Después de la Gran Batalla del Caos, los elfos que
siguieron a Asael fueron hacia el norte dominando a los barbaros humanos que allí
habitaban. Se establecieron en clanes liderados por poderosos guerreros que sometían
a los demás bajo su voluntad. Los elfos se mezclaron con los humanos diluyendo
la sangre elfica con cada generación. Había un clan que no veía esto con buenos
ojos, el clan Edhelri. Los elfos de Edhelri se asentaron a los pies de la
montaña Thandmoril, a la que nombraron así en honor de su gran líder.
Thandmoril le declaró la guerra a los clanes vecinos con un único objetivo en
mente, unificar todos los clanes bajo una sola bandera y establecer la supremacía
de la pureza de sangre elfica. Uno a uno fue subyugando a los clanes y formo el
gran imperio de Adalia.
Cuando la guerra de los clanes terminó, Thandmoril volvió
a su poblado con la intención de proclamarlo como su capital. En su ausencia,
su hija primogénita, Dol´Mara, se había casado con un mestizo y había abierto
las puertas del poblado a lo que él consideraba como seres inferiores.
Thandmoril montó en cólera y como castigo ejemplar, empaló a su hija y a su
prometido a las puertas del poblado que prendió fuego con todos los mestizos
dentro. Se dice que durante todo el tiempo que ardió el poblado podía verse a
Thandmoril mirando desde una colina y escuchando los alaridos de terror y
dolor. De los cimientos del poblado levantó la ciudad que sería su capital y la
llamó Dol´Mara para que nadie olvidara lo que allí aconteció. Decretó que ningún
mestizo entrara jamás en la ciudad bajo pena de muerte y les prohibió el acceso
a la nobleza. Thandmoril vivió allí hasta el final de sus días gobernando
Adalia y, hasta el día de hoy, sus descendientes siguen gobernándola bajo un
puño de acero.
Con el paso de los años, Dol´Mara fue agrandándose hasta ocupar el valle que
había entre la montaña y el rio Liathas. Thandmoril construyó su palacio en mármol
a los pies de la montaña. Alrededor del palacio se extendía el barrio de los
nobles más ricos y poderosos y, más allá, el barrio de los menos acaudalados
como las familias de los soldados de la ciudad o los comerciantes. La ciudad
fue construida en piedra con edificios bajos. Las casas de los nobles eran
bastante más grandes, a menudo contaban con una segunda planta y un jardín
exterior rodeado por muros.
El rio Liathas era navegable casi hasta su nacimiento, en los grandes
glaciares del norte. La ciudad contaba con un gran puerto en este rio y por aquí
entraban la gran mayoría de suministros que llegaban a la ciudad. Tras la
muerte de Thandmoril, su hijo Nimwen fue coronado emperador y abolió la prohibición
de la entrada de mestizos en la ciudad por la presión de los nobles que tenían
una gran cantidad de esclavos y por los mestizos que venían con las caravanas
comerciales. A pesar de ésto, nunca hubo un acercamiento real entre los
mestizos y los elfos.
Dol´Mara fue categorizada por muchos como la ciudad del caos. Muchas de las
leyes que regían Adalia no se cumplían aquí. Los nobles vivían de las rentas de
las tierras que explotaban sus siervos mestizos y, en la ciudad, se limitaban a
divertirse de todas las formas que su mente pudiera organizar. Durante el día,
los esclavos hacían todos los recados que les encargaran sus extravagantes
amos. Durante la noche, la ciudad cobraba vida con las fiestas de los elfos.
Las tabernas se llenaban y una legión de camareras, esclavas del dueño, les servían
cerveza, vino y licores en grandes cantidades y no solo bebida era lo que ofrecían.
El segundo piso estaba ocupado por pequeñas habitaciones con una cama como único
mobiliario para todo cliente que quisiera pagarlo. Todas las tabernas contaban
con un cuadrilátero en el que se organizaban peleas en las que la nobleza
apostaba. Grandes fortunas cambiaban de manos en estas peleas. Normalmente, los
luchadores eran esclavos del propietario de la taberna, pero, a veces, luchaban
mercenarios y soldados en busca de un poco de dinero fácil. Las peleas podían
ser hasta la rendición, hasta la primera sangre, hasta la inconsciencia y, muy
pocas veces, hasta la muerte.
Los nobles organizaban fiestas en sus casas como una demostración de
opulencia y poder. Estas fiestas comenzaban temprano con una copiosa cena. Los
esclavos la servían y si cometían el más mínimo error podían ser duramente
castigados, hasta con la muerte. Durante las fiestas se consumían grandes
cantidades de alcohol y drogas, como el Gil´Dal, y no era muy raro que estas
fiestas terminaran con una bacanal de sexo descontrolado. Una práctica, que empezó
a difundirse en la ciudad, era la de cubrirse el miembro de Gil´Dal antes del
sexo para que así el cuerpo lo asimilara a través de los genitales.
No era raro que estas noches de fiesta en la ciudad terminaran con algún
muerto, normalmente por sobredosis y, en menor medida, por peleas de borrachos
y robos frustrados.
A unas tres horas de camino a pie se encontraba una granja. La granja era de
una familia, sierva de un noble que nunca había salido de Dol´Mara. En el seno
de esta familia nació Shariva. Creció en la granja, ayudando a su familia en
sus cuidados, y con tan solo trece primaveras ya podía verse la belleza latente
en ella. Su pelo dorado caía liso hasta la mitad de la espalda, sus facciones,
finamente cinceladas, apenas delataban su origen mestizo, pero lo que más
destacaba en su cara eran sus dos grandes ojos de un profundo azul cobalto en
los que se podía ver que su inteligencia era aun mayor que su belleza. Desde muy pequeña demostró una gran curiosidad y por culpa de ésta se escondió un día
en el carro, en el que su padre y su hermano mayor iban a Dol´Mara a vender,
entre un barril de coles y una jaula con tres furiosas gallinas que intentaban
picarla si se acercaba demasiado, cosa que pasaba con frecuencia por los baches
del camino.
Fue su hermano el que la descubrió cuando empezó a descargar el carro en el almacén
de un comerciante mientras su padre ultimaba los detalles de la venta con él.
Ragil la agarró de la muñeca e hizo que se bajara del carro.
- ¡Au!, me haces daño. - Dijo Shariva mientras intentaba soltarse de la
presa de su hermano.
- Shh. - le chistó su hermano llevándose un dedo a los labios mientras reducía
la presión sin llegar a soltarla y miraba hacia dentro del almacén para ver si
su padre la había visto. Tirando de ella la metió a un callejón. - ¿Qué haces aquí?
Si padre se entera te zurrara con el cinturón.
- Quería ver lo que hacíais y conocer la ciudad.
- No deberías haberlo hecho, este es un lugar peligroso.
Aparecieron dos hombres en el extremo
opuesto del callejón con porras de madera colgadas al cinto confirmando sus
palabras.
- Mira Linlo, una parejita. ¿Que estáis haciendo aquí? - dijo el más alto
con una sonrisa pintada en la cara.
- Dejadnos en paz, somos comerciantes. - dijo Ragil poniéndose delante de
ella
- ¿Has oído? - le preguntó a su compañero dándole un golpe con la mano en el
pecho. - Son comerciantes, me gustaría saber lo que vende la chiquilla. Eh
chica, ¿Cuál es tu precio?
Shariva retrocedió ante esta pregunta hasta que su espalda chocó contra algo
caliente. Ese algo le pasó un brazo por el cuello mientras que con la otra mano
le agarró de un seno por casualidad. Shariva dio un pequeño grito que acalló el
hombre tapándole la boca. Su nariz se llenó del asqueroso hedor que desprendía
el hombre, una mezcla entre sudor, humo, alcohol y arenques escabechados. Al oír
el grito, su hermano se dio la vuelta.
- Suéltala. - fue lo único que llego a decir antes de que el hombre alto se
le echara encima sujetándolo a el también.
Ragil forcejeó para intentar soltarse del abrazo del hombre hasta que este
introdujó una pierna entre las suyas haciéndole una zancadilla que le hizo caer
al barro del callejón. El hombre le puso la rodilla en la espalda para que no
pudiera levantarse mientras cogía sus brazos para juntarlos por las muñecas y
atarlos con la cuerda que le tendía su compañero.
Shariva mordió con todas sus fuerzas la mano que le tapaba la boca hasta que se
le llenó de un líquido caliente de sabor metálico. El hombre la soltó con un
aullido de dolor y rápidamente salió corriendo del callejón hacia el almacén
gritando: "Padre, padre". Thornrion, su padre, salió del almacén y la
estrechó entre sus brazos.
- ¿Qué haces aquí, qué te ha pasado? - le preguntó al verla llorando y el
reguero de sangre que le deslizaba desde la boca hasta la barbilla goteando en su
vestido de lana.
- Unos hombres malos han cogido a Ragil. - respondió entre sollozos mientras
señalaba hacia el callejón por el que salían tres hombres arrastrando a su hijo
maniatado.
Thornrion cogió un garrote pequeño
que tenía en el carro y se abalanzó hacia ellos. Al primero le dio en la pierna
haciendo que cayera de rodillas acompañado de un terrible sonido. El segundo
golpe fue a la espalda, tan fuerte que se partió el garrote en dos provocando
un sonido aun peor que el anterior y una nube de astillas.
El segundo hombre, que tenía la mano sangrando, esquivó el puñetazo que iba
a su cara y le asestó un gancho en la barriga dejándolo sin aire. Dio un paso atrás
para ganar algo de espacio y le mandó un puñetazo directo a la mejilla.
Thornrion intentó responder con un puñetazo al cuerpo que el hombre paró fácilmente
con el codo mientras le daba otro golpe, esta vez en la otra mejilla, que provocó
que cayera de espaldas al suelo. Al caer, se golpeó la cabeza nublándosele la
vista por lo que no pudo ver como el hombre le agarraba de la camisa levantándole
el torso del suelo. Lo primero y último que vio fue el puño del hombre que venía
hacia su cara instantes antes de cerrar los ojos por un acto reflejo. El hombre
siguió golpeándole varias veces más hasta que le soltó de la camisa dejando
tirado en la calle el cuerpo inconsciente.
Shariva chilló viendo a su padre así. El hombre alto señaló hacia ella y le
dijo a su compañero mientras ponía en pie a Ragil:
- Cógela, vámonos de aquí antes de que llegue la guardia.
La chica, al oír ésto y ver como se acercaba el hombretón, se dio la vuelta
y corrió tan rápido como sus pequeñas piernas le permitían. Corría sin rumbo
fijo. Chocó con una persona que llevaba una tinaja entre las manos que se le
cayó estampándose contra el suelo y desperdigando aceitunas por toda la calle. Corrió
hasta que el pecho le ardía y cuando se detuvó sentía las piernas como si
fueran de gelatina y tuvó que sentarse en una caja que había apoyada en la
pared. Por fortuna, había escapado de sus perseguidores. Por desgracia, ahora
se encontraba sola y perdida en Dol´Mara.
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