Killian se abalanzó hacia delante
agarrando la mano de Idrial. Killian perdió el equilibrio y un soldado lo
sujeto por el jubón salvándolo de precipitarse al abismo. Idrial estaba
suspendida en el aire aferrándose con las dos manos a la mano de Killian y
buscando desesperadamente un apoyo para los pies.
Killian la subió a pulso haciéndose
hacia atrás hasta que la espalda dio con la pared de roca. Rodeó a Idrial con
el brazo que tenia libre atrayéndola hacia él. Idrial temblaba visiblemente al
borde de las lágrimas.
- Ya esta, ya está. - susurraba
Killian intentando calmarla.
Idrial se abrazo a Killian con la
cara hundida en su pecho hasta que se calmó un poco. Se separó de él con las
manos en su pecho mientras él aun la abrazaba. Se quedaron unos segundos mirándose
a los ojos.
- ¿Estás bien? - le preguntó Killian.
- Ahora sí, gracias. - le respondió
con un susurro.
- Vamos, tenemos que salir de aquí. -
les apremió Dayagon. - El ruido atraerá a los yokais.
Dayagon no se equivocaba en su suposición.
Al poco tiempo de irse se encontraron con una patrulla. Se escondieron y los
yokais pasaron de largo en dirección a la cueva de la cascada. Con la siguiente
patrulla no tuvieron tanta suerte. Se encontraron con tres yokais en una galería
estrecha. Dayagon los contuvo mientras iban retrocediendo hasta la caverna que habían
dejado atrás donde pudieron acabar con ellos.
Llegaron a una caverna amplia, con un
techo muy alto. Dayagon se dirigió hacia un túnel escuchando mientras los demás
entraban en la caverna. Un yokai cayó del techo colgándose de la espalda de un
soldado. Antes de que el soldado pudiera quitárselo de encima, el yokai le mordió
en el cuello clavando las grandes paletas y arrancándole un gran trozo de
carne. Otro soldado se lo quitó de encima y lo tiró al suelo, rasgándole el
chaleco sucio que llevaba. El yokai se levantó de un salto desenvainando un par
de dagas anchas. El soldado herido cayó al suelo y se desangró antes de que
Idrial pudiera acercarse a curarlo.
Los soldados intentaron abatir al
yokai pero este era demasiado rápido y no conseguían darle. El yokai,
acorralado entre los soldados, empezó a gritar pidiendo ayuda con su chillona
voz. Dayagon le lanzo un cuchillo que se clavo en su garganta silenciándolo. Recorrían
las galerías lo más rápido que podían. El eco de los túneles traía hasta ellos
el sonido de los yokais persiguiéndoles, los chillidos agudos que emitían
cuando hablaban entre si y el golpe de las garras con el suelo de roca.
- Nuestra única oportunidad es salir
de las cuevas. La salida no está muy lejos pero tendremos que correr. - dijo
Dayagon a Killian.
- Tú nos guías Dayagon, vamos.
La estrechez de los túneles no les permitía
ir muy deprisa. Los ruidos de la persecución se podían oír cada vez más cerca.
Un par de veces se desviaron para evitar algún grupo de yokais y por fortuna no
se enfrentaron a ninguno. Cuando llegaron a una bifurcación de los túneles,
Dayagon paró y encendió una antorcha.
- Seguid por ese túnel. - dijo al
tiempo que señalaba el de la derecha. - No paréis hasta que estéis fuera. Voy a
despistarlos para conseguir algo de tiempo. A los yokais les gusta la
oscuridad, con suerte saldrá el sol para cuando se den cuenta y no nos perseguirán
fuera.
Dayagon se internó por el de la
izquierda con la antorcha en alto. Cruzó galerías y cavernas hasta que llegó a
una caverna estrecha con un agujero en el centro. Se detuvo a escuchar los
ruidos que hacían los yokais persiguiéndole. Los había dejado atrás pero estaba
seguro de que estaban persiguiéndole a él. Se sentó en el suelo apoyado en la
pared de roca y cerró los ojos.
Una mano le levanto la cara sujetándole
de la barbilla. Dayagon abrió los ojos y se encontró con dos grandes ojos
verdes mirándole. Unos suaves labios descendieron hasta los suyos uniéndose en
un profundo beso. La mano de Dayagon subió acariciando su espalda hasta su nuca
donde se enredó con la larga cabellera dorada de ella. Aquel cálido beso duró
unos segundos, se separaron mirándose a los ojos. Dayagon permanecía con la
mano en su nuca como si no quisiera separarse de ella nunca. Shara le pasó la
mano por la mejilla en una suave caricia.
- Te he echado de menos. - dijo con
una voz tan suave como la seda.
- Yo a ti también.
Aun permanecían las palabras en el
aire cuando volvieron a besarse. Un beso apasionado y largo como si no
quisieran que terminase. Los ruidos de los yokais se oían cada vez más y más
cerca. Shara se separó de él poniéndole una mano en su pecho.
- Debes de irte, ya están muy cerca.
- No, quiero quedarme aquí...
- Aquí no queda nada para ti. - le interrumpió
Shara
- Me quedas tú.
- Sabes que no. - dijo con una lágrima
asomando en sus ojos.
Dayagon apoyó la cabeza en la pared y
cerró los ojos aguantando las lágrimas.
- Deberías hacerle caso. Si mueres,
yo también y no tengo ganas de morir aquí. - dijo una voz grave resonando en la
cueva.
Dayagon abrió los ojos y se encontró
con la cueva vacía. Se levantó, se acercó al agujero y tiró la antorcha en el.
La oscuridad se tragó la luz de la antorcha en la caída y ni siquiera se oyó el
sonido cuando llegó al fondo. Dayagon tragó saliva y se escabulló de la caverna
con sigilo hacia la salida de la montaña.
Salieron de la montaña por una
estrecha grieta que daba a un bosque de pinos en la ladera de la montaña. Las
pequeñas luces verdes que llevaban no alumbraban mucho en un espacio tan
abierto. Tiraron las luces y empezaron a descender la montaña por el bosque
iluminado por la luz de la luna.
Llegaron hasta el borde de un pequeño
acantilado desde el que se divisaba la bahía. Las olas rompían en las rocas al
borde del acantilado ocultándolas bajo la blanca espuma. Los acantilados descendían
hasta una playa de arena blanca de la que ascendía un camino entre los pinos
hasta la mansión que estaba en lo alto del acantilado al otro lado de la bahía.
La mansión tenía un patio rodeado por un muro con una gran puerta custodiada
por soldados.
- Descansaremos aquí, nada de fuego.
Los soldados se apresuraron a montar
unas tiendas al amparo de los arboles. Dayagon los encontró allí y se acercó a
Killian que estaba al borde del acantilado.
- Esa es la mansión ¿no? ¿Ahora qué?
- Esperaremos a que vengan los orcos
y atacaremos. Haremos que parezca una emboscada de los orcos para que no se
alíen con ellos.
- ¿Y si han venido ya?
- Entonces tendremos un problema. ¿Qué
propones?
- Mañana, al alba, el acantilado estará
a oscuras. Puedo escalarlo sin que me vean, entrar y abriros esa puerta. Si están
ya aquí los matamos a todos y si no, podremos preparar una emboscada para
cuando lleguen los orcos.
- No es mala idea. Descansaremos lo
que queda de noche y mañana nos pondremos en marcha.
Les explicaron el plan a los soldados
mientras tomaban una cena fría y se acostaron a descansar haciendo turnos de
guardias
Idrial estaba intranquila y no podía
dormir. En mitad de la noche, salió de su tienda y se dirigió al acantilado. Se
sentó en el borde mirando el mar. Eso siempre la calmaba. Llevaba allí un rato
cuando oyó unos pasos detrás suyo. Se giró y vio a Killian que se acercaba a
ella.
- No es tu turno. ¿No podías dormir?
- le pregunto mientras se sentaba a su lado.
- No, no podía.
Se hizo un pequeño silencio entre
ellos. Killian levanto la vista al cielo y vio la luna llena apareciendo entre
unas nubes.
- Te dije que saldríamos. - dijo para
romper el silencio.
Idrial seguía en silencio con la
mirada perdida en el mar. Temblaba ligeramente y Killian le pasó un brazo sobre
sus hombros atrayéndola hacia él. Idrial apoyó la cabeza en su hombro
entrelazando la mano con la suya.
- Gracias. - dijo entre susurros mirándole
a los ojos.
Killian se acercó y sus labios se
posaron sobre los de ella. Idrial correspondió al beso durante un segundo antes
de apartarse de él.
- Debería acostarme y descansar un
poco.
Idrial se levantó y se fue hacia su
tienda. Killian se quedó allí, mirando la luna un rato más.
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