viernes, 1 de agosto de 2014

La leyenda de Dayagon - Capitulo 12

El Raubtier surcaba las aguas del océano Vellfersa. Era un barco de 30 metros de eslora y dos cubiertas por encima de la línea de flotación. Contaba con tres mástiles y una dotación de ocho balistas en cada costado, cuatro por cubierta.

El capitán Drake estaba apoyado en la borda. Llevaba un sombrero de tres picos calado hasta sus ojos oscuros. Su pelo caía debajo del sombrero hasta sus hombros. Una pequeña barba negra bien recortada adornaba su cara y ocultaba parte de sus facciones. Tenía una gabardina de color rojo oscuro por encima de una pequeña camisa blanca. Unas botas de cuero que se perdían por el bajo de su gabardina. Un pantalón marrón claro metido por las botas y ajustado por un ancho cinturón de cuero del que colgaban cuatro estiletes y dos sables anchos. En el castillo de popa solo estaba él y su timonel. El resto de la tripulación estaba ocupada, en cubierta y en la arboladura, colocando las velas.

Drake miraba la mansión que vigilaba la bahía desde la altura de los acantilados. Él no era supersticioso, como la mayoría de marineros que surcaban esas aguas, pero ese sitio le intimidaba, aquella mansión instigaba el miedo en los corazones de quienes la miraran.

La mansión era una obra maestra de sillería. Las piedras, negras como la noche, encajaban entre sí de tal manera que ni la hoja de una navaja podía colarse entre ellas. La mansión estaba coronada por torres circulares con techos cónicos de tejas. En la ventana más alta de la torre más alta podía verse una luz roja que titilaba. Siempre estaba encendida, de noche y de día.

- ¡Velas en el horizonte! - grito el vigía desde la cofa del palo mayor.

Drake escupió a las revueltas aguas y oteó con el catalejo hasta que diviso el barco. Era un barco de guerra con bandera de Adalia. La tripulación esperaba las órdenes de su capitán en silencio.

- ¡Desplegar todo el velamen! ¡A todo trapo!

El oficial de cubierta coreó la orden a pleno pulmón mientras la tripulación se afanaba con las velas. Drake miro por última vez la mansión y, cuando iba a bajar a su camarote, dijo:

- Timonel, rumbo a la cala. Volvamos a casa.



Dos días después de abandonar Vicanor llegaron a Dathor, la fortaleza gemela que defendía la frontera con Adalia en el paso Grundwar. El paso era un desfiladero entre dos montañas. Al inicio del mismo se encontraban dos castillos inmensos construidos en las paredes de roca a ambos lados del paso. Una muralla curva los conectaba entre sí cerrando totalmente el desfiladero. En el centro de la muralla había una gran puerta de madera reforzada con acero.

En Dathor, dejaron las monturas y descansaron durante toda la noche antes de partir, al alba, a pie hacia el este. Durante el viaje, Dayagon e Idrial, siguieron practicando con su nuevo poder. Aunque en Vicanor logró crear un campo de protección y sabían que era posible, no consiguió volver a hacerlo en ningún otro momento. Killian vestía una armadura de cuero marrón al igual que los soldados que los acompañaban. No portaban ningún símbolo militar en la armadura que los vinculara a Norwens. Así vestidos, más parecían una banda de mercenarios que soldados del emperador.

Al día siguiente de salir de Dathor llegaron a la entrada de las cuevas. Era un agujero pequeño en la montaña por el que un humano tendría que pasar encogido. La entrada estaba simulada por zarzas y habrían pasado de largo de no ser porque Dayagon la conocía bien e iba buscándola. Dayagon se detuvo y miro a sus acompañantes.

- Muy bien, antes de que entremos tengo que comentaros unas cosas. Evitaremos las rutas de los Yokai pero eso no quiere decir que estaremos totalmente a salvo. Pasaremos bastante cerca de la ciudad de Ketchira. Puede que nos encontremos con alguna patrulla. Si queréis salir vivos de ahí, hacer lo que ordene.

La angosta entrada daba lugar a una cueva pequeña en la que podían caminar erguidos. El ambiente estaba cargado con el olor a polvo y moho. Las antorchas no ayudaban a mejorarlo y creaban extrañas sombras en las paredes de piedra. Las estalactitas hacían que tuvieran que agachar la cabeza de vez en cuando. Dayagon iba delante eligiendo el camino con paso firme.

Pasaron por galerías de piedra estrechas por las que dos hombres no podrían pasar hombro con hombro, otras se ensanchaban un poco y en algunas tenían que pasar de lado rozando las paredes. Las galerías se dividían a lo largo del camino y en un par de ocasiones les pareció pasar por la misma otra vez. Estos túneles desembocaban en pequeñas estancias de las que partían más y más galerías formando un oscuro laberinto.

Llegaron a una amplia caverna natural, con un techo no muy alto pero suficiente para no molestarles las estalactitas. Dayagon se paró en el centro y levantó la antorcha por encima de su cabeza para iluminar toda la estancia. Cuando todos hubieron entrado dijo:

- Descansad aquí un momento, ahora vuelvo.

Dayagon desapareció por uno de los túneles y enseguida se perdió de vista la luz de su antorcha. Los soldados encendieron una pequeña hoguera y se sentaron a esperar. Killian se sentó al lado de Idrial, que tenía la mirada perdida con un atisbo de miedo en ella.

- ¿Estás bien? - le pregunto Killian tocándola en la rodilla para sacarla del pequeño trance.
- Sí, más o menos. - respondió pasándose una mano por la cara y el pelo. - Nunca me han gustado las cuevas, el espacio angosto, esta oscuridad permanente. En el bosque nunca hay tanta oscuridad, las estrellas y la luna lo iluminan. Pero aquí, levantas la vista y ves oscuridad, sientes el peso de la montaña encima de ti. Ni siquiera sé donde estamos o qué hora es.
- Tranquilízate. - dijo Killian mostrándole una cálida sonrisa. - Saldremos de aquí, volverás a ver la luna, las estrellas y los arboles.

Killian no estaba del todo convencido de ello pero no dejo que sus dudas se reflejaran en su cara. Empezaba a preguntarse si Dayagon conocía de verdad el camino, donde estaba y porque se había ido dejándoles allí. Concentrado en esas preguntas no se dio cuenta de una luz verde que iluminaba la galería por la que Dayagon se había ido.

Una luz verde lima reptaba por las paredes de la galería hacia la caverna. El primer soldado que la vio se levanto de un salto mientras desenvainaba la espada alertando a los demás. Se dispersaron, formando un semicírculo, en parejas para defenderse. Idrial se colocó detrás de ellos con una flecha en la cuerda del arco. Todos estaban en silencio, en la caverna solo se oía la respiración de los soldados y el sonido de unas pisadas que se acercaban. Dayagon apareció en la entrada del túnel con un cuenco en la mano de la que surgía esa fantasmagórica luz.

- Joder Dayagon, que susto nos has dado. Ya podrías haber avisado que eras tú. - dijo Killian mientras envainaba la espada. Los soldados guardaron las armas y volvieron a la hoguera. Killian señalo el cuenco- ¿Qué es eso?
- Una mezcla de minerales triturados que utilizan los yokais para iluminar. Esta luz no nos deslumbrara tanto como el fuego ni nos delatara si nos encontramos algún yokai.

Siguieron descansando un rato mientras Dayagon mezclaba los minerales en un par de cuencos para hacer más luces. Cuando termino siguieron adentrándose en la montaña por aquellos pasadizos angostos fabricados por la erosión del agua que hacia miles de años había dejado de correr por allí. Las galerías iban descendiendo, profundizando cada vez más en la montaña. Poco a poco, los túneles se ensanchaban y se podían apreciar marcas de herramientas en las paredes.

- Nos estamos acercando a Ketchira. Las galerías son más anchas cerca de la ciudad. Los yokais llevan años agrandándolas.

Entraron a una caverna y Dayagon tapo rápidamente el cuenco ordenando a los soldados a hacer lo mismo con los otros. La caverna se quedó a oscuras y pudieron ver una pequeña luz verde en una de las galerías que se iba acercando. Dayagon destapó un poco su cuenco y los guió hasta un grupo de grandes estalagmitas para esconderse.

Entraron en la caverna dos pequeñas criaturas andando sobre sus cortas piernas. Sus cuerpos estaban recubiertos de un pelaje hirsuto de color marrón. Los únicos lugares que no cubría ese pelo eran las manos, los pies y una larga cola. Tenían una cabeza alargada terminada en un morro con grandes bigotes y lleno de pequeños dientes y unas grandes paletas superiores. Una pequeña naricilla rosa se crispaba al final del morro olisqueando el aire. Tenían unos ojos pequeños y oscuros con un atisbo de inteligencia en su interior. Unas orejas grandes y alargadas se movían detrás de los ojos, colocadas muy atrás en su cráneo.

Los dos yokais estaban vestidos con unos chalecos sin mangas oscuros, muy desgastados y sucios como para averiguar cuál había sido su color. Unos pantalones cortos ceñidos con un cinturón de cuero, del que colgaban unas espadas cortas, completaban su vestuario.

 Dayagon señaló con la mirada al arco de Idrial. Esta preparo la flecha en completo silencio. Un soldado la imito levantando un arco corto. Las flechas atravesaron a los yokais matándolos antes de que pudieran gritar. Escondieron los cadáveres donde se habían escondido ellos y siguieron su camino.

Las galerías que tomaron eran más amplias que las anteriores, ahora podían ir andando en parejas. Las galerías empezaron a ascender notablemente haciendo más duro el camino. Llegaron a una caverna muy amplia, la más grande de las que habían visto. Las pequeñas luces que llevaban no alcanzaban a alumbrar el techo de la cueva. La galería por la que habían entrado daba a una estrecha repisa que ascendía por la pared izquierda de la cueva hasta otra galería. En la pared contraria se encontraba una gran cascada que formaba una pequeña niebla. Idrial se asomó por el borde de la repisa al vacio oscuro en el que se perdía la cascada y no pudo ver donde terminaba.

- ¿De dónde sale tanta agua?
- De la cumbre de la montaña. La nieve y el hielo se descongela y se filtran formando ríos subterráneos. Allí abajo - dijo señalando al abismo que tenían a los pies.- se encuentra un lago del que nace un rio que pasa por Ketchira y llega hasta el océano.


Subieron por la repisa en fila con Dayagon a la cabeza y Killian e Idrial cerrando la marcha. Cuando Killian llego hasta el túnel oyó un ruido detrás de sí y se giró justo a tiempo para ver como se desprendía parte de la repisa de la pared cayendo al vacio y como se hundía la tierra debajo de los pies de Idrial.

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