domingo, 27 de septiembre de 2015

Dol´Mara, la ciudad de los excesos. - Capítulo 3



En una habitación del piso superior de la taberna se encontraba una sorprendida Shariva. Se encontraba mirando su reflejo en un espejo. Leedis le había limpiado la cara con un paño húmedo y le había cepillado el pelo, que, ahora, le caía suelto y liso sobre los hombros. El vestido de seda le quedaba muy bien, como si lo hubieran hecho a su medida. Le llegaba por debajo de las rodillas y las mangas largas llegaban justo hasta su muñeca.

- Estas preciosa. - dijo Leedis sonriéndole a través del espejo.

A Shariva se le iluminó la cara con el cumplido y una tímida sonrisa floreció en ella.

- Vamos.

Shariva siguió a Leedis fuera de la habitación. La segunda planta de la taberna era un pasillo que la recorría de punta a punta con puertas a ambos lados y, al final, otra escalera que subía a una buhardilla. Bajaron al salón de la taberna y se dirigieron a la barra, tras la cual estaba la puerta de la cocina.

- Esto es lo que tienes que hacer. - le dijo Leedis mientras le colocaba un mechón de su pelo rubio tras la oreja. - Estate cerca de la barra. Yo u otra de las chicas te daremos platos o jarras y te diremos a que clientes se las llevas. De vuelta recoge los que veas vacíos. Y siempre con una gran sonrisa. ¿Vale?
- Sí. - dijo Shariva alegremente. Comparado con las tareas que tenía que hacer en la granja, esto le parecía sumamente fácil.

El salón era bastante grande. Estaba ocupado casi en su totalidad por mesas. Al final de éste, había una pequeña zona separada por una valla de madera a la que se accedía por unos escalones. En esta zona, el suelo era de tierra a diferencia del suelo de madera del resto de la taberna. Casi todas las mesas estaban ocupadas por hombres y alguna que otra mujer. Solo había un par vacías, las más alejadas del fuego. Al lado de la chimenea había un bardo tocando un laúd y llenando la habitación con su melodía.

Las otras mujeres que trabajaban allí llevaban un vestido cortado con el mismo patrón que el suyo, pero de color amarillo. Shariva recorría el salón. Llevaba jarras de cerveza llenas hasta el borde a las mesas y volvía con otras vacías. Platos que desprendían un aroma que le hacia la boca agua y regresaba con otros en los que solo quedaban los restos.

Conforme pasaba el tiempo, la taberna se llenaba cada vez más. Muchos clientes entraban, pocos salían y otros desaparecían por la escalera del segundo piso con alguna de las chicas de vestido amarillo. El bardo tuvo que alzar la voz para competir con el ruido que estaban formando la gente que se encontraba cerca de la zona de tierra. Cuando Shariva pasó cerca de ahí vio que el grupo de personas formaba un corro donde dos hombres, vestidos únicamente con pantalones, se estaban pegando. La gente los jaleaban alzando el puño y gritando cosas como: "¡Dale fuerte!" "¡Túmbalo!" Shariva retrocedió un paso, instintivamente, y chocó con alguien.

- No te asustes, Gatita. - dijo una voz masculina a su espalda. - Solo se van a pegar entre ellos.

Shariva sintió una mano que le tocaba el culo e, instantáneamente, saltó hacia delante atropellando a una de las chicas y acompañada de las carcajadas del hombre. La mujer, que por suerte no llevaba nada en las manos, se levantó deprisa y se acercó al hombre.

- Sabes que eso no está bien. - le dijo con una voz melosa. - ¿No prefieres divertirte conmigo en vez de con una con el vestidito rojo? ¿O no te habías dado cuenta del color?

La mujer se pegó a él pasando el dedo índice por su cuello hasta detener la mano encima de su pecho. El hombre se giró, cogió la jarra y se la bebió de un trago. Agarró a la chica de la muñeca y se dirigió hacia las escaleras.

- Vuelve a la barra. - le dijo la chica en voz baja al pasar a su lado.

La noche pasó sin más incidentes y poco a poco la taberna fue vaciándose. Entre todas las chicas limpiaron la taberna rápidamente. Sylras fue sacando de la cocina platos de pollo con una guarnición a base de setas y zanahorias, todo ello rehogado en una espesa salsa. Algunas comían en silencio, otras formaban pequeños grupos hablando entre sí.

Shariva comió en una esquina de la barra. Sola. Pensando. Con la vista perdida. Mirando a todas partes y a ninguna. Pensó en su familia y una lágrima afloró en sus ojos. Se la limpió con el dorso de la mano. "No debo llorar." Pensaba centrando su atención en la comida que tenía delante. "No debo llorar". Repetía en su interior, haciendo de esa frase un mantra.

Cuando terminaron de comer, llevaron los platos a la cocina y se fueron a dormir. Leedis la llevó hasta una pequeña habitación con una cama y una mesilla sobre la que había una lámpara. Shariva se desvistió y se tumbó en la cama. Estaba en posición fetal, repitiendo una y otra vez las tres palabras en su cabeza. Entonces lloró, amarga y silenciosamente, hasta quedarse dormida.



Shariva estaba en la habitación de Sylras. Estaba nerviosa. No sabía por qué la había llamado. La habitación se encontraba en la planta baja. Tenía una gran cama debajo de una ventana. Cómodas y armarios se repartían por el espacio que quedaba, así como un pequeño escritorio situado contra la pared. Encima de éste, se amontonaban papeles, tinteros y plumas sin orden ni concierto. Sylras estaba sentado en el borde de la cama y le indicó a Shariva que se acercara.

- Ayer trabajaste bien, pero no me interesa tener un vestido rojo en el salón. Si quieres seguir aquí, durmiendo bajo mi techo y comiendo de mi comida, deberás de vestir el amarillo.
- Yo… Yo… no comprendo. - balbuceó Shariva.
- Antes de darte un vestido amarillo, debo comprobar si vales para llevarlo. - continuó Sylras como si no la hubiera oído.
- No lo entiendo. ¿Qué es lo que quieres comprobar?
- Desnúdate.
- ¿Cómo? - preguntó con un tono de alarma en la voz y dando un paso atrás. - ¿Qué? ¿Por qué?
- Si vas a llevar un vestido amarillo debes demostrarme que puedes llevarlo, que sabes darle placer a un hombre. Así que, desnúdate.

Shariva dio otro paso atrás mientras seguía balbuceando. Miles de pensamientos se le cruzaban por su mente. No quería hacerlo. La simple idea de desnudarse antes ese hombre y hacer lo que le proponía le asqueaba. Pero si no lo hacia debería de volver a la calle. A pasar frío en las noches. De vuelta a escuchar los rugidos de su estomago.

Lentamente, bajó las manos hasta el borde del vestido. Aún más lento, comenzó a subirlo. Cada vez mostraba un poquito más de su blanca piel. Cerró los ojos, intentando retener unas lágrimas que le corrían ya por las mejillas.

- No llores. No quiero que mis chicas lloren cuando estén con un hombre.

Con los ojos cerrados podía hacerse la ilusión de que estaba sola, que Sylras no estaba delante mirándola. Pero oír su voz deshizo la ilusión y un escalofrió le recorrió la columna. El vestido ya se encontraba por sus caderas, mostrando su ropa interior de lana, cuando Shariva lo soltó y lo dejó caer. Salió corriendo de la habitación acompañada de sus lágrimas. En el salón, casi atropella a una de las chicas en su carrera hacia la puerta. Leedis, intento agarrarla del brazo cuando pasó junto a ella. Para esquivarla, tuvo que echarse a un lado, volcando una mesa. Abrió la puerta de un empujón y el estallido de luz la cegó momentáneamente. Aun viendo pequeñas manchas blancas, siguió su alocada carrera. No paró de correr hasta encontrarse de nuevo en el jardín.



Por la tarde, cuando el hambre volvió a visitarla, decidió salir del jardín. Se asomó por encima de la valla y no vio a nadie. No quería acercase de nuevo a la taberna, por lo que recorrió el callejón para salir por la otra entrada. Recorrió calles y plazas. Intentaba pasar desapercibida y, cuando podía, se escondía de la gente. Llegó hasta una zona con almacenes, muy parecida a la que había estado con su padre y con su hermano. Miraba atentamente los edificios, intentando acordarse de en cuál de ellos había vendido las cosas su padre. Si encontraba al mercader, quizá éste podría ayudarla y llevarla a su casa junto a su familia.

Por más que buscaba, no encontraba el almacén. Todos le parecían iguales. En la puerta de uno, había apiladas unas cajas con manzanas. El hambre pudo con su razón y cogió una, llevándosela a la boca. Del almacén salió un hombre mayor gritando: "¡Ladrona, ladrona!". Shariva echó a correr dejando tras de sí los gritos de ese hombre que intentaba alertar a la guardia.

Al cruzar una esquina se topó con un chico joven. El impacto provocó que él trastabillara hacia atrás y Shariva se cayó de culo. Detrás de él, había otro chico. Los dos eran jóvenes, no debían de pasar de los veinte años. Shariva se levantó rápidamente y comenzó a correr en la dirección contraria. Los muchachos, tras unos segundos, la persiguieron. Eran más grandes que ella, y en unas  pocas zancadas la alcanzaron cuando entraba a un callejón. Uno la agarró del hombro. Shariva se tropezó y cayó al suelo. Intentó alejarse de ellos arrastrándose hasta que su espalda chocó con una pared.

- Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? Una ladrona en nuestro territorio.
- Y nosotros no permitimos ladrones por aquí.
- Eso atrae a la guardia y los soldados nunca son una buena noticia.

El chico sacó un pequeño cuchillo y le puso la hoja plana en el cuello. Shariva se estremeció al notar el frío del hierro.

- ¿Sabes lo que hacemos con las ladronas por aquí? - decía mientras con la punta del cuchillo le apartaba un mechón de pelo de la cara.

Con la mano libre le cogió de la cara apretando en las mejillas. La levantó hacia él y le aplastó los labios con los suyos. Shariva intentó zafarse, pero el chico era más fuerte que ella. Le golpeó en el pecho hasta que el otro chico la sujetó de las muñecas elevándole los brazos por encima de la cabeza.

- ¡Dejarme, dejarme! - gritó cuando el chico se separó de ella.

Shariva forcejeaba intentando librarse del chico que le sujetaba los brazos. Pataleaba en todas direcciones. El chico que la había besado recibió una en el estómago que lo dobló por un instante.

- ¡Serás zorra!

El chico le abofeteó la cara. A Shariva le zumbaron los oídos por el golpe y se quedó quieta por unos instantes, segundos que aprovechó el chico para levantarla en peso, recostarla sobre la espalda y situarse entre sus piernas. A base de tirones, le elevó el vestido hasta mostrar los pequeños senos. Apretó una de las tetas con fuerza, pellizcándole el pezón y provocándole dolor. El otro pezón se lo introdujo en la boca haciendo unos asquerosos sonidos de succión. Shariva seguía intentando resistirse, pero con uno sujetándole y el otro entre sus piernas, apenas podía moverse.

De un simple tirón, el chico le arrancó la ropa interior.

- ¡No, no! ¡Dejarme! ¡Basta ya! - gritaba mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas.

Los gritos los acalló el chico que le sujetaba los brazos metiéndole algo caliente en la boca. Shariva intentó morderla, pero el chico fue más rápido que ella y le abofeteó nuevamente en la cara para, instantes después, ponerle el filo del cuchillo en el cuello.

- Como vuelvas a intentarlo te rajo el cuello, puta.

Shariva lloraba, apenas le quedaban fuerzas para pelear con ellos. El chico que se la había metido en la boca le sujeto la cabeza y se la movía hacia delante y atrás. Shariva sentía como ese pene le llenaba la boca. A veces, llegaba hasta su garganta provocándole arcadas. Todos sus músculos se tensaron al sentir la punta del pene del otro chico apoyada sobre su vagina. El chico la penetró de un solo golpe de cadera y un dolor agudo la atravesó. Sus gritos fueron ahogados por la carne que tenía en la boca.

- Creo que ésta era virgen. Joder, que estrecha que está. - le dijo a su amigo mientras comenzaba un bombeo rápido.
- Yo también quiero catarla, date prisa.

Tras unos minutos, que a Shariva le parecieron horas, el chico salió de su interior. Shariva quedó desmadejada en el suelo, como una muñeca de trapo que lo único que podía hacer era llorar. Los chicos la levantaron dejándola boca abajo en el suelo. Apenas sentía las piedras que se le clavaban en la piel. Los chicos cambiaron las posiciones. El que antes tenía entre sus piernas se sentó delante de su cara y, abriéndole la boca con las manos, le introdujo el pene, aún con rastros de sangre y flujos de ella. El otro chico se sentó sobre sus piernas extendidas. Le separó las nalgas con las manos y se la metió en su vagina. Esta vez a Shariva no le dolió tanto, ya fuera porque estaba dilatada por el otro chico o porque éste la tenía más pequeña.

Los chicos la usaban a placer, llenando el callejón con bufidos y gemidos. El estallido del chico que tenía en la boca la pilló de improviso. De pronto, el chico apretó su cabeza contra él y la boca comenzó a llenarse de un líquido caliente, salado y agrio. Cuando la soltó, Shariva lo escupió en el suelo entre toses y arcadas. El chico que tenia detrás comenzó a bombear más lento y Shariva sintió algo caliente en su interior.

Los chicos se fueron de allí corriendo. Shariva apenas sentía nada del mundo que la rodeaba. Ni los pasos que se acercaban por el callejón. Ni los brazos que la levantaron en peso. Ni el pecho del hombre sobre el que se acurrucó mientras la sacaba de allí.


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