Dayagon despertó encadenado en una celda de madera junto a otros marineros
del Argos. No le hizo falta preguntar para saber que se encontraba en un barco,
pero, desde luego, no el Argos. Miró a su alrededor. Muchas caras las conocía,
otras solo de vista, pero en todas ellas se podía ver el miedo y la
desesperación. Cuando intentó hablar, lo que salió de su garganta fue un pobre
gañido. Se aclaró la garganta con un carraspeo y repitió:
- ¿Cuánto ha pasado?
- Unas horas. – le respondió el marinero de su izquierda.
- Silencio. – dijo una voz desde fuera de la celda.
Un pirata se asomó por la pequeña ventana con barrotes que tenía la puerta.
Esta se abrió y entraron dos piratas a la celda. Los marineros bajaban la
mirada a su paso. Llegaron hasta Dayagon y, uno de ellos, soltó el candado que unía
sus grilletes a la pesada cadena que cruzaba la celda de lado a lado y a la que
estaban unidos todos los hombres.
- Vamos. Levanta. – le ordenó el otro pegándole una patada a su pie.
Dayagon se levantó con dificultad, apoyándose en la pared y apretando fuerte
los puños, intentando controlarse para no pegarle a su captor. Los piratas lo
guiaron hasta el castillo de popa del Raubtier, donde se encontraban Egaran y
un hombre con una gabardina roja. Dayagon miró a su alrededor por encima de la
borda y solo pudo ver mar y, a lo lejos, una columna de humo que supuso que sería
todo lo que quedaba del Argus.
- Ya se lo he dicho, soy un diplomático de Norwens enviado por el emperador.
- Muy bien. Entonces no me sirves. – dijo el hombre de la gabardina antes de
clavarle un estilete en la barriga.
Egaran cayó al suelo con cara de sorpresa y sin emitir un solo sonido.
Intentó agarrarse a la gabardina del hombre, pero sus dedos, ya sin fuerzas,
solo resbalaron por la tela.
- En cambio, tú, me eres harto provechoso. – dijo dándose la vuelta y
señalándole con el estilete.
Drake, el capitán del Raubtier, llevaba un sombrero de tres picos del que caía
su pelo negro hasta los hombros. Debajo de la gabardina podía verse una camisa
blanca, un pantalón marrón que se perdía por dentro de sus botas y ajustado por
un cinturón del que colgaban dos sables anchos y tres estiletes. Drake limpio
la hoja del estilete que tenía en la mano y lo guardo en su cinturón junto a
los otros tres.
- No sé cómo puedo serte útil, yo no soy nadie. – le respondió Dayagon
poniendo su mejor cara de inocencia.
- No intentes tomarme el pelo. Sé quién eres, Dayagon.
- Vaya, ahora estoy en desventaja.
Drake soltó una carcajada que hasta pareció sincera antes de responder.
- Soy Drake, el capitán del Raubtier. ¿Ahora mejor? – le pregunto con un
tono irónico.
- Algo, aunque sería perfecto si no llevara estos grilletes. – respondió
levantando los brazos.
- Eso no será posible. Tu fama te precede, Dayagon. Eres bastante famoso… -
Drake hizo una pequeña pausa, que hasta se podría definir como dramática, antes
de continuar. – En ciertos y oscuros lugares del mundo.
- Hay muchas verduleras y correveidiles por ahí sueltos. Y la gente tiende a
exagerar demasiado. – dijo Dayagon mientras con un ademan de mano intentaba
restar aún más importancia a sus palabras.
- Pero cuando te labras un nombre en este mundo, siempre terminas haciéndote
con algunos enemigos. Y resulta que una de las cabezas más cotizadas ha venido
a caer en mis manos. Hay mucha gente interesada por ti, Dayagon.
- Si, puedo imaginármelo. En especial, ¿a quién habías pensado venderme?
- Nimen ha ofrecido una muy generosa suma por ti. ¿Qué le has hecho para
enfadarle tanto?
- Queme su posada con el dentro. – dijo apoyándose en la borda y mirando la
columna de humo del horizonte.
- Sabes, he oído hablar mucho de ti. Encontrarte inconsciente en ese barco
ha sido una pequeña decepción.
- Abajo, en la celda, he echado en falta a una prisionera. – dijo Dayagon
ignorando sus palabras.
- ¿La elfa?
- Si, ella es… - Dayagon se detuvo a media frase pensando sus palabras. – mi
protegida.
- Por eso estabas en ese barco. Bueno, sigue con vida. Aunque la vamos a
vender en el mercado de esclavos de Adalia.
Dayagon se dio la vuelta y miro a Drake a los ojos. Este dio un paso atrás y
su sonrisa se hizo un poco menos amplia.
- ¿Drake, quieres comprobar si mi fama me hace justicia? Te reto a un duelo.
Si gano nos liberas, a mí y a la elfa. Los piratas no podéis rechazar un duelo,
¿no?
El capitán del Raubtier estalló en carcajadas.
- Por supuesto, no podría negarme a un duelo si viniera de mi tripulación,
no de un prisionero. – dijo después de reírse.
Dayagon convirtió sus muñecas y manos en las de su cuerpo yokai. Con el
cambio de volumen, los grilletes cayeron al suelo con un ruido sordo. Volvió a
convertir sus manos y las levanto enseñándoselas a Drake.
- ¿Así mejor? Si gano, nos liberas. Si tú ganas, no ofrecere resistencia y podrás
llevarme hasta Nimen.
- Muy bien, vamos abajo. Ternas reúne a la tripulación.
Ternas comenzó a tocar una pequeña campana mientras ellos bajaban a la
cubierta principal. Los piratas salieron de bajo cubierta, se colocaron en la
arboladura, en el castillo de popa, sobre la borda sujetados simplemente con
unas jarcias. Dayagon repasó la cubierta con la mirada, grabando en su cabeza
la posición de cada obstáculo, de cada barril, de cada enjaretado del suelo en
el que pudiera atrapársele un pie. Una mano le sujeto del hombro y le hizo
detenerse. Al otro lado de cubierta estaba Drake.
- Amigos. Hermanos. El prisionero ha hecho una proposición que nos incumbe a
todos y cada uno de nosotros. - dijo levantando los brazos y dando una vuelta
sobre sí mismo. - Me ha retado a duelo. Si gana, exige que le llevemos a él y a
la elfa a Hagamar. Si pierde, no opondrá resistencia y dejara que cobremos la
recompensa por su cabeza.
La tripulación estalló en risa como, momentos antes, lo había echo el capitán.
Enseguida empezaron a oírse gritos de: "Hazlo capitán, dale una lección a
ese perro". "Machácalo". Y otros parecidos.
- ¡Espadas! - grito como única respuesta a sus muchachos.
Drake se despojó de su gabardina roja, que un pirata se apresuró a recoger.
Desenvainó uno de los sables anchos que llevaba al cinto y dio un paso
adelante. Un pirata le ofreció un sable a Dayagon que lo aceptó gustosamente.
Se acercó a Drake y cruzaron los sables en el aire.
- Hazme un favor y no te mueras, me pagaran más si te entrego con vida.
- Bien, tenemos algo en común. Yo tampoco quiero morir.
El primero en atacar fue Drake. Dayagon detuvo su ataque y, enseguida, se
dio cuenta de su error. El mayor peso de la hoja hacia que detener los ataques
del capitán fuera algo prácticamente imposible. Dayagon comenzó a desviar
ataque tras ataque retrocediendo. Si en algún momento habría creído que el
capitan se contendría porque lo necesitaba con vida, desde luego que ya ni lo
pensaba.
Dayagon seguía retrocediendo y se estaba quedando sin barco. En el siguiente
ataque del capitán esquivó su hoja y con una ligera pirueta y un golpe logró
situarse detrás del capitán. Dayagon continuo con su táctica de retroceder
mientras los piratas, a su alrededor, lo abucheaban.
Un destello de alegría cruzó los ojos del capitán y Dayagon esquivó hacia un
lado, evitando así tropezarse con un barril que había a un lado del mástil.
- ¡Aghhh! ¿Solo sabes huir? ¿Esa es tu fama?
En cada ataque, Drake, habría un poco más su guardia intentando dar al
esquivo Dayagon. Este aprovechó esa apertura para acercarse y dar un tajo
vertical. Drake tuvo que retroceder apresuradamente y de una certera patada,
Dayagon arrancó el pesado sable de su mano. Drake salto hacia atrás para
esquivar el siguiente golpe y desenvaino su segundo sable.
Dayagon pasó al ataque y en la tercera parada, Drake golpeo su sable con
tanta fuerza que logro arrancárselo de la mano. Los piratas estallaron en vítores
de júbilo y alegría, excepto el asustado pirata que estaba al lado de donde el
sable de Dayagon fue a clavarse. Dayagon saltó adelante, hundiendo el hombro en
el estómago de Drake y derribándole al suelo. Le sujetó de la muñeca y con un
par de golpes contra la dura madera de cubierta logró que Drake soltara el
sable. Dayagon sacó una daga del cinto de Drake y le colocó el filo en el
cuello.
- ¿Te rindes?
De un golpe, Drake aparto el cuchillo y le dio un cabezazo a Dayagon
haciéndolo retroceder y que se quitara de encima. Se levantó y sacó dos dagas.
- Nunca.
Los dos contendientes comenzaron a andar en círculos, midiéndose con la
mirada. Drake fue el primero en dar el paso. Dayagon solo podía defenderse, no
terminaba de para un filo cuando otra hoja se dirigía a él. Aprovecho una
apertura y volvió a acercarse a él. Drake salto atrás en previsión de un ataque
que nunca llegó. Dayagon le había quitado la última daga que tenía en el cinto
y, al igual que él, había saltado hacia atrás para ganar distancia.
Empatados en armas, la lucha era más justa. Los luchadores se juntaban y el
aire se llenaba del metálico sonido del entrechocar de las hojas. Cuatro o
cinco golpes y volvían a separarse para seguir andando en círculo. Los dos
esperaban una apertura, algo que les diera una ventaja. Dayagon fue el primero
en encontrar esa ventaja.
El baile de acero les había acercado hasta la borda de estribor, apenas a
unos pasos por detrás de Drake. Dayagon se echó adelante, desvió las hojas de
Drake y con una potente patada en el pecho le hizo retroceder. Drake chocó
contra la borda y perdió el equilibrio. Soltó las dagas intentando agarrarse a
algo, pero no encontró asidero alguno y cayo, perdiéndose al otro lado de la
borda.
Dayagon se abalanzó hacia delante y logró cogerlo por un tobillo. Drake,
bocabajo, alternaba sus miradas entre el mar y Dayagon.
- ¿Te rindes? – volvió a preguntar Dayagon.
Drake volvió a mirar al mar un par de veces más antes de contestar:
- Sí. – respondió escupiendo esa palabra.
El Raubtier surcaba las aguas raudo como el viento que le impulsaba. Con las
velas aseguradas y el rumbo fijado, la tripulación de piratas poco tenían que
hacer. Una voz se alzó entonando una canción.
Darme un buen viento, por
favor soplad,
pues a Hagamar he de llegar.
Arriad la mesana, arriad la
mayor,
que Harl tiene un amor.
Tirar de un cabo aquí es mi
condena,
pero allí, ella me espera.
Arriad la mesana, arriad la
mayor,
que Harl tiene un amor.
Quien quiere un tesoro, teniéndola
a ella
Quien quiere joyas teniendo
la más bella.
Arriad la mesana, arriad la
mayor
Que Harl tiene un amor.
Callad patanes, callad sinvergüenzas,
Que nada conocéis de mi
pequeña Kendra.
Arriad la mesana, arriad la
mayor,
Que Harl tiene un amor.
Aquí todos conocen a la
pequeña Kendra
Su pelo de oro y sus labios
de seda.
Arriad la mesana, arriad la
mayor
Que Harl tiene un amor.
Una verdadera loba, es muy
peligrosa
Se te comerá como si fueras
poca cosa.
Arriad la mesana, arriad la
mayor
Que Harl tiene un amor.
Escúchanos Harl, debes
hacernos caso,
Encontraras más amor en el
fondo de un vaso.
Arriad la mesana, arriad la
mayor
Que Harl tiene un amor
Abre bien los ojos, ella
nunca dice te quiero
Si antes no ha visto una
bolsa de dinero.
Arriad la mesana, arriad la
mayor,
Que Harl tiene un amor.
Para que quiero un amor si
tengo la mar
Y con vosotros salir a
cazar.
Desplegar la mayor,
desplegar la mesana
Tenemos un botín al que
darle caza.
Dayagon e Idrial estaban sentados en la borda en la proa del barco. Idrial
miraba con recelo a los piratas que cantaban alegremente.
- No me fio de ellos
- Yo tampoco. La mitad me mataría por cobrar la recompensa y la otra mitad,
solo por placer.
- ¿Y qué podemos hacer?
- Nada, mientras estemos en su barco estamos a su merced. Pero mejor es
estar así que estar encadenados.
- Abajo tiene encerrados a marineros, ellos podrían llevar el barco.
- ¿Y qué propones? ¿Qué entre tú y yo matemos a todos los piratas y los
liberemos, o que los liberemos antes y que en la lucha mueran demasiados para
tripular el barco? ¿o peor, que la perdamos y volvamos a llevar grilletes?
- No lo sé, algo habrá que podamos hacer.
- No lo creo, nuestra mejor opción es esperar que el capitán cumpla con su
promesa.
Idrial soltó un bufido, expresando de nuevo lo que pensaba del capitán y sus
promesas. Aun con el sol en el cielo, la brisa marina era fresca y un escalofrió
le recorrió el cuerpo a Idrial poniéndole la piel de gallina.
- Tengo frio. ¿Podemos ir abajo?
- Sí, ve. Voy a mear y bajo.
- No tardes, por favor. - dijo antes de empezar a bajar por la escalerilla
que iba a la cubierta inferior.
Idrial pasó en silencio entre las hamacas en las que dormían los piratas del
turno de noche. El capitán les había dado un pequeño camarote en la proa del
barco. No llegó a escuchar los pasos que se acercaban a ella por la espalda por
culpa del rechinar de la madera del barco por el oleaje. Lo que sí notó, fue
el golpe en su nuca que la hizo desplomarse en medio del camarote.
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