El cuentacuentos
había llegado al pueblo. Todos los niños, y más de un adulto, estaban
ilusionados con él. Siempre se colocaba en la plaza del pueblo y se reunía toda
una multitud alrededor de él, los más pequeños sentados en el suelo con sus
padres vigilantes detrás.
- Mamá, mamá, va a empezar el cuento, date prisa.
- Corre y pilla
un buen sitio, enseguida estaré allí contigo. - le dijo la madre al niño y le
soltó la mano.
El niño se lanzó
a la carrera hasta llegar al mar de gente que se congregaba alrededor del
cuentacuentos. Se abrió paso hasta las primeras filas y se sentó en el suelo
con el resto de niños, tan sedientos de cuentos como siempre.
El cuentacuentos
se aclaró la garganta y dijo:
- Acercaos,
acercaos todos y escuchad porque os voy a contar la leyenda de Dayagon.
La oscuridad
consumía el bosque, Idrial no podía ver nada más allá de la ventana pero sabía
que estaba ahí. Podía oír las hojas mecidas por el viento, los pasos
apresurados de algún animal, e incluso si ponía atención podía oír a sus
hermanos y hermanas mientras dormían, el suave roce de las sábanas con los
cuerpos, algún ruido cuando alguien cambiaba de posición, gemidos apagados de
alguna pareja haciendo el amor.
Idrial se
levantó de la cama y se acercó a la ventana, conforme se acercaba percibía el
olor del bosque, esa mezcla de olor a humedad y a tierra siempre la embriagaba
pero esta noche no, esta noche estaba inquieta. Mientras la mayoría de los
elfos dormían ella no podía dormir, una pesadilla le había arrebatado ese lujo.
Llevaba viviendo
cinco años entre aquellos elfos, la habían aceptado como una más, pero en su
interior sabía que nunca sería como ellos. Por mucho que fuera una elfa, esas
pesadillas, esas visiones la hacían diferente, no sabía a qué se debían, lo
único que sabía es que esas visiones se cumplían.
Conforme se
acordaba de la pesadilla que la había despertado iba notando un sabor a hiel,
de una cosa estaba segura, debía marcharse de allí, tenía que lograr que esa
visión no se hiciera realidad.
Idrial entró en
la casa, se vistió, cogió provisiones, el arco y sus flechas y salió a las
pasarelas que conectaban las casas en lo alto de los árboles. Cruzó las
pasarelas rápida y silenciosamente hasta que llegó al suelo. Silbó y un
unicornio blanco como la nieve recién caída apareció entre la maleza, se acercó
a ella y le olió la mano. Idrial acarició al unicornio y se sentó en su lomo de
lado, con los pies colgando por un flanco. Idrial se inclinó hacia la oreja del
unicornio y le dijo:
- Vinimos juntos
a este pueblo y juntos nos hemos de ir, vamos Ithil, tenemos un largo camino
por delante.
El unicornio
empezó a andar y pronto se fundieron en la espesura del bosque.
Era una tarde
aburrida en la posada, de esas tardes que nada pasa y sabes que nada va a
pasar. El posadero dejó la jarra que estaba limpiando con un trapo más sucio
que la propia jarra y se dedicó a pasear la mirada por el local.
En nada se
diferenciaba el día de hoy al día de ayer, ni al día de antes de ayer, ni al
día de antes de antes de ayer y así podríamos seguir hasta donde los recuerdos
alcanzan.
"Es un buen
lugar. - Pensó el posadero. - Cerca de tos laos pa´que haya gente y lejos
pa´que haya problemas. Sí, es un buen lugar." Bostezó de satisfacción,
eructó y siguió limpiando la jarra.
La puerta de la
posada se abrió dejando ver la silueta de una persona alta, la capa negra
apenas dejaba ver su cuerpo y la capucha le ocultaba la cara casi por completo.
El desconocido miró hacia los lados inspeccionando bien la posada y se acercó
al posadero.
- Cerveza. - dijo
el desconocido.
Mientras echaba
la cerveza en una jarra dijo:
- ¿De ande viene señor?
- De donde me
trae mi caballo, le he pedido cerveza, no conversación.
El posadero,
sobresaltado por la respuesta, le dejó la jarra delante y enseguida encontró
algo que hacer en la otra punta de la barra. El desconocido se quitó la capucha
revelando su rostro, tenía una cara alargada sin una sombra de barba, el pelo
era de un rojo intenso, le caía por detrás de las orejas, los hombros y se le
perdía por la capa pero lo más raro eran sus ojos. Los ojos del desconocido
eran grandes, ovalados y de un color rojo oscuro. Al posadero le daban
escalofríos cada vez que miraba esos ojos.
Entraron dos
parroquianos por la puerta de la posada, andaban a buen paso y hablaban muy
animadamente. El posadero los reconoció al instante, le afloró una sonrisa en
los labios y se dispuso a llenar dos jarras de cerveza.
- Hay que ver el frío que está
haciendo últimamente ¿eh, Craigh?
-
Sí que lo hace, pero mientras tengamos un fuego al que arrimarnos. - contestó
el posadero.
-
Claro, tú pasas la vía aquí entro y mientras nosotros a helarnos el culo en el
campo. Si no fuera por la parienta liaría el petate y me piraba al sur.
-
¿Por la parienta?
Cuando me pagues lo que me debes podrás ir al sur. - Los tres estallaron en
risas.
- Puede que tenga algo
de razón Helgan con lo de ir al sur, cada año hace más frío y hasta los elfos
están emigrando al sur.
-¿Cómo
van a estar los elfos emigrando? ¿Es que te has caído y te han pasado los
bueyes por encima de la testa en el campo?
-
No, Thartos
exagera, pero si hemos visto hoy a una elfa. Salió del bosque, llegó al camino
real y tiró pa´l sur. Pero no te pierdas lo mehor, iba encima de un unicornio,
pensaba que esos bichos ya se habían extinguío.
- Sí, claro. ¿Cuánta
cerveza llevabais ya en el cuerpo?
Se oyó el
tintineo tan característico que produce una moneda al caer en una superficie de
madera, ésto, atrajo la atención del posadero que miró donde instantes antes
estaba el desconocido, ahora solo había una jarra vacía y unas monedas bailando
encima de la barra. El posadero alcanzó a ver la capa del desconocido mientras
la puerta se cerraba. Fuera se oyó el relincho de un caballo. El posadero
volvió a la conversación con sus amigos pensando: "Tendría prisa el
hombre."
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Me gusta el principio!! Un par de faltas ortográficas pero nada terrible :p Espero que continúe!
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