no eran más que una mancha negra recortada contra el azul del cielo. Más tarde, empezaron a apreciar detalles. La criatura estaba recubierta de escamas marrón rojizas. Dos alas, parecidas a las de los murciélagos, los mantenían en el aire. Dos musculosas patas se alineaban con la parte inferior de su tronco y la larga cola que les ayudaba a estabilizarse. Desde el morro hasta la punta de la cola medirían casi siete metros. Cuando giraron, sobrevolando el barco, dejaron a la vista a dos elfos que iban en su lomo.

- ¿Dragones? - preguntó Dayagon al aire.
- No, son wyverns. No quedan dragones en el mundo. Estos son sus parientes. Muy inferiores a ellos. - dijo Egaran con un aire de suficiencia, como si disfrutara haciendo esa corrección. - Se les diferencia por la ausencia de las patas delanteras y su tamaño inferior. Además, los dragones son mucho más listos. Si hacemos caso a las historias, eran capaces de comunicarse por telepatía con las demás razas.

Estos seres inferiores dieron un par de vueltas más, como ordenando a los tripulantes del barco a que les admiraran, antes de descender para posarse sobre la borda del castillo de popa que los marineros habían cubierto con mantas, uno a cada lado, provocando que el barco basculara peligrosamente antes de estabilizarse. Haciendo gala de una gran fuerza en las patas, se agacharon hacia la cubierta sin llegar a tocarla y ambos elfos se apearon de un salto.

Uno de los elfos era una mujer. Ambos vestían con el uniforme de los jinetes de wyverns. Unos pantalones de cuero reforzados con placas de acero, unas botas que parecían una prolongación de los pantalones y una coraza para proteger el pecho. Los brazos los llevaban descubiertos, mostrando una piel tostada por el sol. Llevaban unos guantes con puntas de acero en los nudillos y que no le llegaban a cubrir los dedos. El conjunto lo completaba un ligero casco forjado con la forma de un wyvern. La cabeza les protegía la nariz y las alas caían sobre sus pómulos. En la parte superior del casco había un agujero por el que sacaban el pelo. Los elfos acostumbraban a tener el pelo largo y de esta manera no les molestaba tanto llevar el casco. El elfo tenía el pelo castaño y se lo dejaba suelto en una cola que le llegaba hasta media espalda. La elfa lo tenía rubio en una trenza hasta los hombros.

La elfa fue bajo cubierta mientras el hombre hablaba con Kechard. Dayagon, Idrial y Egaran subieron al castillo de popa, manteniendo una prudencial distancia con los wyverns.

- Muy bien Kechard, ¿Qué transportas? - preguntó el elfo mientras terminaba de echarle un ojo a unos papeles que tenía en la mano y se los devolvía al capitán.
- Personas y sus pertenencias. - respondió mientras guardaba los papeles.
- ¿Son estos sus pasajeros? - preguntó señalando al trío que acababa de subir.
- Así es, estos mesmos.
- ¿Quiénes sois y a qué habéis venido a las islas? - les pregunto con aire autoritario.
- Soy Egaran, embajador de Norwens. Nos envía el emperador Carthas para parlamentar con vuestro Rey. - le respondió dándole un papel con la firma y sello del emperador que corroboraban sus palabras.

El elfo le echó un rápido vistazo leyéndolo por encima. La elfa apareció en cubierta y con un ligero meneo de cabeza le hizo saber al elfo que no había encontrado nada.

- Muy bien, todo en orden. - dijo el elfo devolviéndole el papel. - Bienvenidos a las islas y que tengan una buena estancia.
- Me gustaría pedirle, si pudiera ser, que nos proporcione un guía. No conocemos Dreleärdin.
- Por supuesto, habrá alguien esperándoles en el puerto. - respondió tras unos segundos de silencio.

Dicho esto el elfo se dio la vuelta, dirigiéndose hacia uno de los wyverns. El wyvern descendió, apoyándose, esta vez, sobre la cubierta con las garras que tenía en medio de las alas. El elfo encajo unos ganchos de las botas en el estribo derecho de la pequeña silla de cuero que estaba sobre el lomo del animal y de un ágil salto se subió a ésta, encajando la otra bota. Se ató una cuerda de seguridad de la silla a su cinturón y con un poderoso aleteo, el wyvern se separó del barco que volvió a oscilar peligrosamente. La elfa lo siguió y ambos wyverns se elevaron en el aire rápidamente. Dayagon e Idrial los siguieron con la mirada hasta que se perdieron en el acantilado por donde habían aparecido.

Kechard gritaba órdenes a diestro y siniestro. Los marineros se afanaban en reorientar las velas para que captaran todo el aire que pudieran. El barco ganaba velocidad poco a poco e iba directo hacia el muro de niebla. Cuando se interno en él, las velas se vaciaron, colgando inertes de los mástiles. El barco perdió su empuje notablemente. Kechard confiaba que la propia inercia del barco les sacara de la niebla. Ésta era tan espesa que con el brazo estirado no veían su propia mano.

Apenas unos minutos después de entrar, la niebla empezaba a aclararse. Cuando salían de la niebla, aun entre la bruma, pudieron ver otra isla. Tenía una gran montaña en la parte norte y en su ladera hacia el sur se levantaba una ciudad. Al principio, solo veían torres coronadas por tejados cónicos y agujas doradas. Luego, pudieron ver la ciudad con sus casas multicolores.

Un rugido atrajo su atención. Un wyvern cayó en picado y se zambullo en el mar para salir enseguida girando sobre sí mismo, despidiendo agua hacia todos lados, y con un gran pez en la boca. Lo soltó volviéndolo a atrapar en el aire para poder tragárselo mejor. Alzando la mirada vieron tres wyverns más sobrevolándoles. Más lejos podían verse otros que estaban pescando.

Los elfos habían aprovechado la desembocadura de un rio para levantar su ciudad allí. El rio tenía un curso lento, por lo que los elfos habían canalizado su curso para crear grandes avenidas con una calzada de agua. La mayor parte de estas avenidas desembocaban en el puerto. El puerto era largo, construido con paredes de piedra amarilla de la que partían pasarelas de madera. Había mucha actividad cuando llegaron. Con ayuda de dos pequeños remolcadores, el Argos atracó.

Dayagon, Idrial y Egaran recogieron sus pertenencias y se dispusieron a desembarcar. Al otro lado de la pasarela de madera les esperaba una elfa. La elfa vestía un ligero vestido de seda con tonos que iban desde el rojo hasta el amarillo. Un par de telas colgaban desde los hombros hasta sujetarse a las muñecas por unas pulseras de jade y aguamarina dejando los brazos descubiertos. Dos grandes ojos de color avellana destacaban en su pequeña cara. Por debajo de estos, una nariz respingona y unos pequeños labios pintados de marrón. El pelo rubio lo llevaba recogido por dos mechones trenzados y unidos entre si detrás de su cabeza.

- Eres quien subió al barco junto al otro elfo. - dijo Dayagon, que la había reconocido antes, si quiera, de pisar la pasarela.
- Así es. - respondió la elfa con una ligera inclinación de cabeza. - Me llamo Nythien. Seré vuestra guía por la ciudad. Seguidme, por favor.

Nythien extendió un brazo hacia la ciudad. La tela que iba hasta su muñeca se extendió y parecía que la elfa tuviera un ala como los wyverns que montaba. El grupo estuvo rápidamente sobre el suelo de piedra del puerto y Nythien les guió hasta uno de los canales donde les esperaba una barca. Subieron y el barquero la alejó de la orilla con una larga pértiga que utilizó para impulsar la barca.

La arquitectura de la ciudad era diferente a todo lo que Dayagon e Idrial habían visto. Las casas eran altas, llenas de líneas curvas. Las paredes tenían una ligera pendiente que se hacía más pronunciada conforme llegaban a la base. Esta pendiente no acababa con la fachada, pues las aceras de piedra también estaban inclinadas hacia el canal. Las torres que habían visto eran iguales, más anchas en la base que en la cúspide. Para la decoración de las fachadas se habían utilizado multitud de colores. Dayagon tenía la firme creencia de que en la ciudad se habían usado todos los colores del mundo y más de un pigmento se habría inventado expresamente para ese fin.

Navegaban por el canal principal de Dreleärdin. Éste comenzaba en el palacio del rey y continuaba recto hasta el puerto. De el partían el resto de canales que se extendían por toda la ciudad. Se cruzaron con numerosas barcas. Algunas eran pequeñas, ocupadas por un par de pasajeros. Otras, más grandes, llevaban productos y mercancias. Algunas eran embarcaciones de recreo con un toldo de tela y divanes y asientos acolchados en su interior. Pasaron por debajo de puentes altos de piedra en los que el barquero, que iba de pie, no tenía que agacharse para evitar darse.

En la barca, Idrial miraba hacia todos lados con admiración, como una cría pequeña que veía por primera vez un paraje precioso. Desde que Glammriel le habló de esta ciudad, siempre había querido venir y, ahora que estaba aquí, se dio cuenta de que las descripciones de Glammriel se quedaban muy cortas.

- ¿Me recibirá el Rey cuando lleguemos? - le preguntó Egaran a Nythien mientras se alisaba el jubón.
- No lo sé, solo me han dicho que os escoltara hasta el palacio. Una vez allí, el chambelán os lo dirá.

Egaran siguió preguntándole cosas con esa voz monótona que tenia. Dayagon comprendió enseguida que no le importaba nada esa conversación y se entretuvo intentando pescar alguno de los peces que nadaban por el canal con las manos, ahora convertidas en zarpas.



El palacio estaba rodeado por una muralla. Sobre el canal, ésta formaba un arco de piedra con un rastrillo levantado. Al otro lado había un pequeño lago y, aunque no lo pareciera por donde se encontraba, éste era natural. Estaba alimentado por el rio que descendía de la montaña y los elfos lo habían aprovechado para incluirlo dentro de los jardines del palacio. A un lado había un pequeño puerto con dos embarcaciones de recreo lujosamente decoradas. El barquero les llevó hasta una plataforma de madera en la que se bajaron. Nythien le dio las gracias y unas monedas por el viaje. Maniobró la barca tan pronto como se habían bajado y enseguida se perdió bajo el arco de la muralla.

El palacio era muy alto. En su centro había una gran cúpula de la que partían dos alas laterales y una nave central. En los laterales del palacio tenía grandes pilares en espiral unidos a éste por arbotantes. Grandes cristaleras proporcionaban iluminación a su interior. En las escaleras de entrada al palacio les esperaba un elfo. Era viejo hasta para los cánones elficos, pero apenas aparentaba tener más de 40 años. Los saludó con una ligera reverencia.

- Soy Melraand, el chambelán del palacio. Nythie, gracias por acompañarles. Puedes retirarte.
- Sí, señor.

La elfa hizo una reverencia y se giro para irse. Después de las presentaciones, el grupo siguió al chambelán dentro del palacio. Entraron a un recibidor con el suelo de granito tan pulido que reflejaba como si fuera un espejo. Delante de ellos, una escalinata subía hacia la sala del trono desde la que llegaban ruidos de voces. Melraand les guió hacia una puerta lateral y, tras esta, por un pasillo hasta las habitaciones que iban a ocupar.

- El rey los recibirá más tarde, en privado. Mientras tanto pueden descansar aquí.

Las habitaciones tenían ventanas hacia el jardín. Estaban amuebladas con una cama y varios armarios y cómodas. Por una puerta lateral se daba a un baño con una amplia bañera.

- Pueden utilizar las prendas que les hemos dejado en los armarios. Dejen sus ropas en los cestos que tienen al lado de la puerta y nos encargaremos de lavárselas. Enseguida les traeremos agua caliente para el baño. Siéntanse libres de explorar cuanto les parezca, pero han de saber que las dos alas del palacio son privadas y si salen a la ciudad, las puertas de la muralla se cierran por la noche, asique procurad volver antes del anochecer. Si necesitan algo más no duden en avisarnos.

Dicho esto, el chambelán dio la vuelta y se perdió por el pasillo. Como había dicho, al poco aparecieron sirvientes con cubos de agua humeante y les llenaron las bañeras. Les comunicaron que el rey quería cenar con ellos en unas horas y al irse, se llevaron con ellos los cestos con su ropa. Tras un buen baño, Dayagon se acostó en la mullida cama, cerró los ojos y enseguida se quedo durmiendo.


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