miércoles, 20 de febrero de 2013

La leyenda de Dayagon - Capitulo 1

El cuentacuentos había llegado al pueblo. Todos los niños, y más de un adulto, estaban ilusionados con él. Siempre se colocaba en la plaza del pueblo y se reunía toda una multitud alrededor de él, los más pequeños sentados en el suelo con sus padres vigilantes detrás.

- Mamá, mamá, va a empezar el cuento, date prisa.
- Corre y pilla un buen sitio, enseguida estaré allí contigo. - le dijo la madre al niño y le soltó la mano.

El niño se lanzó a la carrera hasta llegar al mar de gente que se congregaba alrededor del cuentacuentos. Se abrió paso hasta las primeras filas y se sentó en el suelo con el resto de niños, tan sedientos de cuentos como siempre.

El cuentacuentos se aclaró la garganta y dijo:

- Acercaos, acercaos todos y escuchad porque os voy a contar la leyenda de Dayagon.



La oscuridad consumía el bosque, Idrial no podía ver nada más allá de la ventana pero sabía que estaba ahí. Podía oír las hojas mecidas por el viento, los pasos apresurados de algún animal, e incluso si ponía atención podía oír a sus hermanos y hermanas mientras dormían, el suave roce de las sábanas con los cuerpos, algún ruido cuando alguien cambiaba de posición, gemidos apagados de alguna pareja haciendo el amor.

Idrial se levantó de la cama y se acercó a la ventana, conforme se acercaba percibía el olor del bosque, esa mezcla de olor a humedad y a tierra siempre la embriagaba pero esta noche no, esta noche estaba inquieta. Mientras la mayoría de los elfos dormían ella no podía dormir, una pesadilla le había arrebatado ese lujo.

Llevaba viviendo cinco años entre aquellos elfos, la habían aceptado como una más, pero en su interior sabía que nunca sería como ellos. Por mucho que fuera una elfa, esas pesadillas, esas visiones la hacían diferente, no sabía a qué se debían, lo único que sabía es que esas visiones se cumplían.

Conforme se acordaba de la pesadilla que la había despertado iba notando un sabor a hiel, de una cosa estaba segura, debía marcharse de allí, tenía que lograr que esa visión no se hiciera realidad.

Idrial entró en la casa, se vistió, cogió provisiones, el arco y sus flechas y salió a las pasarelas que conectaban las casas en lo alto de los árboles. Cruzó las pasarelas rápida y silenciosamente hasta que llegó al suelo. Silbó y un unicornio blanco como la nieve recién caída apareció entre la maleza, se acercó a ella y le olió la mano. Idrial acarició al unicornio y se sentó en su lomo de lado, con los pies colgando por un flanco. Idrial se inclinó hacia la oreja del unicornio y le dijo:

- Vinimos juntos a este pueblo y juntos nos hemos de ir, vamos Ithil, tenemos un largo camino por delante.

El unicornio empezó a andar y pronto se fundieron en la espesura del bosque.



Era una tarde aburrida en la posada, de esas tardes que nada pasa y sabes que nada va a pasar. El posadero dejó la jarra que estaba limpiando con un trapo más sucio que la propia jarra y se dedicó a pasear la mirada por el local.

En nada se diferenciaba el día de hoy al día de ayer, ni al día de antes de ayer, ni al día de antes de antes de ayer y así podríamos seguir hasta donde los recuerdos alcanzan.

"Es un buen lugar. - Pensó el posadero. - Cerca de tos laos pa´que haya gente y lejos pa´que haya problemas. Sí, es un buen lugar." Bostezó de satisfacción, eructó y siguió limpiando la jarra.

La puerta de la posada se abrió dejando ver la silueta de una persona alta, la capa negra apenas dejaba ver su cuerpo y la capucha le ocultaba la cara casi por completo. El desconocido miró hacia los lados inspeccionando bien la posada y se acercó al posadero.

- Cerveza. - dijo el desconocido.
Mientras echaba la cerveza en una jarra dijo:
- ¿De ande viene señor?
- De donde me trae mi caballo, le he pedido cerveza, no conversación.

El posadero, sobresaltado por la respuesta, le dejó la jarra delante y enseguida encontró algo que hacer en la otra punta de la barra. El desconocido se quitó la capucha revelando su rostro, tenía una cara alargada sin una sombra de barba, el pelo era de un rojo intenso, le caía por detrás de las orejas, los hombros y se le perdía por la capa pero lo más raro eran sus ojos. Los ojos del desconocido eran grandes, ovalados y de un color rojo oscuro. Al posadero le daban escalofríos cada vez que miraba esos ojos.

Entraron dos parroquianos por la puerta de la posada, andaban a buen paso y hablaban muy animadamente. El posadero los reconoció al instante, le afloró una sonrisa en los labios y se dispuso a llenar dos jarras de cerveza.

- Hay que ver el frío que está haciendo últimamente ¿eh, Craigh?
- Sí que lo hace, pero mientras tengamos un fuego al que arrimarnos. - contestó el posadero.
- Claro, tú pasas la vía aquí entro y mientras nosotros a helarnos el culo en el campo. Si no fuera por la parienta liaría el petate y me piraba al sur.
- ¿Por la parienta? Cuando me pagues lo que me debes podrás ir al sur. - Los tres estallaron en risas.
- Puede que tenga algo de razón Helgan con lo de ir al sur, cada año hace más frío y hasta los elfos están emigrando al sur.
-¿Cómo van a estar los elfos emigrando? ¿Es que te has caído y te han pasado los bueyes por encima de la testa en el campo?
- No, Thartos exagera, pero si hemos visto hoy a una elfa. Salió del bosque, llegó al camino real y tiró pa´l sur. Pero no te pierdas lo mehor, iba encima de un unicornio, pensaba que esos bichos ya se habían extinguío.
- Sí, claro. ¿Cuánta cerveza llevabais ya en el cuerpo?


Se oyó el tintineo tan característico que produce una moneda al caer en una superficie de madera, ésto, atrajo la atención del posadero que miró donde instantes antes estaba el desconocido, ahora solo había una jarra vacía y unas monedas bailando encima de la barra. El posadero alcanzó a ver la capa del desconocido mientras la puerta se cerraba. Fuera se oyó el relincho de un caballo. El posadero volvió a la conversación con sus amigos pensando: "Tendría prisa el hombre."

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1 comentario:

  1. Me gusta el principio!! Un par de faltas ortográficas pero nada terrible :p Espero que continúe!

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