El Raubtier surcaba las aguas del océano
Vellfersa. Era un barco de 30 metros de eslora y dos cubiertas por encima de la
línea de flotación. Contaba con tres mástiles y una dotación de ocho balistas en
cada costado, cuatro por cubierta.
El capitán Drake estaba apoyado en la
borda. Llevaba un sombrero de tres picos calado hasta sus ojos oscuros. Su pelo
caía debajo del sombrero hasta sus hombros. Una pequeña barba negra bien
recortada adornaba su cara y ocultaba parte de sus facciones. Tenía una
gabardina de color rojo oscuro por encima de una pequeña camisa blanca. Unas
botas de cuero que se perdían por el bajo de su gabardina. Un pantalón marrón
claro metido por las botas y ajustado por un ancho cinturón de cuero del que
colgaban cuatro estiletes y dos sables anchos. En el castillo de popa solo
estaba él y su timonel. El resto de la tripulación estaba ocupada, en cubierta
y en la arboladura, colocando las velas.
Drake miraba la mansión que vigilaba
la bahía desde la altura de los acantilados. Él no era supersticioso, como la mayoría
de marineros que surcaban esas aguas, pero ese sitio le intimidaba, aquella mansión
instigaba el miedo en los corazones de quienes la miraran.
La mansión era una obra maestra de sillería.
Las piedras, negras como la noche, encajaban entre sí de tal manera que ni la
hoja de una navaja podía colarse entre ellas. La mansión estaba coronada por
torres circulares con techos cónicos de tejas. En la ventana más alta de la
torre más alta podía verse una luz roja que titilaba. Siempre estaba encendida,
de noche y de día.
- ¡Velas en el horizonte! - grito el vigía
desde la cofa del palo mayor.
Drake escupió a las revueltas aguas y
oteó con el catalejo hasta que diviso el barco. Era un barco de guerra con
bandera de Adalia. La tripulación esperaba las órdenes de su capitán en
silencio.
- ¡Desplegar todo el velamen! ¡A todo
trapo!
El oficial de cubierta coreó la orden
a pleno pulmón mientras la tripulación se afanaba con las velas. Drake miro por
última vez la mansión y, cuando iba a bajar a su camarote, dijo:
- Timonel, rumbo a la cala. Volvamos
a casa.
Dos días después de abandonar Vicanor
llegaron a Dathor, la fortaleza gemela que defendía la frontera con Adalia en
el paso Grundwar. El paso era un desfiladero entre dos montañas. Al inicio del mismo
se encontraban dos castillos inmensos construidos en las paredes de roca a
ambos lados del paso. Una muralla curva los conectaba entre sí cerrando
totalmente el desfiladero. En el centro de la muralla había una gran puerta de
madera reforzada con acero.
En Dathor, dejaron las monturas y
descansaron durante toda la noche antes de partir, al alba, a pie hacia el
este. Durante el viaje, Dayagon e Idrial, siguieron practicando con su nuevo
poder. Aunque en Vicanor logró crear un campo de protección y sabían que era
posible, no consiguió volver a hacerlo en ningún otro momento. Killian vestía
una armadura de cuero marrón al igual que los soldados que los acompañaban. No
portaban ningún símbolo militar en la armadura que los vinculara a Norwens. Así
vestidos, más parecían una banda de mercenarios que soldados del emperador.
Al día siguiente de salir de Dathor
llegaron a la entrada de las cuevas. Era un agujero pequeño en la montaña por
el que un humano tendría que pasar encogido. La entrada estaba simulada por
zarzas y habrían pasado de largo de no ser porque Dayagon la conocía bien e iba
buscándola. Dayagon se detuvo y miro a sus acompañantes.
- Muy bien, antes de que entremos
tengo que comentaros unas cosas. Evitaremos las rutas de los Yokai pero eso no
quiere decir que estaremos totalmente a salvo. Pasaremos bastante cerca de la
ciudad de Ketchira. Puede que nos encontremos con alguna patrulla. Si queréis
salir vivos de ahí, hacer lo que ordene.
La angosta entrada daba lugar a una
cueva pequeña en la que podían caminar erguidos. El ambiente estaba cargado con
el olor a polvo y moho. Las antorchas no ayudaban a mejorarlo y creaban
extrañas sombras en las paredes de piedra. Las estalactitas hacían que tuvieran
que agachar la cabeza de vez en cuando. Dayagon iba delante eligiendo el camino
con paso firme.
Pasaron por galerías de piedra
estrechas por las que dos hombres no podrían pasar hombro con hombro, otras se
ensanchaban un poco y en algunas tenían que pasar de lado rozando las paredes. Las
galerías se dividían a lo largo del camino y en un par de ocasiones les pareció
pasar por la misma otra vez. Estos túneles desembocaban en pequeñas estancias
de las que partían más y más galerías formando un oscuro laberinto.
Llegaron a una amplia caverna
natural, con un techo no muy alto pero suficiente para no molestarles las
estalactitas. Dayagon se paró en el centro y levantó la antorcha por encima de
su cabeza para iluminar toda la estancia. Cuando todos hubieron entrado dijo:
- Descansad aquí un momento, ahora
vuelvo.
Dayagon desapareció por uno de los túneles
y enseguida se perdió de vista la luz de su antorcha. Los soldados encendieron
una pequeña hoguera y se sentaron a esperar. Killian se sentó al lado de
Idrial, que tenía la mirada perdida con un atisbo de miedo en ella.
- ¿Estás bien? - le pregunto Killian tocándola
en la rodilla para sacarla del pequeño trance.
- Sí, más o menos. - respondió pasándose
una mano por la cara y el pelo. - Nunca me han gustado las cuevas, el espacio
angosto, esta oscuridad permanente. En el bosque nunca hay tanta oscuridad, las
estrellas y la luna lo iluminan. Pero aquí, levantas la vista y ves oscuridad,
sientes el peso de la montaña encima de ti. Ni siquiera sé donde estamos o qué
hora es.
- Tranquilízate. - dijo Killian mostrándole
una cálida sonrisa. - Saldremos de aquí, volverás a ver la luna, las estrellas
y los arboles.
Killian no estaba del todo convencido
de ello pero no dejo que sus dudas se reflejaran en su cara. Empezaba a preguntarse
si Dayagon conocía de verdad el camino, donde estaba y porque se había ido dejándoles
allí. Concentrado en esas preguntas no se dio cuenta de una luz verde que
iluminaba la galería por la que Dayagon se había ido.
Una luz verde lima reptaba por las
paredes de la galería hacia la caverna. El primer soldado que la vio se levanto
de un salto mientras desenvainaba la espada alertando a los demás. Se
dispersaron, formando un semicírculo, en parejas para defenderse. Idrial se
colocó detrás de ellos con una flecha en la cuerda del arco. Todos estaban en
silencio, en la caverna solo se oía la respiración de los soldados y el sonido
de unas pisadas que se acercaban. Dayagon apareció en la entrada del túnel con
un cuenco en la mano de la que surgía esa fantasmagórica luz.
- Joder Dayagon, que susto nos has
dado. Ya podrías haber avisado que eras tú. - dijo Killian mientras envainaba
la espada. Los soldados guardaron las armas y volvieron a la hoguera. Killian
señalo el cuenco- ¿Qué es eso?
- Una mezcla de minerales triturados
que utilizan los yokais para iluminar. Esta luz no nos deslumbrara tanto como
el fuego ni nos delatara si nos encontramos algún yokai.
Siguieron descansando un rato
mientras Dayagon mezclaba los minerales en un par de cuencos para hacer más
luces. Cuando termino siguieron adentrándose en la montaña por aquellos
pasadizos angostos fabricados por la erosión del agua que hacia miles de años había
dejado de correr por allí. Las galerías iban descendiendo, profundizando cada
vez más en la montaña. Poco a poco, los túneles se ensanchaban y se podían
apreciar marcas de herramientas en las paredes.
- Nos estamos acercando a Ketchira.
Las galerías son más anchas cerca de la ciudad. Los yokais llevan años agrandándolas.
Entraron a una caverna y Dayagon tapo
rápidamente el cuenco ordenando a los soldados a hacer lo mismo con los otros.
La caverna se quedó a oscuras y pudieron ver una pequeña luz verde en una de
las galerías que se iba acercando. Dayagon destapó un poco su cuenco y los guió
hasta un grupo de grandes estalagmitas para esconderse.
Entraron en la caverna dos pequeñas
criaturas andando sobre sus cortas piernas. Sus cuerpos estaban recubiertos de
un pelaje hirsuto de color marrón. Los únicos lugares que no cubría ese pelo
eran las manos, los pies y una larga cola. Tenían una cabeza alargada terminada
en un morro con grandes bigotes y lleno de pequeños dientes y unas grandes
paletas superiores. Una pequeña naricilla rosa se crispaba al final del morro
olisqueando el aire. Tenían unos ojos pequeños y oscuros con un atisbo de
inteligencia en su interior. Unas orejas grandes y alargadas se movían detrás
de los ojos, colocadas muy atrás en su cráneo.
Los dos yokais estaban vestidos con
unos chalecos sin mangas oscuros, muy desgastados y sucios como para averiguar cuál
había sido su color. Unos pantalones cortos ceñidos con un cinturón de cuero,
del que colgaban unas espadas cortas, completaban su vestuario.
Dayagon señaló con la mirada al arco de
Idrial. Esta preparo la flecha en completo silencio. Un soldado la imito levantando
un arco corto. Las flechas atravesaron a los yokais matándolos antes de que
pudieran gritar. Escondieron los cadáveres donde se habían escondido ellos y
siguieron su camino.
Las galerías que tomaron eran más
amplias que las anteriores, ahora podían ir andando en parejas. Las galerías
empezaron a ascender notablemente haciendo más duro el camino. Llegaron a una
caverna muy amplia, la más grande de las que habían visto. Las pequeñas luces
que llevaban no alcanzaban a alumbrar el techo de la cueva. La galería por la
que habían entrado daba a una estrecha repisa que ascendía por la pared
izquierda de la cueva hasta otra galería. En la pared contraria se encontraba
una gran cascada que formaba una pequeña niebla. Idrial se asomó por el borde
de la repisa al vacio oscuro en el que se perdía la cascada y no pudo ver donde
terminaba.
- ¿De dónde sale tanta agua?
- De la cumbre de la montaña. La
nieve y el hielo se descongela y se filtran formando ríos subterráneos. Allí
abajo - dijo señalando al abismo que tenían a los pies.- se encuentra un lago
del que nace un rio que pasa por Ketchira y llega hasta el océano.
Subieron por la repisa en fila con
Dayagon a la cabeza y Killian e Idrial cerrando la marcha. Cuando Killian llego
hasta el túnel oyó un ruido detrás de sí y se giró justo a tiempo para ver como
se desprendía parte de la repisa de la pared cayendo al vacio y como se hundía
la tierra debajo de los pies de Idrial.
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