miércoles, 9 de noviembre de 2016

La leyenda de Dayagon - Capítulo 25


Dayagon despertó encadenado en una celda de madera junto a otros marineros del Argos. No le hizo falta preguntar para saber que se encontraba en un barco, pero, desde luego, no el Argos. Miró a su alrededor. Muchas caras las conocía, otras solo de vista, pero en todas ellas se podía ver el miedo y la desesperación. Cuando intentó hablar, lo que salió de su garganta fue un pobre gañido. Se aclaró la garganta con un carraspeo y repitió:

- ¿Cuánto ha pasado?
- Unas horas. – le respondió el marinero de su izquierda.
- Silencio. – dijo una voz desde fuera de la celda.

Un pirata se asomó por la pequeña ventana con barrotes que tenía la puerta. Esta se abrió y entraron dos piratas a la celda. Los marineros bajaban la mirada a su paso. Llegaron hasta Dayagon y, uno de ellos, soltó el candado que unía sus grilletes a la pesada cadena que cruzaba la celda de lado a lado y a la que estaban unidos todos los hombres.


- Vamos. Levanta. – le ordenó el otro pegándole una patada a su pie.

Dayagon se levantó con dificultad, apoyándose en la pared y apretando fuerte los puños, intentando controlarse para no pegarle a su captor. Los piratas lo guiaron hasta el castillo de popa del Raubtier, donde se encontraban Egaran y un hombre con una gabardina roja. Dayagon miró a su alrededor por encima de la borda y solo pudo ver mar y, a lo lejos, una columna de humo que supuso que sería todo lo que quedaba del Argus.

- Ya se lo he dicho, soy un diplomático de Norwens enviado por el emperador.
- Muy bien. Entonces no me sirves. – dijo el hombre de la gabardina antes de clavarle un estilete en la barriga.

Egaran cayó al suelo con cara de sorpresa y sin emitir un solo sonido. Intentó agarrarse a la gabardina del hombre, pero sus dedos, ya sin fuerzas, solo resbalaron por la tela.

- En cambio, tú, me eres harto provechoso. – dijo dándose la vuelta y señalándole con el estilete.

Drake, el capitán del Raubtier, llevaba un sombrero de tres picos del que caía su pelo negro hasta los hombros. Debajo de la gabardina podía verse una camisa blanca, un pantalón marrón que se perdía por dentro de sus botas y ajustado por un cinturón del que colgaban dos sables anchos y tres estiletes. Drake limpio la hoja del estilete que tenía en la mano y lo guardo en su cinturón junto a los otros tres.

- No sé cómo puedo serte útil, yo no soy nadie. – le respondió Dayagon poniendo su mejor cara de inocencia.
- No intentes tomarme el pelo. Sé quién eres, Dayagon.
- Vaya, ahora estoy en desventaja.

Drake soltó una carcajada que hasta pareció sincera antes de responder.

- Soy Drake, el capitán del Raubtier. ¿Ahora mejor? – le pregunto con un tono irónico.
- Algo, aunque sería perfecto si no llevara estos grilletes. – respondió levantando los brazos.
- Eso no será posible. Tu fama te precede, Dayagon. Eres bastante famoso… - Drake hizo una pequeña pausa, que hasta se podría definir como dramática, antes de continuar. – En ciertos y oscuros lugares del mundo.
- Hay muchas verduleras y correveidiles por ahí sueltos. Y la gente tiende a exagerar demasiado. – dijo Dayagon mientras con un ademan de mano intentaba restar aún más importancia a sus palabras.
- Pero cuando te labras un nombre en este mundo, siempre terminas haciéndote con algunos enemigos. Y resulta que una de las cabezas más cotizadas ha venido a caer en mis manos. Hay mucha gente interesada por ti, Dayagon.
- Si, puedo imaginármelo. En especial, ¿a quién habías pensado venderme?
- Nimen ha ofrecido una muy generosa suma por ti. ¿Qué le has hecho para enfadarle tanto?
- Queme su posada con el dentro. – dijo apoyándose en la borda y mirando la columna de humo del horizonte.
- Sabes, he oído hablar mucho de ti. Encontrarte inconsciente en ese barco ha sido una pequeña decepción.
- Abajo, en la celda, he echado en falta a una prisionera. – dijo Dayagon ignorando sus palabras.
- ¿La elfa?
- Si, ella es… - Dayagon se detuvo a media frase pensando sus palabras. – mi protegida.
- Por eso estabas en ese barco. Bueno, sigue con vida. Aunque la vamos a vender en el mercado de esclavos de Adalia.

Dayagon se dio la vuelta y miro a Drake a los ojos. Este dio un paso atrás y su sonrisa se hizo un poco menos amplia.

- ¿Drake, quieres comprobar si mi fama me hace justicia? Te reto a un duelo. Si gano nos liberas, a mí y a la elfa. Los piratas no podéis rechazar un duelo, ¿no?
El capitán del Raubtier estalló en carcajadas.
- Por supuesto, no podría negarme a un duelo si viniera de mi tripulación, no de un prisionero. – dijo después de reírse.

Dayagon convirtió sus muñecas y manos en las de su cuerpo yokai. Con el cambio de volumen, los grilletes cayeron al suelo con un ruido sordo. Volvió a convertir sus manos y las levanto enseñándoselas a Drake.

- ¿Así mejor? Si gano, nos liberas. Si tú ganas, no ofrecere resistencia y podrás llevarme hasta Nimen.
- Muy bien, vamos abajo. Ternas reúne a la tripulación.

Ternas comenzó a tocar una pequeña campana mientras ellos bajaban a la cubierta principal. Los piratas salieron de bajo cubierta, se colocaron en la arboladura, en el castillo de popa, sobre la borda sujetados simplemente con unas jarcias. Dayagon repasó la cubierta con la mirada, grabando en su cabeza la posición de cada obstáculo, de cada barril, de cada enjaretado del suelo en el que pudiera atrapársele un pie. Una mano le sujeto del hombro y le hizo detenerse. Al otro lado de cubierta estaba Drake.

- Amigos. Hermanos. El prisionero ha hecho una proposición que nos incumbe a todos y cada uno de nosotros. - dijo levantando los brazos y dando una vuelta sobre sí mismo. - Me ha retado a duelo. Si gana, exige que le llevemos a él y a la elfa a Hagamar. Si pierde, no opondrá resistencia y dejara que cobremos la recompensa por su cabeza.

La tripulación estalló en risa como, momentos antes, lo había echo el capitán. Enseguida empezaron a oírse gritos de: "Hazlo capitán, dale una lección a ese perro". "Machácalo". Y otros parecidos.

- ¡Espadas! - grito como única respuesta a sus muchachos.

Drake se despojó de su gabardina roja, que un pirata se apresuró a recoger. Desenvainó uno de los sables anchos que llevaba al cinto y dio un paso adelante. Un pirata le ofreció un sable a Dayagon que lo aceptó gustosamente. Se acercó a Drake y cruzaron los sables en el aire.

- Hazme un favor y no te mueras, me pagaran más si te entrego con vida.
- Bien, tenemos algo en común. Yo tampoco quiero morir.

El primero en atacar fue Drake. Dayagon detuvo su ataque y, enseguida, se dio cuenta de su error. El mayor peso de la hoja hacia que detener los ataques del capitán fuera algo prácticamente imposible. Dayagon comenzó a desviar ataque tras ataque retrocediendo. Si en algún momento habría creído que el capitan se contendría porque lo necesitaba con vida, desde luego que ya ni lo pensaba.

Dayagon seguía retrocediendo y se estaba quedando sin barco. En el siguiente ataque del capitán esquivó su hoja y con una ligera pirueta y un golpe logró situarse detrás del capitán. Dayagon continuo con su táctica de retroceder mientras los piratas, a su alrededor, lo abucheaban.

Un destello de alegría cruzó los ojos del capitán y Dayagon esquivó hacia un lado, evitando así tropezarse con un barril que había a un lado del mástil.

- ¡Aghhh! ¿Solo sabes huir? ¿Esa es tu fama?

En cada ataque, Drake, habría un poco más su guardia intentando dar al esquivo Dayagon. Este aprovechó esa apertura para acercarse y dar un tajo vertical. Drake tuvo que retroceder apresuradamente y de una certera patada, Dayagon arrancó el pesado sable de su mano. Drake salto hacia atrás para esquivar el siguiente golpe y desenvaino su segundo sable.

Dayagon pasó al ataque y en la tercera parada, Drake golpeo su sable con tanta fuerza que logro arrancárselo de la mano. Los piratas estallaron en vítores de júbilo y alegría, excepto el asustado pirata que estaba al lado de donde el sable de Dayagon fue a clavarse. Dayagon saltó adelante, hundiendo el hombro en el estómago de Drake y derribándole al suelo. Le sujetó de la muñeca y con un par de golpes contra la dura madera de cubierta logró que Drake soltara el sable. Dayagon sacó una daga del cinto de Drake y le colocó el filo en el cuello.

- ¿Te rindes?

De un golpe, Drake aparto el cuchillo y le dio un cabezazo a Dayagon haciéndolo retroceder y que se quitara de encima. Se levantó y sacó dos dagas.

- Nunca.

Los dos contendientes comenzaron a andar en círculos, midiéndose con la mirada. Drake fue el primero en dar el paso. Dayagon solo podía defenderse, no terminaba de para un filo cuando otra hoja se dirigía a él. Aprovecho una apertura y volvió a acercarse a él. Drake salto atrás en previsión de un ataque que nunca llegó. Dayagon le había quitado la última daga que tenía en el cinto y, al igual que él, había saltado hacia atrás para ganar distancia.

Empatados en armas, la lucha era más justa. Los luchadores se juntaban y el aire se llenaba del metálico sonido del entrechocar de las hojas. Cuatro o cinco golpes y volvían a separarse para seguir andando en círculo. Los dos esperaban una apertura, algo que les diera una ventaja. Dayagon fue el primero en encontrar esa ventaja.

El baile de acero les había acercado hasta la borda de estribor, apenas a unos pasos por detrás de Drake. Dayagon se echó adelante, desvió las hojas de Drake y con una potente patada en el pecho le hizo retroceder. Drake chocó contra la borda y perdió el equilibrio. Soltó las dagas intentando agarrarse a algo, pero no encontró asidero alguno y cayo, perdiéndose al otro lado de la borda.

Dayagon se abalanzó hacia delante y logró cogerlo por un tobillo. Drake, bocabajo, alternaba sus miradas entre el mar y Dayagon.

- ¿Te rindes? – volvió a preguntar Dayagon.

Drake volvió a mirar al mar un par de veces más antes de contestar:

- Sí. – respondió escupiendo esa palabra.


El Raubtier surcaba las aguas raudo como el viento que le impulsaba. Con las velas aseguradas y el rumbo fijado, la tripulación de piratas poco tenían que hacer. Una voz se alzó entonando una canción.

Darme un buen viento, por favor soplad,
pues a Hagamar he de llegar.

Arriad la mesana, arriad la mayor,
que Harl tiene un amor.

Tirar de un cabo aquí es mi condena,
pero allí, ella me espera.

Arriad la mesana, arriad la mayor,
que Harl tiene un amor.

Quien quiere un tesoro, teniéndola a ella
Quien quiere joyas teniendo la más bella.

Arriad la mesana, arriad la mayor
Que Harl tiene un amor.

Callad patanes, callad sinvergüenzas,
Que nada conocéis de mi pequeña Kendra.

Arriad la mesana, arriad la mayor,
Que Harl tiene un amor.

Aquí todos conocen a la pequeña Kendra
Su pelo de oro y sus labios de seda.

Arriad la mesana, arriad la mayor
Que Harl tiene un amor.

Una verdadera loba, es muy peligrosa
Se te comerá como si fueras poca cosa.

Arriad la mesana, arriad la mayor
Que Harl tiene un amor.

Escúchanos Harl, debes hacernos caso,
Encontraras más amor en el fondo de un vaso.

Arriad la mesana, arriad la mayor
Que Harl tiene un amor

Abre bien los ojos, ella nunca dice te quiero
Si antes no ha visto una bolsa de dinero.

Arriad la mesana, arriad la mayor,
Que Harl tiene un amor.

Para que quiero un amor si tengo la mar
Y con vosotros salir a cazar.

Desplegar la mayor, desplegar la mesana
Tenemos un botín al que darle caza.


Dayagon e Idrial estaban sentados en la borda en la proa del barco. Idrial miraba con recelo a los piratas que cantaban alegremente.

- No me fio de ellos
- Yo tampoco. La mitad me mataría por cobrar la recompensa y la otra mitad, solo por placer.
- ¿Y qué podemos hacer?
- Nada, mientras estemos en su barco estamos a su merced. Pero mejor es estar así que estar encadenados.
- Abajo tiene encerrados a marineros, ellos podrían llevar el barco.
- ¿Y qué propones? ¿Qué entre tú y yo matemos a todos los piratas y los liberemos, o que los liberemos antes y que en la lucha mueran demasiados para tripular el barco? ¿o peor, que la perdamos y volvamos a llevar grilletes?
- No lo sé, algo habrá que podamos hacer.
- No lo creo, nuestra mejor opción es esperar que el capitán cumpla con su promesa.

Idrial soltó un bufido, expresando de nuevo lo que pensaba del capitán y sus promesas. Aun con el sol en el cielo, la brisa marina era fresca y un escalofrió le recorrió el cuerpo a Idrial poniéndole la piel de gallina.

- Tengo frio. ¿Podemos ir abajo?
- Sí, ve. Voy a mear y bajo.
- No tardes, por favor. - dijo antes de empezar a bajar por la escalerilla que iba a la cubierta inferior.

Idrial pasó en silencio entre las hamacas en las que dormían los piratas del turno de noche. El capitán les había dado un pequeño camarote en la proa del barco. No llegó a escuchar los pasos que se acercaban a ella por la espalda por culpa del rechinar de la madera del barco por el oleaje. Lo que sí notó, fue el golpe en su nuca que la hizo desplomarse en medio del camarote.

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